Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Cultura

De libros y paisajes

Libro: Años y leguas
Autor: Gabriel Miró
Obras completas de Gabriel Miró. Volumen XI. Biblioteca nueva.
Establecimiento tipográfico: «El adelantado de Segovia».
Madrid, 1928.

«Sigüenza se ve como espectáculo de sus ojos, siempre a la misma distancia siendo él. Está visualmente rodeado de las cosas y comprendido en ellas. Es menos o más que su propósito y que su pensamiento. Se sentirá a sí mismo como si fuese otro, y ese otro es Sigüenza hasta sin querer. Sean esas páginas suyas para el amigo de Sigüenza, más Sigüenza y más él».

Así escribe su dedicatoria al libro Años y Leguas, Gabriel Miró (Alicante, 28 de julio de 1879 – Madrid, 27 de mayo de 1930). El gran escritor alicantino, paisano nuestro. Nunca reconocido bastante, Gabriel Miró es uno de los grandes escritores de la lengua española llena de hermosura y hasta de sabores, con unas descripciones buscadas con afán de embellecer nuestro lenguaje. Si además les confieso que nací en Orihuela, su Oleza, no les puede extrañar que, para mí, el autor de Nuestro Padre San Daniel y El Obispo Leproso sea uno de los más grandes. Yo no oculto que soy mironiano y me entusiasma su forma de escribir.

Gabriel Miró (Fuente: Wikimedia)

Y Sigüenza es Gabriel Miró; y Gabriel Miró es Siguënza, porque «ese otro es Sigüenza hasta sin querer». Sigüenza paladea el paisaje y define su vida como Años y Leguas. ¿No les parece estimados lectores que la vida es para casi todos un recorrer de años y leguas? Yo desde luego hoy, a la altura de mis años, lo veo así, y si me preguntan que es de tu vida, no me arrobaría para decir que ha sido y mientras dure seguirá siendo, un afán de años y leguas. La vida es un recorrido. La vida es una constante. Y está vestida entre otras cosas del paisaje, de los montes y de los mares.

En todos los libros de Gabriel Miró he reconocido los paisajes de la huerta de naranjos y limoneros, de los pinos y carrascas, y de los dulces frutos de la sierra Montaraz. Y es que la obra Gabriel Miro es descriptiva de almas y de personajes, y es también un canto enamorado al paisaje y a la naturaleza.

Un paisaje, en realidad, si sabe buscarse bien, resulta que no ha cambiado mucho con el transcurso del tiempo. Solo cambiarán las figuras cuando falten para siempre. Y así nos los llega a decir el propio Miró al terminar su libro Años Y Leguas, cuando volvió tras veinte años de ausencia:

«El valle, desde el viejo camino, en las horas buenas de la mañana, era lo mismo que en aquel tiempo, lo mismo que en todos los tiempos que han de venir; y por tanto ya era otro valle sin nosotros. Y aquí dejaré a Sigüenza, quizá para siempre. Conviene dejarlo antes de que se quede sin juventud. Porque sin un poco de juventud no es posible Sigüenza».

Fuente: https://www.panoramicas360.net/

Se hizo cierta la predicción, si en 1928 vio la vida Años y Leguas, en 1930, moría Gabriel Miró, sin haber perdido la juventud.

Gabriel Sijé, Justino Marín, (Orihuela 1915-1946), hermano de Ramón Sijé, Pepito Marín, constató en una conferencia pronunciada en el Casino Orcelitano de Orihuela en mayo de 1941, titulada El Hombre y el Paisaje, que «si tuviera que darse a Miró nombre de elemento, yo le diría sin titubear viento: viento leve cargado de olores de flores, de partículas finísimas de mar cristalino, de amores de criatura con íntima dulzura de frutas».

Sigüenza vuelve a la tierra de labranza en sus Años y Leguas, veinte años después, y su heredad de alquiler se le aparece y recuerda como «una rinconada de Madrid. Porque, las ciudades grandes, ruidosas, y duras, todavía tienen alguna parcela con quietud suya, con tiempo suyo acostado bajo una tapia de jardines».

Y acude a contemplar aquellos campos «y felpas de pinares; la escarpa cerril; las frentes desnudas de los montes, rojas y moradas, esculpidas en el cielo; y en el confín, el peñascal de Calpe, todo de grana, con pliegues gruesos, saliendo encantadamente del mar».

