Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Entre verdugos y censores (con unas elecciones al fondo)

¿Qué mueve a un concejal de Cultura en un pueblo perdido en el mapa de este país a vestirse de héroe y censurar la compra de dos simples DVD de dos recientes películas? Esa es la pregunta que me hacía estos días a propósito del insólito y extravagante gesto del edil de Cultura de Vox en Burriana (Castellón) que ordenó al bibliotecario municipal que no adquiriese los DVD de la exitosa y hollywoodiense Barbie y la laureada película española 20 000 especies de abejas.

El puro oficio de censor, como el de verdugo, siempre ha estado rodeado de una cierta épica inversa. Son ambos una especie de antihéroes en dramáticas historias cuya triste y dolorosa gloria está reservada a quienes mandan oscurecer y matar. Conocemos a quienes ordenan, pero raramente a quienes ejecutan sus órdenes. Sabemos bien quién es el sanguinario Putin, quién es y cómo actúa Netanyahu contra la indefensa población civil de Gaza, conocemos a muchos de sus mismos pelajes, pero raramente sabemos nada de quienes ejecutan sus macabras órdenes de muerte y silenciamiento. ¿Cómo puede uno llegar a matar a alguien fríamente y seguir haciendo vida normal? Esa es la otra pregunta que siempre me ha fascinado.

Siempre he sentido una extraña atracción por estos personajes secundarios, oscuros censores y verdugos por encargo, meros ejecutores de la ignominiosa gloria de otros. Quizás sea por su casi siempre carácter reservado, tantas veces anónimos personajes sin rostro ni cara conocidas, de modo que cuando se salen del guión y llegan a tener protagonismo principal (José Isbert en El Verdugo, L.G. Berlanga) es, en muchas ocasiones, solo como artefacto de denuncia, como metáfora del mal que ejercen otros, en este caso la crueldad de un régimen político como el franquismo capaz de ordenar matar por el gran delito de pensar distinto.

Quizás deberíamos preguntarnos porqué aparecen últimamente tantos aprendices de censores, tantos replicantes de matones dispuestos a insultar y golpear hasta la muerte a políticos que también piensan distinto. Y quizás deberíamos dejar de tratar de anecdóticos, menores y estrafalarios cuestiones como esa del chusco asunto del concejal de Cultura de Burriana prohibiendo películas ampliamente premiadas y que están accesibles en diversas plataformas de televisión, en cines de medio mundo. Uno y otro fenómeno —asesinatos y mera censura— tienen la misma raíz. Su sola existencia, los aplausos que cosechan en algunos círculos, ya sería la prueba de la deriva del dónde estamos y el hacia dónde caminamos.

En la literatura y en la filmografía no es raro encontrarnos con relatos estremecedores detrás de algunos de esos verdugos, de algunos de esos censores. La película La vida de los otros sobre el espionaje en los años ochenta en la antigua RDA sería un luminoso ejemplo de esto mismo. Son, en muchas ocasiones, historias de desvalimiento, de potenciales asesinos en serie, gente llena de frustraciones, acaso historias de mera supervivencia, pero lo cierto es que sin ellos, sin esos personajes secundarios, cualquier régimen de terror tiene grandes dificultades para abrirse paso, para asentarse en el poder. El franquismo no habría perdurado sin ese ejército de anónimos verdugos y censores colaboracionistas, como ETA no habría sembrado todo el terror que sembró sin la complicidad de los censores y verdugos que imponían el gélido silencio en las calles y pintaban las dianas en las fachadas de las casas de las próximas víctimas.

Sin ellos, sin esos esbirros, oficiantes del mal decidido por otros, casi nada es posible. Ese sería, entonces, el peligro al que podríamos estar asistiendo ahora sin casi prestar atención. La metástasis de una cierta banalización del mal, que diría Hannah Arendt, como origen y extensión del propio mal. Cuando creemos que hablamos solo de la censura de dos películas en una biblioteca pública de pueblo, cuando calificamos el hecho de mera anécdota y no le prestamos atención suficiente, puede que estemos dejando de ver todo lo que hay detrás.

Ahora que otras elecciones se acercan quizás no deberíamos olvidar algunas cuestiones y principios básicos, antes de que —otra vez— sea demasiado tarde. Sabemos del ideario de Vox y de otros partidos como ellos, esos que ahora no paran de darnos lecciones de vida, como sabemos de sus pulsiones violentas y excluyentes. Frases tan amenazadoras como aquella de Abascal contra el presidente Sánchez en el cónclave con aroma de aquelarre ultraderechista que tuvo lugar en Madrid hace unos días, deberían alertarnos. Puede que más incluso que las insultantes y estrafalarias palabras del presidente argentino Javier Milei contra el propio Sánchez y su familia que tantos ríos de tinta ha provocado.

Cuando alguien como Santiago Abascal considera que puede preguntarse a voz en grito y sin que nada pase aquello de «¿Cómo es posible que no hayamos aún echado a patadas y corrido a gorrazos a Pedro Sánchez?”, no estamos hablando de un discurso político cualquiera, ni sus palabras forman parte de ningún análisis ideológico aceptable en democracia. Son, claramente, otra cosa, una peligrosa incitación a la violencia. De modo que sí, puede que, sin habernos dado cuenta, algo grave esté a punto de romperse. O quizás se haya roto ya. Y eso debería alertarnos y preocuparnos.

Desenmascarar a Abascal y a gentes como él puede que no sea fácil, pero seguro que es posible, porque tienen rostro, son conocidos, pero luchar contra ese otro ejército de replicantes con ínfimas cuotas de poder y que se consideran con el derecho de decidir qué leemos en la biblioteca de nuestro pueblo, qué debemos pensar y cómo debemos comportarnos en la calle, quiénes pueden transitar libremente por ella y quiénes no, puede que ya no sea tarea tan sencilla.

Gestos que nos parecen estrafalarios, como el citado del edil de Cultura de Burriana —que hasta el propio alcalde del PP tuvo que salir raudo a corregirle— no deberían ser solo una anécdota. Detrás de la decisión de censurar Barbie y de 20 000 especies de abejas está la constatación de que el mal ya está inoculado. Que hay ya demasiada gente dispuesta a ejercer de matón y de censor a sueldo. De actuar de personajes secundarios en un remake de una vieja película de terror que ya vivimos otras veces.

Pepe López

Periodista.

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