Se declara agnóstica, aunque cree en las energías que emanan de cada uno de nosotros, capaces de empujar, dosificar y crear alternativas al devenir natural de los acontecimientos. La comunicación es el eje en torno al cual mueve su vida; la transmisión de sus sentimientos y conocimientos tórnase para Consuelo como respirar, como la relación, el intercambio, la unión con las personas cercanas o lejanas. Ellas, las personas, son su bandera: «Sin las personas no seríamos nada, ya lo decía Aristóteles “el ser humano es un animal social”» —una definición que considera perfecta—. Mientras repasa su trayectoria, esta alicantina nacida en 1956, comenta que, aunque su «experiencia como docente, formadora, asesora, conferenciante, y como todas las cosas» que ha hecho en su vida, ha sido muy satisfactoria, está segura de que su «verdadera vocación es la comunicación». Lleva con enorme honor la enseña de su abuelo Daniel Jiménez de Cisneros y la de su querido padre Miguel Jiménez de Cisneros y Goicoechea, con quien recorrió los rincones más alicantinos y aprendió a encarar la vida con humor y alegría.
Dice que nuestra conversación parece «una confesión laica, no una entrevista» y —permítaseme la licencia— pienso que bienvenidas sean estas confidencias que permiten conocer las líneas interiores de esta mujer hecha a sí misma, que ha tenido que reeducarse —en su propia expresión— «hasta elegir de entre los valores que me habían transmitido, cuáles me valían y cuáles no». Autora de doce obras de narrativa infantil y juvenil, doce poemarios y otras tantas colaboraciones en revistas, seis obras en prosa y casi una veintena de ediciones didácticas o de investigación, Consuelo Jiménez de Cisneros es una comunicadora incansable, encantadora de la palabra y estandarte imparable de la paleontología “cisneriana”. Y quien, en una soleada mañana, va a compartir sus pensamientos, muchos aspectos de su vida y los valores con los que se ha ido quedando para vivir.
ER: ¿Cambiarías algo de tu vida? ¿Volverías a alguna etapa pasada?
CJC: Me habría gustado muchísimo estudiar periodismo, es lo único que lamento de mi vida. No pude por las circunstancias. Me quedé en Alicante porque justo entonces estaba gestándose el Centro de Estudios Universitarios, el famoso CEU; de hecho, mi título de licenciada viene de la Universidad de Valencia, soy anterior a la creación de la Universidad de Alicante. Estudiar periodismo sería lo único que cambiaría; el resto, aunque he cometido un montón de errores —sin querer, claro, nunca queriendo—, no lo cambiaría porque los errores a veces te llevan también a aprender. Además, si tú vas de buena fe, con unos principios, yo creo que, aunque te perjudique desde el punto de vista práctico, te beneficia desde el punto de vista moral. También creo que la vida te compensa; en mi caso me siento muy premiada por las muchas personas que han estado a mi lado y siguen estando, y eso es lo mejor que me ha pasado en la vida, sin la menor duda. Sin las personas no seríamos nada.
Como sucede con muchas personas, es muy difícil separar las facetas personales de las profesionales —si además éstas son tan prolíficas y polifacéticas—, las segundas se van impregnando de las biográficas y viceversa, sin opciones para la separación. Así, la obra de Consuelo va ligada a su familia, sus emociones y sus vivencias. Otra constante en la vida de esta catedrática de Enseñanza media en la especialidad de lengua española, es el número 1, aunque, eso sí, no porque lo buscara «no he sido en absoluto competitiva; por ejemplo, cuando fui número uno de mi oposición, primero en provincial y luego nacional, no iba a buscar el número uno, iba a sacar la oposición, ¡cómo iba yo a pensarlo! Son cosas que te vienen».
«La poesía es una manera de ponerle música a las palabras»
Consuelo, la comunicación y su obra
ER: Tú qué has sido primera en muchas facetas, ¿has sido educada para ser rompedora y destacar, o lo has aprendido de manera natural, siguiendo el ejemplo de tus predecesores?
CJC: He tenido un problema educacional desde la infancia, porque mi madre —quizá por no haber terminado sus estudios— quería que yo destacara muchísimo en los míos y desde que yo era una niña me exigía de una manera desmesurada que tenía que ser la mejor y la primera. Y esa exigencia no siempre la podía cumplir porque a veces no estaba a la altura. Mi madre quería que yo fuera un genio de la música, me sentó en el piano y como yo no tocaba como ella quería —recuerdo aquellos momentos entre los peores de mi infancia— decidió que me iba a dar clase una profesora particular que era infinitamente más paciente y bondadosa conmigo que ella. Lo pasé mal. Mi madre era de las que iban al colegio a preguntar “¿por qué mi hija tiene un 9 y no 10?” y eso es bastante duro. Creo que no se va para número uno, el número uno te viene o no te viene; el problema es que suscita envidias. Puedo contar algo que me pasó: una señora —no voy a decir su nombre— de fuera de Alicante quería hacer el año de prácticas en el Liceo Español de París y no lo consiguió —el número uno era yo y podía elegir—, ¿qué hizo esta mujer? Como estaba en una editorial para mujeres —que tampoco voy a nombrar— nunca he podido publicar ahí.
ER: ¿Cómo imprime carácter la música?
CJC: La música me ha acompañado toda la vida, ha sido una constante en mi familia; recuerdo aquellos discos de vinilo que compraba mi madre y que nos ponía en casa cuando éramos pequeños para que escucháramos música clásica fácil, por ejemplo, Tchaikovsky, los valses de Strauss… Mi madre me inscribió en el Conservatorio Superior de Música Óscar Esplá siendo una niña, allí tuve el honor de conocer a Óscar Esplá en persona porque iba a nuestras actividades de fin de curso. Hice la carrera de solfeo, empecé a estudiar piano y a los 14 años dije a mi madre, con el apoyo de mi padre, a quien Dios bendiga, que no quería seguir en el Conservatorio, porque me di cuenta de que a mí lo que me gustaba era escribir; ése fue el primer disgusto que di a mi madre —luego le daría otros mayores—. Creo que la música es el lenguaje universal, sin duda alguna. Y es que, además, tiene una profunda relación con la poesía, porque la poesía es una manera de ponerle música a las palabras. Además, me gustaría puntualizar que no distingo entre alta y baja música; es música que nos gusta y que nos llega al corazón o que no, porque al final la música es sobre todo un sentimiento, una sensación.
«La cultura es lo que nos hace humanos, nos distingue de los animales»
ER: ¿Cómo crees que nacer en una u otra familia marca la vida de un niño?
CJC: Marca absolutamente, hay que luchar contra eso y ser tú a pesar de tu familia. Con lo bueno y con lo malo que eso implica, es decir, yo creo que cada ser humano tiene derecho a tener su propia trayectoria y su propia vida, aunque eso no siempre es posible, porque a veces la familia tiene otras pretensiones —estoy recordando a una persona que ha heredado un negocio y ha tenido que dedicarse a él, sin poder hacer lo que realmente quería—. En mi caso no se me impuso nada, se me dio toda la libertad del mundo, aunque era una libertad —digamos— muy condicionada, porque yo ya tenía una educación muy marcada. Yo tuve —como se dice ahora— que “deseducarme en cierto modo” o que “reeducarme” hasta elegir, de entre los valores que me habían transmitido, cuáles me valían y cuáles no. Supongo que eso lo hemos hecho un poco todos; y se nota más cuando las familias vienen muy marcadas por algo. En mi caso había una herencia pesada: el legado de mi abuelo; eso ha marcado mi vida bastante para bien y para mal, porque también me ha dado disgustos.
ER: Tu primer poema lo escribiste con 8 años, el Romance a la Santina…
CJC: Lo recuerdo; fue lo primero que hice con conciencia de autoría con la colaboración de mi madre, quien entonces estaba muy motivada. Y mi padre, como su madre era asturiana, era un poco devoto de la Santina, y me hizo recitar este romance delante de la nueva imagen de la Santina que habían colocado en la Parroquia de María Auxiliadora, donde sigue todavía —voy a verla a veces— entrando a mano derecha. Empezaba diciendo:
Entre las altas montañas, entre las verdes praderas, la Virgen de Covadonga, un día se apareciera. A Don Pelayo le ayuda a reconquistar su tierra. —Que todo eso me lo sabía, claro—. Entre piedras y oraciones, vencen la furia agarena —una palabra que me enseñó mi madre porque yo preguntaba qué pongo aquí— España empieza a ser grande, España empieza a ser reina, para descubrir un mundo, se prepara muy serena.
ER: A los 10 años, ya llevabas algún año escribiendo y sabías que serías escritora toda tu vida… Con la visión tuya actual, ¿cómo recuerdas esa sensación?
CJC: Empezó casi como un juego, tenía 10 años, estábamos en primero de bachillerato, —entonces empezaba a esa edad— y nos pusieron una redacción sobre el agua. Hice un poema. Mi compañera de pupitre, María Jesús, con quien todavía tengo contacto, me dijo: “Ay, qué bonito, dáselo a la profesora”; y se lo di. La profesora —y ahí está la importancia de los profesores— me dijo, “Ah, esto está muy bien”, y me preguntó “¿tienes más poemas así?”. Reconozco que mentí, que no suelo hacerlo, y le contesté “en casa tengo un montón”. Me dijo que se los llevara al día siguiente y esa tarde hice mi primer poemario, escribí 6 o 7 diferentes y se los llevé a la profesora, que siguió animándome, me decía que era una poeta.
Cuando organizaban concursos literarios en mi colegio —Teresianas de Alicante—, de los que era fija, siempre me llevaba algún premio y eso me animaba, como el Premio Lasser de Cuento Navideño Radiofónico de Alicante. Aunque también tenía su cara y su cruz: una profesora me castigó bastante porque estaba obsesionada con que yo no fuera vanidosa ni soberbia. De tal forma que cuando a mí me dieron el Premio Nacional de Poesía con 14 años, esta profesora vio la entrevista que me habían hecho en el periódico local y delante de toda la clase dijo “te han dado una importancia que no mereces”, una frase que no olvidaré nunca. Esto te marca, me puse a llorar y recuerdo cómo mis compañeras —con algunas aún conservo amistad— me consolaban. Curiosamente a mí el bullying —acoso— me lo hacían las profesoras, no mis compañeras; esas profesoras que me castigaban porque destacaba demasiado, a su vez presumían de que era su alumna. Como profesora, cuando algún alumno mío ha tenido algún éxito, le he felicitado, no se me ha ocurrido decir, te están dando demasiada importancia; eso me parece algo muy cruel, sobre todo con 14 años.
ER: ¿Quién fue la primera persona que te animó a presentarte a un concurso?
CJC: El primer concurso que gané fue un certamen de la Sección Femenina, que era lo que había entonces; me entregaron el premio en el salón de la última planta de la Torre provincial. Gané dos premios, uno de Cuentos y otro de Poesía. Creo que me enteré por el colegio, porque en aquella época una niña de 10 años, ¿cómo se iba a enterar de un concurso? El cuento, un poco de miedo, se titulaba El gato negro y del de poemas, no me acuerdo; me dieron muchos libros como premio.
ER: Con 14 años, Premio Nacional de Poesía juvenil…
CJC: Con un poema que se llamaba Silva al mar. Comenzaba: Vienen, vienen, vienen y van rápidas, lentas olas del mar. Era muy rítmico.
