Libro: Greguerías
Autor: Ramón Gómez de la Serna
Edición: Rodolfo Cardona. Vigesimocuarta edición, 2021.
Cátedra. Letras hispánicas (Grupo Anaya SA), C/ Juan Ignacio Luca de Tena, 15. Madrid.
La palabra no es una etimología, sino un puro milagro,
Ramón Gómez de la Serna.
Qué difícil es, estimado lector, enfrentarse con un escritor como Ramón Gómez de la Serna, o simplemente Ramón, y su feroz vida y milagros. Y no pretendo ser irreverente, sino todo lo contrario. Yo tengo una edad que aun pude leer las greguerías de Ramón en el periódico ABC de Madrid. Soy un lector que quedó deslumbrado cuando leí su libro-novela titulada La Nardo, allá por mis años juveniles, y luego visionar casi entre sueños el cuadro que su amigo José Gutiérrez Solana le pintará de la Tertulia del Café Pombo, aquella simple botillería de la madrileña calle Carretas, número 4, convertida y bautizada como “la sagrada cripta del Pombo”, con sus habituales contertulios: Azorín, Manuel Bueno, Paco Vighi, Tomás Borrás y el propio pintor Gutiérrez Solana, reunidos con sus vanguardias y sus greguerías en aquellos madrileños años de 1914 a 1936, en los sábados, de diez de la noche a las cinco de la madrugada.
Más de cien libros publicados, desde el primero Entrando en fuego en 1905, y Morbideces en 1908, hasta tantos otros, incluida su autobiografía, que tituló Automoribundia, iniciada en 1942; director y colaborador en revistas y diarios, desde la publicación, con solo 14 años, de su revista en elaboración manual El Postal. Revista defensora de los derechos de los estudiantes y luego pasando por la revista Prometeo, el diario Madrid, La Tribuna, El Sol, La Revista de Occidente, La Gaceta Literaria y Cruz y Raya, de Bergamín, y en diversas revistas argentinas, y por fin en ABC. Inquieto de punta a punta, no se sabe el lugar dónde situarlo. Es creador, viajero, y fascinante morador de una vivienda en la calle Velázquez número 4, que luego se llamará “La Torre de Velázquez”, donde no caben más cosas, hay hasta una maniquí de cera con forma de mujer a la que viste y desviste y es un eterno buscador de mundos nuevos.
Ramón Gómez de la Serna es para mí un personaje fascinante. Es como un aristócrata anarquista del contra nadie y a su favor. Un anarquista de sí mismo. Francisco Umbral, en su libro biográfico Ramón y las vanguardias, nos lo retrata, como de una forma fotográfica, al decirnos: “Ramón es señorito madrileño, ese señorito sin posibles de origen burgués o pequeño burgués, que renuncia a los mermados privilegios de clase, pero tampoco llega a militar en ninguna guerra contra los señoritos”. Y Gonzalo Torrente Ballester, en el prólogo de ese mismo libro, nos dirá de él que “es un hombre de talla media que viste como todo el mundo (es lo que hacen los escritores de su generación); tirando a gordo pero sin serlo. Con un cabello regularmente cortado, aunque con una onda que le cae sobre la frente. Se habla de un monóculo que escasas veces usó, y solo en un principio. Se reúne en un café con algunos amigos y tiene la suerte de que uno de ellos, pintor, haga un retrato de aquella peña con él –Ramón–, como eje de la composición”.
Ramón Gómez de la Serna Puig nació en Madrid el día 3 de julio de 1888 y murió en Buenos Aires el 12 de mayo de 1963. Es hijo de don Javier Gómez de la Serna y Laguna, abogado y alto funcionario del Ministerio de Ultramar, de tendencias liberales; y de doña Josefa Piug Coronado, sobrina de la escritora Carolina Coronado. También es sobrino de Andrés García de Barga y Gómez de la Serna, conocido por Corpus Bargas, quien le incitará a escribir y seguir el camino del escritor.
