Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Cómo liberarse del ego

Juan trabaja en una oficina de marketing y es conocido por su gran talento y creatividad. Sin embargo, su ego desmedido a menudo crea problemas en su entorno laboral. Por una parte, se jacta de sus logros y desprecia las aportaciones de sus compañeros. Durante las reuniones del equipo, interrumpe al resto y siempre intenta imponer sus opiniones. Del mismo modo, pretende siempre recibir elogios y reconocimiento, intentando que todo el mundo crea que fue el principal responsable del proyecto. Nunca se preocupa por los problemas o necesidades de sus colegas; de hecho, en sus conversaciones solo habla él sin dar pie a los comentarios del resto. Por el contrario, cuando Juan recibe críticas constructivas de sus superiores o compañeros, reacciona a la defensiva y se niega a aceptar cualquier comentario negativo sobre su trabajo. En lugar de concebir la crítica como una oportunidad para mejorar, la entiende como un ataque personal. Por este motivo, considera al resto como competidores, no como colaboradores, aunque de manera contradictoria busca siempre la aprobación externa porque la falta de reconocimiento lo frustra y desanima. Se muestra siempre inflexible, ya que su forma de hacer es la única correcta y se resiste a adoptar nuevos métodos propuestos por otros. De esta manera, el ambiente del equipo se enrarece y desaparece la cooperación entre todos.

Un caso simulado como este puede ser fácilmente reconocido por los lectores. El ego puede tener varias connotaciones negativas dependiendo del contexto en el que se utilice. El origen latino del término se refería simplemente a la primera persona del singular, o sea, yo, despojado de las connotaciones psicológicas actuales. El término fue popularizado en el contexto de la psicología de Freud, donde se convertía en parte de su modelo estructural de la psique humana, en el que el ego era la parte racional y consciente que mediatizaba los impulsos del id —la parte instintiva y primitiva de la mente— y las restricciones del superyó —la parte moral y normativa—. En el uso contemporáneo y coloquial, el ego se ha convertido en un término común para describir la autoestima, la autoimagen y, de manera negativa, la arrogancia y el narcisismo. Así, algunas filosofías orientales como el budismo abordan el yo como una construcción ilusoria que debe ser trascendida. De esta manera, se habla de la liberación de este como primero paso hacia una vida de plenitud y de prosperidad.

Seamos claros, pues, una persona con un ego reforzado se muestra arrogante y soberbia que, como en el caso práctico visto al inicio, se considera superior a los demás y menosprecia las opiniones de los otros. Este exceso puede llevar al narcisismo, en tanto que tiene una obsesión desmedida por sí misma, buscando constantemente la admiración y la validación de los demás. Centrarse únicamente en las propias necesidades y deseos hace que se vuelva insensible al resto. Una falta de empatía que puede perjudicar las relaciones personales y profesionales. Se rechaza la crítica y se deja de escuchar al entorno; se vive así en una torre de marfil donde solo caben los aduladores y se vive aislado. ¿Cuántos políticos o gestores acaban secuestrados por su propio yo y solo cuando pierden el apoyo popular se dan cuenta que vivían de espaldas a la realidad? Su aislamiento se incrementa por la arrogancia y la resistencia a escuchar las verdades, pensando que su bien es el de todos, sin preguntar al resto si esta coincidencia es cierta.

De esta manera, han proliferado en los últimos años diversos manuales que alertan del peligro. Más allá de la efectividad de sus recomendaciones, nos advierten de los peligros para una sociedad de referentes sociales con un ego desmedido que proyectan en sus modelos un patrón poco recomendable. Así, por ejemplo, podemos encontrar manuales como Descubrir y liberarse del ego (2009) de Carlos de Vilanova donde se afirma que “la mentira del mundo que nos ofrece el ego necesita mantenerse a base de una serie de engaños sobrepuestos con el fin que no se deshaga”. El egocéntrico proyecta un falso yo que tiene que estar siempre reconstruyéndose a sí mismo o acaba por desaparecer. Se teje una tela de araña para mantenerse cautivo y para asegurar su supervivencia que le acerca a la recreación del mito clásico de Sísifo, el rey astuto y malvado que fue condenado a un castigo eterno por engañar a los dioses. El escritor francés Albert Camus nos advirtió en El mito de Sísifo (1942) sobre la absurdidad de la vida humana, confundiendo realidad a través de la recreación constante de la mentira: vigilemos, pues, la recreación de una existencia falsa, como un holograma de nosotros mismos. Apartemos el deseo por uno mismo y apuntalemos la sinceridad como base de nuestra existencia. Solo así podremos vivir con plenitud y en convivencia con nuestro entorno.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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