Contaban en mi Melilla natal una anécdota ejemplificadora de la falta de reflexión que aflige a nuestra sociedad. Un jefe militar sugirió al oficial de guardia de su regimiento que pusiera a uno de los soldados a vigilar que los niños no se acercaran a un banco que había en la calle junto al “cuerpo de guardia” a la entrada del cuartel pues, junto con la verja, acababa de ser pintado.
Por los avatares de la vida militar este oficial fue enviado a otro destino. Muchos años después volvió a la ciudad ya como “General de la Plaza” y no tardó en visitar la que había sido su unidad en tiempos pasados. Para su sorpresa primero e indignación después, observó que había un soldado desarmado pero vigilante junto al banco (ahora oxidado) que todavía recordaba. El oficial de guardia se apresta a rendirle los honores correspondientes y el general, una vez cumplimentado el protocolo le pregunta sobre la causa de que un soldado esté fuera del cuartel desarmado y vigilando un banco vacío y herrumbroso. El oficial, extrañado, le dice que siempre había sido así, y que así estaba reflejado en las instrucciones de la guardia que se apresuró en buscar y mostrar. El general tranquilizó al joven oficial consciente de su apuro y se avino a explicarle el motivo de esa vigilancia que él mismo ordenó décadas pasadas. Y de la pesadumbre que le suponía que nadie se hubiera cuestionado en todo ese tiempo la razón de tal actividad.
Cuentan que el general “Pintado”, que así se apellidaba nuestro hombre, hizo revisar todas las órdenes de las guarniciones de la ciudad para asegurarse que no se hacían trabajos inútiles exigiendo una justificación razonada de cada una de ellas.
Desconozco la veracidad de la historia pues he leído años después relatos muy similares referidos a los tiempos de Napoleón III y su española esposa Eugenia de Montijo con más visos de realidad, pero para el caso, tanto me da.
Estamos hartos de ver cómo sufrimos cada día situaciones molestas fruto de decisiones que se tomaron en su día para adaptarse a ciertas circunstancias. Pero las circunstancias pasan y las decisiones quedan.
En 1973 se desató la guerra del Yom Kipur, cuarta de las que enfrentaron a Israel con sus vecinos árabes. El resultado fue el de siempre, pero tuvo un coletazo político, estratégico y económico importantísimo que fue la toma de conciencia del mundo árabe del poder del petróleo. De su poder, al fin y al cabo. Tras la guerra hubo un embargo petrolífero, en represalia al apoyo que occidente brindó a Israel, que sumió al mundo occidental en una crisis energética muy importante.
Una de las iniciativas que prosperó para lograr ahorro energético fue la instauración de horarios distintos para invierno y verano. Para ello se adelantan y atrasan desde entonces una hora el reloj en primavera y otoño.
Desconozco el beneficio que supuso en su día porque lo que he leído me parece entre dudoso e inconsistente y, en todo caso, forzado.
Hoy ya no tengo ninguna duda. Todos usamos luz artificial para trabajar y, los que madrugamos algo llegamos al trabajo de noche en primavera. No hay provecho alguno que se pueda notar.
Pero el trastorno que supone esa hora es una molestia difícilmente defendible. Hay personas que lo llevan francamente mal y les cuesta muchos días adaptarse a la nueva hora en cada cambio. Conozco casos de cefaleas, malestar, etc. Eso sin entrar en los ciclos de bebés y niños, personas mayores, etc. que tienen que cambiar hábitos fuertemente ligados a la hora por un no se sabe qué. Hasta hay trenes que se detienen la susodicha horita y esperas estúpidas en estaciones y aeropuertos… y no paran los aviones por motivos obvios… pero no daremos ideas.
Me gustaría ver la traducción de estos trastornos a dinero, tanta afición que hay a hacer ese tipo de cálculos y a medirlo todo. Seguro que supera al supuesto ahorro, que soy incapaz de ver. Pero si no también me da igual. No hay justificación, hoy, para ese cambio, suponiendo que la hubiera alguna vez.
Veo razones para defender horarios. Podríamos ver cuál es más interesante en función de “pros y contras”. Pero sólo uno. De hecho, no en todo el mundo son tan estúpidos para someter a su población a ese cambio/tortura bianual que en nada beneficia.
A ver si alguna de las mentes pensantes que nos rigen cae en la cuenta. Se oyeron campanas el pasado año, pero han vuelto a callar.
Por lo menos nuestro “banco de Pintado” tuvo una razón de ser digna de tal nombre. El cambio de horario invierno/verano no.
Y nos volvemos a encontrar en una víspera más de esta anacronía que, sospecho, no será la última.
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