Pedro Sánchez logrará muy probablemente ser reelegido presidente del Gobierno este martes 7 de enero, y lo conseguirá tras una extraña y larga sesión de investidura que habrá ocupado así cuatro días, dos festivos por medio, algo inédito en democracia y que ilustran por sí solo lo anómalo de la situación que vive el país.
Su elección -de producirse, pues un solo voto podría alterar todos los planes- será solo el inicio del tránsito por un camino plagado de minas que, de salir mal, podría ser de consecuencias devastadoras para el entramado institucional y la convivencia nacional. Si esto sucede así -la reelección- podrá alegarse que todos los peligros que ya se han vislumbrado en las dos primeras sesiones de esta interminable investidura no justificaban en ningún caso la continuidad de la parálisis y el bloqueo y que era obligación del candidato intentarlo. E igualmente que esta era la única elección viable para evitar unas terceras elecciones, de consecuencias posiblemente no menos graves para la credibilidad democrática.
Dando por hecho que todo esto ocurrirá, hay al menos dos preguntas que sobrevuelan todo lo que ha ocurrido en el hemiciclo del Congreso de los Diputados a lo largo de esta sesión de investidura que se iniciaba el pasado sábado día 4, que continuaba ayer domingo, que hoy lunes 6 festividad de los Reyes Magos tiene su jornada de descanso y que, si todo acaba de acuerdo al plan acordado, finalizará mañana martes 7 de enero con la investidura de Pedro Sánchez.
La primera gran incógnita -sin respuesta posible a día de hoy y con derivadas múltiples- sería esta: ¿una vez conseguida la investidura, con quién o quiénes piensa andar ese camino lleno de minas, si los aliados de hoy son los que ya amenazan con sellar toda salida? Las palabras del portavoz de ERC, Gabriel Rufián, ese aliado bipolar que te da una mano y con la otra te amenaza, lo dejó claro en la tribuna del Congreso: “Si no hay mesa, no habrá legislatura”. Y eso, sin contar con que la apuesta arriesgada y de altísimo voltaje de Sánchez no pueda tener como consecuencia una implosión desde dentro de las propias filas socialistas, cuestión que no es, en absoluto, descartable.
Porque, a día de hoy, lo cierto y verdad es que el único apoyo estable, aparentemente firme y fiable, que parece contar el propio Sánchez es el proveniente del espacio político de Pablo Iglesias y Ada Colau, y si acaso el de los 3 diputados de Iñigo Errejón. Todo lo demás (PNV, ERC, Compromís, BNG, Teruel Existe, Bildu…) tiene fecha de caducidad en la medida en que el contrato firmado con cada de una de las partes se vaya incumpliendo o retrasando el pago de la contrapartida.
Descontado así que habrá gobierno, y sin saber aún si podrá haber también legislatura, el segundo gran problema al que se va a enfrentar el propio Pedro Sánchez, y de paso el conjunto de la ciudadanía española es, muy posiblemente, saber qué Pedro Sánchez va a ser el que pilote este tiempo nuevo que pretende iniciar el candidato Sánchez. En definitiva, cuál de las muchas caras con las que se ha presentado en público será la que finalmente triunfe en el futuro.
Porque, claro, es muy posible también que estas preguntas no solo se las lancen como armas arrojadizas quienes abierta y ferozmente ya han anunciado desde la tribuna del Congreso todo tipo de medidas judiciales y de presión con la intención clara de hacer naufragar el barco, sino que estas mismas preguntas y sus diversas variantes se las puedan estar haciendo quienes estos días le aplauden y le apoyan enfervorecidos desde los asientos de Congreso, eso sí una vez que la espuma del cava navideño deje sitio al frío de la realidad de enero, febrero y meses siguientes.
Porque, claro, no es lo mismo que el presidente futuro vaya a ser uno o vaya a ser otro. Así, es legítimo preguntarse si el presidente por venir será el político que se enfrentó sin armadura de combate al comité federal del PSOE que le destituyó por ser -decían sin decir- un peligro público, el mismo que dio un portazo a su propio partido para, acto seguido, abandonar su acta de diputado en el Congreso como un gesto de coherencia personal y ganar contra pronóstico las primarias a la reina del Sur, Susana Díaz.
Cabría preguntarse igualmente dónde queda en esta obra de la mil y una caras el Sánchez del “no es no” a Rajoy, o aquel que, tras ser desalojado del poder en su partido, denunciaba en una entrevista a Jordi Évole en Salvados, una caza de brujas contra él desde instancias de su propio partido y de las fuerzas vivas y mediáticas más poderosas del país.
Y en esta retahíla de interrogantes sin respuestas, cabría preguntarse legítimamente también qué queda del Sánchez que dijo no podría pegar ojo con Pablo Iglesias de vicepresidente del Gobierno y con comunistas en su gobierno, aquel que afirmó en plena campaña del 10-N que jamás de los jamases encabezaría un gobierno que dependiera de los independentistas catalanes.
Como es igualmente honesto preguntarse a día de hoy si será el Sánchez que se dice feminista hasta más allá pero que no tiene problema alguno en firmar como propio un libro –Manual de resistencia– escrito en realidad y en gran medida por una mujer, como la propia autora -Irene Lozano- ha venido a reconocer de forma indirecta y pública. O, ya más cercano, cuál es la pócima que ha posibilitado esa transmutación en apenas dos meses del “problema de convivencia” de Cataluña al reconocimiento por escrito del “conflicto político”.
Y todo ello, porque podría suceder que el problema del nuevo Gobierno, si finalmente sale investido Sánchez, no vaya a ser (al menos no solo) su clara dependencia de los independentistas catalanes de ERC y los nacionalistas vascos como la derecha trompetea sin parar. Ni que tampoco lo vaya a ser la presencia de Podemos y los comunistas en el Consejo de Ministro y la amenaza de esa supuesta deriva bolivariana que algunos no se cansan en señalar como antesala de las siete plagas por venir. Ni siquiera, la feroz campaña en la calle y en los juzgados que ya se avizora desde el espacio político que representan las tres derechas (PP, Vox y Ciudadanos) y que cabe anticipar que la judicialización de la crisis catalana va a convertirse en la antesala de la judicialización de la vida política del conjunto del país, si no que el verdadero problema de Pedro Sánchez y su primer gobierno de coalición en democracia acabe siendo el propio Pedro Sánchez.
Que un día se levante, se mire al espejo y este, espejito, espejito, le devuelva todas y cada una de sus mil caras cambiantes de estos cuatro últimos años y no sepa bien cuál de todas ellas es el verdadero Sánchez. Que el espejo sea, entonces sí, un espejo roto de muy difícil recomposición. Y que la audacia del candidato en ganar todas y cada una de las batallas hasta ahora sea el prólogo de un desastre de imprevisibles consecuencias.
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