Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

El cansancio de la política o el arte de mentir todo el rato

Fotografía: Niek Verlaan (Fuente: Pixabay).

Un buen amigo, al que presumo generalmente bien informado y siempre interesado en el acontecer político, me comentaba estos días por wasap su hastío y cansancio a propósito de algunos de los últimos debates políticos a cara de perro que estamos viviendo: “Bueno, a mi (ya) se me escapa el tema (de la malversación), y lo voy a dejar. Lo mismo me ocurre con la nueva ley trans o LGTBI”. Era su forma de cerrar página ante el extravío informativo. Y lo grave es que su ejemplo puede que no sea una rareza, ni una excepción.

Más allá del ruido de estos días, de las palabras gruesas, de los temores nuevos emergiendo como amenazas viejas, de si estamos en la antesala de un 23-F con togas (Felipe Sicilia, PSOE), de si Sánchez esta fuera de la Constitución (Núñez Feijóo), de si es Feijóo el que se ubica fuera del marco constitucional (Sánchez, en Valencia), el problema del abandono por cansancio y agotamiento está ahí. Y no solo de quienes desde siempre se declaran ajenos a la política, sino también de estos otros a los que la política les preocupa. Es un agotamiento por no poder saber, un cansancio por el ruido de fondo que todo lo contamina y, sobre todo, de la voladura de puentes mínimos que aseguren el saludable y necesario tráfico de las ideas.

Pedro Sánchez y Núñez Feijóo (Fuente: Perfil @POLITICA_ESPANOLA en YouTube).

El PP de Feijóo parece instalado de forma definitiva en una peligrosa deriva antisistema. Una democracia fuerte puede seguramente aguantar las embestidas de dos grupos que se retroalimentan a cada paso, ubicados en los extremos, como sucede a veces con Vox y Unidas-Podemos, lo que no está en el cuaderno de bitácora de una democracia saludable es que las cuadernas de la arquitectura constitucional vayan a permanecer en pie y sin daños profundos si quien rompe los consensos básicos es el PP. O el PSOE.

Este partido, el Partido Popular, lleva demasiado tiempo instalado en la negación del propio sistema al oponerse a través de sus tentáculos jurídicos a renovar órganos constitucionales como el Consejo General del Poder Judicial desde hace cuatro años y casi seis meses en el caso del Tribunal Constitucional. Las razones cambiantes que ha mostrado hacen que su argumentación carezca de solidez y, sobre todo, de credibilidad. Lo hace claramente porque se niega a perder la cuota de poder que tiene en esos órganos y también porque de alguna manera cree que tiene un derecho especial que niega a los demás.

Fuente: https://www.forumlibertas.com/

Y eso, se llame como se llame, debilita al propio sistema. Un partido llamado a gobernar más pronto o más tarde, pero que por segunda vez en la historia reciente ha decidido quedarse de okupa en las principales instancias judiciales del país, es un partido que se declara a sí mismo fuera del marco de convivencia que emerge de la Constitución.

Ante esta clara deriva anticonstitucional de un partido como el PP, un partido que está en la esencia del propio sistema por representar a los millones de personas que confían en él y que asegura la alternancia, el PSOE capitaneado por Pedro Sánchez, seguramente acuciado por el calendario electoral que viene, ha decidido resolver este gravísimo problema utilizando la puerta de servicio. Y eso también es otra mala solución.

Votación en el Congreso (https://www.huffingtonpost.es/).

Cambiar una ley orgánica como la que regula el funcionamiento de los citados órganos constitucionales aprovechando una reforma del Código Penal es, posiblemente, legal, pues no es la primera vez que se hace, pero es simple y llanamente, un exceso y una patada hacia adelante, hacia un terreno de consecuencias también muy peligrosas. No haber previsto cuál iba a ser la respuesta política, mediática y judicial del conservadurismo patrio, es, seguramente, un muy mal cálculo de riesgos y beneficios.

Bien es cierto que la operación derribo de Sánchez de ahora forjada por la triple alianza política-mediática-judicial conservadora recuerda demasiado a la operación derribo que sufrió el último gobierno de Felipe González (93-96). Donde antes había paro-despilfarro-corrupción hasta la extenuación ahora hay un goteo también constante de calificar al gobierno de ilegítimo y seudogolpista, que estaría preparando un cambio de régimen. Solo hay que leer cierta prensa, escuchar cierta radio, mirar afuera para darse cuenta de hacia donde caminamos. Y así llevamos casi cuatro años. Ese es el paisaje de fondo.

Votación en el Congreso (Fuente: Telemadrid).

Que se hayan hecho otras veces estas piruetas legislativas no quita un gramo de gravedad a lo que sucede ahora. Que el PP sea el principal responsable de lo que acontece, no resta gravedad a las maniobras del PSOE. Lo inteligente, quizás, habría sido no esperar estos cuatro años, no haber confiado en la palabra de Casado antes y de Feijóo ahora, y haber dejado claro hace ya mucho tiempo que solo había dos salidas: una, hacer la renovación a través de las normas vigentes en tiempo y forma; y dos, que si en un plazo prudencial esto no era posible se iniciaría un cambio legal pausado y justificado para hacerlo factible. Pero por razones extrañas este camino no se quiso recorrer en su tiempo y forma y éstas son ahora las consecuencias: la amenaza de un TC entrando como elefante en cacharrería en el templo de la soberanía nacional y antes de que estas leyes se publiquen en el BOE.

Cambiar de opinión no está vetado en política. Puede ser hasta saludable si se hace previa explicación a la ciudadanía. Lo hizo el mismo Felipe González con la OTAN, y habría estado bien que Pedro Sánchez  hubiese explicitado claramente hasta la extenuación el paquete de decisiones que ha impulsado para “pacificar Cataluña” en línea contraria de todo lo que prometió en campaña y dijo que iba a hacer. Esa explicación y esa justificación nunca se hizo y el giro de guion (indultos, sedición, malversación…) exigía pedagogía, mucha pedagogía. Ese sería el principal debe de la acción de gobierno, de un gobierno que de tanto mirar a Cataluña parece haberse olvidado de qué pasa en el resto del país sobre este trascendental tema.

Imagen: Clker Free Vector Images (Fuente: Pixabay).

Pedro Sánchez, bien lo sabemos, es un virtuoso del vivir en el alambre. Lo hizo al volver a la secretaría del PSOE, pero llevar esa forma de hacer política al gobierno de la nación puede convertirse en un lastre y una rémora muy peligrosa para la convivencia si previamente no se hace hasta la extenuación esa pedagogía que justifique el cambio. Si no se explican las razones de los giros y cabriolas entre lo que se dijo y lo que se hace, entonces el peligro está ahí. Y negarse a verlo formaría parte del mismo problema.

En aquel wasap que les citaba al principio este buen amigo escribía también esta otra frase: “A no ser que digan una cosa pero quieren hacer otra, que es lo que hacen….”. Si la política se convierte entonces en el arte de mentir, de decir todo el rato medias verdades, de ocultar las intenciones últimas, entonces la delgada línea que separa la confianza entre quienes gobiernan y son gobernados puede empezar a resquebrajarse. Y algo de eso puede que esté pasando ahora. Con la política en general, con Cataluña en particular, con la ley trans… Y en ese paisaje siempre hay quienes ganan y quienes pierden. Y estos últimos, no se olvide, casi siempre son los mismos.

Pepe López

Periodista.

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