Dos años más tarde, con 16, recibe el primer premio de Ensayo, por Azorín a través de su obra, que le dieron en el CEU de Alicante, y es entrevistada por Asunción Valdés, que luego sería la directora de Relaciones con los Medios de Comunicación de la Casa del Rey. En aquellos momentos Consuelo estaba estudiando COU (Curso de Orientación Universitaria) en el Colegio Inmaculada de los Jesuitas. Ese mismo año realiza recitales de poesía en la Casa de Cervantes, de Valladolid; en la Lonja de Valencia; en Cartagena y en cafés literarios de la terreta. Además, obtiene el segundo premio de prosa en el VII Concurso Nacional Literario para la juventud por su obra El ciego; es seleccionada en 1974 en la Convocatoria de Relatos de Ciencia-Ficción, de la Editorial Marte, celebrado en Barcelona, siendo la única autora menor de edad que figura en ese libro, y en 1975 gana la Flor Natural. V Juegos Florales de la Juventud, de Ibi. En 1975, publica el poemario A lo largo del camino, con prólogo de Rafael Azuar y también, a partir de 1974, comienza a publicar cuentos en periódicos y libros; las novelas infantiles y juveniles llegarían en los años noventa, señaladamente con la editorial Edelvives que le concedió en 1994 el Premio Ala Delta de Literatura infantil-juvenil.
ER: El primer libro publicado a los 19 años…
CJC: Sí, El canto alucinado, publicado en 1975 por Ángel Caffarena, un referente como editor, como poeta; era malagueño, pero vivía en Alicante. Lo editó en la Imprenta Litoral de Málaga, en la colección de poesía que él tenía, donde también publicaría Alfredo Gómez Gil y todos los poetas españoles de la época, todos sin distinción. Si no estabas en esa colección, es que no existías como poeta.
Me gustaría añadir que el primer premio de la primera edición del Premio Ensayo Breve de El Cantarano —en cuyo jurado, quiero aclarar, no participo con voto— es un trabajo sobre este libro realizado por Andrés Nortes, de Caravaca de la Cruz.
Después de esta obra llegaron Con las manos alzadas, editado por la Caja de Ahorros Provincial, Alicante en 1977; su participación poética en la revista Forma Abierta, del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert y la colaboración en la conmemoración del V Centenario de la muerte de Jorge Manrique en 1978. En 1982 recibe Mención Honorífica del IX Concurso de Poesía, del Ministerio de Educación —Mención que vuelve a recibir en 1988—. En 1984 es galardonada con el Premio Ciudad de Benidorm por Geografía de Benidorm para aprendices enamorados, que editó el ayuntamiento de esta localidad y el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert. También escribe 24 Sonetos, una edición del año 2000 de la Sección Española de la Escuela Europea de Luxemburgo, ya agotada, que fue vendida con fines benéficos.
ER: En 1979 eres la número uno nacional de la oposición para funcionarios docentes…
CJC: El Instituto Padre Eduardo Vitoria de Alcoy fue mi primer destino; allí estuve solo un año porque Alcoy estaba muy lejos de Alicante. Aquel destino fue fruto de una manipulación, no solo en contra mía, sino también de todos los que merecíamos tener una plaza en la capital y no tuvimos. En mi caso, habiendo sacado el número uno a nivel nacional, me resulta completamente imposible creer que no hubiera ninguna plaza más en la provincia que la de Alcoy. En aquella época, los directores podían declarar a su gusto si había plaza o no; si no lo hacían, metían a un interino o a quien quisieran. Esa fue la manera en que los números uno y dos de mi tribunal —mi querido compañero, Antonio Ayela— nos encontramos en Alcoy en 1981.
ER: Y justo antes de comenzar en Alcoy, te conviertes en la funcionaria más joven del Ministerio de Educación destinada en el exterior… ¿qué recuerdos tienes de esta etapa?
CJC: Lo primero, quiero mostrar mi agradecimiento a todas las personas tan buenas que me he encontrado, que te ayudan y que no olvidas en toda tu vida; las recuerdo como si fuera ayer. Aunque no conseguí —como explicaba antes— la plaza que quería en Alicante, en cierto modo, tuve un reconocimiento como número uno porque el Ministerio de Educación me envió a hacer las prácticas, junto a otros cuatro opositores números uno, al Liceo español de París, porque necesitaban más profesores. Nos juntamos allí un grupo muy variopinto y gracioso. Me sentí premiada con ese destino en París. Tras mi estancia en la capital francesa, me tuve que ir al Instituto de Alcoy, aunque me hubiera gustado estar más cerca de Alicante; tampoco logré la capital en mi segundo concurso y elegí Villajoyosa. Cuando conseguí Alicante ya había pasado casi una década después de aprobar la oposición.
ER: Tras Alcoy, Villajoyosa…
CRC: Estando en Villajoyosa, supe que habían salido unas plazas para el extranjero —me acordaba mucho de París—. Recuerdo que mis compañeros me decían “esas plazas solamente se las dan a enchufados, no te la van a dar”. Seguí adelante con la petición y me dieron un puesto en Holanda en 1982. Me enteré una tarde de que me citaban a las ocho de la mañana del día siguiente en el Ministerio, en Madrid. Me pasé la noche viajando; cuando entré en aquella sala, todos me miraban, “¿cuántos años tienes?” me preguntaban, 25, respondía y 3 años de servicios, a la segunda pregunta que me hacían. A continuación, pasé al Tribunal compuesto por seis señores, que sonreían mirando mi currículum; entonces me preguntaron: “Y Vd. ¿por qué quiere irse al exterior?”, “me interesa mucho, ya he estado en París”, les contesté y me dijeron: “Mire usted, la vamos a mandar a Holanda, que es un sitio muy tranquilo; ahí va a estar de maravilla”. Yo me quería haber ido a Suiza, pero bueno, me mandaron a Holanda; me trataban como si fuera la nieta de ellos. Al salir, los que estaban en la sala no se podían creer que yo ya tuviera asignación de plaza.
ER: Entonces, tu experiencia como opositora y la asignación de plazas es agridulce…
CJC: Las plazas en el extranjero eran muy golosas, estaban bien pagadas, suponían una mejora profesional, una experiencia y, en algunos casos, incluso desde el Ministerio de Educación se han creado plazas totalmente innecesarias, de lo cual puedo dar fe, y por supuesto, en todas partes hay algún recomendado. Aunque, creo que hay una cuota honrada para el mérito en todas las oposiciones y en los concursos, porque lo he vivido, porque yo iba “a pelo”, no iba recomendada por nadie. También en aquella época había más honradez, porque la honradez se ha ido perdiendo con el tiempo.
Tras París, en 1979, llegó Holanda, entre 1982 y 1988; más adelante estaría en Luxemburgo —con reuniones de trabajo en Bruselas, entre 1997 y 2006—, para llegar a Marruecos los años comprendidos entre 2010 y 2015. De su etapa holandesa, que califica como «muy bonita», destaca «la experiencia de trabajar con los emigrantes españoles en Holanda, con la “última hornada de migrantes” en los años ochenta; cuando se empezaron a cerrar aquellas instituciones educativas que estaban al servicio de la emigración porque ya había emigrantes de tercera generación, perfectamente integrados; ya eran los nietos de los que habían empezado a ir en los años cincuenta o sesenta». Y mientras desvía su mirada rememorando, dice: «Recuerdo a una señora de un pueblo de Almería, de muy poca cultura que me dijo: “Estoy muy agradecida porque me llevaste a un museo por primera vez en mi vida, ahora sé que puedo entrar, que no sabía que pudiera hacerlo”». «Es fácil imaginar lo que aquello suponía para estas personas», concluye.
Consuelo guarda todo un anecdotario de sus diferentes etapas fuera de España: «todos y cada uno, según su cultura y expectativas, han respondido muy bien. Recuerdo tantas anécdotas, una preciosa experiencia con los estudiantes marroquíes universitarios, estaban absolutamente agradecidos, valoraban muchísimo todo lo que les dabas. Y es que dar a veces es recibir». Y le surgen ejemplos concretos: «En la universidad de Casablanca había unas chicas con velo siempre, a quienes decía: “Recordad, las chicas son guerreras” —mientras cantábamos esa canción—. En otra ocasión, mientras impartía un curso en Tetuán, había un fundamentalista en el auditorio, que se levantó y me llevó la contraria de una manera un tanto agresiva. Es curioso, pero yo no tenía ningún miedo. Fue entonces cuando otro alumno se levantó y le dijo “A la señora profesora, no se le puede hablar así”. Me di cuenta de que en esa cultura está el respeto a la figura del profesor que, curiosamente, en España está desapareciendo. En Marruecos el profesor —o en este caso la profesora—, son figuras que hay que respetar».
Se van mezclando las vivencias y los recuerdos, y volvemos a la Escuela Europea de Luxemburgo, «allí el alumnado no era emigrante, salvo alguna excepción, porque a Luxemburgo fue mucha menos emigración española, sobre todo era portuguesa —me sorprendieron al llegar los letreros en portugués—. En Luxemburgo se quería promocionar la sección española, era importante que se apuntaran alumnos a las clases de español —eran voluntarias y se podía elegir también italiano y alemán—. Recuerdo que una de mis mayores satisfacciones fue conseguir —en mi primer curso— duplicar el número de alumnos inscritos para español; procuraba hacer mis clases lo más amenas y agradables posible, aparte de que la gente aprendiera; organizaba ciclos de cinefórum, todo lo que se me ocurriera para fomentar el aprendizaje del español». También recuerda los viajes que organizaba dentro del programa educativo de la Escuela y expresa la diferencia con los organizados en España: «Para la Escuela, el viaje forma parte de la educación del alumno, mientras que en nuestro país se concibe como totalmente lúdico. Eran viajes educativos y didácticos, que organizábamos dos profesoras; en un par de ocasiones traje a los alumnos a Alicante. En estos tiempos no me atrevería, pero en aquella época sí. La Escuela, por supuesto, tenía unos seguros de responsabilidad de todo tipo y los padres firmaban los permisos, aunque por entonces, todo era como mucho más distendido». A modo de colofón actualizado, esta profesora de español, que tuvo también el enorme privilegio de participar en la redacción —desde Bruselas— del Programa de español como lengua extranjera, expresa: «Aunque no estoy en el Ministerio de Educación para decidir, implantaría viajes entre las Comunidades Autónomas para que se conocieran, que la Comunidad Valenciana fuera al País Vasco o a Galicia, o a Extremadura; me da igual y a los extremeños los llevaría a Cataluña, por ejemplo. Porque conocerse es amarse».
Y en estas rememoraciones que, cuando se realizan desde la perspectiva que da la madurez, se agolpan en la calesita luminosa de las vivencias, Consuelo cuenta: «Además, estaba muy activa, muy motivada porque tenía en la Escuela a mis dos hijos. Como alumnos, tuve el privilegio de darles clase durante cuatro años, dos años como profesora de lengua española como lengua materna —daba español como lengua materna y español como lengua extranjera—. Y después les di dos años de filosofía —no había ningún especialista en filosofía y me ofrecí deliberadamente—. Lo que saben mis hijos de filosofía es únicamente lo que les he enseñado. La experiencia fue muy bonita y satisfactoria».