El desastre de 1898 hizo desaparecer el Ministerio de Ultramar, y el padre de Ramón se presentó a las oposiciones a registrador de la Propiedad, en cuyo cuerpo finalmente ingresó. Más tarde, en 1898, don Javier fue diputado a Cortes por el Partido Liberal, por el distrito de Hinojosa del Duque. Ramón Gómez de la Serna inició su carrera de Derecho en Madrid y acabo terminándola en Oviedo, con poco interés vocacional, por lo que nunca se dedicó a ejercer la misma, y así nos dice él mismo: “Claro que no he informado jamás, pero me he hecho retratar con la toga”. Fue en definitiva un escritor y un periodista vanguardista, generalmente adscrito a la generación de 1914, o novecentista, escribiendo más de cien libros entre ensayos costumbristas, biografías, novelas y teatro. Y creó y difundió las Greguerías.
“Mi vocación literaria se confunde con mi despertar a la vida. A los dieciséis años publique mi primer libro Entrando en fuego. Desde entonces un libro ha seguido a otro. Como es natural, en primer término de mi repisa aparece un frasco de botica con una etiqueta que dice: ‘Ideas’. Es un frasco hondo y grande, todo lleno de ideas. Me lo llevo a menudo a mis conferencias y lo coloco a mi derecha, al lado del vaso de agua necesario”.
Madrid es su pasión. Ese Madrid que evocará su hermano Julio Gómez de la Serna en febrero de 1970, en el que “podamos los peatones vagabundear con cierta tranquilidad por esas calles madrileñas de nombres graciosos, expresivos, la de Lavapiés, la del Almendro, la de la Berenjena, la de los dos Amigos, la del Sombrerete, la de la Lechuga y tantas otras donde perdura el ambiente genuino de Madrid. Que no cambien torpemente, sin control, el encanto y la solera de Madrid”. Y es un enamorado de sus viajes, sobre todo a Portugal, a Italia y a Francia. Ha vivido muchas veces en París: “Amo sinceramente a Francia”, –dejará dicho– y le contará a Federico Lefébre en una entrevista publicada en Les nouvelles Littéraries: “De la estación que me acuerdo más es de un terrible invierno, el de 1919. Vivía yo en el bulevar Saint-Michel, en el hotel Suez. Trabajaba de noche, como ahora. Cuando notaba la proximidad del alba, apagaba mi lámpara de petróleo. A pesar del frio, abría entonces mi ventana y acechaba el alba con la paciencia de un poeta y la fiebre de un enamorado. Aquel despertar de la naturaleza, aquel movimiento del mundo, duraba un segundo… Con muchos segundos así, compuse mi libro El Alba«.
Su vida, dos mujeres: Carmen de Burgos, escritora, apodada Colombine, veinte años mayor que Ramón; luego Luisa Sofovich, Luisita, de Buenos Aires, su esposa, que estará a su lado hasta su muerte. Una torre en la calle de Velázquez de Madrid, donde se rodea de cachivaches que va encontrando en su camino y le satisfacen por entero, desde el chuzo de un sereno a un maniquí femenino ¿Extravagancias? Dice Ramón que “el agua de sifón sabe a pie dormido”.
Ramón tiene muchos amigos. Quizás sus más cercanos sean Valle-Inclán y Azorín, a quienes les escribe sendas biografías. La palabra barroca del primero y la actitud de escritor puro y sin género que observa la vida y la transmite del segundo, les hará cómplices en su escribir, porque Ramón en su lenguaje conceptuoso, nunca mueve ideas, sino imágenes. Nos dice Francisco Umbral que Ramón es un anarquista que considera que el mundo ya está resuelto y no hay más que dejarle hacer, y no formula nunca su anarquismo de manera violenta ni contra nada –o rara vez–, sino que llega a la forma más implacable de ignorar todo lo que no le gusta.
A mí me parece que Ramón es como un iconoclasta de todo y un conservador de lo imprevisto. Ese es quizá su anarquismo. Pero el café, los toros, el circo y la noche son su mundo cerrado y acaso marginal. Y el Madrid nocturno por los viejos cabarets.
