Hace ya algunos años, cuando ejercía mi profesión de abogado, escuché de labios de un magistrado la siguiente opinión, que quedó grabada en mí con mucha más fuerza que si se hubiese tratado de una sentencia: “las cosas son lo que son independientemente de cómo se las llame, aunque el nombre lo elija el Poder Ejecutivo y el ‘bautismo’ lo realice el Poder Legislativo”.
Encabezo este escrito con el anterior pensamiento a propósito de las aclaraciones que me propongo realizar en relación con lo político y, en alusión directa al título de este escrito, también con lo religioso. Cabría definir la política como el arte del buen gobierno en el ámbito territorial que corresponda, especialmente en términos económicos.
La política, en el ámbito municipal, podría ser definida como el arte del buen gobierno de la ciudad. Y como el gobierno de una ciudad, en términos económicos, consiste en la buena administración de los recursos recaudados por la autoridad política competente, habrá que concluir afirmando que una buena política conllevará, casi siempre, una buena administración de los fondos públicos.
Lo religioso hace referencia forzosamente a las relaciones de los hombres y mujeres de una ciudad con Dios y presupone necesariamente la creencia en un mundo espiritual y en una cultura que va más allá de lo estrictamente material y sujeto al conocimiento de los sentidos corporales.
Pero el hombre no es un mueble archivador con compartimentos separados donde se guarden, independientemente unos de otros, sus componentes políticos y religiosos.
Nuestras convicciones se forman a partir de un cúmulo de ideas, inofensivas muchas de ellas, pero altamente dañinas otras. Con éstas últimas no podemos comulgar aunque su ámbito de aplicación sea aparentemente político. ¿Acaso es solamente política la cuestión del aborto intencionado que implica la muerte, en el seno materno, de niños indefensos? ¿No os parece oportuno aplicar también a estos casos de aborto premeditado la afirmación de ese magistrado que afirmaba, con toda razón y certeza, que “las cosas son lo que son con independencia de cómo se las llame?
A estas alturas de la exposición, se nos impone el regreso al título de este escrito y analizar con detenimiento el mensaje con el que Jesucristo respondió a la pregunta insidiosa de quienes pretendían colocarle en la tenaza de rechazo de sus oyentes. Jesús contesta con una profundidad que es del todo fiel a su predicación del Reino de los Cielos: se debe dar al César (al poder político) lo que le corresponde, pero teniendo en cuenta también que habrá que guardar preferentemente los derechos superiores de Dios.
Somos muchos los creyentes que estamos involucrados en la política cuanto menos votando en las elecciones y ello aun cuando las opciones respecto a los partidos políticos que hayan de representarnos sean plurales. Jesucristo, el Hijo de Dios, no ha sido, ni es, de izquierdas ni de derechas; ni del PP, ni del PSOE, ni de Vox, ni de EU, ni de Podemos. Dios es de todos y así lo invocamos en nuestra mejor plegaria: Padre nuestro, padre de todos sin excepción. A todos nos tiene como hijos muy amados, aunque no Le tratemos como debemos y, a veces, actuemos contra su amabilísima voluntad.
Derechos de Dios unidos a nuestros derechos políticos. No se pretenda recluirnos en el silencio de las catacumbas a quienes nos consideramos, también en lo político, miembros de la Iglesia, porque en absoluto estamos dispuestos a que se nos empuje hacia ellas. Además de nuestras creencias religiosas, tenemos, como todos los ciudadanos, nuestros derechos políticos y somos libres de votar, opinar, y decir cuánto y cómo queramos con tal de no calumniar y no superemos los límites de nuestra libertad de opinión.
Comentar