Muchas veces me he preguntado sobre la pertinaz conducta humana que lleva a creer en seres mágicos, todopoderosos, omnipresentes. Que todo lo ven, todo lo saben e, increíblemente, todo lo permiten. Más comprensible en las civilizaciones antiguas donde se identificaban con fuerzas de la naturaleza fuera de control humano y por tanto de nuestra voluntad. Dioses omnipotentes, justicieros y caprichosos a los que temer.
Más difícil ya, para una mente tan limitada como la mía, entender lo de los actuales credos mayoritarios donde a las características que apuntaba al principio se unen las de bondadoso, misericordioso y justo. Alguna variable me falta en esa ecuación a la vista de los resultados, pero debo rendirme al éxito de la fórmula si lo medimos por lo nutrido de su número de creyentes y seguidores. Un mínimo ejercicio de humildad me hace no descartar en absoluto que el equivocado sea yo.
Puesto a buscarle una explicación, me he inclinado a pensar que la evolución ha dejado en nuestro intelecto un rinconcito para estas cosas. El desasosiego que crea toda ignorancia queda paliado, al menos parcialmente, porque un ser superior sí sabe, sí controla. Y si lo mantenemos contento, él se ocupará de cuidar de que lo desconocido no nos haga daño. Y si nos lo hace es que no hemos sabido satisfacer sus gustos. Así que, mediante “prueba y error” hemos ido desarrollando los diferentes sistemas teológicos que se profesan por doquier. Hemos llenado nuestro rinconcito de ignorancia con este mecanismo que, aunque pudiera parecer simple, básicamente ha funcionado (y funciona) por milenios y en todas las latitudes.
Pero hay más rinconcitos. Desde bien temprano en nuestra civilización, nuestros ancestros sintieron la necesidad de expresar cosas de las más distintas formas. Los de Altamira no tuvieron contacto con los habitantes de la Isla de Pascua (por poner puntos extremos) pero ambos desarrollaron formas de expresión artística de gran mérito. Mucho he leído de que eran exigencias religiosas, al fin y al cabo, pero yo no lo veo exactamente así. Pienso que la pulsión artística estaba ya en la mente de estos creadores y que la religión les daba la oportunidad de expresarse sin que los demás les reprocharan que no estuvieran cazando gacelas o pescando jureles. Como no fue la mujer de David Bowie la causa de que Mick Jagger compusiera Angie, ese monumento (la canción, digo), aunque sí la inspiración. Pero hubiera sido Angie o cualquier otra cosa, el genio estaba allí esperando un desencadenante. Y fue ella, aunque conozco otras versiones…
Hay un motor extraordinario en nuestro ser que nos impulsa a crear, expresar, saber, investigar mucho más allá de lo meramente práctico. Y algunos de esos seres resultan ser geniales y sus creaciones resultan obras de arte. Y entiendo por arte cualquier expresión humana que transmita admiración, belleza y deseo de contemplarlo o comprenderlo.
Me gusta Kandinsky (no soy nada original en esto). Como todo artista abstracto resulta controvertido. Pero es más fácil que eso. Miras un cuadro y te atrapa o no. Me da igual que el título del cuadro refiera al amanecer en San Petersburgo y luego resulten líneas multicolores que se cruzan con más o menos fruición. Me gusta mirarlo.
Y es sobrecogedor escuchar los coros de la Novena de Beethoven, y los Carmina Burana, y el aria de la Reina de la Noche y el Lascia ch’io pianga de Rinaldo….y el Bolero de Ravel, casi hipnótica, Bohemian Rhapsody o See me de The Who, y tantas otras. El arte tiene eso. Es una sublimación del espíritu fuera de la lógica que no nos toca a todos por igual y hace que lo que apasiona a unos pueda resultar indiferente a otros.
De jovencito vi en un telediario que un cuadro de Van Gogh se había vendido por una cantidad insensata. Eran varios miles de millones (de pesetas de la época). Me llamó la atención porque mi disponibilidad económica se limitaba a la posibilidad o no de comprar un disco o una revista de coches y con esa cantidad me podría comprar unos cuantos. Cuando vi el cuadro (por la tele) llegué al profundo convencimiento de que el mundo estaba loco. El cuadro en cuestión era Los Girasoles y yo lo miraba como poco más que el resultado de limpiar los pinceles en un trapo. Luego cambiaría mi percepción.
Son múltiples las expresiones. Me he referido a la música y a la pintura, pero igual pasa con la literatura, la danza, en la arquitectura, la fotografía, el cine… y la ciencia. Sí, la ciencia.
Hay una estúpida división que nos han impuesto entre ciencias y letras. Hasta el punto de que, desde demasiado temprano, si eliges ciencias te quedas sin estudiar Historia del Arte o Latín y si eliges letras o humanidades borras de tu vida las Mates, la Física y las Ciencias en general cual hidra de siete cabezas. Qué inmenso error. Hay belleza en todos los ámbitos de la creación. Hay belleza en el teorema de Pitágoras, en la fórmula de Euler, en el teorema de Noether o en las ecuaciones de Einstein. Hay creatividad, elegancia y una belleza sutil. Pero también la hay en el planteamiento de una oferta, de una presentación o de cómo se enfoca un asunto en una red social. Quizás menos evidente porque precisa de cierto entrenamiento previo.
No hace mucho, nos hemos reencontrado antiguos compañeros de instituto. La mayoría no nos veíamos en décadas y claro, apenas nos reconocíamos. Si me apuran, en más de uno, es la voz y no la pinta la que te traslada a aquella época de juventud. La vida llevó a cada cual por sus derroteros, pero incluso tantos años después se han restablecido viejas amistades. Y te cuentan cómo le han ido las cosas, hijos, filias y fobias, desarrollos profesionales y lo que da toda una vida ya.
