Siempre me he rebelado frente al uso de anglicismos que substituyen términos que en nuestras lenguas tienen una perfecta denominación. Cierto es que, en algunos casos, echamos mano de extranjerismos que definen conceptos sin un término que lo podamos definir. En el caso de la comunicación, uno de los más utilizados recientemente es el de las fake news. Es evidente que deberíamos optar por la expresión “noticias falsas o falseadas” aunque, tal vez, el éxito del anglicismo deriva del desarrollo del término en la sociedad actual. Pero, ¿cuál es el origen del incremento del uso de este concepto? Bien cierto es que la voluntad de condicionar la opinión pública a través de falsedades puede tener consecuencias nefastas, como hemos podido comprobar en el desarrollo de diversos procesos electorales, tanto a nivel nacional como internacional. En este caso, asistimos a una deformación voluntaria de la noticia para obtener un interés personal o de un colectivo.
Por otro lado, habría que ampliar la reflexión sobre las noticias falsas generadas de manera involuntaria. Me refiero a la información que se basa en medias verdades, bien porque se ha querido ocultar una parte de los datos o bien porque no se ha realizado un proceso de documentación suficiente. Para definir esta situación nos encontramos nuevamente con un anglicismo que, de momento, no ha tenido tanto recorrido como el anterior: miss information. Así, podemos encontrar afirmaciones en algunas noticias que en sí no representan una noticia falsa, ya que se encuentran en el contexto de una entrevista y su declaración, por ejemplo. La persona entrevistada puede haber decidido ocultar unos datos o unas explicaciones que ofrecerían una contextualización bien distinta de sus opiniones.
La perversión del mecanismo de información se produce cuando, a partir de estas verdades incompletas, si no contrastamos las fuentes o ampliamos nuestra documentación sobre la materia, desarrollamos falsedades que tergiversan la realidad. Un acto que, en principio, parece involuntario pero que se origina en una ocultación interesada en el punto de inicio de construcción de una noticia. Hay que fomentar, pues, la curiosidad innata de quien redacta un texto, con la apuesta firme por contrastar las fuentes y combinar diversos parámetros de análisis. Hay que romper las inercias del momento actual de mantener una información que se deriva de otras precedentes sin que haya habido ninguna contrastación del origen de esta.
Por este motivo, más allá de la apuesta por dejar de usar estos extranjerismos y utilizar nuestras propias palabras, tenemos que concienciarnos del riesgo de falsear la realidad si partimos de informaciones incompletas o manipuladas previamente por declaraciones que buscan desviar la atención sobre el núcleo central de la noticia. El periodista estadounidense Edward Schumacher advirtió que “el problema de las noticias falsas es que debilitan la confianza”. Una afirmación que podemos ampliar a la exposición de las medias verdades donde debemos de saber diferenciar lo que es una noticia de lo que es una opinión personal. Todo un reto para la profesionalidad de nuestros responsables de la comunicación y, cómo no, para los lectores perspicaces que exigen una información veraz y contrastada.
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Carles: no te conozco, pero tu artículo me parece una gran lección más propia de un eminente profesor de periodismo que de un catedrático de Literatura Contemporánea. Un abrazo.