El barrio familiar donde mis hijos abrieron a la luz mediterránea sus ojos asombrados: balbuceos primeros, palabras decisivas que no se olvidan nunca. Plaza de Toros, Calle de Velázquez, de la que fui por siempre desterrada. Cuesta arriba al Tossal, donde juegan los chicos entre pinos polvorientos y donde la “palmera”, sudorosa de pólvora, se convierte en paisaje de luz que casi puede tocarse con la mano. Ciudad natal, Consuelo J. de Cisneros
Sus hijos son Daniel, el mayor, que «lleva ese nombre en homenaje a mi abuelo, nació en Alicante, en el Perpetuo Socorro, el mismo lugar donde había nacido yo; fue bautizado en la Basílica de Santa María; quise venir a dar a luz a mi ciudad; después, cuando iba a nacer el segundo, Joaquín, me quedé en Holanda porque no me parecía prudente viajar y dejar al mayor tan lejos, así que nació allí. Durante el tiempo que estuvimos en la terreta, mis hijos iban al Colegio de la Purísima y San Francisco, un colegio concertado del que tenemos un recuerdo muy grato; personalmente, y dado mi gran interés por la educación y más aún por la de mis hijos, me involucré todo lo que pude en todos los órdenes: formé parte del Consejo Escolar y, entre otros, escribí un cuento con la hagiografía de la Madre fundadora —la Venerable Paula Gil Cano—. Esto fue hasta que mi hijo mayor tuvo 12 años, que nos fuimos a Luxemburgo».
En 1991 colabora en el Diccionario lírico de Segovia, editado por su ayuntamiento; en 1994, en el libro de poesía lírica Antología del Aire, publicado por el Ayuntamiento de Villanueva de la Cañada; y prologó, en 1995 y 1998, dos libros de haikus publicados bajo el título El sendero sin huella, de Juan Miguel Asensi. Desde 1994 hasta 2006 publicó media docena de novelas para niños y jóvenes, traducidas a varias lenguas, encontrándose entre ellas Aún quedan piratas en la Costa de la Muerte, a la sazón Premio Ala Delta 1994. Es también autora de materiales didácticos, entre ellos la edición y prólogo de El gos i la tortuga, XI Premio de Narrativa Juvenil en catalán. Entre sus últimas obras publicadas está Oleza, una antología de las obras de Gabriel Miró, editada por la CAM en 2008, quienes también editan en 2009 una antología de relatos breves de Gabriel Miró bajo el título Asómate a Miró, con fotografías de Carlos Uralde. Entre 2008 y 2009 la editorial Edelsa, de Madrid, encarga a Consuelo la preparación de ocho biografías sobre Velázquez, Colón, Cervantes, el Cid, Isabel de Castilla, Goya, García Lorca y Eva Perón, adaptadas para estudiantes extranjeros de español. Recogemos como broche de esta relación la obra titulada Del fósil al verso. Ocios literarios de un científico (Antología literaria de Daniel Jiménez de Cisneros), editada por el Ayuntamiento de Caravaca de la Cruz, en 2008.
En 2009, su libro de poemas Aquella luz, aquellas sombras & 24 sonetos, es publicado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert. Según cita el cronista de Alicante, José María Bonastre Hernández, en el prólogo, es un poemario que reúne “treinta y dos poemas que, profundamente impregnados de nostalgia, son como la autobiografía de sus sentimientos: felices hasta que dejan de serlo”. Tienen en sus páginas protagonismo personas, paisajes, olores, sabores, hasta completar todas sus sensaciones. He aquí los dedicados a sus hijos:
Otros referentes familiares de Consuelo, además de su padre, fueron su abuela materna y su tía María Josefa Baudin Sáenz de Cabezón, de quien recuerda: «Mi tía era religiosa, de la congregación Hijas de María Inmaculada, una mujer súper abierta, incluso más abierta que mi madre. Mi tía me quería. Con el paso del tiempo aprendes a darte cuenta de quiénes te han querido. Me quería de un modo totalmente desinteresado porque ella no esperaba absolutamente nada, me daba todo lo que tenía y me enseñaba todo lo que sabía —que era mucho—. Era profesora de matemáticas, organista, pianista —se encargaba del programa musical del convento—, ecónoma de los conventos de Murcia y de Valencia simultáneamente, y también daba clases de economía doméstica a la comunidad; era una trabajadora incansable. Tal como escribo en Aquella luz, aquellas sombras soy feliz rememorando cuando, en la capilla del Convento, a solas, me sentaba en su regazo ante el órgano de la iglesia y me decía, toca. Mientras ella daba a los fuelles, yo tocaba y oía aquella música. Eso sí que era una experiencia religiosa, algo único. Gracias a Dios he vivido cosas maravillosas».
Saltamos a 2021 cuando, tras la pandemia, publica Dorada medianía. Esplendor y decadencia del tópico, «escrito durante el confinamiento forzoso por el coronavirus», que —según la contracubierta de la obra— recoge un conjunto de ensayos sobre temas fundamentales: el amor, la muerte, la ética, el conocimiento… A partir de los tópicos clásicos, de los que se hace una lectura muy personal en un estilo que va desde lo académico a lo desenfadado, la autora expresa su apasionada fe en la vida y su compromiso con los principios que rigen las sociedades humanas. Así, se refiere a los tópicos como «píldoras de sabiduría, medio popular, medio erudita, porque al final se transforma. Y puede que los refranes también provengan de tópicos, aunque mucho más coloquial; fíjate en El Quijote, todos los refranes que dice Sancho». Y sobre la familia, otra constante en la vida de Consuelo, expresa: «La familia no desaparece por poco tiempo que se dedique a los hijos. Quizá las nuevas generaciones prestan menos tiempo, pero es más selectivo, más cuidado. Además, no hay que olvidar que lo de dedicarse a los hijos es una cosa relativamente reciente, en la historia las clases altas dejaban a los hijos en manos de otras personas, que las cuidaban y educaban, y las clases bajas ponían a los hijos a trabajar en cuanto podían. Creo que las relaciones afectuosas en la familia surgen a finales del siglo XVIII, con el Romanticismo; y que, aunque a veces no es fácil la comunicación en las familias, siempre se acaba transmitiendo cosas; en mi caso, estoy encantada de ver lo que mis nueras, tanto la rusa como la española, cantan canciones a mis nietos y transmiten un bagaje familiar y cultural muy importante».
En este mismo libro, muy enriquecedor por la cantidad de reflexiones expertas que realiza, también expresa el siguiente deseo: «Aguardo el día en que se escuche solo al individuo, al ser humano, sin mirar su sexo o su género ni ninguna otra condición», que me da paso a preguntar a Consuelo su opinión sobre el feminismo, y así responde: «El feminismo no existe como tal, existen muchos feminismos, existen muchas corrientes que todas ellas son feminismo. Aún a riesgo de que algunas de mis amigas feministas puedan enfadarse con lo que voy a decir, me gustaría que ya no tuviéramos que hablar de feminismo, porque si hablamos de feminismo es porque todavía hay techos que romper; y yo prefiero hablar de humanismo, me gustaría que habláramos de personas porque ¡qué más me da que seas hombre, mujer o hermafrodita! Es como el tema de los gais; yo tengo unos amigos gais a quienes adoro, que tienen hijos y son una familia que ya quisieran muchas familias heterosexuales». Y tras la alusión al techo de cristal, pido a Consuelo que amplíe su reflexión: «El techo de cristal sin duda alguna existe y existirá. Biológicamente, la mujer tiene un condicionante y mientras la mujer sea la que tenga hijos en su seno, los tenga que parir y que criar durante un tiempo, aunque sea reducido, va a estar en desigualdad con el varón en un plano de competencia, a no ser que se la premie de alguna manera por el hecho de ser mujer para compensar esa diferencia. De hecho, según leo en la prensa, algunas personas piensan que hay que elegir a la mujer no por serlo, sino porque lo hace mejor que el hombre. La otra lectura que hago es que si a la mujer no le das un punto más porque está pariendo o va a parir, se va a quedar siempre por detrás, porque ese tiempo que se “pierde” no se recupera nunca, en la empresa o en donde sea. Creo que hoy en día la ley es igualitaria, pero la aplicación y asimilación de ésta por parte de la sociedad es otra cosa; la mujer ha dado unos pasos gigantescos y en 2024 casi no hay techos de cristal. ¿Hay algún sitio donde la mujer no haya podido llegar? Yo creo que no, quizá haya menos cantidad de mujeres en determinados puestos y posiciones, pero creo que ese techo, gracias a Dios, está roto, aunque siempre habrá ese condicionante impuesto por la biología».
ER: ¿Cuál es para ti la dorada medianía?
CJC: Una manera de vivir feliz sin complicarse mucho la vida; el que es demasiado ambicioso, se frustra. La dorada medianía es aceptar que la medianía puede ser dorada, algo positivo; que ya lo decían los clásicos, tanto latinos como los del siglo XVI, “ni envidioso ni envidiado”, que decía Fray Luis de León. Entonces, en ese sentido, si estás arriba, tienes que estar muy arriba, muy arriba, para que no te lleguen los dardos y si vas a estar por el centro es mejor estar más abajo.
ER: Al pensar en tu vida, ¿cuándo te sientes feliz recordando algo?
CJC: Mi vida está llena de recuerdos maravillosos y de imágenes absolutamente inolvidables. Y creo que he sido muy privilegiada y además he tenido muchísima suerte porque no me ha pasado nada realmente malo. Ha habido situaciones desagradables, lógicamente, y he soportado injusticias, penalidades, envidias, zancadillas, mentiras, pero nada que me haya descentrado, que me haya sacado de “mis casillas” —por así decir—; he podido afrontar todos los males y nada me ha destruido, y la prueba es que estoy aquí.
También pido un balance literario a Consuelo y, tras un breve silencio, responde: «Creo que he escrito en cada momento en consonancia con mi edad y mi experiencia; así, cuando tenía 14 años, escribía como tal. Es lógico que haya cambio porque la persona cambia y, por tanto, lo que se hace también cambia. Además, la literatura me ha acompañado de una manera tan natural y poco rebuscada que no he buscado mejorar, no he ido a talleres de escritura —que en mi época no existían—. Nunca he pensado tengo que aprender a escribir, o mejorar, o aprender tal técnica; lo mío es totalmente natural, no es impostado. Por ejemplo, yo escribí mi primera novela sin tener ni idea de técnica; pero es que yo creo que Cervantes tampoco tenía, con todos mis respetos, no estoy comparándome con Cervantes. Flaubert tampoco; escribían de una manera natural, les brotaba. Es como si yo me pongo a escribir versos, el endecasílabo, el octosílabo están en mi cabeza, no tengo que medir, me salen con el acento en su sitio. Eso es así. Sin embargo, a otras personas por mucho que lo intenten, si no sale de dentro, es inútil. También en la música, en la pintura, en todo; esa es mi idea, por mucho que trabajes si no tienes algo dentro que es realmente tu inspiración, tu vocación —me da igual cómo lo llames—, no te va a salir nunca».
ER: ¿En qué estilo te encuentras más cómoda?
CJC: Depende del momento, no tengo un género favorito; hay momentos que necesito expresarme mediante la poesía y otras veces necesito escribir en prosa o hacer algo más neutral o relajado, no tan intenso, porque la poesía, por definición, es intensa mientras que la prosa es extensa.
