El profesor universitario de Teología Antonio Aranda contesta a esa pregunta, tan simple como complicada, a la que mucha gente no sabe responder, y hasta diríamos que tampoco sabe muy bien cómo preguntar, y lo hace llegando directamente al corazón y la mente de las personas. Creer es un acto y también una actitud totalmente personal, que deben o pueden contestar todas las personas que reciben de pronto la sacudida de la duda, la presión de la sociedad que incide sin parar en sus argumentos contrarios, la interiorización sobre lo que se debe tomar en serio o no.
O si se trata de una averiguación que uno mismo se hace a sí mismo de vez en cuando, para lo cual necesita hacer una introspección en su interior. En realidad, creer significa aceptar la verdad de lo que me da a conocer otro, aunque dicho así pueda parecer demasiado ingenuo, excesivamente pobre de contenido. Se puede acabar ahí el interrogatorio. Pero es que no se trata de cualquier cosa plantearse si se cree o no se cree quedándonos confiados simplemente o deseando entrar en materia y tomárselo en serio, muy en serio. No nos sirve mucho echar una miradita a ver cómo lo dicen otros o cuándo debe ser el momento o la edad de reflexionar sobre ello. Y esto es tan así, tan así, que pueden pasarse años y años sin decidirse a meter la cuchara en la densa sopa donde se combinan sabores bien elaborados por productos, con seleccionadas exquisiteces, pero también incluso con extravagancias.
Porque más que un acto o una actitud que tirarán de mí para enriquecer mi creencia, se trata de “meterlo en razón”, leerlo y releerlo, visualizarlo, mirarle las tripas, y no se descarta ir más allá, viviendo experiencias inauditas. Pero no nos conviene despistarnos más, pues se trata de poner nuestra fe en algo que es una confianza absoluta en la persona y la institución que le respalda poniendo algo más que buena voluntad o benevolencia. Es una fe en la verdad de algo y confianza en quien nos lo dice y nos lo explica, pero esto puede ser desastroso si viene un mal viento y lo derriba todo porque el terreno no estaba en muy buenas condiciones de ir dando mayores frutos, pues en lo que se cree se deposita un tesoro que incluye la vida de quien tanto lo estima. Fe en la verdad de algo y confianza en quien lo dice forman parte de un acto único. Como cristianos, en concreto, aceptamos con obediencia de fe la verdad de una doctrina que se nos comunica, o la coherencia de un comportamiento moral que se nos enseña, porque “antes”, o simultáneamente, hemos depositado nuestra confianza en el testimonio de la Iglesia, en la que reconocemos la autoridad de Jesucristo, en quien creemos y confiamos como Dios. En la actual crisis de fe –o mejor, de vida de fe, pues son las acciones externas las que podemos constatar- en personas y poblaciones de antigua tradición cristiana, pueden detectarse diversas situaciones.
La prolongada hegemonía de una postura intelectual puede desembocar en relativismo y en culturas de indiferencia imperantes en el mundo occidental, cosa que está causalmente presente en el “no creer”. Y es que la negación de toda verdad objetiva conlleva el rechazo de la objetividad de la culpa, y sin conciencia de culpa no puede haber conversión. Conocer y abrazar la verdad es la gran capacidad y, al mismo tiempo, la gran tentación del hombre, pues también puede libremente no abrazarla. Tal capacidad se halla inscrita en el hecho de ser el hombre una criatura a la imagen de Dios. Los grandes conflictos y desafíos contemporáneos están siendo de hecho debatidos en un escenario esencialmente antropológico en el que se enfrentan distintas concepciones. Hay que hacer referencia, sin salir de nuestro tema, a lo que básicamente distingue la comprensión cristiana del hombre de la que se encuentra difundida en la conciencia postmoderna, relativista e indiferente. La raíz de la grandeza y dignidad del hombre es haber sido creado a imagen de Dios y hecho capaz de llegar a ser, por la gracia, hijo de Dios.
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Demetrio: creo que has metido excesivas tesis filosóficas y teológicas, junto a otras antropológicas, en tan corto espacio que no nos das tiempo a degustar tranquilamente la sopa. Un abrazo.