Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Cuerpo a tierra

Emotivo homenaje en El Barraco a Justo Nombela Maqueda

Fuente: familia Nombela.

Este es el discurso que pronuncié el pasado día 21 de septiembre en el Ayuntamiento de El Barraco, en el homenaje que se le rindió a mi padre, Justo Nombela Maqueda (fallecido en Alicante en 2022), por parte de dicho Ayuntamiento, la Diputación de Ávila y la Asociación del Cuerpo Nacional Veterinario del que fue su presidente. Al emotivo homenaje asistieron más de cien personas y estuvieron representados, entre otros, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) por su secretaria general, la veterinaria Ana Rodríguez Castaño, así como estuvo presente el presidente provincial de ASAJA, y hubo una buena representación de sus compañeros, varios alcaldes de la zona, el delegado de la Junta de Comunidades de Castilla y León y varios académicos de la Real Academia de Ciencias Veterinarias.

Justo Nombela Maqueda, doctor en Veterinaria, ocupó a lo largo de su vida profesional los tres altos cargos en sendas subdirecciones generales, tanto del Ministerio de Sanidad como del Ministerio de Agricultura. Recibió varias condecoraciones por sus méritos profesionales. El homenaje, promovido por sus compañeros, pretendió, en palabras de Ana Rodríguez Castaño, destacar su figura y la importante labor que los veterinarios realizan en el tejido productivo, así como la vocación de servicio público que desarrolló Nombela, a lo largo de su dilatada trayectoria profesional.

Después de la impecable laudatio de su compañero de profesión, Cleto Sánchez Vellisco, y de la emotiva semblanza profesional de mi hermano José Javier, me ocupé de presentar la cara humana de mi padre. La comparto con vosotros como una forma de extender el homenaje a todos los amigos a los que sé que os habría gustado estar presentes en el acto.

“Autoridades, familia, amigos todos,

Empiezo por el final. Quería deciros que este homenaje a mi padre es un regalo, principalmente para sus nietos, y que os estamos muy agradecidos a todos los que lo habéis hecho posible. Precisamente ellos, sus nietos, fueron un importante motor en la última etapa de su vida.

Nuestra madre, Mari Nieves, y nuestro padre formaron una gran familia con cuatro hijos y nueve nietos —ahora somos 19, dos canes incluidos—, a la que transmitieron los valores de la unión, el cariño y el ir todos a una, por encima de cualquier otra consideración. Lo que le pasa a uno de nosotros nos acaba afectando a todos y el crear esa red de seguridad de la familia es sin duda una de las mejores cosas que hizo Justo, más allá de sus indudables méritos profesionales. Él fue quien animó a su mujer a estudiar Veterinaria, porque veía que con los cuatro hijos en casa hacían falta más ingresos y no concebía otra solución que no pasara por estudiar una carrera universitaria. Y ella se dejó convencer y lo hizo de una manera sobresaliente, pues formaron siempre una pareja extraordinaria tanto en lo unidos que estuvieron como en la energía tan potente que emanaba de ellos dos.

Justo era una buena persona, alguien que tenía muchos amigos, carismático, simpático, que solía caer bien y se interesaba por las necesidades de todo el mundo. Por poner algún ejemplo, desde la Asociación del Cuerpo Nacional Veterinario se preocupó siempre de atender a las viudas de sus compañeros. Si algo lo caracterizaba como persona era eso, su enorme capacidad para darse a los demás, acompañar, ser solidario. Atendió a dos de sus primas en su última enfermedad, llevándolas a los tratamientos e incluso dándoles la comida. Y todo lo hacía sin darse la mínima importancia, además.

Fuente: familia Nombela.

Justo era tremendamente familiar. Se preciaba de librarse de muchos almuerzos de trabajo para ir a comer a nuestra casa con su padre, el abuelo Santiago, que desde que enviudó venía cada día a mediodía a comer con nosotros. Le encantaban los encuentros de toda la familia y en casa siempre acogíamos a otros parientes que estaban solos en Nochebuena. Solíamos cenar de veinte personas para arriba en el salón de casa del Paseo del Rey, 26, de Madrid, y si había que cantar o bailar, él estaba el primero, pues era muy alegre.

Aparte de familiar, era muy amigo de sus amigos, y le encantaba reunirse con José Luis García Ferrero, Ismael y Miguel Ángel Díaz Yubero, José María Iturbe y Serafín Quintanilla y Rafa Pérez Albendea —entre otros— siempre que podía. Era jugador de mus y alguna vez ganó algún torneo. Solía organizar los encuentros y viajes con los compañeros del curso y sus esposas —porque en su promoción creo que no estudió ninguna mujer—, dado que era el que movía el grupo, y cuentan que lo pasaban de maravilla.

