Libro: “Los muertos”.
Titulo original: The Dead (Dublineses, 1914).
Autor: James Joyce. Traducción: Nuria Barrios.
Prólogo: John Banville. Publicado por Navona Editorial. Barcelona, 2021.
A mi amigo José Luis Escudero Lucas. In Memoriam.
Se preguntarán ustedes, respetados lectores, a propósito de qué viene el comentario de esta narración de un escritor irlandés como es James Joyce. A lo mejor me ha guiado el hecho de que entramos en el mes de noviembre, mes de cementerios y oraciones por los que se nos han ido, o a lo mejor porque la lectura de esta narración no se me quedó en el olvido, o quizás porque tampoco ha dejado de influirme la visión de la película, que fuera la última, de un gran director, John Huston, que nos contó en imágenes esta historia, ya muy enfermo desde su silla de ruedas, con su propia hija Anjelica de protagonista. Pero en cualquier caso, si bien lo pienso, en definitiva, me inclino más por la primera explicación porque cuantos más años cumplo, más se agolpan en mí más ausencias irreparables.
James Joyce (Dublín, 1882- Zurich, 1941) es un escritor irlandés nacido en el suburbio dublinés de Rathjar. En 1902 dejó su país y vivió en diversos lugares: Roma, Trieste, Paris y Zúrich. Ello no le impidió seguir vinculado a su país de origen, de cuyo recuerdo y vivencias nunca se desvinculó. Su obra más conocida es Ulises (1922), que es todo un cásico, pero que para muchos es incomprensible, como lo es también para mí, pues no acierto a concluir qué buscaba Joyce al escribirla, como no fuera para realizar “una proeza de ingeniería”, como alardeaba el propio autor.
Junto a Ulises nos dejó escrito el autor irlandés el Retrato del artista adolescente (1916), y la que es objeto de estas letras, Dublineses (1914), un conjunto de relatos escritos en su juventud, en 1905, a sus veintitrés años, con excepción del último de ellos, Los Muertos, escrito en julio de 1907 y al que dedicamos este comentario.
Los Muertos es un relato donde se mezclan los estertores finales de una burguesía aristocrática de una nación, Irlanda, que se despide inconscientemente de su tiempo y a lo que se resisten. Sin saberlo es el preludio del trágico destino que les espera a los irlandeses, desde su isla tan alejada y tan cargada de misterios. Y, por fin, es también el sentimiento de quienes no están y que no dejarán que les olvidemos.
Estamos en una cena en el Dublín de 1904. El día de la epifanía. Las hermanas Morkan, señorita Kate y señorita Julia, han preparado el banquete en su hogar como antesala de la Navidad, como un gran acontecimiento. También les ayuda Mary Jane, su única sobrina, a la que acogieron para que viviera con ellas cuando era pequeña y que se ha convertido en el principal sostén del hogar. Es profesora de música y concertista. Y con apenas unas referencias más comienza el relato, cuando las señoritas Morkan, ya de avanzada edad, están esperando a sus invitados, que lentamente van llegando.
Ya pasan de las diez horas y aún no han llegado Gabriel Conroy, sobrino de las anfitrionas, y su esposa; temen también que Freddy Malins venga ya borracho, como de costumbre. Y al llegar se disculpará Gabriel diciéndoles que “mi mujer necesita tres horas eternas para vestirse”. Tardaremos en conocer el nombre de la señora Conroy. Por fin sabremos que se llama Gretta, y que es una de las mujeres más bellas de Irlanda. Hay un desfile de personajes de determinadas clases ilustres, hasta clérigos. Hay una advertencia solapada: aquí se habla de todo, menos de política y religión. En la Irlanda de 1904 ya comienza el despertar de la tragedia de un pueblo desbordado por las diferencias religiosas y políticas. Tenemos muy cerca ese desbordamiento político. Yo no sé hasta qué punto en 1907, cuando Joyce escribe esa narración, está el IRA (Ejército Republicano Irlandés) en agitación y las muertes sin razón. En cualquier caso, me parece que todo es como una premonición.
Poco a poco el relato va centrándose en los protagonistas: Gabriel y Gretta. Gabriel ama profundamente a su mujer. Esta no deja de ser feliz con él, pero hay algo que desencaja esta relación y que Gabriel desconoce.
En la cena, descrita fantásticamente, no faltará de nada, asistiremos a una descripción detallada de los manjares, “desde platos de ganso” hasta “platos de jamón y ternera especiada”, amenizados con conversaciones de temas musicales, donde la ópera y el gran tenor italiano Caruso, no dejarán de estar presentes; y luego, tras la opípara comida, vendrán los discursos, las músicas, sin faltar el piano, las canciones, los bailes y el recitado de poemas y cómo no, los brindis, el último lo hará Gabriel por sus tías, alzando galante su copa de oporto hasta conmoverlas con sus palabras de elogio, acompañado por todos con una ovación dirigida por Freddy Malins con el tenedor en alto.
