Título: Cyrano de Bergerac.
Autor: Edmond Rostand.
Introducción: Jaime Campmany.
Traducción: Jaime y Laura Campmany.
Editorial Austral. Espasa Libros, SLU, Barcelona, 2010.
Vigesimosexta edición, segunda impresión, octubre de 2016.
A LOS AMANTES DE LOS POETAS Y DEL HONOR
Nada más triste que un titán que llora,
hombre-montaña encadenado a un lirio,
que gime, fuerte, que pujante, implora:
víctima propia en su fatal martirio.
¿A quién nos anuncias, Rubén Darío, en tu verso A un poeta, en el Año lírico, de tu libro, Azul? ¿A quién te refieres cuando dices “un titán que llora”? ¿Al que vieron caminar por La Mancha en busca de los gigantes-molinos? ¿Al que campeaba por Castilla, camino del destierro? o ¿al que traspasó de un salto el Pirineo, desde la tierra de la Caballería, después de hacer su viaje a la luna, y que llamaban Cyrano de Bergerac, poeta y espadachín, roto de amor por Roxana?
¿Hay un canto de amor más hermoso que el que inspiró al poeta y dramaturgo francés Edmond Rostand, a escribir en versos de teatro la historia de Cyrano, para llenar las sombras del teatro de un amor sin barreras, con la historia de la voz y el verso amoroso del narigudo espadachín de los cadetes de la Gascuña?
Edmond Rostand

Edmond Rostand, (Marsella, 1868-París, 1918), fue un escritor, poeta, ensayista, y autor de hasta obras para marionetas, que se adentró en el mundo del teatro, para alcanzar una gloria universal y eterna con su Cyrano de Bergerac, representada sobre las tablas escénicas por primera vez en el mes de diciembre, en su día 28, del año de 1879. Fue el primer protagonista de esta tragicomedia inmortal, el actor más famoso de Francia, Benôit-Constant Coquelin, que elevó a las alturas esta obra teatral, ya para siempre grande, con la que realizó una gira mundial y, cuyo personaje, ha sido representado a lo largo del tiempo por todos los grandes actores de cada época por la que ha atravesado, alcanzando una multitud de puestas en escena, llegando a decirse que en el año 1913, se realizaron nada más y nada menos que las 1000 representaciones.
Pero, ¿quién es Cyrano de Bergerac? ¿A qué se debe su fama y su leyenda?
Nos quedaríamos cortos si solamente dijéramos que Cyrano es un espadachín de los cadetes de la Gascuña, aquel regimiento del ejército de Luis XIII de Francia, que se ha enamorado de una hermosa dama a la no puede alcanzar por la fealdad de su rostro, presidido por su larga y fea nariz.

Cyrano de Bergerac es un ser complicado, pues es un sujeto aventurero, estrafalario, espadachín, poeta, libertino y provocador. Pero con solo estas credenciales, Cyrano no sería más que otro personaje literario, de los muchos que han llenado la escena de todos los tiempos. Y es que, Cyrano de Bergerac, es además de todo aquello, un personaje ambiguo. En el mejor decir del autor de la introducción de la edición del libro que comentamos, Jaime Campmany, su complejidad emana de que es un personaje a un tiempo pendenciero y compasivo, cruel y generoso, apasionado y casto, orgulloso y rendido, valiente y tímido, elocuente y callado, fracasado y famoso. Contrapuntos de los que el propio espadachín llegara a decir que “he fracasado hasta en mi propia muerte”.
Gascuña es una región histórica situada en el suroeste de Francia y que está delimitada, al este y al norte, por el curso del río Garona; al sur, por la frontera española, y al oeste por el océano atlántico. Y de allí han marchado a París, para servir al rey, una importante cantidad de jóvenes audaces que quieren ser espadachines y encuadrarse en los llamados cadetes de la Gascuña:
Son los cadetes de la Gascuña
que a Carbón tienen de capitán.
Ojos de lince, pies de garduña,
aman y riñen por donde van.
Cualquiera de ellos la espada empuña
con indomable, fiero ademán.
Son los cadetes de la Gascuña
que a Carbón tienen de capitán.

