Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Cuando terminen las guerras

Tengo un buen amigo que en alguna ocasión me ha comentado que a pesar de su mente científica, racional, amante y estudioso de la tecnología aplicada, a veces tiende a creer que algunas de las grandes cosas que nos pasan en la vida, esos hechos que podríamos calificar como centrales en las biografías de cada uno de nosotros, tienen más que ver con la pura contingencia y la casualidad que con nuestra propia voluntad de hacer y decidir. Llevándolo al terreno historicista sería como creer que las cosas siempre sucederán de una determinada manera a pesar de nosotros y que nuestra capacidad de cambiar ese destino trágico o no es más bien reducido.

Por una curiosa asociación de ideas este mismo razonamiento, este pensamiento, me volvió a rondar cuando hace un par de días estaba viendo una pequeña película danesa, de esas que apenas tienen recorrido entre las grandes distribuidoras. Es un relato sobre un episodio histórico, menor si se quiere, sobre el final de la II Guerra Mundial, pero con un punto de vista novedoso y al que casi no estamos acostumbrados a prestar atención.

En la cinta se narra uno de esos tantos capítulos oscuros que recorren las guerras lejos de los frentes de batalla, hechos que habrían tenido lugar —se remarca que están basados en una historia real— en una pequeña población de la Dinamarca ocupada por los nazis y a la que son enviados medio millar de refugiados alemanes cuando el conflicto está ya cerca de su final.

Y como casi siempre ocurre en estos casos, la mayoría de esos refugiados son personas mayores, mujeres, niñas y niños, pues se sobreentiende que si eres hombre y más o menos joven ese no es tu sitio. De lo que sucede a partir de la llegada de esos seres humanos desvalidos y enfermos, de cómo reacciona la población local, de las contradicciones entre lo que se debería hacer y lo que realmente se decide hacer con ellos, va toda la película. Otra pequeña guerra más lejos del frente de la propia guerra.

En esto pensaba, y en lo que está pasando en Ucrania y Gaza ya demasiado tiempo, dos guerras éstas sin final a la vista, y en la necesidad y exigencia ética que tenemos como sociedad de evitar que lo que está sucediendo sea visto como una contingencia inevitable sin más, como una desgracia ante la que nada o casi nada podemos hacer, y cuya diaria y trágica realidad empuja como un hecho casi natural para que el infierno no se termine nunca.

Soldados en la guerra de Ucrania. Fotografía de Ліонкінг (Fuente: Wikimedia).

Algo de esta inevitabilidad pareciera que sucede en Ucrania. Ese y no otro parece el paisaje al que asistimos desde hace más de dos años, en donde la única discusión pública es cuántas y para qué se mandan armas y más armas con el único objetivo de mantener bien alimentado el frente de batalla, y sin que apenas se oiga siquiera pronunciar la palabra paz.

También en Gaza, permitiendo, por acción u omisión, el insufrible genocidio a cielo abierto de miles de inocentes —la mayoría niños, mujeres y ancianos como sabemos— que capitanea el sanguinario Netanyahu ante los ojos del mundo y a pesar de sus esfuerzos para silenciar sus crímenes matando y asesinando también y con total impunidad a decenas de periodistas y trabajadores de todo tipo de asociaciones humanitarias como incómodos testigos que son de la masacre.

No les había dicho cómo se llama la película de la que les hablaba al principio. Cuando termine la guerra es su nombre, un ejercicio de buen cine que nos obliga a pensar, una vez más, sobre nuestras propias contradicciones, sobre el comportamiento humano en casos extremos como aquel que relata la cinta, como los que vivimos hoy en día, como los escenarios de enfrentamiento y división que impulsan con tanto peligro e irresponsabilidad algunos tan cerca de nosotros. Pero también, y afortunadamente, sobre los límites del ejercicio de la bondad y la solidaridad, sobre si las guerras —todas— no debieran ser vistas solo como contingencias contra las que poco o nada podemos hacer tal y como, una y otra vez, nos quieren hacer creer estos días, si no más bien como el escenario extremo en donde deberíamos rebelarnos para combatir esta cierta predestinación fatalista que nos tiene tan paralizados.

La imagen final de la película de la que les hablo, un plano sostenido con cuatro de sus personajes cruzando a pie la pequeña y casi idílica población danesa a pesar de la guerra que viven, caminando hacia un destino incierto como consecuencia y en ingrato pago por su decisión de rebelarse contra el destino prefijado, es todo un canto a la esperanza. Una metáfora de que, contradiciendo el pensamiento de mi amigo, a veces merece la pena luchar por recuperar una cierta capacidad de rebelión contra esa creencia tan extendida de que las cosas —también las guerras— son inevitables y tienen que ser así. De empujar del modo que sea para que —ahora sí— puedan terminar todas las guerras. Las declaradas y las que algunos están empeñados en empujar para que sean declaradas.

Pepe López

Periodista.

6 Comments

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  • Ni una palabra contra el terrorismo genocida de Hamás, que desencadenó la guerra. Hay que condenar toda guerra y todo genocidio. Si queremos ser justos. Y ya sabes que la justicia es el camino para la paz. Un abrazo, querido Pepe.

    • Querido Ramón, Hamás es un grupo terrorista, cuyas métodos y actuaciones son terroristas y cuya primera víctima es el propio pueblo, pero eso ya lo sabemos, lo condenamos, no va de eso este artículo, la cuestión entiendo que es otra, es preguntarnos -yo me lo pregunto- por qué actuamos de una determinada manera si las víctimas son «nuestras víctimas» y de manera diferente, cruel, despiadada incluso, cuando creemos que son de otro, cuando en realidad las víctimas son siempre las que necesitan nuestra ayuda… de eso va la película a la que cito y que me sirve para el artículo. Y, claro, nunca podemos juzgar por el mismo rasero a un grupo terrorista -Hamás, ETA…- que a un estado que se reclama democrático como se reclama Israel. ¿Habríamos aceptado que se bombardeasen pueblos del País Vasco porque el gobierno español tenía la convicción de que allí se escondían los militantes etarras, matando a miles de inocentes en la operativa? Esa, creo, es la pregunta que quizás deberíamos hacernos, si los fines justifican los medios, si lo que lo que no es una opción en nuestro caso sí lo es en el caso del gobierno de Israel.

      • El Estado de Irán está detrás de los terroristas de Hamás y acaba de declarar, una vez más, que el objetivo irrenunciable es la destrucción de Israel. Jamanei dixit.

          • Ramón aceptemos que el estado de Irán patrocina el terrorismo de Hamás y de otros, como de otra manera Arabia Saudí y varios estados del gofo Pérsico patrocinan y ejercen por encargo igualmente el terrorismo y el islamismo radical, aceptémoslo, pero si a Irán hemos acordado no sé cuántas rondas de embargo, incluídas armas, me pregunto qué extrañas razones hay para no hacer lo propio con el Estado de Israel (no confundir con los judíos, israelitas, etc) y proceder a un embargo de armas o similar cuando está perpetrando a cielo abierto un genocidio ante los ojos del mundo. Lo que vale para uno debería valer para lo otro… y en ese otro meto no solo a Israel.

  • Gracias…
    Con firmeza por la libertad,
    este domingo, con mi mano en libertad y sin sectarismos,

    empujaré hacia el interior de la urna… un sobre con una papeleta dentro
    por la defensa de la libertad…

    Un abrazo
    Pedro J Bernabeu