PILAR PEQUEÑO. Fotógrafa. Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes 2010.
La luz del Mediterráneo y del Atlántico protagonizan la serie “Huellas” que la fotógrafa Pilar Pequeño (Madrid, 1944) ha realizado en línea con su concepción de la naturaleza y el paso del tiempo, en esta ocasión en convivencia con el hombre y su obra. Su trabajo se expone en la galería alicantina Santamaca, cuyas paredes sostienen sus paisajes demoledores llenos de luz que muestran la cruda realidad del paso del tiempo, donde la naturaleza impone su ley sobre la, a fin de cuentas, efímera acción del hombre en la Tierra.
De este modo, Pilar Pequeño acerca su visión e interpretación de la silenciosa e imparable naturaleza a través del tiempo en la serie en color realizada en las dispares Murcia y Pontevedra. Por unos días abandona su estudio madrileño y visita Alicante con el fin de encontrarse con el público que visita su exposición y la fotógrafa Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2010 nos explica cómo concibe la fotografía, su interés en plasmar la naturaleza y su relación con el entorno, y qué ha supuesto la revolución digital en su día a día.
—¿Qué muestra la serie “Huellas”?
—Es una exposición sobre la acción del hombre en su entorno natural, la memoria, el abandono y la recuperación de la naturaleza de lo que fue suyo en su día. Las fotografías muestran lugares abandonados que van muriendo lentamente, no como fruto de un cataclismo, sino por la desidia del mismo hombre que en su día los creó.
—Dos edificios de dos puntos geográficos muy distintos entre sí.
—En efecto, es muy diferente una ruina dependiendo del lugar geográfico donde se encuentra ubicada. La diferencia no sólo la marca la arquitectura sin también la luz y la diferente acción de la naturaleza sobre el lugar abandonado.
En este caso, se trata de dos edificios situados en puntos muy diferentes de la geografía española: uno a orillas del mar Menor, con una luz, arquitectura y clima mediterráneos, y cuya construcción es de principios del siglo XX. Es un edificio abierto al exterior y por sus puertas y ventanas se puede ver, como si fueran lienzos, la naturaleza que le rodea.
—En el otro caso viajas a una región radicalmente distinta.
—Sí, se trata de Galicia y de un edificio a orillas del Atlántico, cerca de la desembocadura del río Miño. Aquí lo único que se ve a través de las ventanas es el jardín enmarañado que entra por las ventanas y lo invade.
Por tanto, son naturalezas distintas: en el edificio mediterráneo se ve el mar, los juncos, las palmeras…En el otro se ve cómo el jardín invade el edificio. En ambos casos es naturaleza, pero con acciones diferentes determinadas por su clima.
—¿Qué te atrajo a la hora de hacer esta serie?
—El concepto del tiempo en una ruina. Según el antropólogo Marc Augé, en su libro “Tiempo de ruinas” concibe el tiempo de una ruina como la suma de muchos presentes acumulados que, unidos por la acción de la naturaleza, nos muestran un tiempo diferente, al que llama un tiempo puro.
En este caso, la historia de los dos edificios es también bastante distinta: por un lado, tenemos un edificio de principios del s. XX que fue una casa familiar, y en el otro, el de Galicia, es un colegio que fue seminario y la primera universidad privada en España, cuna de la de Deusto y Comillas. Allí estudiaron a finales del XIX y principios del XX la alta burguesía española, independientemente de sus ideas políticas, para ser más tarde un campo de concentración en la Guerra Civil –llegaron a haber más de dos mil presos- y cárcel militar en los primeros años de la posguerra.
—Una historia muy interesante la que sus muros destilan y, sin duda, pueden inspirarte a la hora de trabajar…
—En efecto, y además en el caso del edificio gallego, tiene una historia personal muy cercana a mí, pues es donde estudió mi padre de pequeño y estaba muy cerca de la casa familiar donde he pasado los veranos de mi infancia. Cuando estuve sola en ese edificio trabajando, me inspiraron muchos recuerdos y sentimientos de aquella casa familiar que ya no está y que tenía muchos elementos arquitectónicos similares a las ruinas que estaba fotografiando. También pensé en la gente que ha pasado por allí, en los niños, en los presos de la Guerra Civil…Además, había visto fotos antiguas del edificio y sus dependencias, como una de las galerías de madera que era antiguos dormitorios, o el teatro, y las he vuelto a fotografiar tal como están en la actualidad.
Fue bonito pensar y recordar estos hechos mientras sacaba las fotos.
—La serie “Huellas” tiene dos versiones, una en blanco y negro y otra en color. ¿Qué las diferencia?
—De 2000 al 2005 realicé “Huellas” en blanco y negro, pero con tecnología analógica. Tras comenzar a trabajar con la digital, pensé en volver a esos dos edificios después de 10 años para sacar, en muchas ocasiones, los mismos encuadres y establecer un diálogo entre el color y el blanco y negro, además de ver cómo pasa el tiempo sobre la ruina, que ya entonces lo era, y también sobre mí misma.
—Precisamente, ¿cómo te adaptaste a la fotografía digital?
—Muy bien, pues me gusta realizar todo el proceso creativo completo de la fotografía, desde la elección de la toma hasta el acabado final. Cuando empecé no podía hacerlo, estaba el cibachrome y los papeles no me gustaban, además había que entregar el carrete al laboratorio, que lo imprimía a su aire y el resultado era desigual. Pero en 2008 empecé a trabajar en digital y ello me permitió controlar todo el proceso completo, desde la toma hasta el acabado final y la impresión.
—¿Qué diferencias encuentras entre ambos tipos de fotografía?
—En esencia es lo mismo: en el laboratorio trabajaba con tapados, y ahora lo hago con capas. Disfruto mucho haciendo las fotos y siempre trabajo con luz natural, sin flash ni relleno, y en la fotografía digital empleo el color con su lenguaje propio y me siento muy bien, pues consigo lo que yo quiero, puedo verlo, buscar su luz…El autor debe hacer todo el proceso, desde el principio hasta el final, pues la interpretación del negativo, ya sea analógico o digital, es muy importante.
—¿Cómo está actualmente el mercado del arte en el campo de la fotografía?
—Ahora hay mucha gente haciendo fotos, pero hacer fotografía no se trata de disparar y ya, sino que hay mucho análisis detrás de cada obra. De ello hay que hablar mucho a la gente joven, muy acostumbrada a los nuevos dispositivos con cámaras, como el móvil, que dispara fotografías con facilidad. Hay que pensar en la composición, en la luz, en un montón de cosas que influyen en el resultado final…Aunque también puede haber fotos que salen bien por casualidad, o que precisan de ese tratamiento donde la inmediatez y el momento es lo importante, con otro lenguaje. Pero no hay que olvidar que hacer fotografía no es apretar un botón, sino que hay que analizar, pensar, trabajar. La gente que empieza ahora debe planteárselo seriamente con una única fórmula: trabajar, trabajar, trabajar.
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