Escribe de todo y en todos. Incansablemente. Sus contrastes. Es uno de los fundadores de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la defensa de la Cultura, y colabora en la Revista de Occidente, de Ortega, el periódico Arriba, órgano oficial del Régimen y de los restos de Falange Española, y en el ABC de Madrid, el periódico monárquico de Luca de Tena. Ramón es de difícil clasificación. Abandonará y se exiliará voluntariamente de España ante el temor de los sucesos de 1936 y se afincará en Buenos Aires. Solo en el año 1947 regresará a España durante unas semanas. Acabará en Buenos Aires, donde morirá. En su corto regreso, fue objeto de un caluroso recibimiento. En 1959 le es concedida la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X El Sabio. Volverá a Buenos Aires, ya es tarde para empezar.
El 12 de enero de 1962 fallece en Buenos Aires. El 23 del mismo mes sus restos son traídos a España y permanece enterrado en el Panteón de Hijos Ilustres, propiedad de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, en la Sacramental de San Justo de Madrid, junto a Larra, Espronceda, Bretón de los Herreros, Núñez de Arce, Hartzembusch y Eduardo Marquina.
Y la greguería. Su gran invento y contribución a la grandeza de nuestra lengua. Yo creo que también la greguería contribuye a forzar la imaginación del lector y a esforzarnos en entender. ¿Entender? Cuántas cosas nos acechan en la vida y que quisiéramos entender. Nos dice Rodolfo Cardona en la edición que comentamos, que “Ramón, al tratar de definir el proceso de la greguería, tiende a hacer hincapié en el aspecto subconsciente –es decir, accidental y fortuito, por asociación–, y no en el conceptual que es buscado. Así, él dice, por ejemplo que las greguerías ‘son solo fatales exclamaciones de las cosas del alma al tropezar entre sí por pura casualidad’”.
¿Metáforas y humor? Y también chistes, juegos de palabra y apuntes filosóficos.
Y le dirá Ramón a Federico Lefévre en su entrevista: “El hallazgo de la greguería: esto es lo que me trajo la suerte. Me refiero a la ‘greguería’ en sí y como cosa bautizada con este nombre (criaillerie en francés, schimazzi en italiano; ya no me acuerdo cómo las han denominado en inglés). Cuando, en medio de las mayores incertidumbres del universo, encontré la greguería, no me preocupé de su éxito ni de su repercusión. Cuando brotaron sobre el primer cerezo las primeras cerezas debió producirse o suceder algo comparable a lo que se produjo en mí cuando la greguería sintió la necesidad de brotar. Pero hay que prodigarlas. Se puede improvisar una novela pero no una greguería. La finura de la greguería es su primera cualidad. La confusión en que se agita la nueva creación artística es lo que más se parece a la verdad. Yo no quiero admitir en mi obra nada que no haya adivinado anteriormente”.
El libro que comentamos se titula Greguerías y es una selección de las que mejor se adhieren a la estética de este género, tal y como se desprende de las diversas declaraciones hechas por Ramón, nos dirá el autor de la edición, Rodolfo Cardona.
Yo, a su vez, me atrevo a seleccionar de la selección (vaya redundancia, buscada a propósito), unas greguerías que ofrezco a los lectores de este artículo, y las voy como a titular, y perdóneseme el atrevimiento. Esto siempre se dice como un pase de chicuelinas, no sé si de Chicuelo Primero o de Chicuelo Segundo. Y luego serán ustedes, amables lectores, quienes elijan las que más les hagan contemplar esa imagen iluminada del contraste, serio, o musical que les parezca.
Y ahí van.
De la vida
¡Qué extraña es la vida! Siempre queda pincel para la goma, pero ya no hay goma. El alma sale del cuerpo como si fuese la camisa interior a la que le llegó el día del lavado. La vida es decirse ¡adiós! en un espejo. Somos lazarillos de nuestros sueños. Al ombligo le falta el botón. Nos pasamos la vida haciendo una miniatura del cosmos, y al final se nos cae y se nos rompe.
De la luna
La luna es el ojo de cristal del cielo. La media luna mete la noche entre paréntesis.
Del poeta
Sólo el poeta tiene reloj de luna.
Del amor y la mujer
Sólo la mujer da cuerda a los corazones. La sonrisa de la Gioconda está hecha para durar siglos. La guitarra es la maja desnuda y sonora. El primer beso es un robo.
De los toros
Los cuernos del toro buscan un torero desde el principio del mundo. La muleta del toreo es el telón del teatro de guiñol de la muerte. Cuando el banderillero y el toro se citan, queda en suspenso una única cuestión: quién clavará a quién. Toros: moderno teatro griego: asiento de piedra y tragedia en la escena.
