Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

Creer en Dios Padre te hace libre y muy rico (II)

Icono que representa al emperador Constantino y los padres del Concilio de Nicea de 325 con el texto en griego del Símbolo niceno-constantinopolitano del año 381 en su forma litúrgica. Autor desconocido (Fuente: Wikimedia).
No dependas de los bienes temporales de la tierra porque tienes derecho a la herencia de los bienes eternos en el cielo.

Tener fe nada tiene que ver con los ejercicios de la inteligencia para demostrar la existencia de Dios como causa primera de todo cuanto existe. La fe de Abraham y de los profetas del Antiguo Testamento tenía el refrendo de un Dios que les hablaba, pero al que no veían. Con el Nuevo Testamento, Dios se hace ver y oír a través de su Hijo, enviado por el Padre para la reconciliación de la humanidad con Dios mediante la muerte redentora de Jesucristo. Verdadero Dios y verdadero hombre, asumió el pecado original y todos los pecados (”se hizo pecado”, dice el apóstol san Pablo) para, con su muerte en la cruz redimir al hombre y reconciliarlo para siempre con el Padre. Y resucitó al tercer día, el milagro definitivo, sin el cual nuestra fe sería vana. Pedro, Pablo y los demás apóstoles y discípulos de Cristo dieron testimonio de esa Resurrección y de la divinidad del Hijo, del Padre y del Espíritu Santo. Ellos dieron su vida para que nosotros creamos heredando la fe de nuestros antepasados.

Los milagros de Jesucristo en los tres años de su vida pública, como los milagros de apóstoles y discípulos y los que ha hecho (y sigue haciendo) Dios por mediación de María y la intercesión de santas y santos, todo ello viene a confirmar en la fe a los creyentes actuales, a los que hemos heredado, año tras año, siglo tras siglo, la redención de Jesucristo, la paternidad de Dios y la gracia del Espíritu Santo. La Santísima Trinidad está en el meollo del Credo, ese símbolo cristiano que nos legaron los obispos del siglo IV, sucesores de quienes sucedieron a los apóstoles. Obispos, como señalé en el artículo anterior, congregados en los concilios de Nicea (año 325) y de Constantinopla (381). El Credo niceoconstantinopolitano, el Credo vulgarmente denominado ‘largo’, merece que lo reproduzcamos aquí, junto al denominado ‘Credo corto’, el más frecuente en ser rezado durante la misa, tras la lectura del Evangelio.

Son esencialmente iguales, pero en el largo se explican con más detalle las creencias:

«Credo» largo

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor Jesucristo, hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo. Y, por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras. Y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

«Credo» corto

Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen. Padeció bajo el poder de Poncio Pilato. Fue crucificado, muerto y sepultado. Descendió a los infiernos. Al tercer día resucitó de entre los muertos. Subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia Católica, la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

Este Credo es el que normalmente se reza en la santa misa, aunque hay presbíteros y fieles que rezan el largo. Comentaré, ayudado por el Catecismo, todos los puntos del Credo, también conocido como ‘Símbolo de la fe’. El actual Catecismo de la Iglesia Católica es un compendio de las enseñanzas cristianas y recoge las esencias del Concilio Vaticano II, de cuya apertura se han cumplido ya 62 años. Hace 22 años que Juan Pablo II hacía pública oficialmente esta joya encabezada por la constitución apostólica Fidei depositum (Depósito de la fe), el 11 de octubre de 1992, cuando se cumplía el decimocuarto año de su pontificado.

Juan Pablo II. Fotografía de la Casa Blanca (Fuente: Wikimedia).

En el cogollo del Credo está el dogma de la Santísima Trinidad, Dios uno y trino, que es fundamental. Para mucha gente resulta difícil de asumir, pero ‘tiene un sentido muy profundo; es como la necesaria existencia de una relación familiar. La Trinidad es la familia de Dios, tres personas (no tres dioses) y un sólo Dios verdadero, como nos decía el catecismo del padre Ripalda que estudiábamos de niños los que pasamos de los ochenta años.

