Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

«Déjà vu»: la historia se repite

Emile Boirac (Fuente: Wikimedia).

Imagina que estás con unos amigos en una cafetería nueva que nunca habías visitado. Mientras conversáis, el camarero se acerca para tomar el pedido y de repente sientes una sensación extraña de familiaridad: aquella situación ya la has vivido. El fenómeno de tener la sensación de que un evento o experiencia que se vive en la actualidad se ha experimentado en el pasado recibe el nombre en francés de déjà vu: ya visto. Un término que acuñó el investigador psíquico francés Émile Boirac a finales del siglo XIX y que ha abierto el debate durante más de un siglo sobre la posible explicación de la percepción, desde quienes abogan que es una especie de profecía o quienes entienden que no es más que una anomalía de la memoria. Una pulsión de un recuerdo no localizado que vinculamos con la experiencia del presente. Una especie de solapamiento entre los sistemas neurológicos responsables de la memoria a corto plazo y los que controlan la memoria a largo plazo. Una explicación que no acaba de resolver el enigma de este tipo de vivencias, bastante generalizadas entre los seres humanos, que pueden originarse sin más con una falsa interrelación con el pasado: pensamos que lo vivimos ya, sin más, aunque no sea del todo cierto.

Sea como sea, lo ya vivido vuelve a reforzar nuestro sentido de una realidad que se repite. Expresiones como “la historia se repite” vienen a confirmar que la humanidad se ha ido configurando, tal como ahora la conocemos, a partir de la reproducción de ciertos patrones, comportamiento o eventos bajo diferentes formas o circunstancias. Cometemos una y otra vez los mismos errores o tomamos decisiones similares en situaciones parecidas, lo que nos lleva a esta percepción. Nos formamos como personas a base de comparaciones con nuestro entorno en el intento de construir un perfil propio resistiéndonos al cambio en nuestros patrones por temor a una actuación con consecuencias desconocidas. Como ya he escrito en diversos artículos en la Hoja del Lunes, tenemos miedo al cambio y a la experimentación: preferimos aletargarnos y seguir unas conductas conocidas, aunque seamos conscientes de la necesidad de evolucionar en nuestras acciones.

Por este motivo, en las lecturas de este verano, he descubierto dos ciclos de novelas magníficas de la escritora canadiense, de origen japonés, Aki Shimazaki: El quinteto de Nagasaki (1999-2005) y El corazón de Yamato (2006-2013). Unas historias entrelazadas, contadas desde diversos puntos de vista de los personajes implicados, que presentan una estructura narrativa compleja y múltiple, similar a la visión geométrica que ofrece el objeto que da nombre a este tipo de construcción narrativa: “novela caleidoscópica”. Ejemplos en la literatura universal hay muchos, desde El cuarteto de Alejandría (1957-1960) de Lawrence Durrell a Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez o 2666 (2004) de Roberto Bolaño. Unas historias que se entrelazan a partir de diferentes puntos de vista de los personajes que acaban deconstruyendo una realidad que el lector enlaza para conseguir un conocimiento completo de los hechos acontecidos. Reconozco como lector el mérito de estos autores e incluyo en mi nómina de clásicos los dos ciclos de novelas de una autora que sabe interrelacionar las acciones y los pensamientos de todos sus protagonistas ofreciendo una imagen de nuestra contemporaneidad donde observamos con fuerza la idea de que la historia se repite. Incidimos en nuestros errores, tanto como colectivo como individual —con la omnipresencia de la II Guerra Mundial y sus consecuencias nefastas para la sociedad nipona—, y repetimos patrones que no siempre nos aportan una superación de nuestras faltas.

Si observamos nuestro entorno más inmediato, más allá de las anécdotas puntuales que podemos sentir de vivencias ya vividas, localizaremos repeticiones de conductas que nos son familiares. Unos y otros volvemos a reproducir acciones con consecuencias negativas, como si la memoria nos fallara, y nos obcecamos en seguir adelante sin alterar el timón de nuestra vida. No reconocemos equivocarnos ya que nuestro orgullo nos lo impide, cuando lo más sencillo es pedir disculpas o resituar un comportamiento no adecuado. Dicen que “errar es de sabios”, un dicho que va más allá del coeficiente intelectual de cada persona. Hay que afrontar con humildad y con sinceridad cualquier equivocación que cometamos y darle un nuevo giro a nuestra existencia. Y exclamar, con voz alta, aunque sea dentro de nosotros mismos aquella expresión que hace unos cuantos años se popularizó en nuestro país tras la destrucción del ecosistema de una parte importante de la costa gallega tras los vertidos de la nave Prestige: “nunca mais”. Nunca más, mai més… Para que la historia no vuelva a repetirse y dejemos aparte las vivencias de difícil interpretación de déjà vu. Nuestra supervivencia, pues, como seres equilibrados y constructivos está en juego.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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