En una semblanza personal es imprescindible destacar algunos rasgos del carácter de mi padre. Justo no era pacífico, sino todo lo contrario: beligerante, a tope, especialmente con la mediocridad. Y tenía un humor explosivo, que asomaba algunas veces y del que convenía ponerse a salvo. Su nivel de exigencia, en primer lugar hacia sí mismo, pero también hacia los demás, era altísimo. Recuerdo que siempre leía mis columnas y no solía decirme nada, para él bastaba con un gesto de aprobación —pues en eso era muy abulense él—, salvo cuando no le había gustado. Poco antes de morir me dijo de uno de mis artículos, “éste no está a tu altura”, dejándome planchada. Me fastidió, pero tenía razón. Y, aunque a José Javier, a Óscar, a Justo jr. y a mí nos dolieran algunas de las cosas que nos decía —pues hasta casi el final no soltó la sacrosanta misión de educarnos— casi siempre acabábamos reconociéndole que tenía la razón.

Por daros algún otro detalle de su personalidad, sobre todo a quienes no lo conocisteis, aprendió a disfrutar de los numerosos viajes que realizó —más de setenta misiones internacionales— y con frecuencia se dejaba su pijama o lo que llevara en la maleta en el hotel de turno, para poder llenarla con todo tipo de recuerdos de los lugares que visitaba. Traía de todo, desde manteles a un elefante de madera, pendientes o fulares. Como al Dr. Livingstone, África atrapó al Dr. Nombela y Angola era el lugar al que más le gustaba regresar.

Puesto que él lo hacía todo a lo grande, cuando debutó su enfermedad, en 2008, fue todo muy aparatoso. Recuerdo que le pregunté, estando ingresado, “papá, ¿a ti qué te ha faltado por hacer?”, y él me contestó —en lo que a mí me pareció un auténtico brindis al sol, porque los médicos nos lo pusieron muy negro entonces—: “yo lo que quiero es ver crecer a mis nietos”. Y lo consiguió, como todo lo que se propuso en la vida, debido a su enorme tesón y a la confianza inquebrantable que tenía en sí mismo. Todos estamos muy orgullosos de haber sido sus hijos y queremos que los nietos se inspiren en su figura, para que mantengan alta la seguridad en sí mismos y sepan, con el ejemplo del abuelo, que querer es poder.

A lo largo de los catorce años que convivió con su enfermedad desarrolló una faceta de su carácter que lo hizo ser mucho más pacífico. La aceptación y a la vez la resiliencia que demostró a lo largo de ese tiempo fueron un verdadero ejemplo para nosotros, por no hablar de su determinación a la hora de someterse a tantísimos tratamientos, pues estaba convencido de que iba a conseguir vencer al dichoso linfoma. Y no venció, pero es cierto que le ganó unas cuantas partidas, y sí consiguió su objetivo de ver crecer a sus nueve nietos y hasta asistió, tirando de su cuerpo, a la graduación de mi hijo Javi, pocos meses antes de dejarnos. Como él habría dicho, con su tono socarrón de siempre, porque tenía un sentido del humor muy particular, él siempre iba hasta el muro.

Fuente: familia Nombela.

Justo y Mari Nieves rehabilitaron la casa de los Maqueda Zazo, que está frente a este Ayuntamiento de El Barraco, y la llenaron de recuerdos de su vida, de sus viajes por todo el mundo y de las vidas de sus antepasados. Él quería reposar en El Barraco, como así se hizo, pues sentía verdadera pasión por su pueblo, su gente, y los recuerdos de su familia, sobre todo de sus padres, Santiago y Carmen, dos personas ejemplares y sin duda adelantados a su tiempo que, en la posguerra, ahorraron hasta la última peseta para poder dar estudios superiores tanto a él como a su hija Carmen. Y él se sentía muy orgulloso de ello.

A nuestro padre le habría encantado este homenaje y sobre todo la bonita idea de que se haya organizado aquí, en el Ayuntamiento de su pueblo. Muchísimas gracias a todos por hacerlo posible, de todo corazón, en nombre de la familia Nombela Olmo”.

Mónica Nombela Olmo

Abogada.

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  • He disfrutado con tus hermosas palabras y, si me lo permites, me sumo al homenaje que tributasteis a tu padre, de quien pones de relieve algo que yo también estimo más que ninguna otra cosa, el amor a la familia, a sus padres, a su esposa, a sus hijos y a sus nietos. Amor, por añadidura, a los amigos, con los que le gustaba, como a mí me encanta, jugar al mus. Un abrazo.