ER: ¿Hay alguna diferencia entre escribir un poema o recitarlo?
CJC: Por supuestísimo, la diferencia es total, hay personas que saben escribir y no saben recitar, como Rafael Alberti, que en paz descanse, un grandísimo poeta, pero un recitador mediano. Por eso llevaba consigo a Nuria Espert, que sí que sabía recitar —no era tonto el hombre—. Por otra parte, una cosa es leer correctamente un poema y otra cosa es recitarlo de manera interpretativa, y eso no está al alcance de todos; son muy pocos los que recitan o leen poesía con verdadera calidad, aunque es algo que también se aprende.
Consuelo más personal
ER: ¿Qué es lo que más agradeces a tus padres y a tus abuelos?
CJC: A mi madre, que me obligara a leer. Cuando yo tenía 5 años no quería leer y cuando me obligó, cogí gran afición a la lectura y ya no paré; mi madre entonces me decía lo contrario, “no leas tanto, niña, ayúdame a poner la mesa”. A mi padre, toda la bondad y alegría de vivir que me transmitió porque, a pesar de tener una vida muy dura, él siempre mantuvo una felicidad casi innata. A mi abuela materna, todo lo que me aportó —a los otros abuelos no los conocí en persona—. En el caso de mi abuelo Daniel, como tuvo la buena idea de poner por escrito su vida, es como si lo hubiera conocido. Dejó escritos dos libros de memorias; uno de ellos —Huércal Overa hace sesenta años. Memorias de un niño y comentarios de un viejo— lo edité en 2004, con ocasión del Simposio Homenaje que se organizó en su honor, una de las figuras más importantes de la paleontología española del primer tercio del siglo XX. A través de sus textos veo cómo piensa y siente, y eso hace que esté mucho más ligada a este abuelo; lamento mucho no tener este tipo de notas por parte de mi otro abuelo.
Nací en esta ciudad de luz y agua, De rocas y palmeras y fulgor, De casas de postigos entreabiertos Por los que sin permiso entraba el sol. Ciudad natal, Consuelo J. de Cisneros.
ER: Tú que has nacido en Alicante, ¿cómo te sientes? Ciudadana del mundo, europea, alicantina, una mezcla de todo…
CJC: Me siento una mezcla de todo, pero no una mezcla como definición. Tengo una parte alicantina por mi padre —Miguel Jiménez de Cisneros—; él se sentía profundamente alicantino y fue un grandísimo alicantino. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para reivindicar la figura de mi padre en Alicante y que se le reconozca mínimamente con una calle, con una placa en la casa donde nació, en Benalúa.
Mi abuelo paterno —Daniel Jiménez de Cisneros— era de Caravaca de la Cruz —Murcia—, vino a la ciudad de Alicante destinado como catedrático de Historia Natural en 1903. Tomó posesión en enero de 1904 y mi padre nació en 1910. Mi abuelo materno —Federico Baudín— era de Castro del Río —Córdoba—, pero no porque su familia fuera cordobesa, sino porque su padre, que también era juez, estaba destinado allí. Mi abuela materna —Maura Olave Zumalave—, de Peñafiel —Valladolid—y la otra abuela —Andrea Avelina Goicoechea— era de Gijón —Asturias—.
Mi abuelo Daniel, quien ha dado pie a que nosotras estemos conversando, es el “culpable” de todo. Cuando aprobó las oposiciones —él también había sacado el número 1 nacional—, su primer destino fue el Instituto Jovellanos de Gijón, donde estuvo varios años; allí conoció a quien sería mi abuela, hija del director —Félix Goicoechea— del centro educativo. Mi abuelo conoció a quien sería mi abuela —Andrea Avelina— siendo adolescente; cuando cumplió los veintiuno, se casaron.
ER: Y tu madre…
CJC: Mi abuelo paterno era juez y conoció a mi abuela en Peñafiel; después lo destinaron de pueblo en pueblo y cuando nació mi madre —Consuelo— estaba en Albocácer, provincia de Castellón. Mi madre falleció en enero de 1998, inició sus estudios de Derecho y Filosofía y Letras en la universidad porque mi abuela se había empeñado, aunque no terminó ninguna porque cuando falleció su padre —muy joven, con apenas 50 años— tuvo que ponerse a trabajar —corría el final de la década de los 40 y comienzo de los 50 del siglo XX—. Mi madre se casó en 1955 y dejó de trabajar. Yo nací un año más tarde. Al casarse, dejó su mundo en Valladolid y se vino a Alicante; aquello supuso un choque cultural importante para ella —me contaba—, no solo por el clima, que se agobiaba mucho por el calor, sino también por la diferente mentalidad de los lugareños. Aunque finalmente se adaptó, me explicaba que, cuando yo nací, las vecinas le decían que me tenía que poner un saquito con unos granos de arroz para evitar el mal de ojo; tuvo que afrontar un montón de supersticiones que para ella eran rarísimas, y dudaba si cumplirlas o no, por si pasaba algo a su hija. Como mi madre era muy estricta, lo consultó con el confesor y con el médico que era Pedro Herrero —canonizado en 2017—; él fue mi pediatra, lo recuerdo perfectamente, iba a la Calle Castaños a su consulta.
Consuelo tiene dos hermanos más pequeños; su madre tenía que ocuparse de ellos, así que la abuela materna, Maura, criaba a la mayor. Así lo rememora: «Mi abuela tuvo una influencia decisiva en mi vida; cuando ella falleció, yo tenía catorce años y medio, ya estaba casi totalmente formada. Mi abuela —si se me permite— era muy inteligente, aunque vivía en un contexto muy cerrado donde las niñas no estudiaban. Me contaba que su padre, que era profesor y tenía un colegio al que solamente podían asistir niños, le decía “Maura, tú quédate aquí”—mientras le ponía una sillita en el pasillo y dejaba la puerta abierta de la clase para que Maura pudiera escuchar lo que enseñaba a sus alumnos—. A veces —seguía relatando mi abuela— cuando los chicos no sabían una respuesta, su padre decía, “¿No os da vergüenza? Seguro que llamo a Maurita y lo sabe”; llamaba a la niña y ella decía la respuesta. Mi abuela no estudió, pero leía muchísimo y tenía una memoria prodigiosa. Cuando yo tenía 5 o 6 años, me contaba la historia de España —entre otras—, como si fuera un cuento. Una vez en el colegio, no aprendí nada hasta los 7 años, que llegaron las cuentas. Cuando decían los Reyes Católicos yo decía “eso ya me lo sé”; era super repipi».
ER: ¿Cómo crees que surge tu amor por la tierra donde has nacido?
CJC: Por mi padre; todo lo que tengo de alicantina se lo debo a mi padre. Era un hombre muy cariñoso, muy afectivo y él amaba el sitio donde había nacido. Él nació en la calle Pérez Medina número 38 de Benalúa. Mi padre me llevaba a las Hogueras, me hizo escribir en los llibrets de Hogueras desde muy pequeña –—y desde entonces ha seguido colaborando—; me llevaba al Porrate de San Antón y me compraba turrón de novia; juntos recorríamos Alicante. En una ocasión publiqué un artículo en valenciano —no recuerdo dónde— que se llamaba Els passejos amb el meu pare —Los paseos con mi padre— donde contaba nuestros recorridos: íbamos por la estación de tren adelante, hasta el cementerio, dábamos paseos larguísimos; a él le gustaba llevarme a un sitio y a otro y como mi padre entraba en todas partes, me llevaba a lugares donde no entraba nadie y para mí era muy emocionante. Entraba en la cabina del controlador de autobuses, en la Plaza de Toros, donde estaban los carniceros despiezando a los toros. Mi padre tenía esa forma de ser, era muy sociable, conocía a muchísima gente, bueno, conocía todo Alicante, la verdad, y claro, todavía hay gente que lo recuerda.
Aunque abogado de formación y profesión, gustaba mucho también de escribir y redactaba artículos en medios como La Verdad, Información y en revistas profesionales, como Policía española u otras sobre Derecho penal, que era su especialidad. En La Verdad firmaba como Benaluense series de artículos bajo los títulos Efemérides de Alicante, Hace 50 años o Alicante, hace 100 años. Su alicantinismo ha quedado para siempre en las páginas de estas publicaciones. Mi padre falleció de repente en 1980; su último artículo —bajo el título Alicante hace cincuenta años— se publicó el domingo después de su muerte. En La Verdad, el periodista Tirso Marín publicó una necrológica maravillosa titulada Ha muerto Miguel Jiménez de Cisneros, en donde le recordaba, entre otras palabras, así: “falleció un buen alicantino, un buen amigo de Alicante y de todo lo alicantino, y un buen amigo también de esta casa —La Verdad— en la que venía colaborando muchos años…”.
Mi padre tenía la salud delicada y en aquel momento yo estaba destinada en París y no le vi morir. Quiero contar esto porque, aun siendo agnóstica, desde pequeñita siempre rezaba para no ver morir a mi padre. Curiosamente no rezaba para no ver morir a mi madre, ni a mi abuela, ni a mis hermanos, no, a mi padre, rezaba para no verlo morir y no lo vi morir ni lo vi enterrar. A veces en la vida se producen estas situaciones; mi propio abuelo, Daniel Jiménez de Cisneros, cuenta algo en relación con esto: su madre se estaba muriendo y él no estaba en el pueblo. Su madre había dicho “no me voy a morir hasta que no vea a mi hijo”; y así fue, se mantuvo viva hasta que se despidió de su hijo. Aún con la perspectiva de los años, a mí me impactan estas situaciones…
ER: Cuéntanos algo de tus nietos…
CJC: Lo único que puedo decir es que tengo cuatro nietos que son encantadores, Daniel, mi hijo mayor, tiene mellizos, Santiago y Nicolás, y una tercera, Catalina; Joaquín tiene una niña, Marina Irma. Pienso que los abuelos son fundamentales en la vida de los nietos y lo digo por mi propia experiencia; mi abuela fue fundamental en mi vida. Así, espero también transmitir algo a mis nietos. También fue fundamental mi abuelo Daniel, a quien no conocí.
Pregunto a esta experta docente y amante de la educación y la pedagogía sobre la huella de algún profesor en particular y responde: «Recuerdo profesores de todas mis etapas; a la maestra que me enseñó a leer, que se llamaba Picorelli, no la puedo olvidar, para mí aquello fue mágico. De bachillerato recuerdo a la profesora de historia, Dora Moya; con ella aprendimos toda la historia y las dinastías, no solo de memoria, nos hacía preparar cuadros enormes donde recogíamos los sucesos, los personajes y las fechas; nos volvíamos locas con aquellos cuadros, pero aprendimos historia. Después, en COU, recuerdo profesores muy entrañables, la profesora de inglés, Maribel —que falleció hace poco—, una persona maravillosa, aún recuerdo los chistes en inglés que contaba. Y el profesor Rives, que nos daba francés; yo acababa de publicar en la revista del Colegio un poema y Rives dijo delante de toda la clase “Consuelo, tu examen es para suspender, pero ¿cómo voy a suspender a una persona que escribe este poema? Pues te voy a poner un 5”. Y el padre Sempere, que era un jesuita alcoyano, para nosotros un sabio, que nos recitaba los poemas en latín —a los que él había puesto música—, me aprendí las Églogas de Virgilio en latín gracias a él. También tengo recuerdos imborrables de la Universidad, del profesor Rafael Alemany, quien realmente hizo que me aficionara a la literatura medieval. Los buenos profesores marcan».
