Parte 1. Comedia
Carguen los móviles porque deben de estar a punto de recibir ciento y la madre, y el padre, de felicitaciones navideñas de esas personas que en todo el año se acordaron de ustedes pero que realizan un copia y pega de algún vídeo de esos y los lanza sin ningún tipo de piedad a todos sus contactos. La batería de sus móviles necesitará asistencia de urgencia para tantos datos y para tanto forzado buenrollismo.
Es tan típico como los anuncios de El Almendro, de turrones El Lobo y los de las muñecas de Famosa “se dirigen al portal” (lo sé ya lo están tarareando). Hablo de los vídeos navideños que te llegan al móvil, ya sea con tu cara encima de un cuerpo de reno bailando cualquier canción estúpida y moviéndote como si hubieras sufrido un ataque epiléptico o los otros, los que duran 15 minutos de una canción de música clásica deseándote lo mejor del mundo entre imágenes bellas, casi siempre oscuras, y frases tan azucaradas que a veces te suben el azúcar. Y como la peña es tan original puedes recibir el mismo vídeo cientos de veces. Bueno, yo no, porque no tengo tantos amigos, que la canción de Roberto Carlos me gusta, “Yo quiero tener un millón de amigos”, pero que las relaciones sociales nunca fueron lo mío. Por eso debe de ser que no vendo tantos libros como muchos otros que sí que saben rodearse de esos amigos que canta el gran Roberto, que yo soy más de El gato que está triste y azul. Bueno, cada cual es como es, nadie tiene la culpa de ello.
Pero volvamos al tema importante: la Nochebuena. Como que, en algunos aspectos, es más que la Navidad. Porque la Navidad es como la resaca de la Nochebuena, es como bueno, lo doy todo el 24 y ya lo que me quede para el 25, con su caldo con pelotas o lo que el estómago sea capaz de ingerir… o no. Omeoprazol mediante. Que aquí llega el tema familiar y el reparto de poderes. El 24 en casa de mis padres y el 25 en la de los tuyos, pero recuerda que al año siguiente será al revés. Es de ley. Temazo de Pistones, El pistolero, 1983. No sé, me ha venido a la cabeza. Inmediato me ha salido el de mi idolatrado Bunbury, Sácame de aquí.
La cena suele ser como las bacanales romanas. Te va a entrar todo y sin ticket regalo y, por supuesto, si vas de invitado la respuesta es a todo sí. Yo siempre lo comparo como si fuera a una gasolinera a repostar y le dijera al profesional, póngame todo lo que tenga el surtidor. Todo. Casi lo mismo, pero recibiendo mensajes en la cena. Luego están los y las educadas que no lo sacan, el móvil, y cenan como si realmente estuvieran interesados en la cena y los o las que no dejan de mirarlo porque, al parecer, es más interesante —no lo niego, es la verdad— lo que hayas de contestar o leer que las propias personas que te están rodeando en ese momento. En mi época se llamaba falta de educación, hoy, ahora, con todo lo prohibido, pues no seré yo quien coarte la libertad de expresión en cualquier momento y lugar, que no hay cena ni comida sin móvil en la mesa. Hay gente que no sabe utilizar el tenedor ni la cuchara, ahora el móvil, lo utilizan con la soltura que, si fueran TEDAX, ya me quedaba yo tranquilo si llamara alguien en la cena de la suegra diciendo de un aviso de bomba. Si lo hace, por otra parte, que sea antes de pasar al primer plato, que en estas cenas o comidas los primeros platos son los menús íntegros de cualquier carta de boda, que hay más entrantes que en los golfos de toda Europa.
Y por supuesto las conversaciones.
Siempre se intentan evitar los temas conflictivos rollo religión, política, fútbol… Pero claro, llega el discurso del Rey y lo echa todo a perder, es como una piñata en la que todo el mundo quiere darle a los temas, pero nadie se atreve porque tengamos la fiesta en paz.
Luego está el rollo menú. Los que somos de no cenar o cenar poco o cenar poco porque podemos comer todavía menos no entendemos que ese día tengamos que destrozarnos todo el aparato digestivo porque sí. Porque un bocado a esa tortilla de patata me va a sentenciar a estar un par de días limpiando mi intestino. Que siempre te sientas y te miran como diciendo: “a ver, para el raro ya hemos preparado esto, esperemos que se lo coma”. Pero el raro come como una persona normal y no es necesario que lo atiborren a lo que pueda comer, que uno se ve en la obligación de comerse todo el jamón de la Cordillera Ibérica para no dejar mal a quien te ha preparado el plato paellero, porque poco puedes comer más, y te mira como diciendo: “no te dejarás nada”.
Por supuesto, siempre está la frase que odiamos todos los que tenemos problemas digestivos “por un día”.
Por un día puedo comer un poco más, pero no todo el supermercado, que sí, que entiendo que los que preparan la cena y/o comida quieren que no pases hambre, pero que no es lo mismo no pasar hambre y disfrutar, que reventarse el estómago con lo que puedas comer; además que hay menús que no sabes ni que existían, que la peña con los tutoriales de Internet y la Nouvelle Cuisine se viene arriba y te prepara cosas que no comes cuando tienes hambre.
