Libro: El gato tuerto. Autor: Manuel Avilés. Publicado por Editorial Alrevés, SL, Barcelona. Primera edición: octubre de 2022.
Bueno, pues a mí me parece que las novelas y películas que hoy acaban llamándose un thriller (que el pequeño diccionario de bolsillo que me llevo cuando viajo al confuso —sí, confuso, y lo digo sin rubor— mundo europeo traduce cómo “obra de suspense”), se corresponden con las que antes se llamaban novelas policíacas, con su mayor o menor misterio, y que, cuando accedían al cinematógrafo, se llamaban, como subtítulo genérico, de “cine negro”. Además de ser filmadas en blanco y negro, en estas películas la acción se desarrollaba de noche, con sombras por doquier y, cuando accedía a las calles, resultaba que además de la poca luz de los faroles, estaba lloviendo, con lo que la película acababa siendo una visión incómoda, que nos producía una sensación de angustia, y así se lograba que la película fuera un éxito, porque la angustia y el desasosiego del espectador son lo que se buscaba de propósito, con halcón maltés o sin halcón maltés incluido. Y que no se me olvide, en ellas, la “chica” no podía ser más que rubia y bien guapa. Y luego el “bueno”, el detective, en cuyo papel Humphrey Bogart, cigarro tras cigarro, era insustituible y no podía faltar. Y luego, en el papel de “malo”, grandes actores, y así tendremos de los unos y de los otros, como Eddie Constantine, en Manos Asesinas, Dan Duryea y Peter Lorre en Ángel Negro, o Don Murray en Refugio de criminales. Aunque para mí siempre estará, como primera de todas, mi inolvidable y mil veces vista película El Tercer Hombre, con Orson Welles y Joseph Cotten, con música de Anton Karas.

Yo de pequeño tuve un tío hermano de mi padre, mi tío Pepe Calvet, que fue un hombre extraordinario en saberes y actividades profesionales y culturales, a quien siempre voy a recordar como un continuo lector de aquellas novelas “policiacas” de la Biblioteca Oro, de Editorial Molino, en su serie Amarilla, de cuyos ejemplares tenía lleno su dormitorio, pues cada noche antes de dormir leía una de aquellas novelas que había que leer de un tirón. Yo, que nací en 1946, coincidí a lo mejor con alguno de aquellos libros de Raymond Chandler o de algún otro magnífico artista literario, quizás con seudónimo y nombre oculto, por aquello del “macartismo”, que nos dejaron aquellas novelas de auténtica intriga.
Yo soy lector de todo libro que cae en mis manos y sobre todo de los de “aventuras”, desde que muy joven leí la extraordinaria novela, La isla del tesoro, de R.L. Stevenson, con su hostería del “Almirante Benbow”, que no deja de tener mucho misterio con el “perro negro” incluido, pero ésta es, claro, una historia de “piratas”, y no de aquellas que antes decíamos de “cine negro”. Y es que cada día recuerdo más aquella novela, pues vivimos rodeados de un mundo de “piratas”, y excuso comentar más, pues en el periódico matinal de cada día, son noticia.

Más tarde, me encontré de nuevo con el detective Phillip Marlowe, viniendo de regreso, en la novela La rubia de ojos negros, escrita por invitación de los herederos del creador del detective Raymond Chandler, y recreado de la mano de Benjamin Black, seudónimo de John Banville, del que ya llevaba leyendo sus novelas protagonizadas por el tal Quirke, el “hastiado” médico forense de Dublín que conocimos en la novela El secreto de Christine y su continuación en la titulada El otro nombre de Laura.
Y hasta aquí, he seguido leyendo novelas de “suspense”, hasta encontrarme con un memorable libro de intrigas y conflictos delictuales, sociales y judiciales de la mano de Manuel Avilés, que nos ha dejado una novela, o un libro apasionante, llamado El gato tuerto, al que voy a dirigir estas palabras que no son críticas, ni defensivas, sino elogiosas, por tratarse de un libro que es un cruce de tramas, incidencias y conjeturas críticas y no críticas, que nos deja un sabor amargo y cuyo final va a quedar en la hipótesis o en el seno de un misterioso y posible final.