ER: El humor es una constante en tu vida, ¿se puede aprender a vivir con humor si no se tiene de “serie”?
CJC: Si no te viene de serie, lo puedes aprender. Yo lo he heredado de mi padre, que tenía mucho sentido del humor, además de una alegría innata —como he mencionado antes—. Creo que se puede educar en el humor, como todo; leí o escuché que todos los días había que reírse por lo menos un par de minutos; así que, si al terminar el día no te has reído, buscas chistes, una comedia, un sketch humorístico un poco decente —que los hay—, hay muchos recursos, y acabas riéndote; eso se puede convertir en una rutina, igual que haces gimnasia. Yo procuro tener sentido del humor, tengo una risa un poco estrepitosa, lo reconozco, que a veces no es muy protocolaria.
ER: ¿En qué época te hubiera gustado vivir?
CJC: A la fuerza tengo que decir que en la que he vivido, porque si hubiera vivido antes, habría muerto. Baroja tiene una novela de 1903, El árbol de la ciencia, donde habla de una mujer, una madre que está embarazada y su hijo no puede nacer porque es muy grande, lo que provoca una septicemia y mueren los dos. Eso exactamente me habría pasado a mí con mi hijo Daniel. Debo mi vida a los médicos, a la medicina, por eso digo que estoy agradecidísima a los avances médicos. Creo que, si tuviera que salvar una ciencia, esa sería la medicina por encima de todas las demás; aunque ¡ojo!, una medicina que cure heridas y salve vidas, conforme al Juramento de Hipócrates, y que no llegue a ciertos extremos a los que hoy en día llega que, a mi juicio, van en contra de los principios de la naturaleza.
Me alegro de haber nacido cuando he nacido, también porque no había tecnología; de eso me alegro muchísimo, de haberme criado en una casa sin televisor, sin teléfono, sin Internet; sin nada más que libros, discos de vinilo —que era el máximo invento— y una nevera de hielo —que había que meter la barra de hielo dentro—. Me alegro infinito de haber podido vivir eso, de haber jugado en la calle, que pasaban pocos coches; creo que eso ha sido maravilloso y mis hijos casi también han podido vivirlo porque vivíamos en un barrio muy tranquilo en Alicante y cuando ellos iban de vacaciones a Galicia, porque su padre es gallego, también podían corretear en un pueblo. Que los niños se críen en libertad y crezcan en un espacio natural es maravilloso. A mí me asombra cuando salgo a la calle y veo los parques vacíos, no sé dónde están los niños hoy en día, dónde los meten.
ER: Tus hijos se han gestado en Holanda, ¿tu pareja es española?
CJC: Cuando me casé con el padre de mis hijos, que era español, él estaba afincado en Holanda; coincidió con ese momento de la vida en que decides formar una familia y tener hijos; cuando nació mi primer hijo ya tenía casi 30 años y el segundo nació en 1987, con 31; se llevan muy poco, dos años y cuatro meses. Podía haber entrado en la Universidad de Amsterdam, que había entonces un departamento de español vacío, pero tenía claro que quería criarlos y educarlos en España, en concreto, en Alicante. Pasados los años me los llevé a Luxemburgo porque no me gustó nada la LOGSE (Ley Orgánica General del Sistema Educativo, de 1990); no quise que mis hijos se educaran en ese sistema y por eso decidí pedir plazas en el extranjero. En Luxemburgo tuve la suerte de conseguir el mejor programa educativo, que es el de la Escuela Europea, no solamente por el aprendizaje de lenguas, que es lo que la gente más destaca. En primer lugar, las lenguas se incorporan poco a poco. Hasta los siete años —que empiecen a los dos años lo encuentro innecesario— no hay ninguna lengua extranjera. Mis hijos aprendieron los idiomas —que usan ahora en su vida diaria— cuando ya tenían 9 y 12 años y ambos dominan perfectamente el inglés, el francés y se defienden en alemán, saben algo de italiano y no tuvieron que empezar a los 2 años. Es más, a los dos años mi hijo mayor no hablaba nada porque tardó mucho en hablar; también ese es otro punto sobre educación muy importante. Mi hijo Daniel no habló hasta los tres años y pico, pero como yo sabía que era inteligente, no le llevé a ningún médico, ni pedagogo ni psicólogo. Creo que hay una medicalización excesiva en los niños.
Siguiendo con el programa educativo de la Escuela Europea, tiene una formación muy completa porque a los de ciencias se les da letras y a los de letras, ciencias. La lengua materna era importantísima, luego ya iban añadiendo lenguas paulatinamente, a los 7 años, una primera lengua extranjera; —si no recuerdo mal— una segunda a los 14, que ya era voluntaria. En España, ahora —y es una cosa que me parece muy bien— de lo que ha hecho el Gobierno actual de Pedro Sánchez, que es reforzar las matemáticas y la comprensión, las matemáticas socioafectivas. Todo es socioafectivo, todo, las matemáticas, la lengua, la geografía, la biología, porque mientras no nos enseñen robots, todo nos lo enseñan personas, por eso es socioafectivo; depende cómo el profesor se dirija a nosotros para que una asignatura nos guste o no. Eso es inapelable. Las enseñanzas tienen que ser exigentes. Es este un tema que toca mi fibra.
«Me asombra cuando salgo a la calle y veo los parques vacíos, no sé dónde están los niños hoy en día»
ER: ¿Cuáles son las 3 cosas buenas de tu vida? El tópico literario resalta la belleza femenina, el lugar agradable y el valor del vino…
CJC: Lo primero de todo, las personas, las personas son lo primero para mí, es decir, mi familia, mis hijos, mis nietos, mis antecesores también, mis padres, abuelos y por supuesto, mis amistades, mis amistades son clave en mi vida. Ahora mismo, por ejemplo, la asociación la he podido montar en horas gracias a que tengo unas amistades excepcionales que me han dicho que sí; una de ellas casi sin saber ni de lo que se trata me dice, “venga, si lo haces tú, vale”. Esto es un privilegio enorme; así que lo primero de todo, las personas. Después, la capacidad de disfrute; eso me parece esencial. Gracias a Dios, yo tengo capacidad de disfrute en todos los órdenes y, sin descender a detalles, disfruto tanto en lo sensorial como intelectual, lo que ayuda a que seas feliz. Y otra cosa que para mí es esencial es la capacidad de comunicar uno mismo. El mayor castigo que se me puede dar es retirarme la palabra porque para mí la comunicación es absolutamente esencial.
Hasta tal punto que voy a contar una anécdota de mi infancia contada por mi tía, por mis padres, por todos los que lo presenciaron. En Pamplona, en el convento de mi tía, la religiosa de la que he hablado, se celebraban unas fiestas en que las niñas representaban como una especie de corrida de toros, unas se disfrazaban de toros y otras de toreros y simulaban torear —algo un poco inverosímil hoy en día—. Yo era una bebé y lo veía todo desde los brazos de alguien, probablemente de mi tía. Más tarde, cuando llegaron mis padres, me desesperaba haciendo aspavientos y gestos para contarles lo que había visto, que no podía hablar. También recuerdo, años más tarde, cómo al regresar del colegio, mi mayor placer era contar lo que había aprendido ese día, tenía que hacer mi reportaje diario. Por eso digo que la comunicación era lo mío. Aunque, en parte me he dedicado porque yo creo que dar clase también es comunicar, mi profesión ha sido un sucedáneo de la comunicación.
ER: ¿Cuál es tu Locus amoenus —lugar idílico—?
CJC: Realmente mi locus amoneus es el espacio donde puedo sentarme a escribir en mi ordenador. Es como mi terapia; cuando tengo cualquier problema, me siento y me pongo a preparar algo de lo que tengo en proyecto, me concentro absolutamente y vivo como en otra realidad, en otro mundo. Como ejemplo, hace poco preparaba una conferencia sobre Madame Bovary y La Regenta, y estaba totalmente metida en la historia del personaje de Flaubert, que la releí, que te quedas con la boca abierta. Con el permiso de quien lea estas palabras, yo estoy muy anclada en el pasado porque después de leer estos textos extraordinarios de Flaubert o Clarín, con un análisis tan espectacular, tan perfecto, tan minucioso, del ser humano, no me des una novela actual. También me gusta la naturaleza.
ER: Viendo estos datos, aunque ya hemos hablado antes, ¿te gusta romper moldes?
CJC: A mí no me gusta romper moldes en absoluto, a mí me gustaría no tener que romper moldes. Si rompo moldes es porque no me queda otra, pero no soy una persona combativa ni competitiva. Para nada, aunque pueda parecer lo contrario, al haber sido número uno en algunas ocasiones. No, los moldes se rompen cuando es necesario y si no, pues no hay por qué romper nada. Bueno, esa es mi filosofía de vida. Es verdad que las mujeres, sobre todo de mi generación que está un poco a mitad de camino entre la visión tradicional de la mujer y la más actual, hemos vivido un poco estas situaciones; en mi caso, he estado en un monasterio en Silos donde no podía entrar en la biblioteca —donde solo estaba el fraile bibliotecario— porque era mujer. Y me tenían que sacar los microfilms con los textos a una sala donde yo estaba esperando; parece completamente ridículo, ¿verdad?
Proyección de Consuelo y su familia
El pasado 24 de mayo Consuelo celebraba no solo su propio aniversario de vida sino también el de El Cantarano, su querida intrahistoria, la que camina paralela a la de sus abuelos y su padre, recordando la trayectoria investigadora y la labor como magistrado de sus abuelos Daniel y Federico, respectivamente; realzando la figura de su padre y proyectando su propia e inagotable actividad cultural. Al principio, en 2023, Consuelo Jiménez de Cisneros da origen a la Fundación El Cantarano, una institución benéfica sin ánimo de lucro, creada en beneficio de todos los ciudadanos y especialmente de los alicantinos —Consuelo vive entre Madrid, Galicia y Alicante y elige que la sede sea alicantina—, “para la conservación, divulgación y estudio de un patrimonio científico, cultural y literario, personal y familiar, que incluye los legados del geólogo y paleontólogo, Daniel Jiménez de Cisneros y Hervás; del magistrado, Federico Baudin Ruiz; del abogado y escritor, Miguel Jiménez de Cisneros y Goicoechea; y de la catedrática de lengua española y escritora, Consuelo Jiménez de Cisneros y Baudin, que preside la Fundación”, según el propio documento de constitución.
La Fundación El Cantarano, durante su existencia, ha estado en contacto permanente con sus lectores y seguidores a través de su web. Cuando Consuelo recuerda la trayectoria de la Fundación, quiere «dar las gracias de corazón a las personas que han hecho equipo conmigo en la Fundación durante este año y, sobre todo, a los patronos de honor, Gregorio Canales Martínez, Joaquín Galán Ruiz, Alfredo Gómez Gil, Francisco Mas-Magro y Magro, Jorge Olcina y Salvador Ordóñez, todos ellos personas muy relevantes de la vida de Alicante y de fuera de Alicante. También a mis dos hijos, Daniel y Joaquín, que figuran como patronos de sangre».
