Sales de la exposición y te preguntas: ¿Dónde estaban las mujeres? Si no estaban en los trabajos asalariados, en las universidades, no eran juezas, ni abogadas, ni taxistas, ni casi deportistas, ni bomberas, ni policías, ni mineras, ni militares… ¿dónde estaban entonces? Sabemos la respuesta, sí, pero duele verla ahí, desnuda, yuxtapuesta. La segunda cuestión podría ser: ¿Cómo es posible una vida digna sin la mitad de sus protagonistas?
De la primera parte del título de la exposición -“De súbditas a ciudadanas”- podría deducirse que todo lo que allí vemos y nos es contado es algo que ocurrió en este país hace siglos. Incluso muchos siglos. Pero si la completamos con la segunda frase del enunciado -España, de 1965 a 1995- entonces el marco mental te puede golpear y hacerte daño. ¿Es posible que eso que allí se nos relata sucediese en el país que hoy conocemos hace un suspiro de años? Y, sí, sucedió. ¿Lo sabíamos? Puede que sí, pero allí, en esos paneles, emerge con la fuerza de las imágenes y de las palabras. Del testimonio preciso.
Entonces, traspasados los muros de la comodidad, la tercera pregunta podría ser: ¿Es cierto que todo eso, que toda esa infamia, que todas esas evidencias que hoy nos pueden parecer horrores, ocultamiento, sojuzgamiento, oscurantismo… sucedieran a medio país? Y como la respuesta es también sí, entonces solo cabe adentrarse para seguir haciéndose más preguntas. ¿Dónde estamos hoy? A esa interrogante también intenta responder la exposición. Y a muchos(as) no va a gustar la respuesta. La verdad, ya se sabe, casi siempre incomoda.
Lo que allí vemos, lo que allí se nos cuenta, es que este país tenía doblemente encarcelada a la mitad de su población, a las mujeres más concretamente. No eran barrotes físicos -a veces, también-. Eran muros de poder e intereses difíciles de traspasar. También, que la otra mitad eran sus carceleros por una extraña fuerza de la costumbre. Puede que algunos sin saberlo. Ni quererlo. Lo que allí vemos es que esas cadenas eran -eso decían- invisibles, pero cárceles al fin. Muros de silencio que impedían que entrase la luz a la estancia compartida.
Pero, sobre todo, lo que allí se nos muestra es que lo que hoy es este país, lo es gracias a decenas, centenares, miles de mujeres como las de los rostros de estos paneles, mujeres que decidieron emplear su vida, a veces jugándosela literalmente, en romper las cadenas que las mantenía como súbditas, como sujetos sin derechos, como esclavas de la vida cotidiana, hasta alcanzar el estatus de ciudadanas. Cada rostro es un eslabón roto. Y así, uno tras otro.
La exposición de la que hablo, la que sugiere estas palabras, es sencilla. Casi espartana. Sin florituras. Se puede visitar y, sobre todo se puede -y se debe- leer. Apenas diecisiete paneles (pensamiento, deporte, oficios, vida sexual y reproductiva, arte, leyes…), pero la verdadera exposición está en la historia, qué digo, las historias, grandes y chicas, si es que hay historias pequeñas, que se dejan entrever. Conocidas unas, desconocidas otras, historias que emergen de cada uno de esos rostros con su pie de foto ampliado.
Sucede que la historia de este país, como la de tantos otros, fue la historia de medio país. Eso ya lo sabemos hoy, como de alguna manera lo intuíamos ya ayer. Y una historia partida, es eso, media historia. Pero las certezas de hoy son gracias y en parte a estas heroínas allí retratadas, apenas unas palabras para enmarcarlas. Grandes activistas, pensadoras, líderes junto a esas otras más desconocidas -la primera taxista, la primera minera, la primera juez, la primera policía, la primera…-. Muchas de ellas, ya decimos, anónimas.
Son todas ellas mujeres que lucharon porque la oscuridad dejara de ocupar el territorio donde vivíamos todos juntos, que pusieron palabras y determinación a las cosas que pasaban, pero, también y, sobre todo, es el reconocimiento a quienes casi nunca aparecen en las entrevistas de los periódicos, ni en los manuales de historia. Fueron ellas algunas de esas primeras… porque para que haya segundas y terceras siempre tiene que haber un principio.
La muestra, abierta desde el pasado 8 de noviembre en la sala de exposiciones Juana Francés -otra mujer- de la Sede de la UA en Ramón y Cajal (Alicante) hasta el 12 de diciembre, está organizada por el Asociación Museo de Hechos y Derechos de las Mujeres y es corolario del trabajo de investigación llevado a cabo por una quincena de mujeres de Alicante durante más de dos años. Una de ellas, Elena Simón, es sin duda una de sus principales impulsoras. Si el encuentro coincide con una visita guiada por ella, entonces habrá valido doblemente la pena.
Enlace a la presentación en vídeo de esta exposición «De súbditas a ciudadanas, España 1965-1995» en el canal de Elvira Montes Álvarez en YouTube.
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