Manuel Avilés es un hombre con una vida que ha caminado profesionalmente, si no sobre el filo de una navaja, sí por un mundo altamente complejo y difícil. Y me disculpará el lector que no desarrolle una mayor síntesis biográfica del mismo, pues daría para más de un comentario —ya biográfico— del mismo, que podrían necesitar mucho más espacio del que permiten estas letras de comentario de un libro, y es que Manuel Avilés ha venido teniendo, durante muchos años, la cárcel como su hábitat. Y no porque haya estado en estos incómodos “habitáculos”, en cumplimiento de condenas carcelarias propias, sino porque ha sido un excelente jefe o director de todo este misterioso “castillo alucinante” y kafkiano, que la sociedad depara para los que incumplen la “norma”. La norma penal, claro, merecedora de la privación de la libertad, aquel más grande “tesoro”, que nos dijera don Miguel de Cervantes, en boca del Hidalgo de La Mancha.
Manuel Avilés ha sido —y sigue siéndolo, pues la jubilación no es un final—, un alto funcionario del Cuerpo Especial de Instituciones Penitenciarias del Ministerio de Justicia. Y por esta razón tuvo lugar nuestro encuentro y nuestra siguiente amistad, luego aumentada, hasta hoy. No voy a contar años. Yo he llegado a una edad en la que me es difícil anualizar mis acontecimientos vitales. Sólo alcanzo a recordar que yo era entonces magistrado del Juzgado de Primera Instancia número seis de Alicante y Manuel Avilés, director del Centro Psiquiátrico Penitenciario de la cárcel de Fontcalent de Alicante, donde nos encontramos para actualizar la situación de internos en razón de un nuevo código penal, creado bajo el mandato en Justicia del ministro don Juan Alberto Belloch Julbe, por otra parte amigo de ambos, por distintos vericuetos profesionales.
No cansaré al lector con explicaciones jurídicas, ni sobre la inimputabilidad de los internos en esos centros psiquiátricos penitenciarios, de los que creo que entonces solo había dos para toda España, el de Alicante en Fontcalent y otro en una capital de Andalucía cuyo nombre ahora no recuerdo. Pero fíjense, lectores, que hablamos de delincuentes locos, autores de delitos de sangre horribles, engendrados en sus cabezas de forma alucinante. Algún día, Manuel Avilés tendrá que describirnos una novela sobre este colectivo que conoció de cerca. Luego Manuel Avilés pasó a desempeñar sucesivamente los cargos de director de los centros penitenciarios de Nanclares de la Oca, Valencia y Palma de Mallorca, y se ha dedicado muchos años a combatir el terrorismo, en la época en que su luego amigo Antonio Asunción era director de Instituciones Penitenciarias, y que algo nos explicó de aquello en su novela De prisiones, putas y pistolas: el desmantelamiento de ETA.

Bueno, pues yo magistrado encargado de un Juzgado de Alicante y Manuel Avilés director del Psiquiátrico Penitenciario de Fontcalent en Alicante, tuvimos aquel encuentro profesional, luego enlazado por la amistad, y con la relación cultural y literaria, pues resulta que el mundo del libro es parte, y muy importante, de la vida de Manuel Avilés y así, hemos coincidimos en múltiples ocasiones.
Y ahora nos encontramos con su nuevo libro, El Gato Tuerto. Yo ya sabía de su existencia, de sus referencias periodísticas y del creciente éxito que iba teniendo, —ha sido clasificado como uno de los 10 mejores libros de “novela negra” del año 2022—, pero cuando comprobé su importancia, fue cuando asistí a su presentación en el Real Ateneo Casino de Alicante, el pasado día 4 de noviembre de 2022, donde fue presentado por doña Mónica Moreno Fernández Santacruz, letrada del Congreso de los Diputados de España.
La noche otoñal era de toda serenidad y el comedor del Casino de Alicante estaba absolutamente repleto. Vinieron personalidades de toda España. Estaban allí altos cargos profesionales de Instituciones Penitenciarias de antes y de ahora, profesores y catedráticos de universidad, fiscales, médicos… en fin, muchos amigos. Mi esposa Carmen y yo estuvimos sentados en una mesa con un matrimonio de León, que expresamente habían venido a Alicante a la presentación del libro, y otras personas encantadoras. La señora letrada del Congreso hizo una presentación magistral con el enfoque jurídico del libro y después, Manuel Avilés, micrófono en mano, nos llenó de anécdotas y reflexiones del libro que presentaba, para finalizar dedicando un buen número de ejemplares del libro.

El nombre del título del libro, El Gato Tuerto, no viene referido a una especie de media verdad, o un ver solo la mitad de algo, aunque en el pensamiento de Manuel Avilés parezca querer decirlo; ni tampoco se refiere a alguien que mira de torcido una cosa, que tal vez, pues todo es posible de la inteligente formación y criterio de Manuel Avilés. El Gato Tuerto es el nombre de un club habanero existente y real en La Habana —puede comprobarse con sólo buscar en Internet o Google— y, en plena actividad en aquella tierra magnífica, de la que yo siempre digo que Cuba fue la joya de la Corona de España, porque recordarán, lectores, que Cuba nunca fue una colonia de España, Cuba fue una provincia de España, como hoy lo son las Islas Canarias, una provincia insular o dos, si se quiere, como las peninsulares Cáceres o Almería, pongamos por ejemplo.
Y en este club de diversión, propio de turistas y visitantes de Cuba, es donde se van a conocer los dos protagonistas de este libro, llamados Alberto e Itziar, un cubano y una española que, tras conocerse en un viaje turístico de la española a la isla, surge un gran amor, su posterior matrimonio, con la venida a España del cubano y el nacimiento de dos niños. Itziar es directora de un colegio y la vida feliz del matrimonio se ve truncada con una acusación de violación contra Alberto. Y a partir de aquí, Manuel Avilés nos introduce en un auténtico drama circunscrito a unas preguntas que en la propia contraportada del libro nos hace: ¿Qué es el amor? ¿Hasta dónde llegan los límites de la lealtad? ¿Y los de la verdad y la mentira? ¿De cuántas maneras puede interpretarse una misma realidad? ¿De qué modo intencionado puede retorcerse un hecho para llegar a convertir a las víctimas en culpables y a los culpables en víctimas?
Manuel Avilés, que no solo es escritor sino también un consumado jurista, nos introduce en esta historia y su libro lo hace con esta
NOTA DEL AUTOR Este libro no es un documento jurídico, ni un estudio sobre derecho penal o procesal, sobre psicología o criminología. No es un recurso ante ninguna instancia judicial, ni siquiera una crítica amarga contra jueces y tribunales, contra abogados o contra cualquier movimiento social. Tampoco es una invectiva contra testigos o víctimas. Este libro es una novela, documentada a conciencia, pero una novela en definitiva. La historia, en primera persona, de una mujer buena, que no forma parte del procedimiento, enamorada, humillada, indefensa y machacada por una realidad que la golpea sin esperarlo y contra la que poco puede hacer.
Sí, Manuel Avilés, yo te voy a creer lo que dices, pues en tu novela no estamos en la mera comisión de un delito con sus turbiedades y desarrollos. Aquí no hay misterio alguno con un desarrollo plástico, ni siquiera le veo morbo al asunto, pues el hecho es reconocido. Hay un desarrollo jurídico con un resultado: la condena a prisión de Alberto.