Hace un paréntesis Consuelo para hablar brevemente de sus hijos, de los que se siente muy orgullosa: «el mayor, Daniel, trabaja como consejero de prensa en la Representación Permanente de España en la Unión Europea, en Bruselas. El menor, Joaquín, es epidemiólogo, docente e investigador en la Universidad de Surrey (UK) con el grado de «senior lecturer». Los dos son muy responsables, trabajadores y honrados. No se puede pedir más».
Consuelo está en continuo análisis y, pragmática como es, explica: «Hemos visto que una fundación es un trabajo excesivo, lleva implícita una burocracia verdaderamente complicada y para una fundación tan pequeña y modesta como la mía, se ha visto que es mejor reconvertirla en asociación. Este cambio es —digamos— nominal y legal, porque a efectos prácticos vamos a seguir haciendo lo mismo».
ER: El Cantarano toma su nombre de un cuento inédito del profesor Jiménez de Cisneros, ¿dónde surge ese relato?
CJC: Ese relato me lo cuenta mi padre cuando era niña, muy resumido, sería que hay un joven que hereda un cantarano; su abuelo le dice, no te desprendas nunca de este mueble, guárdalo siempre contigo. El joven lo guarda y, aunque tiene penalidades, necesidades, no se desprende del mueble, hasta que hace muchísimo frío y necesita calentarse. Entonces piensa que el mueble es de madera, que lo sentía mucho pero que iba a tener que deshacerlo para hacer fuego y no morirse de frío. Al empezar a desarmar aquel cantarano, al romper las columnas de madera que lo sustentaban, cuando lo consiguió, montones de monedas de oro cayeron al suelo. Es así como un cantarano, en apariencia de mueble muy sencillo y modesto, guarda un tesoro en su interior, un bien incalculable que hay que descubrir.
ER: ¿Qué lugar crees que ocupa El cantarano dentro del contexto cultural alicantino?
CJC: Ocupa un lugar modestísimo, en primer lugar, porque lleva poco tiempo poco recorrido. El cantarano empezó en 2020 publicando un anuario —que preparé durante el confinamiento—. Tras el encierro, empecé a darle una periodicidad mensual, como así se ha mantenido tres años. Durante 2023 fue bimensual, únicamente por cuestiones funcionales: me resultaba difícil llegar a todo, edición, selección de textos, corrección, revisión, por nombrar algunas de las innumerables tareas que supone. Es cierto que a mi lado estaba el doctor don Francisco Mas-Magro, director adjunto de El Cantarano y quien me ha apoyado muchísimo. Las colaboraciones iban creciendo, algo que, aun siendo muy estimulante y bonito, multiplicaba mi trabajo. Tenía que reestructurar toda esta ingente actividad y que El cantarano volviera a ser un anuario.
ER: De Fundación El cantarano a Asociación El Cantarano, ¿qué ha cambiado?
CJC: La Fundación El cantarano, tras un año intenso de publicaciones y eventos, que culminaron con la entrega del I Premio de Ensayo Breve El Cantarano el pasado 26 de enero de 2024, pasa a convertirse en Asociación —con sede en Alicante—, con los mismos fines culturales y patrimoniales y las mismas actividades, aunque con un planteamiento mucho más participativo. El 10 de febrero, en el café-bar Conde de Malladas del Real Liceo Casino de Madrid, se firmó el acta de constitución de la Asociación y sus estatutos. Con ese motivo nos reunimos Teresa Vidaechea Solís, como secretaria, Teresa Álvarez Olías, como tesorera y yo misma, como presidenta. A través de la página web www.elcantarano.com se enviarán, por lo menos una vez al mes, noticias de todas las actividades, conferencias, convocatorias culturales —que estarán en Agenda— y colaboraciones.
ER: ¿Y la revista El Cantarano?
CJC: La revista El Cantarano se va a poder consultar en la web, va a tener un rincón específico, aunque su andadura haya concluido. Se va a abrir una sección de colaboraciones muy generalista, donde se publique aquello que —pensemos— tiene interés o relación con nuestra misión —cercano a tener cabida casi todo—, donde se publicarán textos en francés, valenciano o en la lengua que sea. Hemos empezado por las publicaciones en francés por la colaboración tan intensa que mantengo con la Casa de Francia en Alicante.
ER: ¿Cómo llegará a los lectores?
CJC: Además de las consultas a través de la web en cualquier momento que nos proporciona internet, y ya no en forma de revista, sino en una sección, vamos a procurar que, con periodicidad mensual, todas las personas suscritas a esta web —una suscripción totalmente gratuita—, reciban un envío —mailing—, con los nuevos contenidos. La idea es mantener ese contacto con los suscriptores cada mes, que la web El cantarano sea algo vivo, porque si no caminamos, es como si estuviéramos muertos.
Nos detenemos en la memoria del abuelo Daniel Jiménez de Cisneros, uno de los más ilustres paleontólogos del siglo XX.
Abrimos los cajones con cuidado infinito. Y un soplo del pasado escrito en piedra Y apenas un ligero temblor nos aseguran Que allí late la vida: oculta, hermosa, cierta. Colección de fósiles, Consuelo J. de Cisneros
ER: Háblanos de la trascendental trayectoria de tu abuelo Daniel Jiménez de Cisneros en la provincia alicantina…
CJC: Mi abuelo recorrió toda la provincia, así como las más cercanas (Murcia, Almería, algo de Albacete…). Fruto de ello fue su publicación Datos para la Geología del Sudeste de España, editado en Valencia, en 1911 y Geología y Paleontología de Alicante, editado por JAE, en Madrid en 1917. Es por ello por lo que creo que debe recordársele en los lugares en los que trabajó. Empezando por Alicante, donde vivió casi cuarenta años, nació su hijo menor (mi padre) y donde falleció. En Alicante, el IES Jorge Juan ha sabido mantener su memoria gracias a los paneles que fueron instalados a finales del siglo XX; además hay una exposición de minerales y fósiles, amén de otros objetos científicos pertenecientes a otros departamentos. Volveremos sobre el Jorge Juan si te parece, porque hay mucho que contar. Desde 1963, Alicante cuenta con una calle con su nombre, conmemorando el centenario de su nacimiento.
En la provincia, uno de los lugares que más interés ha dedicado a su figura ha sido Crevillent, donde en 2019 se organizaron una serie de actuaciones para conmemorar el centenario de sus publicaciones sobre la sierra de Crevillent en 1919: una exposición, publicaciones, cursos de formación, entre otros eventos y la dedicación de una calle. También está previsto señalizar las cuatro rutas que diseñó por la sierra, donde ya hay un photocall con su figura y algunos paneles en los que se le menciona. Estoy en contacto con el consistorio crevillentino para los futuros proyectos que se puedan llevar a cabo.
Debo mencionar también su pueblo natal, Caravaca de la Cruz (Murcia), donde igualmente tiene calle dedicada. Hace poco me entrevisté con el alcalde para ver cómo se puede redimensionar su figura y conservar allí la parte de su legado referida a su localidad natal que conservo (fotografías, epistolario, libros, etc.)
Sigue enumerando Consuelo y comenta que le hace muchísima ilusión contar que, a través de las redes sociales, ha «localizado que hay fondos de geología y paleontología en el IES Padre Eduardo Vitoria, de Alcoy, mi primer destino como funcionaria docente; tengo que ponerme en contacto con ellos para visitar su pequeño museo dedicado a la ciencia». También, y esta vez refiriéndose al Museo de Ciencias Naturales de Torrevieja —instalado en la antigua estación de tren— «que han sentido interés porque mi abuelo figure entre sus fondos. Creo que hay que apoyar iniciativas como las de este Museo, mitad Ciencias Naturales y mitad Etnográfico, que es muy entrañable porque está hecho todo a base de donaciones, desde un matrimonio extranjero que donó una colección de moluscos y conchas hasta pescadores de la zona que han donado diferentes aperos. Además, quiero contar que, desde el único Museo Paleontológico que hay en la provincia, el Museo Paleontológico de Elche Fundación Cidaris, su directora, la paleontóloga Ainara Aberasturi, ha mostrado interés por los trabajos de mi abuelo. Y en fin, estaría el Museo Arqueológico Paleontológico de Rojales, donde mi abuelo ya tiene presencia gracias a una modesta, pero muy apreciada donación que he efectuado recientemente».
Jorge Juan en la altura como un pájaro con las alas abiertas sobre una perspectiva de palmeras. Al fondo, el mar y una estela de luz por delante de mi primer colegio. Ciudad natal, Consuelo J. de Cisneros
Dejamos para el final la mayor concentración de materiales recogidos por Jiménez de Cisneros, los fondos que hay en el IES Jorge Juan de Alicante. Allí hay —cuenta Consuelo— «un material muy valioso, que no solamente correspondería a la labor de mi abuelo —aunque él haya sido el más célebre—, sino también a la de otros profesores y catedráticos ilustres de otras materias, que pasaron por el IES Jorge Juan y que dejaron su impronta. Debería ese tesoro formar el Museo del IES Jorge Juan que, de hecho, estaba planificado ya en su día. De eso hace ya muchos años, he perdido la cuenta; estaban hasta aprobados los planos y firmados por un arquitecto, que yo los he visto extendidos sobre una mesa. No voy a decir nombres, pero un político local —que está vivo, aunque ya no en la vida política— decidió que era más interesante que solamente se hiciera un museo —Museo Arqueológico de Alicante— y sería el que se llevaría todo el presupuesto que ya había sido casi adjudicado al museo del IES Jorge Juan. A mí aquello me pareció, y sigue pareciendo, un acto gravísimo, porque somos la única provincia de la Comunidad Valenciana cuya capital no tiene un museo de estas características, en Valencia está el Instituto Luis Vives, y en Castellón de la Plana está el Instituto Francisco Ribalta. Son estos institutos históricos —aunque el edificio del IES Jorge Juan es del siglo XX, el instituto es el más antiguo de la ciudad— los que recogen estos fondos, incluso algunos que no están en capitales de provincia, sino en localidades menos principales; este es el caso de Crevillent, donde el Instituto de Enseñanza Secundaria Macià Abela tiene un pequeño museo dedicado al esparto, una iniciativa llevada por su directora Concha Águila (2024) que decidió que la última cueva del último matrimonio de esparteros de Crevillent, debía conservarse; recogió todo ese material y reprodujo el interior de la cueva. El IES Jorge Juan está pidiendo a gritos este museo complementario».
Consuelo y la vida
Conversar con Consuelo es asegurar la sinceridad de una respuesta pensada y, sobre todo, experimentada; esas respuestas que, a veces, hacen mucho bien porque aportan el rayito de luz necesario para dar el vuelco a una actitud, encontrar alternativas a las dudas o simplemente ratificar aquella duda que rondaba tu cabeza. Mientras charlábamos, iban surgiendo preguntas, ideas, curiosidades… a las que Consuelo respondía gentilmente; son las que pueblan este capítulo.
ER: ¿Cómo definirías la cultura?
CJC: Creo que la cultura es lo que nos hace humanos, lo que nos distingue de los animales. Sabemos que viene de cultivar, —como una palabra, si quieres, simbólica—, porque en vez de cultivar la tierra, lo que hacemos es cultivar actividades que nos hacen humanos, nos dan felicidad y nos permiten comunicarnos: estoy hablando de música, pintura, escritura, arquitectura, hasta la horticultura, todo aquello que hace que el mundo sea más hermoso, más fácil para vivirlo, más humano en el mejor sentido del término.
