¿Conocéis el origen de dar la mano? Desde la antigua Grecia y Roma este gesto se utiliza como una forma de mostrar confianza y amistad. Aunque en sus orígenes también representaba una manera de sellar acuerdos y compromisos: al estrechar las manos se creaba un vínculo físico que simboliza el trato mutuo o una promesa. Desde aquel momento, en diversas culturas, se ha ido extendiendo su uso para transmitir una sensación de igualdad y de amabilidad. También se ha escrito sobre sus inicios como una forma de mostrar que no se llevaban armas ocultas y que, al estirar la mano hacia otra persona, se demostraba que no había ninguna intención hostil en una época marcada por conflictos frecuentes.
Vayamos al grano. ¿Qué representa en la actualidad el hecho de dar la mano? En primer lugar, se trata de un saludo amistoso hacia otra persona. Mostramos nuestro reconocimiento y establecemos una conexión interpersonal. Ofrecemos un gesto de cortesía tanto en situaciones formales como informales, de manera que al estrechar su mano, reconocemos su presencia y la importancia del otro individuo. Del mismo modo que en la Antigüedad, podemos entenderlo como una especie de confirmación de un acuerdo o de un trato. Confirmamos así lo establecido con anterioridad, de manera que, sin tener que firmar ningún documento, damos el visto bueno a los puntos abordados.
Me quedaré con uno de los significados más interesantes: el establecimiento de un nivel de confianza mutua. Cuando estrechamos la mano a alguien, simbolizamos una apertura y disposición para interactuar y establecer una comunicación. Hemos roto la distancia con el otro para invadir su individualidad y representar que confiamos en él. Un gesto que puede venir refrendado, cuando el nivel de confianza es mayor, con una acción considerada más agresiva de la intimidad: la concreción de un abrazo o incluso de los besos en las mejillas.
Tras la última pandemia del COVID-19 frenamos alguno de estos gestos. La implementación de diversas medidas de prevención para frenar la propagación del virus forzó la desaparición de estas acciones. Se evitaban los saludos de contacto físico como dar la mano, abrazar o besar en las mejillas, pero aumentábamos la distancia social y psicológica entre las personas. El metro físico que nos separaba empezó a marcar unos límites que, tal vez, ahora que la situación sanitaria se ha regularizado, siguen existiendo. ¿Continuáis experimentando un cierto rechazo al contacto entre personas cuando tomáis la iniciativa de saludar con alguna de estas formas? ¿Mantenemos el miedo a la propagación del virus o se trata simplemente de un renacer a la defensa de la intimidad frente a un saludo en apariencia inofensivo?
Recuerdo en los inicios de la pandemia el rechazo ofrecido frente a cualquier gesto de proximidad o de establecimiento de confianza. Me quedé un par de veces con la mano en alto o con los brazos en dirección a la otra persona sin recibir respuesta. Cierto es que nadie esperábamos la intensidad de lo que nos venía encima, pero eran momentos en los cuales necesitábamos más que nunca recibir esa muestra de afecto, aunque fuera un rival en nuestras discusiones. Como ser humano, necesitamos del contacto físico, haya o no un acuerdo entre ambas partes, para sentirnos parte de un todo, de una sociedad que fomenta el aislamiento y la individualidad. ¿Por qué seguimos ofreciendo esa distancia social que ya no es necesaria para las autoridades sanitarias?
Del mismo modo, si analizamos algún saludo de manos, tenemos la sensación de que la otra persona muestra reticencias hacia nosotros. ¿Habéis experimentado que la otra mano se resbala entre la vuestra, como una especie de compromiso sin voluntad hacia nuestro gesto? Es lo que llamamos «manos escurridizas», que ofrece una imagen de falta de sinceridad e incluso de desprecio del otro. Hay que tener en cuenta que la primera impresión es la que cuenta y que, a veces, la forma de saludar de un desconocido ofrece datos muy interesantes sobre su manera de ser. Un estudio del Departamento de Psicología de la Universidad de Alabama, dirigido por el profesor William F. Chaplin, afirmaba que «este saludo refleja características de la personalidad». En el estudio se observaron ocho características del gesto: temperatura, humedad, textura, fuerza, vigor, apretón completo, duración y si existía o no contacto visual. Así, se confirmó que el apretón de manos es más común entre hombres que mujeres —en nuestra sociedad, estas optan en mayor medida por la concreción de dos besos en las mejillas— y que, quienes lo realizan más firmemente, son más extrovertidos y seguros de sí mismos.
Reivindico, pues, la recuperación del contacto físico a través de las manos, los abrazos o los besos. En momentos de polarización como los que vivimos, a pesar del intercambio de ideas y de posibles reproches, el establecimiento de estos gestos puede suavizar las formas, predisponer al acuerdo. Rompamos los límites de lo establecido socialmente, llenemos nuestros actos de muestras de reconocimiento al prójimo y del entendimiento por encima de los debates. Un buen apretón de manos con contacto visual, además de un abrazo afectuoso y sincero, puede romper la barrera inicial que se establezca con nuestro rival o contrincante. Porque los humanos necesitamos entender que no estamos solos en los retos cotidianos que se nos plantean. Saludemos con sinceridad a conocidos y desconocidos; entendamos, pues, que no estamos solos en nuestro día a día.
Absolutamente de acuerdo con tu interesantísimo escrito, estimado Carles. Un cordial saludo, es decir, un gran apretón de manos.
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Yo siempre fui de dar abrazos , besos y la mano y hay que seguir. Para mí es algo normal y necesario.
De pequeños cuando aún no estamos tocados por las reglas sociales, los besos, abrazos y darse la mano para caminar, son gestos habituales impulsados por emociones espontáneas.