D´Artagnan, —el mejor de los mosqueteros, que inmortalizó Alejandro Dumas padre (1802-1870), vino también a París, desde la Gascuña, con sus dieciocho años, para cumplir su sueño de ser mosquetero de Luis XIII, con una carta de su padre para el capitán de Treville, el jefe del cuerpo—; no dejará de encontrarse con Cyrano de Bergerac en su escena inicial, felicitándole por su estocada al vizconde de Valvert, al que le causa la muerte, tras provocarle a un duelo a espada.
Y es que en la obra teatral de Edmond Rostand, no puede tener peor la presentación de su personaje, Cyrano de Bergerac: Un teatro, en el Palacio de Borgoña, en 1640, donde se está llevando a cabo la representación de La Clorise; un desgraciado actor teatral llamado Montfleuri, que es el pobre, desgraciado, por haberse topado antes con Cyrano; una multitud de asistentes, cortesanos y populacho; y un personaje, Cyrano, que destroza la representación a base de insultos al actor Montfleury: “¿Olvidas mequetrefe que te veté en un mes?” […] “Gordinflón, como sigas, te dejaré esos rollos de manteca hechos migas”.
Tras lograr la suspensión de la representación teatral, Cyrano seguirá con provocaciones a todos los asistentes, retándoles a batirse con él, hasta lograr que el vizconde de Valvert así lo haga, y a quien tras un combate a espada, en el que Cyrano se proclama poeta y, tras decir que lo soy “hasta el punto de que, mientras en el arte de morir os diplomo, os compondré los versos de una balada”, acabará con la vida del vizconde de una estocada diciéndole al tiempo: “Pedid, conde, a Dios perdón, pues vuestra vida hace un rato que esta sentenciada”.

Y todo esto a la vista de Roxana, su prima, de la que está altamente enamorado. Y vienen después las algazaras por el triunfo de Cyrano en el combate, con los que han querido vengar la muerte del vizconde, y la visita de Roxana a la posada de los poetas, que dirige Ragueneau para, tras dar a creer que el enamorado al que pretende es al propio Cyrano, resultara que es a un cadete, llamado el barón de Neuville, Cristian, para el que pide a Cyrano su protección.
—¿Es cadete? —pregunta Cyrano.
—Es cadete… ¡y hermoso! —replicará Roxana.
—Y su nombre.
—Barón de Neuville.
—¡Roxana!
—Sí, desde esta mañana.
—Y así, con esta urgencia, ¿lanzáis el corazón al primero que pasa, sin siquiera…?
Ya ha conseguido Roxana la protección de Cyrano de su amado, porque al fin el espadachín, grotesco, narigudo y desalmado, es un caballero que sirve a su dama, aunque sea en favor de otro. ¡Qué contrasentido! El duro espadachín, por amor a la mujer que ama, se aprestará a ser el protector del caballero rival. Al que ama Roxana por su belleza y gallardía, lo ama también por creerle autor de unos versos y de unas cartas de amor de las que el autor es Cyrano, volcando en ellas su pasión y donándole en secreto su voz, para que le hable a Roxana entre las sombras y hacerle creer que aquel, con sus cálidas palabras, es el autor de las mismas llenas de poesía.

No ha temblado jamás el miedo en la espada de Cyrano, pero la ha sustituido con el arte de su pluma, para adorar a Roxana como si fuera otro. Esta es la grandeza de Cyrano de Bergerac, a pesar de su larga nariz que le ha ido destrozando la vida. Hay una crisis entre la belleza física y la belleza del alma, que es la pluma de un poeta que oculta su alma amorosa a pesar de todo. No cabe mayor sacrificio en el amor y en el honor de un caballero para su dama.
Cyrano prestará su voz, sus cartas y sus versos de amor a Cristian, barón de Neuville, y estará con ellos en el sitio de Arras, una ciudad perteneciente a Maximiliano de Austria, cuya conquista emprendió Luis XIII en 1640 y que, tras los asedios respectivos, fue ganada por los franceses con sus cadetes, a las tropas españolas.
—Jamás vi nada parecido a este cerco de Arras. Nosotros lo asediamos y a guisa de comedia, el Cardenal Infante de España nos asedia, —exclamará Lebrel, en la guarnición francesa, que al fin ganará esta empresa.
Pero en ella, Cristian es herido y muere y Roxana recupera su última carta de amor, escrita por Cyrano, como si fuera escrita por el esbelto galán con el que se ha casado. Para la boda han engañado hasta al propio fraile capuchino, al que De Guiche mandó a buscar para casarla con él, y al que Cyrano entretuvo quince minutos para que el fraile, engañado también, la casase con Cristian. Una carta ensangrentada que Roxana guardará cerca de su corazón.