Una de ellas, profesora con larga experiencia y muy experta en ciencias naturales además de aficionada junto con toda su familia a “patear campo” me estuvo explicando sobre “diapiros” y otras estructuras geológicas, los ciclos del tomillo y romero, las incrustaciones de fósiles en las rocas… ¡Madre mía! Esta gente ve más con los mismos ojos. Hemos salido alguna vez y entre ella y su marido (buen aficionado también) son capaces de ver en 100 metros de un camino lo que yo en una jornada.
Por el otro lado, tengo la suerte de tener artistas en la familia. Paseando con mi cuñado (y sin embargo amigo), más de una vez se ha parado a mirar cualquier porquería, una lata oxidada, un resto de alguna criatura marina por la playa, vamos, para salir corriendo. Y él “no, no, espera”. Lo mira, lo remira, le da la vuelta, le hace sombra, se acerca, se aleja… hasta que saca la cámara y dispara dos o tres veces “¿Pero qué ves?”, le digo. Meses más tarde me veía escribiendo la presentación de una exposición de fotografía. Instantáneas llenas de sensibilidad y belleza y, alguna de ellas, eran de esas “castañas” mientras paseaba conmigo.
Y es que ellos (y otros muchos), miran las nubes de otra manera porque el arte también incluye la curiosidad de querer entender el mundo. Distinguir y entender un diapiro (cuestión nada trivial), ver belleza en un despojo (porque ya sabe cómo la va a iluminar y recortar cuando la revele); la propia naturaleza es puro arte y al principio es lo que intentaban emular los artistas.
Ese es el motor que admiro. Ese es el motor que hace avanzar el mundo. La búsqueda de la belleza y de respuestas.
Los que hayan resuelto alguna vez un problema de matemáticas, un ejercicio de cualquier disciplina de ciencias, conocerá la plenitud de ese momento. Incluso el mero hecho de comprender los complicados vericuetos de la vanguardia científica actual (aunque sea como en mi caso en su versión más “naif”) ya produce una satisfacción interior que vale la pena.
Apenas puedo imaginar lo que debieron sentir Arquímedes, Newton, Darwin, Maxwell, Einstein, Noether, Curie, Dirac, Wegener, Rubin… y tantos otros que fueron conscientes de que arrancaban secretos a la naturaleza. Y que además eran capaces de expresarlo en una forma tan sencilla, elegante y contundente (ojo, para iniciados claro), que ha trascendido a su vida y a su tiempo.
Y no era una cuestión ni de dinero ni de prestigio. Como decía antes, es una pulsión nacida de lo más profundo de gente con la que tenemos la suerte y el honor de compartir especie y arrogarnos un poquito de su mérito. El hombre ha llegado a la luna, conquistado el espacio, construido las pirámides, creado sinfonías, obras de teatro soberbias, etc., etc., etc. Y un etc. muy largo.
Arquímedes ya nació rico, parece que emparentado con Hierón ll de Siracusa; Van Gogh pocos cuadros vendió en vida; Einstein en el cenit de su genio creativo apenas pudo mantener a su hija Leiserl; Henry Cavendish fue un aristócrata británico que en su laboratorio descubrió el hidrógeno, la composición del agua, calculó la constante de gravitación universal G y un montón de cosas más, pero no se lo contó a nadie. De Cervantes ya sabemos todos, una vida de miseria para triunfar en la posterioridad con letras de oro.
Y habría mil ejemplos más. En definitiva, el arte, la creatividad surge como una necesidad del individuo, independientemente de la de la sociedad, aunque tarde o temprano se retroalimentan y todos nos beneficiamos.
Va por todos los creadores de lo que sea, los curiosos impenitentes, multidisciplinares o no. Me hubiera gustado ser alumno de mi recuperada amiga porque tanto amor por lo que hace y le gusta tiene que calar los huesos de sus alumnos. Me gustaría tener un poquito de la capacidad de mi cuñado, esa que le permite ver belleza donde yo no veo nada o simplemente crearla (por cierto, si lo quieren seguir se llama Manuel Carmona y por redes sociales podrán verificar lo que digo).
Antes hice una alusión a Van Gogh y a mi decepción por Los Girasoles. Ahora pienso que vale la pena ir a París sólo (aunque no sólo) para visitar su sala en el D’Orsay. O a su museo de Ámsterdam. Es una sensación muy especial ver el mundo desde sus ojos. Su impresionismo impresiona y suya es esta frase con la que remato este escrito: “El arte es el hombre agregado a la naturaleza”. Y apostillo yo: “Ciencias y letras juntas”. Parece que el bueno de Vincent, entre crisis y crisis, carburaba con brillantez.
Impresionante artículo, Juan José. Siempre me admira la prosa con la que escribes y amenizas tus escritos y nos atraes a aprender y, a la vez, a «divertirnos» haciéndolo.
Desde la primera publicación tuya que leí, quedé admirado de tu cultura multidisciplinar, tu amplisimo vocabulario utilizado con la sencillez de un sabio, tu dominio de la redacción para atraer pedagógicamente a los lectores de los artículos con los que participas en esta web y, ya por acabar de describir mi admiración hacia tu cultura, de cómo difundes tus conocimientos y opiniones tan bien argumentadas.
Te envío un abrazo de oso, estimado y, repito, admirado compañero de grupo y amigo.
La curiosidad es un elemento que lleva al conocimiento y a la innovación. Enhorabuena por el artículo.