-¿Por ventura, son tres dioses?

-No, sino tres personas y un solo Dios verdadero.

(Recuerdo aquellos pupitres, con tintero incorporado, y a un amigo mío, un poco bruto, que a la pregunta del maestro, don Salvador, “¿por qué eres cristiano?”, en lugar de contestar “por la gracia de Dios”, le espetó “por una gran casualidad”).

Acabo con esta anécdota, hoy. Espero que abriremos un diálogo, cada semana más interesante, sobre las enseñanzas de la Iglesia, tan divina y tan humana. En unos tiempos tan amorales y arreligiosos, además de anticlericales, puede que haya llegado el momento de reflexionar con sentido común y de volver la espalda a tanta estupidez y tanta superchería como nos abruman (Continuará).

Posdata: el aborto de la Revolución Francesa

Todo el mundo sabe que la Revolución Francesa fracasó por completo y de ella sólo se salvó el eslogan “Libertad, igualdad, fraternidad”, copiado, por cierto, del Evangelio de Jesucristo. Ahora, Macrón ha conseguido que diputados y senadores aprueben su proyecto de meter en la Constitución el derecho de las mujeres a abortar. 257 senadores han votado a favor y sólo 50 en contra. El primer ministro, Gabriel Attal, lo ha celebrado así: “Hoy es uno de esos días que marcan profundamente la historia política de nuestro país. Era una protección que debíamos a todas las mujeres. Es el reconocimiento pleno e institucional del derecho a disponer libremente de su cuerpo. Cuando los derechos de la mujer están amenazados en muchas partes del mundo, Francia confirma su puesto en vanguardia del progreso”.

(Un grupo de médicos se manifestó, con pancartas, a las puertas del Senado, protestando por lo que consideran un ataque a la vida de los bebés no nacidos, una profanación de los auténticos derechos de la mujer y una prostitución de lo que llaman, mentirosamente, defensa de la libertad de la mujer para hacer lo que le de la gana con su cuerpo, sobre todo cuando deciden sobre otra vida).

La ministra delegada de Igualdad, Aurora Bergé, se manifestaba así: “Alegría inmensa ante una situación histórica. ¡Lo hemos conseguido! ¡Por nuestras madres! ¡Por nuestras hijas”! Y otros dirigentes políticos se ufanan igualmente del progreso que significa legalizar ‘constitucionalmente’ el crimen contra inocentes no nacidos. Ni las madres, ni las hijas, podrían decir tales disparates si hubieran sido abortadas. Llevar el aborto a la Constitución es la mayor infamia que se puede cometer contra inocentes. ¿Es esto libertad, igualdad y fraternidad?

Pueden votar todos los diputados y senadores del mundo la Constitución que quieran, pero no podrán borrar del corazón de todos los hombres este mandamiento: ‘No matarás’.

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

2 Comments

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  • Inocentes no nacidos e indefensos a quienes estamos en la obligación moral y humana de defender su vida desde el instante mismo en la concepción…
    Gracias,
    Don Ramón Gómez Carrión

    Un abrazo
    Pedro J Bernabeu

    • Gracias, con retraso- Y otro abrazo. Hay más bebés asesinados cada año en el mundo (unos veinte millones, cada año) que en los cinco años de la II Guerra Mundial. Este mundo no sólo se ha vuelto loco; se animaliza bestialmente. El falso feminismo pierde la cabeza y el corazón: los políticos, unos sinvergüenzas en busca del voto y las mujeres dejándose engañar y algunas periodistas de ‘INFORMACIÓN’ aplaudiendo a Macron, a su Gobierno y a senadores y diputados de Francia porque hacen ¡constitucional! el derecho a abortar, el derecho a matar bebés. ¿Cómo hemos podido caer tan bajo?