Seguimos enredadas en la cultura y, antes de responder a la siguiente pregunta, Consuelo reflexiona sobre el trinomio actual que componen la llamada tercera edad, la salud y la cultura: «Este fenómeno creo que no solo es alicantino, sino nacional e incluso internacional. Y es que la tercera edad ya no es una etapa en la que quedarse en casa esperando la muerte, sino que es una etapa de muchísima actividad; las personas tienen mejor salud gracias a los avances médicos —reitero que para mí la medicina es una ciencia sacrosanta— si, además, están en buenas condiciones físicas y mentales. Se origina esta casi sobreabundancia —con calidades muy variadas— y simultaneidad de ofertas de actividades, que en cierto modo es enriquecedora, pero también puede desorientar un poco al tener que seleccionar y saber qué elegir».
ER: ¿Has oído la frase “En Alicante no hay actividades culturales…”?
CJC: Vamos a ver, por ir rápido: Casa Mediterráneo, dos sedes universitarias de la Universidad de Alicante, Ámbito cultural de El Corte Inglés, Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, Sala de Cultura del Ayuntamiento de Alicante, que está en casco antiguo… Estoy nombrando sitios donde, además, he estado recientemente presentando un libro o asistiendo a algún tipo de evento. Y esto sin olvidarnos de los barrios, donde también hay muchas propuestas culturales. Me parece bastante ridículo que digan que no hay actuaciones culturales; por el contrario, —como decía antes— pienso que hay muchísimo e incluso insisto en los niveles de calidad y que hay que discernir y elegir lo que realmente interesa; no se puede abarcar todo, hasta por salud mental, y no andar —según narra la fábula escolástica— como el asno de Buridán, que se murió de hambre porque no sabía de qué saco comer.
Nos quedamos en los contemporáneos de Consuelo en el ámbito de la cultura, aquéllos a quienes admira, conoce, acompaña y se siente acompañada a su lado. Hablamos de si considera Consuelo que alguno no ha sentido el reconocimiento de su tierra, de su terreta… Esto contesta: «Conozco a grandes de esta tierra; voy a destacar a Alfredo Gómez Gil, inventor del concepto “cerebros en fuga” que él mismo protagonizó y con quien mantengo una especial amistad. Alicante lo distinguió no hace mucho —en 2021—, pero lo hizo porque primero se había reconocido a nivel nacional —se le concedió la Encomienda con Placa de la Orden de Alfonso X El Sabio—. Durante el acto, celebrado en Diputación de Alicante, con la participación del Ayuntamiento de Alicante, el presidente Mazón destacó: “la provincia siente un profundo orgullo por tener entre sus nombres ilustres a una persona que ha hecho de embajador de su tierra por doquier” y reconoció la “inconmensurable aportación académica y artística universal” de este “alicantino de nacimiento, pero ciudadano del mundo”».
La palabra amigo —Consuelo usa el masculino como genérico, como sugiere la RAE— para Consuelo tiene un alto valor, incluso existencial como relata en esta conversación. Sigue hablando de sus amigos artistas: «Hay otros muchos personajes en Alicante —también en la provincia— que merecerían más reconocimiento. Me da pena decir nombres porque me voy a dejar a muchos en el tintero, aunque hay uno que quiero decir. Es Francisco José Ugeda, un pintor extraordinario de Villena, a quien entrevisté para El Cantarano y a quien considero perfectamente comparable con Antonio López. ¿Cuál es la diferencia? Pues que Antonio López ha tenido más suerte por lo que sea y está donde está y Ugeda está en Villena. Creo que Villena, como mínimo, debería abrirle un espacio museístico a Ugeda. Solamente pido que el que no crea en mis palabras que mire su obra. Y es que alicantinos que hacen actividades valiosas hay muchísimos, como también personas afincadas en Alicante que para mí son alicantinos de adopción. Me gustaría mencionar a una de estas personas que preside una pequeña fundación —por su tamaño—, aunque grande por sus objetivos: es la Fundación Carmen Santisteban. Me parece justo meter una mujer excepcional en esta relación. Aparte de ser Carmen una pionera de la biometría —es matemática—, es también artista, es decir, pinta, escribe, es como una “donna universale”,que ha creado una fundación con fines culturales y también en parte sociales y casi asistenciales —su último proyecto fue para ayudar a las escuelas de La Palma tras el volcán—. Personas extraordinarias hay tantas… gracias a Dios».
»Y en Alicante quiero destacar a escritores que me aportan y a quienes admiro, entre los cuales tengo algunos buenos amigos: Antonio Gracia, Mariano Sánchez Soler, Juan Ramón Torregrosa, los médicos y escritores José Antonio Buil, Francisco Mas-Magro, Emili Rodríguez Bernabeu, Carlos Sillero… el músico, dibujante y poeta de haikus, Juan Miguel Asensi, y muchos y muchas más (Carmen Amérigo, Gloria Bruno, Nuria Jiménez, Beatriz Planelles…). Con algunos coincido en la Hoja del Lunes: Julio Calvet, Germain Droogenbroodt, Maruja Moyano… Y cómo no, la periodista Marisa Ayesta.
»Entre los dinamizadores de la cultura alicantina y también creadores, destacaría al presidente de la Casa de Francia en Alicante, Carlos Galiana Ramos; al pintor Pedro Ortiz que dirige una maravillosa tertulia artística, a los periodistas Pepe López y Juanjo Cervetto; a las agitadoras culturales —por así llamarlas— y también autoras Esther Abellán y Ágora Reix… En la provincia de Alicante me han ido surgiendo contactos con gente que escribe o que dinamiza la cultura local: en Algueña (Lucía Pastor), Almoradí (Ana Luisa Pedauyé), Crevillente (María Luisa Gil, Nico Pérez, Conxa Guilabert, Gloria Candela), Monóvar (Juliana Pérez Lalana), Orihuela (Ada Soriano y José Luis Zerón, Javier Puig, Luisa Pastor), Torrellano (Chelo Sellers), Torrevieja (grupo Ars Creatio)… Y, en fin, concluyo esta lista en que son todos los que están, pero no están todos los que son.
«Una lengua no solo es una lengua, es también una cultura»
ER: ¿Cuántas lenguas hablas?
CJC: Mi lengua materna es el castellano, mi segunda lengua es el francés, tengo el título de Mestre de Valencià que, aunque casi no lo hablo, lo leo perfectamente y lo entiendo. La literatura catalana, valenciana y mallorquina me parecen maravillosas, las he leído y disfrutado mucho, también me defiendo en gallego, una tierra que visito mucho por razones familiares. Y, además, curiosamente, mi primer trabajo de investigación fue sobre literatura gallega, galaico-portuguesa, Las cántigas profanas de Alfonso X El Sabio —que me publicó la Diputación de Alicante y antes la revista ITEM del CEU de Alicante—; fueron los primeros artículos de investigación que yo publiqué cuando todavía era estudiante universitaria. En cuanto a lenguas extranjeras, en los países en los que he estado he aprendido un poco de la lengua: holandés, dariya —el árabe que se habla en la calle, no es el árabe culto que lamentablemente no me atreví con él— y, por supuesto, aunque lo haya dejado para el final, el inglés, también impuesto por circunstancias.
ER: ¿Hasta qué punto consideras necesario el conocimiento del latín y del griego?
CJC: Creo que para aquellas personas que van a adentrarse en territorios formativos humanísticos o científicos es indispensable tener unos conocimientos de estas lenguas porque son nuestras madres, no solo desde el punto de vista estrictamente filológico, sino también cultural. Una lengua no solo es una lengua, es también una cultura. Somos hijos del latín y del griego.
ER: ¿Cuáles son tus preferencias en música clásica?
CJC: Wagner formó parte de mi adolescencia, no sabía entonces que Wagner era el músico favorito de los nazis; eso lo descubrí hace poco y me quedé un poco perpleja. Cuando, a los 14 años, gané el Premio Nacional de Poesía juvenil en 1970, me hicieron una entrevista donde me preguntaron cuáles eran mis músicos, poetas, escritores favoritos, entre otras cosas y dije que mi músico favorito era Wagner, porque, claro, yo oía la Cabalgata de las Valkirias y la ópera Tristán e Isolda y me emocionaba muchísimo. Mozart me parece sublime. No se puede explicar lo que se siente. Cuando veo que el cielo —el de los cristianos— se representa como una sala de conciertos, donde siempre aparecen angelitos, unas criaturas tocando instrumentos, creo que efectivamente es así, que la música es el cielo en la tierra: cierras los ojos y estás sumergida en una música que te agrada y verdaderamente estás como en otro estado. Entonces Mozart está en mi altar, y luego Manuel de Falla, un personaje excepcional, que también me transporta; sus piezas son obras impresionistas, que reproducen los sonidos con enorme realidad, cuando escuchas algunos acordes de Falla, ves el fuego crepitar, o sea, lo ves y lo oyes. Lograr esto verdaderamente solo un artista puede hacerlo.
ER: ¿Hay algún grupo musical o intérprete actual que te guste?
CJC: Sí, son muchos. Cuando fui destinada a Holanda, en los años 80 estaba promocionándose Mecano, me parece un grupo bueno, muy divertido, muy sugestivo. Quizá no se ha valorado su trabajo, han tenido un poco el lastre —se les atribuye—, de ser unos niños pijos y eso, por lo visto, no se perdona. Para mí, que se atrevieran a cantar, por ejemplo, sobre lesbianismo u otros temas de los que no se hablaba, me parece que es un mérito y —en mi opinión— no se les ha reconocido. Años después, mi hijo menor me recomendó una canción del grupo celta Mago de Oz: «La rosa de los vientos», que siempre será para mí una referencia sentimental, por mi hijo y por la magia de su letra. Sobre cantantes mujeres, en mi poemario digital «Mujeres que cruzan las puertas del tiempo» dedico poemas a la Argentinita, Rocío Jurado, Celicia, Bimba… todas ellas grandes artistas y mujeres rupturistas.
Y, ya en la Comunidad Valenciana, hay dos cantantes excepcionales, de los que soy fan absoluta: Camilo Sesto y Nino Bravo. Bravo, además, me ha acompañado cuando yo daba formación para profesores de español en Marruecos, utilizaba sus canciones como textos, tenía letras enriquecedoras, se podía hablar de libertad. En cuanto a Camilo Sesto, a quien considero que no se ha tratado como debiera —no sé si por tener una etapa más de decadencia— creo que es un personaje espectacular, no solamente fue un gran cantante, fue un hombre que se arriesgó, que montó un musical en una época en que eso era complicadísimo. He de reconocer que no estoy muy actualizada, pero no cabe duda de que estos cantantes pueden provocar lo mismo que te puede provocar Mozart. La música es la música y ya está; unos la hacen en forma de concierto, otros en forma de canción.
ER: ¿Qué canciones cantabas a tus hijos?
