Los comunistas y los ateos en general, entre ellos algunos literatos de indudable prestigio profesional, llevan, desde el siglo XIX, propagando la tesis de que Dios es una creación del hombre; una manera de sublimar sus ansias de eternidad o, acaso, una manera de asegurarse un más allá ignoto, pero real, tras la muerte. El hombre se rebela contra su finitud y se inventa a los dioses o a Dios, dos cosas absolutamente diferentes como demuestran las religiones politeistas y las monoteístas. Filosóficamente hablando parece evidente que el politeísmo es una fase del pensamiento necesariamente superada por el monoteísmo. De hecho, las tres religiones monoteístas tienen un mismo Dios, el Dios de Abraham, el padre de los creyentes según judíos, cristianos y musulmanes.
Los comunistas y otros ‘progresistas’ cangrejeros (progresan hacia atrás) aseguran, desde tiempos de Lenin y de su comisario de Instrucción Pública, Anatoly Lunacharski, que, aunque Dios no existe, es preciso combatirlo e incluso decidieron juzgarlo, condenarlo por genocida y fusilarlo por un pelotón de soldados disparando al cielo de Moscú, tras un juicio popular que presidió el propio Anatoly. El juicio, con una Biblia representando a Dios en el banquillo, tuvo lugar el 17 de enero de 1918, un año tras la implantación del estado comunista. (Como ya les conté en otra ocasión, el tal Lunacharski tiene una conexión hispana, ya que, en 1933, fue nombrado por Stalin —Lenin había muerto en 1924— embajador en España con la Segunda República presidida por Alcalá-Zamora tras unas elecciones ganadas por el centro derecha. Lunacharski no tomó posesión de su cargo porque murió repentinamente en Francia durante su viaje a Madrid).
Decía antes que intelectuales de rango literario destacado también andan con su ateísmo o su agnosticismo dando largas cambiadas a sus pensamientos más trascendentales. Me refiero, ahora, a Javier Cercas, excelente novelista, y a Pedro Quartango, articulista eximio, ambos pensadores muy estimables y muy estimados. Los traigo a colación porque uno, Cercas, acaba de publicar El loco de Dios en el fin del mundo. un libro que plantea cuestiones sobrenaturales en torno al viaje del papa Francisco a Mongolia. Saca a relucir la doctrina cristiana sobre la resurrección de los muertos y hace una pregunta al papa sobre el posible reencuentro de su madre, a la hora de la muerte, con su padre fallecido hace un tiempo.

Francisco acierta diciéndole a Cercas que le respuesta sobre si existe la resurrección la tiene en el Credo. Los cristianos creen en ella porque creen las palabras de Cristo cuando anunció que los suyos, sus amigos, sus hermanos cristianos resucitarán igual que él resucitó. La gente no lee la historia sagrada, la Biblia. Jesús, crucificado por Poncio Piltato y el sanedrín, resucitó y lo confirman san Pablo y los demás apóstoles de Jesús que dieron sus vidas por atestiguar lo que ellos vivieron, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Somos inmortales. Es cuestión de historia. El historiador del imperio romano del siglo I, Tácito, certifica la muerte de Cristo ordenada por el procurador imperial de Judea Poncio Pilato. Y san Pablo y todos los mártires del comienzo del Cristianismo morían no por otra cosa que por defender la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo y por hacer un mundo nuevo con este mandamiento universal del resucitado: “amaos los unos a los otros como yo os he amado, hasta la muerte”.
Dice Javier Cercas: “He dejado la fe; he dejado el alcohol y la mala vida; dejé algunos amigos y me han dejado otros; por fortuna no me han dejado todavía ni mi mujer ni mi hijo, pero tampoco me ha abandonado esa angustia tangible, incomprensible y genuina, que es la ausencia de Dios”. Y yo le digo a Cercas que está cerca de lo que confesó san Agustín tras recuperar la fe de su infancia: “nos hiciste, Señor, para vos y nuestro corazón esta inquieto hasta que descanse en vos”.
Lo mismo vale para Pedro Quartango. Copio a Luis Herrero: “Pedro es un nostálgico de la fe que no ha perdido la esperanza de recuperarla y estoy seguro de que hará un sesudo resumen de lo que han dicho y escrito otros ilustres racionalistas que, como él, han compartido esa misma angustia a lo largo de la historia”.
Los Evangelios están llenos de milagros de Cristo para que sus apóstoles y discípulos creyeran en lo que Pedro acertó de lleno cuando contestó a Jesús (que preguntó a su ‘banda de los doce’ ¿y vosotros quién decís que soy yo?): “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
Nosotros no tenemos sólo los milagros de los Evangelios. Dios ha sido más generoso aún y ha seguido haciendo milagros de todo tipo: milagros eucarísticos, milagros a través de apariciones marianas (virgen de Guadalupe, virgen de Lourdes, virgen de Fátima), a través de difuntos que, desde el cielo, mediaron para curaciones milagrosas que científicos y otros testigos cualificados respaldan y sirven para que el papa proclame que están en el cielo y entran en el catálogo de los santos y pueden ser venerados por los fieles de todo el mundo. En Internet se pueden leer historias maravillosas, bien documentadas, de esos milagros. Como casi siempre, lo importante es tener interés en acabar con la angustia de ignorar a Dios, tan al alcance como lo tenemos y tan necesario como nos es. Ponte en marcha. No pierdas más el tiempo. El que busca a Dios lo encuentra. Como le ocurrió a un joven comunista francés, hijo de un poderoso dirigente marxista, André Frossard, luego miembro de la Academia Francesa de la Lengua, gran escritor contemporáneo que, entre otros, nos ha dejado dos libros muy interesantes, uno con la vida del franciscano polaco Maximilian Kolbe (lo mataron los nazis) y el autobiográfico Dios existe; yo me lo encontré. Quien busca encuentra. Pero hay que saber elegir lo que buscamos.
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