Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

El imperio de los algoritmos

(Fuente: Freepik).

El término inteligencia artificial (IA) forma parte intrínseca de nuestra vida cotidiana. Así, aunque no seamos expertos en la materia, sabemos que un ente desconocido en vocabulario profano a la materianos recomienda películas, programas de televisión o canciones que seguramente son de nuestro interés. Nos hemos acostumbrado a la presencia en los muros de nuestras redes sociales de anuncios publicitarios que coinciden con nuestros gustos o ilusiones. Tenemos la sensación de que nos escuchan por nuestros terminales digitales y que alguien apunta nuestras preferencias. Nada más lejos de la realidad, según apuntan los expertos, ya que no necesitan que digamos en voz alta qué producto quisiéramos adquirir sino que, en nuestro uso de los medios tecnológicos, ofrecemos datos personales que la inteligencia artificial procesa hasta localizar cuáles son nuestras tendencias o intereses.

De este modo, la mente humana no está siendo complementada, sino substituida, en algunas parcelas del saber, por la IA, que debe su funcionamiento a los algoritmos. Estamos delante de unas secuencias lógicas y precisas de operaciones que se deben ejecutar para alcanzar un objetivo o resolver un problema. Así, se han convertido en fundamentales en el mundo de la informática y de la programación, ya que proporcionan un método sistemático para resolver problemas y realizar tareas con gran eficiencia y efectividad. Cada vez que interactuamos con la tecnología, es probable que un algoritmo esté trabajando en un segundo plano para hacer posible la funcionalidad que estamos experimentando.

¿Estamos, pues, en un nuevo sistema social y humano donde los algoritmos acaban decidiendo por nosotros? ¿Vivimos una dictadura de los algoritmos? Es obvio que su impacto en el día a día es alto en lo que respecta a la toma de decisiones y la influencia de nuestras elecciones o actividades. Un hecho es cierto, hemos aceptado el desembarco de la tecnología abriendo nuestros límites tecnológicos al máximo, sin controlar quién los genera y qué finalidad tienen en la recopilación de la información privada de cada uno de nosotros. De este modo, los algoritmos determinan el contenido que aparece en nuestros perfiles en las plataformas en línea, en las redes sociales, en las plataformas de noticias o en motores de búsqueda. Así, influyen en nuestras decisiones de compra y de consumo; aparecen recomendaciones que se acercan a nuestras preferencias. Predicen nuestros gustos y preferencias y nos persuaden de sus ventajas. Estamos delante de unas herramientas poderosas que pueden tener sesgos importantes que potencien un consumismo desmesurado y fuera de toda lógica.

El escritor y físico nuclear Agustín Fernández Mallo presentaba recientemente su libro La forma de la multitud (2023), donde aborda la substitución en el imaginario colectivo de la divinidad o los gobiernos por los algoritmos. Apunta a la construcción de una red cibernética donde se cruzan los datos que ofrecemos en el uso de la tecnología que imposibilita conocer las verdaderas intenciones de quien hace uso de estos resultados. Así se concreta una nueva forma de gobierno mundial donde nadie obliga a nada, pero se seduce al usuario para que haga una determinada compra o tome una decisión concreta. Perdemos el control de nuestras opciones o decisiones por la influencia que recibimos de manera inconsciente de todo este proceso. Como bien apunta el autor, hasta finales del siglo XX cualquier poder aplicaba la coerción; en la actualidad, manejan nuestras emociones. Estamos delante de un “hemocapitalismo” que representa una nueva manera de dirigir la mente humana sin que sea consciente de ello.

Aunque el fenómeno es relativamente nuevo, ya se pueden escuchar voces contrarias al proceso. Así, en nuestra sociedad capitalista nada es gratis. Si lo aplicamos al uso de los medios de comunicación, observamos que las redes de información no tienen precio económico directo, a diferencia del periódico tradicional. Pero nada sale sin coste, ya que mientras formamos parte de esa estructura económica basada en el consumo, nuestros perfiles nutren de datos a las empresas o entidades que necesitan conocerlos para ofrecernos sus productos y convencernos de su condición de imprescindibles para todos nosotros. Pasamos a formar parte de un big data o datos infinitos que recogen tendencias, conocimientos privados o patrones que sirven para personalizar servicios, ofrecer soluciones o productos que condicionan los procesos mentales del ser humano.

¿Vivimos, pues, un nuevo orden económico y social donde no se necesitan batallas externas o concreción de gobiernos represivos para condicionar nuestros actos diarios y decidir indirectamente por cada uno de nosotros? El debate está iniciado; seamos pues responsables en nuestras últimas decisiones porque, aunque nos intenten condicionar, nuestra voluntad debe imperar pese a todo. Un reto para tener en cuenta para conservar nuestra libertad.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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  • Soy pesimista sobre el reto por la libertad. Una mirada, aunque no sea muy profunda, al panorama nacional e internacional no anima al optimismo. Interesantísimo tu escrito. Un saludo cordial.