Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

¡Cómo hemos cambiado! La docencia postpandemia

Clases en la Facultad de Información y Medios Audiovisuales de Barcelona, octubre de 2020. Fotografía de Jorge Franganillo (Fuente: Wikimedia).

¿Qué recuerdos os quedan del confinamiento por la pandemia COVID-19 que tuvimos? Parece que fue ayer pero ya han pasado tres años. Se cerraron todos los centros educativos, se impusieron medidas restrictivas de la movilidad, se cerraron los negocios no esenciales, se limitaron reuniones y eventos y, como símbolo de aquel acontecimiento mundial, el uso de las mascarillas se hizo obligatorio en los lugares públicos. ¿Qué queda de aquellas medidas? Solamente el uso de las mascarillas en centros sanitarios y afines. Un recuerdo de una opresión que vivimos de primera mano, como una especie de experiencia colectiva que, el día de mañana, a los que no la vivieron, podremos contar.

Nuestra generación no vivió una guerra ni una época de postguerra. Nos acostumbramos a las comodidades de una sociedad libre, tras la recuperación democrática, que no aplicaba normas represoras de nuestra libertad. Entendíamos las medidas —más allá de los comentarios infundados de algunos negacionistas—, pero nuestro cuerpo y nuestra mente tuvieron que hacer diversos cambios de los cuales todavía pueden quedar secuelas. Pensemos, por ejemplo, en esa generación de mayores que no ha superado el miedo a salir de casa, a vigilar extremadamente su salud y que perdió buena parte de sus hábitos de socialización. Un aislamiento que ha perdurado en un grupo de mayores que ve reducidas sus capacidades de movilidad y de realización de actividades fuera de casa. Todo ello les ha provocado un mayor riesgo de depresión, ansiedad y otros problemas de salud mental.

El resto de la población, con mayor capacidad de adaptación, ha ido recuperando paulatinamente su nivel de actividades. Queda el recuerdo de una experiencia traumática que nos ha evidenciado la fragilidad del ser humano y de la relativa libertad de nuestras actuaciones. Un fenómeno global que vino para quedarse y que nos hace temer otra posible pandemia de consecuencias similares o peores que las anteriores. ¿Qué efectos perduran en todos nosotros? Además de las posibles consecuencias en la salud mental y física provocados por la incertidumbre y el temor a la enfermedad, podemos observar la desaparición de negocios locales o pequeñas empresas por la disminución de ventas y sobre todo la tendencia al comercio en red. Hemos cambiado, en general, un estilo de vida, incluyendo cambios en la dieta, el sueño y hábitos laborales. Hemos heredado una reducción de las relaciones sociales, especialmente en gran grupo, lo cual está limitando la interacción humana.

Estas consecuencias sociales son las que me preocupan porque el ser humano no puede entenderse sin el contacto con el resto. Se ha acelerado el uso de la virtualidad en el contacto laboral y personal, de manera que la presencialidad sigue brillando por su ausencia. Cierto es que la intensificación del uso de las herramientas tecnológicas de comunicación facilita la conversación y el conocimiento de nuevos interlocutores, pero perdemos el contacto físico, la proximidad. Las reuniones virtuales se convierten en una mera consecución de diálogos sin interrupciones, sin la improvisación o la observación inmediata de las reacciones de los participantes. Hemos ganado en tiempo, ya que el desplazamiento no es necesario para los encuentros laborales, el contacto con familiares alejados o el conocimiento de nuevas posibles parejas. También se va perdiendo el hábito de visitar los comercios, sin objetivo alguno, de socializar en las ciudades. Con un solo botón podemos confirmar desde casa la compra de una pieza de ropa o de un libro que queremos leer.

En el ámbito de la docencia, tal vez es en las universidades donde más consecuencias encontramos. La formación en los centros de primaria y de secundaria ha recuperado prácticamente la normalidad con una presencialidad imprescindible para la educación de su alumnado. Los centros de educación superior, con un colectivo más autónomo de estudiantes y con una necesidad de desplazamiento para asistir a sus clases, se han tenido que adaptar en diversos puntos. En primer lugar, la tendencia a la enseñanza a distancia ha fomentado el incremento de alumnado en universidades que ya tenían esta opción. Una educación en línea para la cual la mayoría de estos centros no estaban preparados: han tenido que implementar nuevas metodologías y modificar la evaluación del aprendizaje.

El alumnado ha visto crecer su incertidumbre en cuanto a las perspectivas laborales, así como en la financiación y la continuidad de los programas universitarios. Han perdido un hábito de participar en la vida universitaria en actividades complementarias, culturales o de otra índole formativa que ya se habían reducido, como en el caso de la Universidad de Alicante, por el incremento de las conexiones diarias en autobús de los estudiantes más alejados. Un estudiantado que llega a primera hora para asistir a sus clases y que, cuando todavía no han finalizado, ya tiene que tomar rápidamente el vehículo de regreso a casa. Bien lejanos quedan los años en los cuales el alumnado residía durante el curso en Alacant o Sant Vicent del Raspeig y asistía con regularidad a tertulias, conferencias o actividades que se concretaban fuera del ámbito familiar. Una socialización que con el freno del confinamiento se ha paralizado.

El otro colectivo universitario que más consecuencias ha recibido es el profesorado. Más allá del incremento de la virtualidad para la realización de algunos seminarios o reuniones y de un número importante de tutorías, la tendencia al aislamiento de este, en tanto que los horarios lectivos solo permiten coincidir con los colegas que tienen los mismos, se ha potenciado. Es habitual, especialmente en los centros de disciplinas no experimentales —con una mayor necesidad de utilizar para sus investigaciones los laboratorios— la escasa presencia de docentes cuando no tienen clases. Cierto es que hemos recuperado el ritmo de nuestra enseñanza y de nuestra investigación, pero el encuentro con colegas del departamento o de la facultad es escaso. Todo ello provoca una sensación mayor de aislamiento y de incomprensión de los cambios que está teniendo la universidad de nuestro país.

He leído con interés todas las novedades legislativas derivadas de la nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario. Un punto de partida de actualización de nuestra enseñanza superior que no tiene en cuenta aspectos humanos como el incremento de la participación de los docentes en el debate universitario. Así, con cada nueva reglamentación que se derive de la aplicación en cada universidad de las nuevas normas estatales, se seguirá fomentando la sensación de aislamiento y de incomprensión que día a día va creciendo en el colectivo, fundamental para el avance de nuestras instituciones. Tal vez sea el momento de fomentar las relaciones sociales y establecer puentes de conexión con cada uno de sus miembros. Difícil tarea, pero con posible solución si fomentamos la implicación del profesorado de manera amplia en el debate de estos cambios.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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  • Tu voz de alarma se une a otras muchas que coinciden con la tuya. Pero la distancia del on line cada día se agranda. Lo interpersonal no mola a las nuevas generaciones y menos jóvenes. Sorprende (poco) ver a cuatro amigos o familiares ‘tomando algo’ en torno a una mesa y sin hablar entre ellos, cada uno mirando al móvil para leer mensajes y hasta iniciar un juego. Los profesores tenéis que reinventar la comunicación presencial y encabezar la lucha contra el aislamiento que termina, para mucha gente, en la losa de la soledad. El hombre, cada vez menos humano, se está robotizando. Un saludo cordial.