Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

El control de la rabia

Fotografía Rawpixel (Fuente: Freepik).

¿Por qué los humanos manifestamos rabia en algunas ocasiones? Ya lo planteaba el filósofo estoico Séneca en el siglo I d. C. En su obra De la ira discutía ampliamente sobre este sentimiento y cómo afrontarla: “la ira, si no se contiene, a menudo lleva al arrepentimiento; pero si se reprime, siempre lleva a la paz”. ¿Es pues lógico contener esta manifestación tan humana? ¿Reprimirla provoca la superación de su proyección? La contención de sentimientos no siempre puede controlarse, en tanto que, en el momento menos indicado o previsto, puede estallar con efectos colaterales en nuestro entorno. Habría que ir, por lo tanto, al origen de esta percepción, al punto exacto de su concreción. ¿Qué factores pueden provocar esta reacción? Por una parte, cuando sentimos una amenaza o provocación respondemos para defender nuestros intereses o proteger nuestra integridad. Si además percibimos un acto de injusticia, se desencadenan sentimientos de ira que pueden llevar a una respuesta emocional intensa. Tengo que reconocer que este segundo factor es uno de los principales motores en mi manera de entender la vida para actuar contra este tipo de provocaciones. No somos nadie para imponer nuestra decisión ni menos para ir contra las reglas lógicas de la educación y de la convivencia. Observar cómo alguien somete injustamente a otra persona se convierte en un potente motor para intentar solucionar el conflicto y resituar el mando de acción de quien lo provoca.

La rabia también puede generarse como reacción a la frustración y el estrés acumulado. Cuando los hechos no suceden como queremos, podemos sentirnos abrumados y reaccionar contra el prójimo. Este factor no es baladí y provoca el enrarecimiento de las relaciones humanas como ninguna, ya que proyectamos nuestra mediocridad o falta de seguridad para afrontar un problema contra quien pensamos que tiene más facultades para llevarlo adelante. Craso error, pues, en tanto que cortamos la vía de posible colaboración y de asesoramiento de quien parece tener más conocimiento en la materia. Nuestras dudas, nuestra falta de reconocimiento, conlleva entrar en un terreno de arenas movedizas donde el conflicto crece o se retrasa sin sanar su punto inicial. Del mismo modo podemos concebir la ira que se genera frente a las discrepancias entre las expectativas y la realidad que tenemos. Nos sentimos decepcionados o traicionados cuando las cosas no salen como esperábamos.

Los psicólogos aportan además otros factores biológicos y hormonales como desencadenantes de esta emoción. Así el neurocientífico y psicólogo norteamericano de origen estonio Jaak Panksepp definía la rabia como un fenómeno de lucha o huida que se activa en el cerebro humano, a partir del aumento de los niveles de las hormonas del estrés como la adrenalina y la noradrenalina, preparando el organismo para la acción agresiva. Como explica Panksepp en sus estudios, se trata de una herencia de nuestro cerebro reptiliano, como una especie de recuerdo genético de la lucha inicial de las especies por la supervivencia. Un origen biológico que, en circunstancias adversas como la fatiga, el hambre u otros desequilibrios físicos pueden aumentar la susceptibilidad a experimentar ira. Todo ello nos hace entender que no debemos sentirnos mal por haber percibido en algún momento este sentimiento en nosotros mismos; se trata de una reacción natural incontrolable. Contenerla en un momento determinado, siguiendo las explicaciones de Séneca, puede ofrecer un remedio momentáneo, con el riesgo que su freno inicial acabe desencadenando una gran explosión de características imprevisibles para nuestra convivencia. Por este motivo, además de asumirla como propia de nuestra especie, la victoria contra ella es entender los motivos que la han generado y relativizar la situación vivida que se encuentra en su origen.

Seamos críticos con nosotros mismos, entendamos que no somos seres todo poderosos que podemos realizar con eficiencia nuestros objetivos. Luchemos por entender nuestro entorno y aceptemos las sugerencias y explicaciones de quien puede tener más experiencia en la concreción de los objetivos que nos hemos marcado. Respetemos al prójimo, entendiendo que no hay verdades absolutas y siendo conscientes de nuestros propios defectos. La vida es un aprendizaje donde cada uno tiene que encontrar su sitio, sin presunción de superioridad ni de inferioridad. Vivimos en una red de relaciones humanas donde la convivencia se consigue con la resolución de los conflictos de manera pacífica, con el diálogo y la comprensión, sin imposiciones de ningún tipo. No huyamos del debate, planteemos los temas con sinceridad y respetemos todos los puntos de vista. De esa manera, entendiendo que es una reacción lógica, podremos asumir los objetivos expuestos por el filósofo de nuestra antigüedad que tanto le preocupaba el descontrol para la convivencia que puede ser el estallido de la ira: “el primer paso para curar el mal es reconocerlo como tal”. Seamos, por lo tanto, sinceros y humildes. Aceptemos esta reacción como propia, pero localicemos su origen para superarlo. Apliquemos este consejo de Séneca en aras de la convivencia y del progreso de nuestra sociedad.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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