El capítulo señalado con un I, página 17, tiene un párrafo escalofriante que me permito reproducir: “Girando a la izquierda hay una gasolinera y, al final de una recta kilométrica, flanqueada por matojos descuidados, en medio de un erial con una sierra pelada como fondo, se encuentra la cárcel”.
Así comienza prácticamente la novela. Por el final. Y a partir de aquí, pensamientos, conversaciones, argumentos, frustraciones y contradicciones que al lector le hacen participar y le introducen en una acción que le hace tener que pensar y opinar. Es muy difícil hacer llegar a un lector profano en la materia procesal y hacerle saber lo que es la “presunción de inocencia”, el “in dubio pro reo” y la carga de la prueba. Manuel Avilés lo consigue y logra poner en evidencia las circunstancias de un engranaje judicial lleno de imperfecciones. El misterio de esta novela no está en el argumento, el misterio está en ese mundo complejo que la Administración de Justicia mantiene en el interior de sus muros. “Juzgar y hacer ejecutar lo juzgado” es el poder encomendado a unos hombres y mujeres que en juicio no deben ni sonreír un instante. Yo al leer este libro he sido, una vez más, consciente de la enorme responsabilidad de juzgar. Además, Manuel Avilés acaso sin proponérselo, nos acerca a una reciente ley, entonces en discusión. Recuerden lectores que, en la novela, el delito en cuestión es el de violación y que el yacimiento se ha realizado y, según entienden los órganos judiciales y consideran, que “no hay consentimiento”. Por lo que Alberto es condenado. Hoy está sobre la mesa una ley complicada y con un resultado imprevisto. Dejémoslo ahí y que el lector se convierta en opinante: en acusador, en defensor o en juzgador. Y me quedo aquí. Ya sabemos que no se puede “destripar” una novela. Una novela hay que leerla y aquí yo solo puedo enunciar su contenido. Fíjense, yo soy juez y solo diré que Manuel Avilés, que es jurista, no comete ninguna incorrección cuando se refiere a las normas procesales, ni a las normas y prácticas carcelarias, pues también nos relatará incidencias internas de una cárcel, lo que él bien conoce por su profesión.

Doña Mónica Moreno, letrada del Congreso de los Diputados, escribirá en la contraportada del libro El Gato Tuerto:
“…bajo el amparo de la seguridad jurídica y el Estado de Derecho, ese entramado de garantías y normas procesales que nos protege pero que no conocemos en profundidad hasta que nos vemos enredados en su engranaje, Itziar lucha por hacer valer la verdad entre dudas, formalismos y prejuicios sociales, descubriendo que las normas procesales, rígidas como el tejido de las togas de los jueces, no conocen de sentimientos ni de explicaciones no pedidas”.
Y concluyo. No estamos ante una novela policíaca propiamente dicha. Es una novela de reflexión y de examen de conciencia. Y al término es una novela inacabada. Itziar no se acaba de rendir. Tiene una fe inquebrantable. Yo recomiendo su lectura y animo a Manuel Avilés a que nos traiga una segunda parte. Yo me he quedado como, digamos, “en un vilo”.
Graciablemente, nuestro autor en su libro El Gato Tuerto, finaliza con un apartado titulado “Agradecimientos” donde figuran muchas e importantes personalidades que le han acompañado en su camino creativo de este libro. Y de alguna forma se nota.
Enhorabuena, Manuel, por tu acertado y gran libro.
Visitor Rating: 5 Stars
Gran comentario sobre el «thriller» que yo llamo novela policiaca, de investigación o suspense. Entran ganas de leer El gato tuerto. El logo que aparece hoy en la banda superior de Hoja del lunes es un diseño mío. Un abrazo.
Querido Ramon muchas gracias por tu comentario. Enhorabuena por el logo me gusta mucho y el un éxito. Un abrazo Julio Calvet