Peñón de Ifach, Calpe (Fuente: Wikimedia)

Años y Leguas es como un libro de relatos que se engazan por las laderas de las montañas alicantinas y de sus campos de trinos y lagares. Hay un parral que es «una clausura vieja de pilares gordos, encalados», un vicario con su «lebrel, una lámina roja que se alarga y encoge galopando en el aire de la madrugada», unos grandes señores, «los del tiempo viejo», como don Práxedes Mateo Sagasta, que pasó por los tiempos provincianos de la mano de Don Trinitario Ruiz Capdepón que lo llevó a Orihuela, donde lo sentaron en un banquete de quinientos comensales pero que no quiso quedarse a dormir en la cama que le habían preparado los concejales y que llegarán a los caminos y lugares de la llamada Marina Baja como Callosa D´Ensarriá: «Calvario barroco de cipreses negros. Voltear de campanas a la redonda de las cumbres. Calles con toldos de cañizos. Fiestas y casas viejas. El Ayuntamiento con soportales de cal. En la sombra, unos bancos con los mismos abuelitos de siempre, que miran la lejanía desde la curva de sus cayadas». Y en la gran altura como atalaya mayor, el pueblo de Tárbena, con sus «dos cipreses de bronce, una grada de cultivos, una acumulación de losas, un breñal torvo, un pueblo saliendo jugosamente de los sembrados», como paisaje.

Tárbena (Fuente: Wikimedia)

Al fondo el mar: «Calpe sin verano de gentes forasteras. Silencio. Una gaviota pasando por el horizonte. La llama de piedra de Ifach. Blancura de lonas y de casas de obra de alfarería enjugándose en el bochorno de la tarde. Olor de barcos en el sol de la arena, de redes y de tiestos de alábegas y geranios».

Paisajes que yo también he frecuentado, pues por allí anduve hace no sé cuántos años ejerciendo mi querida profesión. Y puedo asegurarles queridos lectores, que busqué a Gabriel Miró entre los pinos y las cúpulas azuladas, buscando una gaviota que me lo encontrara entre las cerezas del cementerio por cuya cercanía pasaba a diario camino de la tierra de Callosa.

Hoy he querido evocarlas y buscar el rastro de Sigüenza por Años y Leguas, para que no se olvide, y lo he leído en un ejemplar de su libro del año de 1928.

Pero déjenme terminar volviendo a Nuestro Padre San Daniel para visitar el claustro de la catedral de Orihuela, para volver a ver «un ciprés, el ciprés más recto y sensitivo de Oleza, que embebía su punta de claridad alta».

Me he imaginado acompañando a Don Magín, teniente cura de Nuestro Padre San Daniel, con un ala del manteo ceñida a su costado y la otra plegada pomposamente sobre un hombro, deteniéndonos a descansar un instante en la sombra de los últimos tapiales para mirar al hondo y contemplar el inmenso empaque de Oleza:

«La ciudad se volcaba rota, parda, blanca. Porches morenos, azoteas de sol, las enormes tortugas de los tejados, paredones rojizos, rasgaduras de atrios, y plazuelas, jardines señoriales y monásticos. Un ciprés, un magnolio, una palmera, dos araucarias mellizas. Muros de hiedras, de mirtos; huertos anchos, calientes; frescor jugoso de limoneros, de parras, de higueras. Eucaliptos estilizados sobre piedras doradas y de apariciones de cielo de un azul inmediato. Un volar delirante de golondrinas y palomos. La torre descabezada de la Catedral, la flecha del Palacio entre coronas de vencejos, la cúpula de aristas cerámicas del Seminario, el piñón nítido de las tres espadañas de Santa Lucia. Más lejos, la torrecilla remendada de las Clarisas. A la derecha un pedazo de la loriga azul del cimborio de Nuestro Padre y la contornada del Seminario que brotaba de un hervor de rio».

Y volvamos a nuestro quehacer diario y a nuestros libros de siempre. Salgamos al camino y desterremos el ruido y las prisas del vivir de este mundo alborotado de sin razones, en el que vamos como si nos faltara tiempo. Volvamos a pensar en nuestros años y en nuestras leguas.

Volvamos a caminar entre el silencio aromado de flores y de pájaros silvestres.

Julio Calvet Botella

Magistrado y escritor. Colaborador de la APPA.

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