«El cambio climático es una mentira que solo sirve para que algunos politicos se llenen los bolsillos, las temperaturas han sido siempre ciclicas y los informes cientificos son exagerados. No hay pruebas solidas de que el ser humano esté afectando el clima, y, por tanto, no tiene sentido gastar millones en energías renovables cuando el petroleo sigue siendo abundante y barato».
Más allá de los errores ortográficos y gramaticales del párrafo anterior, extraído de un caso práctico de corrección de lenguaje periodístico, el ejemplo me viene como anillo al dedo para realizar una reflexión sobre los diversos artículos de opinión que, en la prensa actual, tanto en papel como en soporte digital, aparecen publicados. En algunos casos, el pálpito del autor sobre un tema ofrece una defensa a ultranza de sus postulados que le conduce a un recurso habitual: la falta de argumentos que justifiquen su postura. Como vemos en el texto anterior, la afirmación inicial sin ningún tipo de evidencia (“el cambio climático es una mentira”) resta credibilidad al posible argumento posterior. Se abusa de generalizaciones sin respaldo concreto (“los informes científicos son exagerados”) con un sesgo excesivo, donde se excluyen puntos de vista alternativos. Del mismo modo, no hay una transición lógica entre las ideas, lo que hace que el argumento sea confuso. Cierto es que cada autor de un artículo de estas características, puede incorporar su opinión personal, a diferencia de la noticia o del reportaje donde la objetividad tiene que marcar el tono general del texto, pero, si queremos aportar nuestra particular visión sobre un tema, es preferible darle una cohesión a la argumentación, contrastando con informes o estudios que avalen nuestra visión.
¿Por qué redactamos, pues, artículos de opinión con defectos de forma y de contenido en los diversos medios? Obviamente la formación personal, con un conocimiento adecuado de la lengua de escritura, es un factor fundamental, como también la existencia de una corrección o supervisión del texto publicado por parte del medio en cuestión. La reducción de personal en las plantillas de la prensa ha perjudicado seriamente este aspecto. En la mayoría de los casos, los trabajadores de los medios poco más pueden hacer, entre sus múltiples tareas, que volcar el texto enviado por su colaborador y publicarlo. En algunas ocasiones, observamos que no se han revisado ni errores tipográficos ni algunos de expresión muy evidentes. Respecto a las faltas de contenido ya es un asunto donde la responsabilidad del autor es mayor. Frente a una polémica o cuestión de debate, frente a un contexto generalizado de creciente polarización política y social, tendemos a defender a ultranza un punto de vista sin tener en cuenta el contraste con la información que tenemos. Una realidad que se ha incrementado en la era digital, donde se intenta captar la atención del público con artículos tendenciosos que llevan titulares llamativos y opiniones extremas. La necesidad de aumentar el seguimiento digital de las entradas de cada medio incentiva la publicación de contenido más extremo o parcial, favoreciendo el alargamiento en el espacio y el tiempo de polémicas que difícilmente habrían obtenido más allá que un comentario aislado en la prensa.
Si añadimos la presión económica sobre los medios tradicionales, que ha llevado a la reducción de recursos para el periodismo de investigación más riguroso, el incremento de artículos de opinión conlleva una producción que puede substituir textos más rigurosos y basados en el contraste de datos sobre la materia en cuestión. La creciente desconfianza en los medios puede llevar a algunos responsables de estos a promocionar artículos de opinión que se alinean con una visión particular del mundo, en lugar de adoptar un enfoque más neutral. Por su parte, las redes sociales amplifican las voces extremas y, en el caso de los artículos publicados en prensa, pueden ser incluidas para generar debate y controversia, lo que incrementa la viralización y difusión de estas plataformas. Una opinión vertida en un medio puede recuperarse y tener una segunda vida mucho tiempo después a través de estas redes sociales, aunque siempre con la exposición a posturas extremas que defiendan o que ataquen sin ambages el punto de vista del autor del texto en cuestión.
Si los que tenemos el hábito de expresar en alto (y por escrito) nuestras reflexiones queremos aportar a nuestra sociedad un buen punto de partida para el debate, deberemos revisar exhaustivamente los textos finales, compartiendo previamente con lectores de confianza, para observar si nuestro mensaje está bien expresado o no. Intentemos respaldar las opiniones con datos verificables o diversas fuentes para conseguir presentar los temas con una perspectiva equilibrada que tenga en cuenta diversos puntos de vista. Organicemos las ideas de manera lógica, con una estructura interna marcada, que no convierta nuestro discurso como una relación de ideas expuestas sin interrelación entre ellas. Por último, asegurémonos de la cohesión interna del texto, como también de la coherencia de las ideas expuestas. Conseguiremos así atraer la atención de los lectores sea cual sea su opinión al respecto. Y, de paso, no haremos el ridículo. Así queda dicho, sin recortes ni pelos en la lengua…
Comentar