Para mí el lujo es volver a ver los columpios de la playa de San Juan desprecintados y llenos de niños. Pero para un millonario, el lujo es otro concepto que aún estoy por descifrar. Mi experiencia como periodista en el sector de la comunicación luxury me ha llevado a reflexiones y experiencias que me gustaría compartir en un pequeño artículo de opinión. El prisma con el que la objetividad desaparece en la mayoría de mis trabajos es el de la ingenuidad, una cualidad que no he perdido con los años, que a menudo me proporciona algún disgusto, pero que también me hace ver la realidad con un prisma muy diferente. Ver el mundo aún con ingenuidad produce efectos curiosos en esto del llamado sector lujo.
A medida que me adentro en un mundo en el que tener un millón de Euros es lo mínimo para empezar, me encuentro con personas que pagarían lo imposible por vivir rodeados de un estilo de vida que en mi opinión uno no tendría que comprar si no se hubiera dejado llevar por la vorágine del consumismo y el capitalismo. He aprendido que quien busca lujo busca silencio, espacios amplios, naturaleza, privacidad, mimos, mirar las estrellas en un cielo descontaminado, sentirse único… no sé, son cosas de las que yo he disfrutado desde niña viviendo humildemente como hija de maestro en un pequeño pueblo rural de Castilla y León. Y ahora resulta que a mis casi 45 me veo entrevistándome con personas que viajan distancias imposibles (eso sí en jet privado) para pagar por un lujo entendido como algo para mí esencial e inherente al ser humano.
De mi paso por este sector me ha parecido entrever que detrás de las grandes fortunas a veces hay episodios oscuros. Muy oscuros. Accidentes por exceso de velocidad a bordo de coches de alta gama, compras millonarias que acaban frustradas, engaños, evasión de capitales en incluso desapariciones si le juegas una mala pasada a un “tiburón”. Hasta sorpresas de última hora en los testamentos. Estas sorpresas suelen tener nombre de mujer y no llegar a la treintena de años. También suelen tener asignado un cirujano. Esta es la parte que uno no quiere ver en unos negocios que se cierran en salas privadas. Esta es la parte que uno ve en las pelis de serie B de los sábados por la tarde.
Una de las cosas que le tengo que agradecer en esta andadura es el descubrimiento de Bansky, un seudónimo de un artista de arte urbano británico conocido por su misteriosa identidad. Me encanta su trabajo. Sus imágenes me invitan a reflexionar, como también intento que me haga reflexionar este sector luxury en el que estoy adentrándome. Navego entre mil páginas físicas y virtuales intentando descifrar los códigos de este mundo en el que uno está dispuesto a pagar cualquier cifra por unas vistas al mar con una perspectiva única. Y me gustaría encontrar filosofía en ello y unos porqués o pensaré que vendo mi pluma a un puñado de caprichosos mercenarios que creen que todo se puede comprar. Y esto no puede estar más lejos de mis valores.
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