Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

El gran espectáculo de Sumar

Yolanda Díaz, tras el acuerdo de Sumar (Fuente: RTVE).

Nos gusta el cine, como nos emocionan el teatro y los libros, los cuentos, sobre todo los cuentos, porque encierran historias de pasión, amor, odio —también odio—, venganzas, giros imposibles, y porque todo eso y de alguna forma y manera son la vida que no se nos ha permitido vivir, pero a la que secretamente aspiramos, y seguramente también porque son el terreno vedado de los sueños.

Tan cierto es esto —que nos gustan los libros y todos esos mundos— como que nos atraen porque hay magia, hay tramas indescifrables, giros inesperados, hay épicas victorias, derrotas honorables, amores imposibles, pero sobre todo contienen una pizca de esperanza derramada sobre el paso grisáceo de las horas y los días de cada uno. Y, seguramente, sucede esto porque en gran medida, desconocemos las pasiones inconfesables de sus autores, sus filias y fobias, sus tendencias asesinas, sus pasiones más ocultas, sus celos inconfesables, sus grotescas costumbres. Todo eso casi preferimos no saberlo. Rompería parte de esa magia, quebraría nuestro idilio con las historias y con los cuentos.

Partidos que componen Sumar (Fuente: Al Día, Cuatro).

Se supone que esto de Sumar debía ser un poco más de lo primero, de cuento sin hadas ni madrinas despanzurradas, ni príncipes destronados, y mucho menos de lo segundo, aunque unas gotas de egoísmo y traiciones se disculpasen. Se suponía que su principal actora, Yolanda Díaz, quería contar un cuento, una película, que se adentrase en el terreno de los sueños y esperanzas de la gente y que les ahorrase en la medida de lo posible esta vez los detalles escabrosos del parto y del doloroso nacimiento.

Como se suponía —y no sé si es mucho suponer— que esta de ahora era una historia a favor de la mucha gente que se siente orillada, abandonada por el sistema si es que hay manera de saber qué es el sistema; una historia a favor de jóvenes condenados a la indigencia laboral, a favor de las personas mayores que tantas veces miran a su alrededor y solo ven que son números en las cuentas de la seguridad social, de gentes sin casas y casas sin gente… pero resulta que estamos aún donde estamos. En las tripas. En la putrefacta casquería. En ver cómo desollamos al que tiene que viajar en la misma barcaza.

Yolanda Díaz (Fuente: Al Día, Cuatro).

Y es que tras semanas hablando solo de lo suyo, de listas, de nombres, de conceptos tan ininteligibles como puestos de salida, de comportarse como infantes en un pueril reparto de cromos amañados, de fintas de última hora para forzar el acuerdo desde el más profundo desacuerdo, de comportarse como niños enrabietados, de vetos y contra vetos, de mirarse de reojo, de juntarse y no juntarse, el peligro está ahí: que al final de todo no haya cuento que contar porque el cansancio, el hastío y la paciencia no dejen hueco para más.

Se supone que en algún momento —las horas y los días pasan, tic-tac-tic-tac…— empezarían a hablar de eso otro que tanto se espera, de la trama, de la historia, del mismo cuento, de las metas a conquistar, pero no está claro que eso vaya a suceder, al menos mientras los gurús que solo están para adular y esos personajes zombis que ya están muertos sin que ellos lo sepan, sigan reclamando su nombre en los créditos, su presencia en escena. Irene Montero, pero no solo. El ruido es tan ensordecedor, tan inarmónica su melodía, tan estridentes sus silencios, que hacen cada vez más difícil que la forzada música que pueda surgir de aquí al 23J pueda tapar todo lo acaecido.  

Irene Montero (Fuente: Ministerio de Igualdad).

Se supone, decíamos, que todo eso —esperanza, ilusión… — debía ocurrir y no está claro que vaya a suceder. Sobre todo porque esta trama, este libro, ya se ha escrito otras muchas veces. Un relato donde pareciera que los únicos personajes que importan son ellos mismos, sus intereses más cercanos, sus banderas y banderías, sus ajustes de cuentas con el negro pasado, sus nombres imposibles de recordar, sus siglas partidarias puestas ahí para dividir y enfrentar, para marcar territorio, como si, ya puestos, quedase territorio que defender.

Del libro de libros sabemos quien es Sancho, quien Don Quijote, quien Dulcinea, quien Rocinante, hasta puede que se nos venga a la memoria el buen nombre de Rucio, como igualmente sabemos de las andanzas de sus personajes, y debe ser por eso que no nos importa leerlo y releerlo, una y otra vez, porque siempre, siempre, esperamos ansiados que ocurra lo que nunca va a ocurrir. El vano territorio de los sueños.

Don Quijote y Sancho (Fuente: Clan RTVE)

También aquí, en esta historia de Sumar, se esperaba que hubiera un giro de guión, que no sucediera lo de otras veces, que bien avisados estaban sus personajes para no entrar en detalles que a nadie interesaban. Pero no. El libro es el libro. La trama se hace por momentos ininteligible, y todo emerge nuevamente borroso: las siglas que lo alumbran son, parecen, una sopa de letras de difícil digestión, los nombres una entelequia no apta para profanos, y mientras eso sucede casi nada sabemos del cuento, del relato mismo, porque trágicamente solo se deja oír el ensordecedor ruido de unos niñatos y unas niñatas que se creen que el mundo empezó a girar con ellos, sin darse cuenta de que los cuentos —todos— son muy anteriores a sus estériles cuitas.

Tan antiguos son —los cuentos— que es difícil saber cuándo y dónde se empezaron a contar. Es casi seguro que muy antes del gran espectáculo de Sumar.

Pepe López

Periodista.

2 Comments

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  • Gracias por azuzar mi reflexión. Yo jamás hipotequé ni hipoteco mi pensamiento ni mi voto en las urnas y así en el 2019 (urnas en abril y en noviembre) mi voto en libertad voló hacia el sobre del PSOE…
    Y añado que en Democracia es muy sano disponer de alternativas con el fin de ser libre al votar, libertad entendida en el sentido que poseía en la Antigua Grecia Clásica: «Libertad es poder hacer lo que considero que debo hacer»…
    Un abrazo, pedro j Bernabéu

  • Lo tuyo, Pepe, es el cuento de nunca acabar, eso sí muy requetebién contado. Te fluye el verbo con elegancia y porte, pero te pierden los subterfugios de la ideología. Con un tarro de sutil independencia, tus tostadas, tus ideas, serían mucho más digeribles, incluso creíbles. Lo de Sumar no deja de ser un experimento que nace de la desesperación y podría tener el mismo final que Podemos. Yo voy por otros derroteros y pienso que el futuro de España dependerá de un PSOE que vuelva a la senda de la socialdemocracia y de un PP asentado en el centro derecha. Te lo digo desde mi absoluta independencia política. Insisto en que me gustan las ideas y no las ideologías. Es ininteligible y absolutamente rechazable que a España la gobiernen las minorías. Un abrazo.