Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

El «espíritu de Franco» con pantalones de pitillo

Estatua en bronce de Adolfo Suárez frente a la Catedral de Ávila. Fotografía de David Pérez (Fuente: Wikimedia).

Cerca de la catedral de Ávila hay una placita con la estatua en bronce de Adolfo Suárez, expresidente del Gobierno y figura icónica de la Transición Política española. Es un monumento al natural. Tanto, que no es de extrañar que alguien lo haya confundido con un amigo o le pida fuego para encender un cigarrillo. Adolfo Suárez aparece tal como fue: de porte elegante, impecablemente vestido, con el nudo Windsor de corbata, gesto serio. Su pose es la de un señor que observa la fachada gótica de una iglesia o aguarda en la cola del autobús, o espera la aparición de su novia.

Me senté en un banco de la plaza y me mantuve un rato, ensimismado, mirándole, rebobinando su pasado, mitad glorioso, mitad trágico, audaz y precavido a la vez, el mío, ya de vueltas de muchas cosas. Mientras lo observaba repetía en mi interior la frase impresa en la lápida a ras del suelo: “Fue posible la Concordia”. ¡Cientos de pueblos y ciudades de España habían puesto ese nombre tan hermoso, Concordia, a su plaza más importante! En alguna ocasión, la plaza se construyó a propósito para poner ese nombre: “Concordia”. Adolfo Suárez la extrajo del diccionario de la Real Academia Española para esculpirla en el corazón de la mayoría de los españoles. Cuarenta y cinco años de concordia. He ahí su ingente obra.

Con semblante serio, recordé lo que había hecho aquel hombre de bronce. Hizo “el más difícil todavía” en política: la conversión, desde dentro del sistema, de una dictadura con más de 40 años a sus espaldas, en una democracia. Desmontar la estructura del régimen franquista utilizando los mismos artilugios franquistas. Inventar la cuadratura del círculo en política. Emplear el laberíntico sistema legislativo del fascismo español para introducir leyes que abrían el camino a un régimen opuesto, enemigo, odioso para el régimen: la democracia.

Su hazaña no tenía parangón en la historia reciente de la política internacional. Decenas de universidades de todo el mundo, especialmente americanas, enseñaban a sus alumnos “el modelo español”, incruento, sin cirugía invasiva, de la transición de una férrea dictadura a la democracia empleando la técnica quirúrgica de Adolfo Suárez. Se trataba, en definitiva, de someter a la aprobación por el sistema franquista de una normativa destinada a matar al propio sistema franquista. Un harakiri político en toda regla. ¡Surrealismo puro!

Uno recuerda con frecuencia en estos días crispados al límite, en los que la ambición desmesurada y psicótica de unos se confunde con el sentimiento de frustración de la mayoría, el momento final de la votación de la Ley de Reforma Política, aprobada por mayoría, cuando Adolfo Suárez, el mismo que renacía ahora en la estatua de bronce, respiró hondo y miró arriba, dando gracias al cielo. Así estuvo tres, cuatro segundos.

En la historia de España hay pocos instantes tan emotivos y conmovedores como ése. Porque en esa mirada al cielo se expresaba el sufrimiento de un hombre que no solamente había luchado, a la luz y en la sombra, por destruir el franquismo sino también “el espíritu de Franco”. Nadie como Adolfo conocía ese espíritu y la forma de reducirlo a la nada.

Adolfo Suárez junto a una simpatizante durante la campaña para el referéndum constitucional (Fuente: Moncloa Pool).

Me mantuve sentado un rato, frente a la estatua, y llegué a pensar que Adolfo Suárez, con quien había sido muy crítico a veces durante mi etapa de periodista en activo —nunca disimulé mi admiración por el viejo profesor Tierno Galván—, giraba la cabeza y me sonreía con cierta complicidad. “La cantidad de veces que me pusiste a los pies de los caballos”, susurra la estatua. Saca un paquete de Ducados, lo piensa mejor y los devuelve al bolsillo de la chaqueta. “Las mismas que ahora te añoro, como la mayoría de españoles”, le digo. “Las ganas que tengo de fumar un pitillo.” “Fuma, no te ve nadie. Te acompaño, yo también lo tengo prohibido.”  

Recordamos, juntos, aquel año, a mediados de la década de los sesenta, en el que una publicación, Diario SP, fundada por la hermana del dictador, preguntaba en su portada: “Y después de Franco, ¿qué?”. Uno, aprendiz de periodista entonces, buscó con avidez en el interior de la publicación dónde se encontraba la respuesta, en qué página se aclaraba el misterio. Creo que fue en un editorial donde figuraba escondido como un gazapo: “Después de Franco, vendrá el espíritu de Franco”. En casi cuarenta y cinco años de democracia en este país, solo en el 81 un tal Tejero, con Milán del Bosch, Armada, y otros espíritus silentes de la misma camada se atrevieron a recuperar ese espíritu. Fracasaron.

“Tengo entendido que ahora anda suelto”, dice la estatua. Saca del bolsillo el paquete de Ducados y me ofrece uno. “¿Me acompañas?”, pregunta. Me levanto del banco, me acerco y él saca del paquete un cigarrillo. La estatua lo enciende con un mechero Dupont. “Me lo regaló Amparo.” Permanezco junto a él. Es una mañana espléndida. Algunas cigüeñas sobrevuelan los riscos puntiagudos de la catedral. “Pues sí, Adolfo. El “espíritu de Franco” anda suelto. Y quiere desmontar todo lo que hiciste. Con lo que costó levantarlo.” “Lo que costó”, responde él tras una calada. “Cientos de muertos, enfrentamientos con el ejército, convencer a los comunistas, a los separatistas, a los vascos, a Europa…”

Regreso al banco. Observo de lejos a la estatua, seria, recogida en la austeridad de un gesto sereno, complaciente, insomne, eterno. Tal como es. Apago el cigarrillo y lo arrojo a la papelera. Y me atrevo a hablar en voz alta a aquel “truhan del Misisipi” que tanto molestaba a Alfonso Guerra. “Seguro que ahora también te añora”, digo. “Era un buen tipo, con mala leche, pero siempre de cara.” “Siempre…” “Todo lo contrario de ese “espíritu de Franco”, por lo que dicen.” 