Del escritor
El buen escritor no sabe nunca si sabe escribir.
Del mar
La ola muere en espuma de impotencia al no poder pasar tierra adentro. Es tan violento el mar en las costas porque pleitea para que le devuelva la tierra que le robó.
Del circo
El caballo de circo es la mesa de plancha de la amazona. Circo: los animales de circo ponen la pezuña en un taburete como para que el domador les limpie los zapatos.
Y la flor
Cuando la flor pierde el primer pétalo. ¡Ya está perdida por entero! Se podrán poner muchos más, pero yo concluyo al leerlos preguntándome, ¿no hay un deje de amargura?
Dejemos a Ramón con su tertulia, su circo, sus toros y sus noches. Y con sus más de cien libros publicados durmiendo en las negras estanterías de madera de un bohemio-burgués huyendo de sí mismo, como hacen al final todas las vanguardias, pero no le olvidemos, aunque alguna greguería nos duela.
Gracias por este ilustrativo reportaje de Don Ramón Gomez de la Serna. Las greguerias son un despertar al humor inteligente, que en mi juventud me ayudaron a ver las cosas de otra manera, junto a otro libro de Pitigrille, titulafo Diccionario de la sinceridad.
Querido Ramon. Ciertamente Gomez de la Serna es sorprendente y la gregueria es como una oración para pensar
Un abrazo Julio Calvet.
Querido amigo, magnífica y refrescante semblanza de este genio de nuestras letras y sus Greguerías. Francisco Umbral viene a establecer una continuidad Ramón-Jardiel-Mihura. Efectivamente, fueron del siglo XX los grandes renovadores del humor inteligente, con una gotas de surrealismo. Yo veo en esta triada una especie de triada aristocrática del humor (uuufff.. no sé si acabo de decir una tontería, pero lo veo así). Un abrazo y buen verano.
Querido Juan Carlos Ramon es un especialista en los contrastes y la gregueria tiene un fondo de verdad. Son como pensamientos para pensar. Me alegro que te haya gustado. Un abrazo de tu amigo Julio Calvet.
Me has ensanchado el conocimiento de Gómez de la Serna, de cuyas greguerías suelo probar casi todos los días. Acabo de leer ésta: ‘Panacea es la cesta del pan’. Casi todas las que has seleccionado tú son mucho mejores. Un abrazo.
Querido Ramon tu homónimo Ramon es un escritor vivo cuya lectura nos obliga a imitarle y escribir alguna gregueria. Ya me mandaras alguna tuya. Me alegro que te haya gustado. Un abrazo Julio Calvet.
Te felicito por acercarnos a estos autores un poco olvidados pero que su concepto de la vida entre irónico y mordaz siempre estará actual!!
Gracias a ti artículo he releído el libro de Las Greguerías que tenía un poco olvidado .
Reconozco que es una gran lectura veraniega
Un abrazo
Querida Pilar, como dices intento rescatar autores olvidados, y Ramon es uno de ellos a pesar de su famosa Tertulia del Pombo. Yo nunca me olvidé de sus greguerías, y como tu has hecho he releído las mismas. Son gratificantes, pues andan entre lo absurdo y lo vital, como pasa con la vida misma. Gracias y un abrazo. Julio Calvet.
Querido Julio, por fin he encontrado momento de reposo para poder saborear el repaso que acertadamente haces sobre Gómez de la Serna. Con él, devuelves a la vida a un ingenioso personaje que se mantiene en el recuerdo de los que fuimos estudiantes y que llamó poderosamente nuestra atención por su creatividad, ingenio e imaginación para crear «artefactos» léxicos dignos de poner en un marco y exhibirlos en exposición como nos muestras en este interesante artículo que te agradezco.
Un abrazo
Querido amigo Juan Antonio Urbano gracias por tu comentario a mi reseña de las Greguerias de Ramon Gomez de la Serna. El tiempo hace perder la memoria de escritores como el que marcaron una época y creo que debemos a utilizarlos para que sigan viniendo. Ramon Gomez de la Serna brilló también por su originalidad en un mundo dificil. Un abrazo.