Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

Cuando los humanos ya no habitemos la Tierra

Fotografía: Pyro4D (Fuente: Pixabay).

La “preocupación” sobre el medio ambiente es una de las cuestiones que más horas de radio, tv y demás medios ocupa en los últimos tiempos, sin contar con la covid, claro. Y lo entrecomillo porque no creo que nadie, nunca (de los que gobiernan, digo) se lo haya tomado con un mínimo interés más allá del rédito electoral que tal o cual medida le pueda reportar en las siguientes elecciones.

Que nos estamos cargando el planeta es una verdad a medias. Nos estamos cargando el planeta en su aspecto (biológicamente hablando) actual. Pero al planeta se la “refanflinfla” el medio ambiente actual, los humanos y nuestro bienestar. Somos apenas un instante en sus más de 4.500 millones de años de existencia y engrosaremos más pronto que tarde la lista de las especies extinguidas como ha pasado a tantas, y otras ocuparán nuestro lugar.

Será un meteorito, un volcán, una plaga, una pandemia, probablemente nosotros mismos… no sé, pero será. Y la Tierra seguirá dando vueltas al Sol obstinadamente, sin nosotros, como casi siempre. Y habrá un amanecer igual de hermoso cada día, aunque no estemos aquí para disfrutarlo.

No, el planeta no está en peligro. Nosotros estamos en peligro por maltratar al planeta. Y estamos haciendo todo lo que hay que hacer para acelerar nuestro fin como especie o, al menos, el de nuestra civilización tal como la conocemos. Y ¡ojo! esto no tiene por qué ser necesariamente malo (para el planeta, digo).

Fotografía: Marco Roosink (Fuente: Pixabay).

Somos una plaga en sentido estricto, pero con dos particularidades que nos hacen especialmente peligrosos. Somos una plaga mundial y, además, tenemos el poder de manipular el medio ambiente. Todos. Nunca ocurrió tal cosa con anterioridad.

Y si miramos con un poquito de distancia, no nos resultará difícil apreciar lo irreversible que es nuestro sino.

Tenemos detectados los peligros e identificados los mecanismos que nos acechan, pero cualquier medida realmente eficaz requiere de varios de los ingredientes que nuestra sociedad no está dispuesta a asumir. Y lo que hay que hacer podríamos reducirlo a un solo término: SACRIFICIOS.

Pero nos han educado en el “nos lo merecemos todo” y de ahí, ni un paso atrás.

Nos quejamos de las emisiones de CO2, pero hemos suspendido buena parte de los programas nucleares que es el sistema más eficaz de producir energía en términos de emisiones. Por supuesto tiene otros riesgos (todo en nuestra existencia los tiene), pero no emite. Las renovables son una alternativa parcial por limitadas y caras por ahora. Nadie repara, por ejemplo, en cuánto tiempo tarda una placa solar en proporcionar la energía que se invirtió en su fabricación y puesta en servicio, ni en cómo funcionará mi ordenador o mi congelador por la noche cuando no sople el viento.

Por otro lado, hasta qué punto tenemos derecho los países desarrollados a exigir al resto del mundo que produzcan, transporten, se calienten… vivan en general de un modo ecológica o medioambientalmente sostenible cuando su afán es simplemente conseguir alimento para el día o poco más. ¿Se lo vamos a pagar? Un europeo medio gasta 10 veces más energía que un africano. Y un norteamericano casi el triple que un español. Nadie va a renunciar al estatus adquirido.

Y lo más importante (me asombra que nadie repare en ello) es la demografía. Actualmente estamos camino de los 8.000 millones de personas en el mundo, pero en clarísimo crecimiento. Y de éstos sólo una minoría vive como nosotros o mejor. Pero el resto aspira a vivir como nosotros. Es lógico y legítimo. Un mero cálculo de los habitantes pobres que dejarán de serlo, más los nuevos individuos que en pocas décadas llevarán la población mundial muy por encima de los 10.000 millones hacen que bajadas de unos pocos puntos porcentuales en las emisiones de los “ricos” sean una anécdota a efectos de modificar tendencias. Si realmente el cambio climático tiene un origen antropogénico (y es una hipótesis más que razonable), podemos darnos por fastidiados (hay que ser educados) porque no lo vamos a arreglar.

Fotografía: Русский (Fuente: Pixabay).

Haría falta una combinación de racionalización de nuestros consumos, control de emisiones, limitación drástica de natalidad, restricción de muchos de los usos cotidianos, etc.  Nadie va a tomar ese toro por los cuernos por lo mismo que en ningún programa electoral se airean medidas desagradables, puesto que otro hará una oferta mejor (aunque no pueda cumplirla, eso da igual). Además, todas las culturas tenemos interiorizado nuestro derecho (divino) a traer al mundo tantos hijos como vengan o queramos. Independientemente del avance de la medicina y demás mejoras actuales que hacen posible la casi segura viabilidad de toda criatura humana nacida. Y patada a seguir, que en 100 años todos calvos, o “pá lo que me queda en el convento…”.

Pero si tienes 40/50 años o más, lo que pase a final de siglo le resbala ampliamente a una gran mayoría. Si el “primer mundo” bajara un 50% sus emisiones sería un grano de arena (exagero, pero entiéndaseme) en la playa que supondrá la incorporación al desarrollo de tantos miles de millones de personas que aspiran a vivir la mitad de bien que nosotros.

En definitiva, soy completamente pesimista con respecto a la conservación del planeta tal como lo conocemos en el medio/largo plazo. Pienso que no hay ninguna medida que pueda surtir efecto que no pase por una drástica disminución de la población humana, porque nuestro sistema de bienestar se basa en una demografía creciente que es lo contrario de lo que se necesita para la sostenibilidad medioambiental. Con todo, está claro que hay que intentar contaminar lo menos posible, pero contaminar la mitad no arregla nada si se incorporan el triple a contaminar la mitad. Hagan cuentas.

Pero nadie hará nada hasta que la bomba nos estalle en la cara. Y ya para acabar, me quedo con la tranquilidad egoísta de que, por cuestiones puramente biológicas, no creo que lo vea, al menos, en toda su crudeza. 

Juan José Martínez Valero

Nacido y criado en Melilla y afincado en San Pedro del Pinatar (Murcia) desde los 15 años. Dejé los estudios para desarrollar la empresa familiar de la que todavía vivimos. Muy aficionado desde siempre a temas científicos y de actualidad.

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