Ya cuando está comenzando el nuevo día empieza la despedida de los invitados. Gretta tarda en bajar al zaguán. Está en la parte superior del primer tramo de la escalera, en la penumbra, escuchando una música. Es una melodía que suena muy lejana y que canta uno de los invitados que declinó cantar durante la cena, el señor D’Arcy, la canción The Lass of Aughim. Gretta tiene las mejillas encendidas y sus ojos brillantes. Tras montar en un coche que navega por las calles entre un resplandor de nieve que cae suavemente, llegan al hotel. Gretta no se encuentra bien:
Y aparecerá la sombra en el recuerdo de Michael Furey. A las preguntas de Gabriel, Gretta le contestará: “Creo que murió por mí”. Una confesión de su mujer aterradora para Gabriel Conroy. Es la primera vez que lo sabe.
Toda la arrogancia, todos los éxitos profesionales y sociales de su vida, toda la gran opinión que tiene de sí mismo, todo el cariño de Gabriel sobre su esposa cae súbitamente como un derrumbe. Era la primera vez desde su matrimonio que conocía que su adorada mujer había querido antes a otro hombre al que no había olvidado. “El aire de la habitación le heló los hombros. Se tumbó y, sin hacer ruido, se estiró bajo las sábanas y permaneció así junto a su esposa”. Las lágrimas se agolpan en los ojos de Gabriel Conroy, que ha quedado turbado por la confesión de su esposa. En su estado de vigilia, su alma se va deslizando hasta la región donde moran los muertos. Casi como buscando al novio muerto de su esposa, a Michael Furey. Había empezado a nevar de nuevo y, somnoliento, Gabriel parte en un viaje imaginario. Un viaje de sentimientos, mezcla de tristeza, desesperación y celos: “Su alma desfallecía poco a poco mientras escuchaba el sonido de la nieve que caía lentamente sobre el universo y que, como el postrero descenso que a todos nos aguarda, levemente caía sobre los vivos y sobre los muertos”.
Acompaña este nostálgico relato una introducción breve pero importante de John Banville. Aunque no trae ninguna referencia, presumo que se trata del escritor irlandés, nacido en Wesfort, Irlanda, en 1945, el gran escritor de novela negra que firma con el seudónimo de Benjamin Black, ganador de muchos premios y homenajes, entre ellos el premio Príncipe de Asturias de 2014. Y el libro, cuya edición se completa con la expresión Navona Ineludibles, tiene una elegante factura.
A mí, como mayor que soy, me acompañan los ecos de unas tradiciones lejanas que se van perdiendo. No sé por qué en el mes de noviembre evoco con intensidad este pasado. Esas mesas festivas con gentes que se fueron, y también esos seres queridos que dejaron huella en nuestra vida. De alguna forma están con nosotros en un dulce recuerdo. Creo que esta sensación también la comparten muchas gentes de mi edad. Edad que es bastante.
He dedicado estas letras a la persona que figura al principio y que hace poco nos ha dejado, a quien nunca olvidaré.
Mi mejor amigo y compañero. D.E.P.
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Como siempre Julio magnifico trabajo de síntesis y comentario de este libro de un irlandés universal, como es Joyce. Yo al Ulises lo veo infumable. Gracia a tus comentarios este libro de los muertos algo complejo lo leemos más asequible por que como lazarillo y crítico literario nos llevas de la mano del ciego lector.
Muchas gracias querido Ramon. Un abrazo. Julio Calvet.
Querido Julio
Me ha parecido apasionante este relato del libro Los muertos de Joyce.
Descripción muy apropiada para este mes de noviembre con un recuerdo de amor por los que se fueron.
Estoy deseando leer este libro
Gracias por descubrírmelo
Un abrazo
Pilar
Gracias Pilar por tu comentario. Estoy seguro que cuando lo leas, con tu sensibilidad le sacarás más matices. Un abrazo Julio Calvet
Acabo de leerlo, querido Julio:
Preciosa vista sintetizada de lo que es la obra de Joyce y la sociedad reflejada en sus relatos.
Irrebatible la cita :
“ ¿en qué estás pensando?
—Estaba pensando en esa canción.
—¿Qué sucede con esa canción? ¿Por qué te hace llorar? —pregunta Gabriel.
—Estoy pensando en una persona de hace mucho tiempo que solía cantar esa canción. Está muerto”.
En nuestro bagaje de tantos años, todos llevamos en nuestra maleta sin fondo en la que cabe numerosos recuerdos encadenados a música, gestos, acciones que nos recuerdan…esto me lo enseñó mi amiga…, esto decía mi madre…y en mi caso en particular, me llevan al recuerdo vivo del momento y me hace llorar o al menos me empañan los ojos.
En mi afecto de tantos años, de los cuales he pasado más de la mitad de mi vida fuera, nos hemos visto en muchas menos ocasiones de las que hubiera tenido, pero no pongas en duda el gran y auténtico cariño que os tengo a ti y a nuestro querido José Luis, porque no está pero lo vemos con los ojos del corazón y del cariño. Enhorabuena por tu artículo y por esa dedicatoria a nuestro querido”compañero del alma, compañero”
Querida María Teresa
Acabo de leer tu comentario. Gracias. La vida parece que se vuelve cada vez más en un recuerdo, o mejor en muchos recuerdos.
Siempre seremos compañeros del alma.
En la serenidad de la noche, son las tres menos diez de la madrugada. Siento tu voz muy cerca.
Julio Calvet.