CJC: A mis hijos les cantaba canciones como “Debajo un botón” —y lo tararea—, villancicos, nanas y a mis nietos también les canto. Tengo cuatro nietos maravillosos, entre ellos una nieta hispano-anglo-rusa, a quien mi hijo me exige que solamente le hable en español, como él; su madre le habla en ruso y después ira a un colegio inglés, porque vive en Inglaterra. Tengo que buscar canciones infantiles apropiadas, por ejemplo, “Un día Noé a la selva fue” —que también me encanta— o las canciones de los payasos de la tele. Por cierto, hay una que parece que no es políticamente correcta, que habla de una niña que trabaja mucho… lo que me parece una bobada.
ER: ¿Es lo mismo, amor por la lectura que amor por la escritura?
CJC: Creo que no, creo que hay gente que lee pero que no escribe. Y también debe de haber gente que escribe, pero que no lee —suelta una carcajada—. Cuando empecé a escribir, aprendí copiando, es decir, yo quería escribir “a la manera de”, y no digo esto porque crea ser una gran escritora. Yo aprendía, practicaba, trataba de copiar el estilo de Rubén Darío; a él es al primero que recuerdo como ejemplo. Era una niña, también leía mucho a Gerardo Diego porque me pareció un poeta muy sugestivo, era muy variado, igual tenía un romance tradicional que versos muy modernos, así como caligramas. En resumen, no es lo mismo amor por la lectura que amor por la escritura; ahora que el amor por la escritura debería contener el amor por la lectura.
«El amor por la escritura debería contener el amor por la lectura»
ER: ¿Qué cinco autores recomendarías leer?
CJC: Cervantes, Molière, Shakespeare; esos tres sin duda, si me pides dos más, te voy a decir Robert Louis Stevenson y León Tolstói y así ponemos uno de cada país y quedamos bien con todos.
ER: Dime ahora solo uno y el título que propones
CJC: Me tengo que quedar con Cervantes y con El Quijote, porque es como la Biblia, ahí está todo. Es como en las Suertes Virgilianas, tú lo puedes abrir por cualquier página y te encuentras algo que responde a tu pregunta.
ER: A lo largo de tu vida has podido experimentar todos los tipos de amores, ¿con cuál te quedas?
CJC: Me quedo con los amores de la familia, de las amistades, de las parejas que he podido tener y que han sido honrados conmigo —que soy heterosexual—. Y en esta etapa de mi vida, he descubierto el amor hacia mis nietos, algo inexplicable que no sé si se debe a la biología —que a lo mejor los abuelos también tenemos una tendencia a cuidar—, o se debe a algo cultural, nunca sospeché que iba a tener tantísimo interés por unos niños —a los que por circunstancias veo muy poco— y que están completamente incrustados en mi corazón. Sería el amor que destacaría, el más reciente, el amor a mis nietos. Los otros ya son pretérito.
ER: ¿Cómo definirías la pasión?
CJC: Es bonita pero peligrosa. Me refiero a las pasiones en general, no solamente a la amorosa; si tienes pasión por algo, las emociones van por delante y eso es muy arriesgado porque puedes cometer errores tremendos. El problema de la pasión es que tú no la gestionas, es algo descontrolado, por eso se llama pasión. La literatura está llena de ejemplos de pasiones que casi todas terminan mal y, de hecho, lo que te dice la literatura didáctica es que no te dejes llevar por la pasión, porque te vas a dar un tortazo. La pasión es como montarse en un tío vivo del que no sabes si vas a salir disparado o vas a aterrizar; es un riesgo, que algunos asumen y otros no.
«Creo que cada ser humano tiene derecho a tener su propia trayectoria y su propia vida»
ER: ¿Y la violencia de género?
CJC: La violencia de género ha existido siempre y seguirá existiendo siempre. No podemos decir que vamos a erradicarla porque eso es imposible; es como si dices vamos a erradicar los asesinatos en general, es que no puedes. El que quiera matar, va a matar. Lo único que puedes es endurecer las condiciones para que ese tipo de crímenes se castiguen con mayor fuerza, que se suban las penas, y en eso estoy totalmente de acuerdo. Pero no puedes impedirlo, ¡ojalá pudiéramos impedir todos los delitos! También digo que este tipo de crímenes en especial, la sociedad lo puede prever y puede ayudar porque al final es la sociedad la que pesa: si tú ves que a tu vecina le están dando palos todas las noches, llama a la policía; aunque eso sí, hoy en día la gente cada vez es menos solidaria; antes los vecinos controlaban todo lo que pasaba, eso tenía su parte buena y su parte mala, pero también las personas estaban más seguras. Es muy complicado, pero yo creo que la sanción social es muy, muy importante. Y que quien haya maltratado no salga y, sobre todo, que los que han maltratado no tengan relación con los hijos, eso lo veo clarísimo; de hecho, conozco casos de hijos que hasta se han cambiado el apellido y han hecho muy bien. Siempre he pensado que —aunque, gracias a Dios no ha sido mi caso— si fuera víctima huiría; la única defensa es la huida, pondría tierra por medio, me iría a otro país. Otra identidad y punto.
ER: Tú, que te has adaptado a los nuevos tiempos, ¿cómo intuyes el futuro tecnológico?
CJC: Distópico, y no me gusta nada. Creo que hay que volver a la tranquilidad, a las personas; de hecho, hay una especie de neorruralismo; y otras corrientes que quieren simplificar la vida, como el movimiento Slow life, que se lo inventó Antoine de Saint-Exupéry cuando escribió en El principito aquello de “yo prefiero caminar hasta el pozo” —los minutos que gano prefiero invertirlos en ir hasta el pozo—. Las nuevas tecnologías para mí son un arma de doble filo. No tengo redes sociales porque no creo en ellas; solo creo en las redes sociales del trato directo, en las relaciones personales. Y en cuanto a la tecnología, tampoco soy partidaria de todo lo excesivamente artificial; de la inteligencia artificial, en absoluto estoy a favor salvo que se aplique a la medicina; en los demás campos me parece un error permitir que un robot escriba un poema por ti o haga algo en tu nombre, —a no ser que el robot limpie el suelo—. A las nuevas tecnologías me he tratado de adaptar, he aprendido un poco de informática, tengo una página web, me adapto, pero estoy usando lo mínimo de lo mínimo.
También son elecciones personales, las personas pueden elegir usar o no una tecnología; el problema es cuando te lo imponen sí o sí, en el banco, la agencia de viajes… En mi caso, cuando voy al banco, busco la persona que me conoce por mi nombre y el día que no esté ese señor, buscaré —si es posible— otro banco donde me conozcan. Y si no, meteré el dinero en un calcetín —mientras sonríe pícaramente—.
Planes para el futuro
ER: Háblame de tus planes actuales y de futuro…
CJC: Lo primero, que la Asociación El Cantarano siga adelante con todas las actuaciones emprendidas con la Fundación: seguir publicando todo lo que sea digno de publicarse, propio o ajeno, que tengo todavía muchos materiales inéditos en casa; seguir recuperando todo lo que tenga un interés cultural, social; continuar con mi dinámica de conferencias o las presentaciones de libros que me solicitan, aunque no siempre puedo decir a todas que sí, que el espacio y el tiempo también juegan su papel, que aunque haya personas que lo piensen, no soy ubicua. También, y por supuesto, hacer seguimiento de otras instituciones que reclaman tener materiales de mi abuelo paleontólogo, como el Museo Paleontológico de Elche, es decir, mantener la memoria de mi abuelo, no como una memoria vacía, sino como una memoria que estimule también a las nuevas generaciones; así, el premio juvenil de la primera edición del certamen de Ensayo Breve El Cantarano, es un trabajo precioso de Víctor Moreno, de Barcelona, titulado Especímen con vocación, donde se hace referencia a la vocación docente de mi abuelo. Eso quiere decir que la memoria puede estimular el recuerdo de quienes han hecho cosas bien hechas, puede recuperar para las nuevas generaciones trayectorias anteriores. Además, estoy en contacto con Algueña —población a la que mi padre tenía un cariño especial—, donde me gustaría que hubiera algún recuerdo de mi padre y de mi abuelo.
ER: ¿Cuál es la edad de oro en la vida humana?
CJC: Es posible que cada uno tenga la suya; yo la concibo con el ocaso, con los rayos de oro, como decía aquel poema de Manuel Machado:
Era un suspiro lánguido y sonoro la voz del mar aquella tarde... El día, no queriendo morir, con garras de oro de los acantilados se prendía. Pero su seno el mar alzó potente, y el sol, al fin, como en soberbio lecho, hundió en las olas la dorada frente, en una brasa cárdena deshecho. Para mi pobre cuerpo dolorido, para mi triste alma lacerada, para mi yerto corazón herido, para mi amarga vida fatigada... ¡el mar amado, el mar apetecido, el mar, el mar, y no pensar nada...! Ocaso, Manuel Machado
En mi caso, la edad dorada es realmente la actual que, aunque tenga problemas —que los tengo— los voy resolviendo. Porque lo bueno de un problema es poderlo solucionar. En resumen, es la edad bien vivida, con salud, con ilusiones y, por supuesto, con gente, porque si no tienes gente, si no tienes familia, amigos, entonces sí que no tienes nada.
ER: Solamente queda que pidas un deseo…
CJC: Que mi padre, Miguel Jiménez de Cisneros y Goicoechea, tenga una calle en Alicante, un recuerdo, porque creo que lo merece sobradamente. ¿Por qué pido la calle para mi padre? Aparte de todo lo que él hizo por Alicante, sus valores humanos, fue un hombre de una gran bondad. He conocido gente que me ha dicho: “Tu padre me ha salvado la vida”. Durante la Guerra Civil ayudó a todo el que pudo, a unos y a otros; cuando me contaba sus experiencias de esos años, nunca especificaba en qué lado estaba. Pocas personas he conocido yo tan bondadosas; ayudaba a todo el mundo y así era reconocido. Él trabajó durante bastantes años como inspector de policía y lo compaginaba con su profesión de abogado, aunque francamente, como no cobraba a los pobres, mi madre se desesperaba. Recuerdo de niña ver gente que llevaban pavos u otros animales, y cosas así a casa. Después tuvo que quedarse solo como inspector de policía porque era imposible desempeñar las dos profesiones. Cuando se jubiló, retornó a la abogacía en el despacho de un colega.
Como inspector de policía, recuerdo una de tantas anécdotas: en una ocasión llevaron a un señor detenido con una brecha en la cabeza y dijo: “A este hombre no lo puedo meter en el calabozo porque igual se me muere”, es mejor que vaya a la Casa de Socorro, que está cerca —en lo que entonces era la avenida de José Antonio y en la actualidad es avenida de la Constitución—, y después de curado vuelva inmediatamente aquí. Al ver que no volvía, mi padre se preocupó —imagínate si no volvía el preso—. Así que, cuando terminó su guardia esa noche, se acercó a la Casa de Socorro y le dijeron: “Mire, este señor está ingresado porque si no llega a venir aquí y curamos la brecha, se muere. Mi padre pudo justificar aquella decisión y, sobre todo, había salvado la vida de una persona, aun a costa de arriesgar su puesto de trabajo. Él hacía esta clase de cosas.
Y, aparte del deseo de la calle para mi padre, y otro que no puedo decirlo, que es íntimo y familiar, lo que sí puedo pedir es que me gustaría que la Asociación El Cantarano consiga sus objetivos y que disfrutemos todos de lo que estamos haciendo, que es algo bueno y bonito, porque también las cosas se hacen para sentirse felices.
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