Yo soy de los que voy a un hindú o a un asiático o a un chino y no me saques de arroz tres delicias, del rollo de primavera y de poco más, que hay cosas que ni sé lo que son. Y que todas huelen muy bien allí, pero no olerán tan bien cuando vaya al baño, que a mí cuando tengo hambre, lo que me gusta es llegar a un sitio donde tranquilamente pueda comer sin saber que tengo que salir corriendo al excusado. Que la peña en estas fechas saca utensilios para cocinar que yo imaginaba que se utilizaban en los quirófanos para operaciones a corazón abierto. Bueno, eso, o que no existían, que a mí me sacas del cuchillo que corta el pan y todo lo demás lo reduzco a tenedor y cuchara, y plato hondo para la sopa y el plano para todo lo demás.
Y también lo dicho, lo de las conversaciones. Que si son familiares con los que tienes confianza, pues puedes bromear de manera distendida, que te conocen, que saben del rollo que vas, de tu sentido del humor; pero que si no, lo de la tensión de Oppenheimer antes del hongo atómico es un capítulo de Barrio Sésamo.
Y que sí, que al final todo el mundo va intentando estar genial, que hasta intentas vestir de manera adecuada sin que parezca que vas a la gala de los Óscar, pero con algo apañado, que luego nunca suele resultar cómodo cuando tu panza comienza a hincharse pero que, claro, un día es un día y una noche es una noche. Y que os deseo a todos y a todas unas felices fiestas que, como ya me conocéis los que me seguís, siempre es con un tono de humor tratando de sacar una sonrisa. Barcala, patinetes para la tercera edad, que seguro que son ellos lo que sonreirán motorizados y al viento alicantino antes de la Misa de Gallo.
Parte 2. Nostalgia
Feliz Navidad. Estas palabras suenan tanto a felicidad como a nostalgia —no quiero decir tristeza, me quedo con nostalgia—. Son palabras tan fuertes como una preciosa sonrisa, como frágiles cual el vuelo de una pluma.
Tiempos donde se recuerda con especial corazón a todos aquellos y aquellas personas, familiares, amigos, amigas, seres queridos que bueno, que decidieron, por el motivo que fuera, convertirse en cada uno de nuestros suspiros al recordarlos.
Ese gesto que te rompe el corazón y que, irónicamente, te saca una sonrisa de los labios. Ese momento en el que tratas de recordar las últimas palabras que se fueron con ellas y ellos. Ese olor. Esa mirada. Esa sonrisa o tristeza o susto. Ese detalle que te hace más vivo porque ellos decidieron darte esa parte de su vida al marcharse.
Por todos y todas los que no pueden estar entre nosotros y nosotras un año más. Por ellas y ellos. Porque daríamos tanto por un poco de tiempo más, de gestos, de un beso, un abrazo, una tontería, una risa, un “te quiero” sin necesidad de pronunciarlo, o sí, o de gritarlo, o de llorarlo, o de reventar de emoción por tan sólo un segundo más.
El corazón está lleno de latidos propios, pero cuando recordamos a los seres queridos nos inundan los suyos y, como que nos suenan de otro modo, incluso brotan lágrimas del corazón y no las quieres detener porque son suyas, de ellos y ellas para ti.
Por todos y todas las personas que están allí pero que siempre estarán aquí, aquí dentro, y que no se marcharán nunca jamás.
Os queremos. Feliz Navidad a todos y a todas. (Feliz Navidad Estíbaliz, te encontraré. Te quiero. Te echo de menos —me tomo esta licencia de autor—).
Parte 3. Vuelta al mundo real
Lo dicho, que ustedes superen lo que les viene y no sólo los mensajes, que hay algo que está al mismo nivel, y no hablo de los comerciales de turrón, no; son los anuncios de perfumes.
¿No son demasiados guapos y guapas? Aquí, ¿por qué nadie se queja de nada?
¿Son esos cuerpos los naturales? Si hago yo el anuncio de los marineros, me apedrean poco antes de hundir el barco. Pues eso, que en lo de cuestión de género sigue habiendo mucha hipocresía pero que sí, que son todos y todas muy guapas y tienen que olerles el perfume genial, sobre todo antes de tirarse al agua o todas esas cosas que hacen.
Un detalle. Uno ya es viejo y viste como le da la gana, pero comprobado. Si entro a un céntrico centro comercial con mis camisetas de diario, no me ofrecen ni una sola colonia, ahora si entro con chaqueta, la cosa cambia. Es lo que tiene la ropa, que huele mejor que las personas. Es lo que hay, el mundo que hemos creado.
Rock and roll.
Feliz Navidad y próspero año nuevo.
Por cierto, la banda sonora de este artículo ha sido Trough the barricades de Spandau Ballet, una de mis canciones favoritas en lo que a momentos nostálgicos se refiere. Muy recomendable.
En fin, que ustedes lo lean, lo pasen y lo paseen bien.
Te mereces un montón de amigos y vender más libros… Un abrazo.
Muchas gracias don Ramón. Pero amigos como usted, de los buenos y únicos. Un abrazo grande.