“Es un fantasma, irreconocible pese a su atuendo moderno y con estilo. Usa trajes a medida de cortes ajustados, colores neutros, tirando a grises. Pantalones de pitillo. En ocasiones puntuales, pantalones vaqueros, prietos, señalando el paquete. Es alto, pinta de pívot. Miente más que habla. Nunca da la cara. Utiliza a una guardia pretoriana sumisa y mediocre. Se ha introducido en las principales instituciones del Estado. Ya empieza a dominarlas: el centro de inteligencia, el de investigaciones sociológicas, la fiscalía del Estado, el Tribunal Constitucional, la judicatura, la principal empresa armamentística, la televisión pública, empresas periodísticas… Todo lo que tú hiciste lo ha pervertido. Una especie de franquismo de izquierdas. Se ha aliado con los independentistas, con los herederos de ETA. Quiere enterrar el espíritu de la Transición. Lo que Franco habría querido hacer para intentar dominarlo todo, o creía tener atado y bien atado, lo está haciendo el de los vaqueros, su espíritu reencarnado.

“Me asustas”, contesta la estatua. “El pueblo español muy preocupado.” “¿Y el Rey?”  “No sé si el Rey se ha encerrado en su habitación de la Zarzuela para hacer las maletas o para preparar una jugada maestra que le permita hacerse de nuevo con el timón de la Nación.”

Manuel Mira Candel

Periodista en medios nacionales e internacionales; presidente de la Asociación de la Prensa de Alicante; Premio Azorín de Novela en 2004 con "El secreto de Orcelis" y autor, desde entonces, de más de doce libros, entre ellos las también novelas: “Ella era Islandia”, “Madre Tierra”, “El Apeadero”, “El Olivo que no ardió en Salónica”, “Esperando a Sarah Miles en la playa de Inch”, “Las zapatillas vietnamitas” y "Giordano y la Reina".

8 Comments

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  • Tuve la suerte de hablar con ese Sr. tan educado y elegante pero sobre todo inteligente y si, fue tan grande como incomprendido, creo que en eso de apoyarle acerté en política cosa nada habitual.

  • Manolo querido y admirado por tantas cosas: Tu artículo se merece el Premio Moncloa del año y el desahucio inmediato del okupa ‘pitillesco’ y ‘pillesco’ sin dar tiempo a que intervenga el TC de Conde Pumpido. Lo has sentenciado. No sé si se puede decir que es peor que Franco sin que te empitone la Fiscal General del Estado y te juzgue Pumpido aplicándote ambos algún artículo de la Constitución que se quiere cargar Pedro I el Guapo (también el Mentiroso, el Tragaldabas, el Cobarde y el Traidor), eso sí, constitucionalmente. Y en nombre de la concordia. ¿Se puede ser más cínico y cruel que malversando las palabras paz, convivencia y concordia, considerando hombres de paz a Otegui, Puigdemont y Junqueras? Un fuerte abrazo y asómate a la Hoja del Lunes con más frecuencia. ¿Qué diría Giordano de Pedrito? Ya lo has dicho tú.

    • Me has conmovido, querido amigo. Solo puedo decirte que, como excelente periodista, has ido al alma del seticulo.
      Quiero aprovechar la ocasión para confesarte, a ti, mi colega aliado en tantas batallas, que en el artículo no se cita a Pedro Sánchez, lo cual es tan importante como el artículo en sí. Me explico: Recuerdas cuando teníamos que rizar el rizo, vadear el río, prejuzgar sin juzgar, apuntar sin disparar, calificar sin citar, durante la dictadura, por temor a la censura? Recuerdas?
      Es tal la precaución, el.miedo, en la sociedad española ante el neofranquismo de Sánchez, que la autocensura te sale de dentro, aunque no la necesites, y ese temor, soterrado y oculto, es lo que te obliga a denunciar que nosotros disfrutamos más que nadie al acabar la dictadura: la falta de libertad. Ademas de un articulo , es una metáfora.
      Giordano Bruno estaría escandalizado. Arrancaría la estatua de Suárez y la arrojaria al despacho de Sánchez.

  • Disponemos de magistradas y jueces independientes en España que pararán los pies al vaquero, soberbio Pinocho, reencarnación de vicios de una dictadura que pensamos ya enterrada y que el mismo desenterró en un helicóptero 🚁…
    Yo quiero votar, exijo mi derecho al voto (artículo 2 de la Constitución Española de 1978 con un referéndum nacional como hizo Felipe González PSOE sobre la entrada en la OTAN…)…
    Atinada metáfora ‘franquismo de izquierda’ que ejerció ‘el coleta’ en el en ciernes extinto Podemos y ahora la niña de los peines aprendiz de dictadorzuela ‘espíritu franquista de izquierdas’ en Sumar Restar, tan lejos tan lejos de Julio Anguita, tan lejos ella dictadora de pacotilla, de la Democracia…
    Sí, sí, quiero votar un referéndum nacional (artículo 2 de la vigente Constitución Española)…

  • Magnifico artículo querido amigo y paisano. Conforme en todo. Al final se fue injusto con Adolfo Suárez.
    Un abrazo Julio Calvet