Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Comercio de niños (inmigrantes) y «El 47»

Cartel de la película de "El 47".

Durante mucho tiempo este país ha vivido vacunado contra algunas de las peores corrientes de pensamiento político más disolventes que atravesaban el mundo, también la vieja Europa. Quizás, en parte y afortunadamente, por eso que podríamos llamar la memoria reciente. Una de esas salas oscuras era la del racismo más grosero y la xenofobia explícitas que hoy atraviesan casi toda la vida política. Eso era hasta ahora. Desde ya podemos presumir de ser como muchos de los demás, de ser pequeños orbanes, pequeñas melonis. Ahí, como ejemplo de todo, tenemos al fondo ese ignominioso mercado de niños y niñas inmigrantes de Canarias sometidos a subasta como carne humana en el mercado electoral.

Como bien sabemos todo medicamento tiene su fecha de caducidad. La vacuna que nos evitaba el contagio de estos virus políticos tan disgregadores ha debido perder gran parte de su efecto cuando ya ni siquiera es posible atender a esos seis mil niños y niñas inmigrantes que malviven hacinados —va para más de un año— en las Islas Canarias como si de ganado se tratara, desposeídos de los mínimos derechos que cualquier niño debería tener en cualquier sociedad democrática. Esta indecente escena sería la bastarda demostración de que en poco tiempo hemos recorrido el largo camino de ignominia al que otros habían llegado y transitan ya hace tiempo.

Esa fotografía congelada, esos seis mil niños varados entre el limbo político y la incapacidad de atenderles, sería, entonces, una clara muestra de la deriva racista de una parte de nuestra propia clase política como espejo de lo que somos. Para evitarlo —atenderles, ampararles, darles educación, ayudarles a tener un futuro…— sólo habría que reformar el artículo 35 de la Ley de Extranjería, hacer que lo que hoy es puro voluntarismo que ninguna comunidad autónoma cumple, sea racional obligación de atención.

Por qué hemos llegado hasta aquí se podrá contar de mil formas, se podrá envolver en peregrinas excusas, pero la realidad es la que es y nada debería impedir hacer con estos menores lo que la ley ya obliga a las administraciones a hacer con cualquier otro menor nacido en el país. Y la razón política para que no se haga así es, parece, solo una: Vox tiene paralizado al PP, sus amenazas de ruptura han maniatado a su líder Núñez Feijóo, también a los neoconvergentes de Junts, hasta el punto de que pareciera que la política nacional depende de estos seis mil niños. A ese grado de desvergüenza parece hemos llegado.

Fuente: Televisión Canaria.

Mis recuerdos primeros están llenos de grandes vacíos. Son esos huecos que dejaron las muchas gentes, vecinos, familiares, amigos, que tuvieron que abandonar sus casas, su tierra, sus recuerdos, para intentarlo en otro sitio lejano, buscar donde poder vivir ante la constatación de que allí, en aquel tiempo y en aquel pueblo, que era también el mío, no había futuro, no había sitio para todos. Cada una de aquellas historias era una derrota. No era solo una migración para mejorar, era simplemente una revuelta para no dejarse morir. Seguramente, algo muy parecido a las historias familiares que hay detrás de cada uno de esos seis mil niños que hemos decidido dejar abandonados, varados, a los que somos incapaces de mirarles a los ojos.

La historia de la emigración de este país, en parte no escrita, en parte como decíamos la vacuna que nos aisló durante algún tiempo de la epidemia del racismo, aparece en el poderoso arranque de la película de Marcel Barrena El 47 (¡si no la han visto corran a verla!). Allí se narran las penurias de un grupo de hombres y mujeres de la inmigración extremeña de este país en los años sesenta, recién llegados a la zona de montaña de Torre Baró, entonces, como ahora, periferia olvidada de la gran ciudad de Barcelona. En esas primeras imágenes narradas a modo y manera del mejor de los western, y lo digo con emoción, me reconozco. En muchos de esos personajes anónimos —también en su protagonista Manolo Vital— puedo ver con facilidad nombres y biografías conocidas de mi propio tiempo de la emigración exterior e interior de mi propio pueblo.

Es, ya digo, la historia de parte de mi propia familia, de algunos niños que desaparecían mágicamente un día de tu entorno sin razón aparente, que dejaban la escuela a mitad de curso, obligados por la miseria y por la falta de futuro, casas que se cerraban para siempre… Por lo demás, imagino, nada diferente a la de otros millones de historias similares que ocurrieron en este país y cuya memoria seguramente nos ha debido servir para transitar con una cierta decencia el camino recorrido hasta no hace mucho. Pero todo eso, ya digo también, parece está cambiando. Solo con mirar a Canarias, a Ceuta, a esos seis mil niños hacinados, casi sobran las palabras.

La consecuencia de todo ello, como estos días se ha puesto de manifiesto en la conferencia de presidentes celebrada en Santander, es que hoy nos enfrentamos con rabia, con impotencia, con desazón a un país, nuestro propio país, donde algunas de las más relevantes decisiones están en manos de una pandilla de cuatreros de Vox que han entendido que un puñado de votos bien valen los derechos de seis mil niños inmigrantes —¡y aunque fuera solo uno!—. También de un puñado de hombres y mujeres del PP, dirigentes políticos, cobardes, temerosos, que han olvidado nuestra propia historia y que han optado por hacer seguidismo del rastrero racismo sin darse cuenta que solo hablamos de niños y niñas, menores, en estado de abandono, sometidos al mercadeo político más indecente, pero también de una izquierda en el gobierno paralizada, incapaz, temerosa, desnortada, calculadora, que parece también ha olvidado quienes fueron sus padres, sus abuelas, que no es consciente que sin la recomposición y acogida de muchos de esos trozos de otros tantos “47” no puede haber futuro.

Pepe López

Periodista.

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