Han pasado quince años de aquella muerte fatal y nos encontramos en 1566 y a Roxana, con un bastidor de bordar, en el parque del convento de las Dama de la Cruz de París. Es otoño. El duque de Gramen, antes conde de Guiche, y antiguo pretendiente, le preguntará:
—¿Aquí seguís, señora, inútilmente hermosa, y siempre tan de luto?
—¿Viene a veros Cyrano?
—Nunca falta a la cita. Ese querido amigo, que mil nuevas me trae, viene cada semana. Su charla me distrae.
Y Cyrano, a quien nadie pudo vencer con la espada, llegará malherido a traición y presto a enfrentarse con la muerte, no sin antes dejar claro su amor:
—Voy en busca de auxilio
—No me dejéis Roxana. Si os fuerais, a la vuelta, quizás ya no estaría.
—Te amo, no te mueras.
—Me pides demasiado… Júrame que habrá un hueco para mí en tu oración.
Y el momento cumbre. Desolado, Cyrano ve la muerte venir en forma de luna: «¿Veis el rayo de luna que ha venido a buscarme? Que nadie me sostenga», y desenvainando su espada, y dando estocadas al aire, dirá, casi en un delirio: “Y sí, ya os reconozco, sois mis viejos rivales: ¿La mentira? Pues toma. Los pactos inmorales, los prejuicios, la envidia… ¿Que si firmo una tregua? ¡Jamás! ¡Ah la idiotez!, te conozco a la legua. Sé muy bien que esta guerra me la vais a ganar, pero vencer no importa. Lo que importa es luchar. Me habéis quitado todo: el laurel y la rosa, pero, por más que os pese, aún me queda una cosa que no podréis quitarme y que esta noche, cuando cruce el umbral del cielo, aún seguirá brillando. Es algo que me llevo para que Dios sonría, y en sus brazos me tome divertido y feliz».

Y cae. Roxana, inclinándose y besándole la frente, preguntara a Cyrano: «¿Qué es ello?».
Cyrano abre los ojos, reconoce a Roxana, y exclama sonriendo:
—Mi penacho, lleno de gallardía, y la brava apostura de mi fiera nariz.
Y muere Cyrano, y con él, todo el honor de un viejo soldado con su espada y el abrazo esperado de la hermosa Roxana.
He visto a Cyrano en las películas de José Ferrer y de Gerard Depardieu y he sentido un cosquilleo en los ojos.
Viene bien, queridos lectores, que reparemos alguna vez en los valores inmortales del amor y del honor.
He aquí que Cyrano de Bergerac traspasa
de un salto el Pirineo. Cyrano está en su casa.
¿No es en España, acaso, la sangre vino y fuego?
Al gran gascón saluda y abraza el gran manchego.
¿No se hacen en España los más bellos castillos?
Roxanas encarnaron con rosas los Murillos
y la hoja toledana que aquí Quevedo empuña
conócenla los bravos cadetes de la Gascuña.
Y es que hasta Rubén Darío recibió a Cyrano en España. Y yo lo celebro.
Nota: (He utilizado para estas letras la versión de Cyrano de Bergerac comentada por Jaime Campmany, y traducida por él, con su hija Laura Campmany. Nunca dejé de leer las crónicas de Jaime Campmany en su periódico madrileño habitual. Un gran periodista y un soberbio escritor, nacido en la hermosa capital de Murcia. Y una gran traducción, de la gran obra teatral en este libro de Austral, la historia versada de Cyrano de Bergerac).
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Gran obra y enorme personaje lleno de valores y contradicciones al que desde el principio se le entrega el afecto por su valentía y arrojo, por su sensibilidad y sufrimiento interior, por la total entrega a su dama y el empeño en ayudar y proteger al amante de ella y su propio rival en el amor y lo hace por amor a su, en secreto, amada.
Pendenciero, pero noble de corazón. Y como seña, su honor.
Enhorabuena, Julio, por tu magnífica presentación de uno de los personajes más universales de la literatura.
Querido José Antonio gracias por tus palabras. A mi siempre me ha gustado Cirano. Por amor es capaz de ayudar a su rival. Y cuando Roxana descubre al final quien es capaz de escribirle con tanto amor le reconoce haciendo prevalecer el sentimiento. Cuando José Ferrer en su película le dirá a la luna que nunca me podréis quitar mi pluma esta prevalece sobre la espada.
Un abrazo.