Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Debatiendo

El sentido de la libertad

Fotografía: Javier Allegue Barros (Fuente: Unsplash).

El hombre es un ser ansioso de verdad y bien. Nadie quiere el error o el mal. Cuando nos complacemos en el error o en el mal, lo más frecuente es que ese error o ese mal se nos hayan presentado disfrazados de verdad o de bien. La auténtica verdad consiste precisamente en la adhesión de la voluntad, del querer del hombre, a la verdad y al bien. Cuando nuestra inteligencia no acierta a mostrarnos la realidad de la verdad y el bien, sino que se equivoca y nos muestra sólo apariencias de verdad y de bien, al adherirnos a esas apariencias, no obstante utilizar nuestra libertad, lo que hacemos es malgastarla, corromperla, en última instancia destruirla, porque la libertad, si no se utiliza correctamente, se destruye a sí misma.

Llegamos así a calibrar el recto uso de la libertad si se dispone hacia el bien; y su equivocada orientación, cuando con esa facultad el hombre se olvida, se aparta de la verdad. La auténtica libertad nos compromete a buscar con ahínco, conscientes de nuestras propias limitaciones y flaquezas, la verdad y el bien genuinos y fidedignos. No por razones inmotivadas el apóstol San Juan recoge en su evangelio las palabras que respecto de la libertad y de su modo de ejercitarla pronunció el Dios hecho hombre: “la verdad os hará libres”. Estas palabras nos orientan para rechazar el engaño de los que se conformen con un griterío (¡libertad, libertad!), exigiendo en realidad una tolerancia excesiva respecto de sus errores y sus agresiones verbales o incluso físicas. Además, muchas veces, en ese mismo vocerío se esconde una trágica servidumbre. Porque la elección que prefiere el error no libera; lo único que libera es la verdad.

La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad: cuando se gasta en buscar el bien. Ahí se resume la buena actuación de nuestra voluntad que nos lleva a elegir la verdad y el bien después de distinguirlos del error y del mal. Conviene tener muy en cuenta el ‘sentido de la libertad’ que ineludiblemente nos enfrenta con la ‘responsabilidad de nuestra conciencia’. La suprema dignidad del hombre, libre para dirigirse por sí mismo, sin coacciones de ninguna clase, hacia la verdad y el bien, nos obliga a ejercitar nuestra libertad con ese otro sentido de la responsabilidad, inseparable del recto uso de nuestra libertad. Sin un compromiso serio de asumir responsablemente las consecuencias de nuestros actos, tarde o temprano nos veremos manejados por otros, viviremos en la indolencia y sujetos a lo que determinen los demás. El que no escoge (con plena libertad) una norma recta de conducta dirigida hacia la verdad y el bien está, como una veleta, en situación de ser zarandeado por cualquier viento; es como materia plástica a merced de las circunstancias; cualquiera lo moldea a su antojo y de ordinario es esclavo de sus pasiones y de las peores tendencias de propio egoísmo humano. Y ello con el subsiguiente daño para la libertad de los demás y para la convivencia pacífica de todos. El Estado —Congreso, Gobierno y Jueces— tiene el deber de respetar y defender las diferencias que existen entre sus ciudadanos y permitir que su diversidad y su pluralismo sirvan al bien común. En tal perspectiva, la libertad de los individuos y de las comunidades de profesar y practicar su religión es un elemento esencial para la coexistencia pacífica. La libertad de las conciencias y la búsqueda de la verdad y el bien según la propia fe religiosa son tan fundamentalmente humanas que toda tentativa de limitarlas supone un grave atentado al derecho de los ciudadanos a ser plenamente libres.

La libertad religiosa es un derecho que todos poseemos porque deriva de la inalienable dignidad de cada ser humano. Y existe con independencia de las estructuras políticas y sociales, cuya obligación es reconocerla y defenderla de cualquier ataque o interferencia. Donde hay discriminación en la comparación de los ciudadanos en base a sus convicciones religiosas se comete una injusticia fundamental contra los propios ciudadanos y contra Dios. Y el camino que conduce a la convivencia pacífica se llena de graves peligros y grandes obstáculos.

José Ochoa Gil

José Ochoa Gil es abogado y colaborador de “La Verdad” y el seminario “Valle de Elda”, y en Alicante con la revista trimestral “Punto de Encuentro”, editada por CEAM Parque Galicia.

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