El interés de la población por la alimentación y el origen de los productos que ingiere día a día es una tendencia intergeneracional que cada vez más gana adeptos. A partir de los 40 años, la prevención de enfermedades es una de las prioridades a la hora de comer, con el foco de interés fijado en aquellos alimentos que ayuden a mantener un buen estado de salud. Por su parte, las nuevas generaciones también se fijan en lo que comen, pero su preocupación radica más en que el proceso de producción sea respetuoso con el medioambiente y el bienestar animal.
En cualquiera de los dos casos, el espectro de población preocupada por lo que come es amplio y en respuesta a la demanda, el mercado ofrece una amplia variedad de productos etiquetados bajo distintas denominaciones como son “Bio” –biológico-, “Eco” –ecológico-, u “Orgánico”, con sello de autenticidad avalado por organismos públicos como sinónimo de un producto diferente y especial.
Los despistes del naming
Una vez decidido apostar por esta cultura alimentaria, ¿cuál es la mejor oferta que se ajusta a las expectativas del consumidor de comprar el producto más sano y sostenible? El etiquetado puede resultar confuso y despistar, y si bien la legislación vigente de la UE señala que las tres denominaciones son sinónimos, hay diferencias sutiles.
Mientras un producto ecológico es aquel que desarrolla todas sus etapas de crecimiento y producción en la naturaleza sin intervención artificial, sin fertilizantes ni pesticidas químicos, ni intervención de hormonas de crecimiento ni antibióticos, en el caso de los productos Bio, se da un paso más al constatar que no contienen ningún componente alterado genéticamente. Por su parte, los orgánicos aseguran que en su producción no se han utilizado químicos, aunque no afirma que su adn no hay sido intervenido para asegurar una vida más larga o un aspecto mejor. La decisión final de apostar por uno u otro es del consumidor, que no siempre dispone de esta información en el punto de venta.
A ello se añade el origen de la procedencia, pues si el producto es importado de otro país la denominación conduce a confusión, pues en el caso de Francia no se utiliza la denominación “Eco”, sino “Bio” que aúna las propiedades de ambos.
Crecimiento sostenido
Tras sonados escándalos mundiales en seguridad alimentaria sucedidos en los años 90 –crisis de las “vacas locas”, la gripe aviar, las intoxicaciones en Centroamérica por el uso de plaguicidas …-, así como la llegada de las primeras alarmas acerca de la degradación mundial del medioambiente por las prácticas de la industria química y alimentaria, una población más informada que nunca toma conciencia de la importancia del origen de lo que come y demanda un producto que se ajuste a sus intereses. Surge la producción “Bio” y “Eco”, en principio dirigida a estos nuevos consumidores, más exigentes con la ética de los procesos productivos y el respeto con el medio ambiente.
A comienzos del milenio, las primeras explotaciones agrícolas que responden a esta nueva demanda del mercado comienzan a aflorar en países como Italia y Francia, cuyos productos se comercializan en vías de distribución exclusivas y a precios sensiblemente mayores que los convencionales. Una tendencia que año tras año experimenta un crecimiento sostenido, y que, a pesar de la crisis, ha sufrido un notable incremento en la UE en la última década.
Según la Dirección General de Agricultura y Desarrollo Rural de la Comisión Europea, la cantidad de tierras que los países de la UE dedican a la producción ecológica en la actualidad es del 7%, un 70% más que en 2009, en respuesta al importante mercado ecológico europeo que registró más de 34 mil millones de euros en ventas minoristas en 2017. El informe indica como causa de este boom por la agricultura ecológica el margen de beneficio de este tipo de productos, que pueden llegar a ser comercializados hasta un 150% más que el precio de los convencionales, lo que ha animado a que casi 250.000 fincas se hayan sumado en la UE a esta modalidad agrícola.
Por otra parte, el informe señala que el suelo europeo no puede hacer frente a la demanda ecológica y las importaciones de productos de terceros países fueron de 3.4 millones de toneladas en 2018, siendo China el mayor proveedor con más de 415.000 Tm -el 12,7% del mercado-, seguido de Ecuador y la República Dominicana, con los cereales, los frutos secos y las frutas tropicales como principales productos importados.
En lo que respecta a España, según el último informe del Ministerio de Agricultura correspondiente al año 2017, la superficie dedicada al cultivo ecológico aumentó en un 3,1%, superando los dos millones de hectáreas. Ello sitúa a nuestro país como el primero de la UE que dedica más superficie a este tipo de cultivo, y uno de los cinco más importantes del mundo, con un crecimiento anual medio del 3,7% en los últimos cinco años. Dentro del territorio nacional, la Comunidad Valenciana se posiciona como líder y la provincia de Alicante destaca por encima de la media con un crecimiento del 19% en el último año en tierras destinadas a la agricultura ecológica, rebasando las 40.000 hectáreas.
Moda vs sano
A pesar del boom experimentado en las últimas dos décadas de la cultura “Bio”, sobre todo en países de Europa como Suiza, Dinamarca, Alemania o Francia, se plantean dudas acerca de que estos productos, libres de químicos y sin manipulación genética en laboratorios, contengan mejores propiedades alimenticias frente a los producidos sin estos requisitos. De esta forma, las opiniones entre uno y otro bando, con informes y estudios cruzados que avalan una o otra hipótesis, es una constante entre los agentes implicados de la industria alimenticia. Según Enrique Roche, Catedrático de Nutricion y Bromatología de la UMH, «el problema es la base del concepto. Entendemos agricultura ecológica como un tipo de producción tradicional, sin química y con procesos artesanales, que ofrece un producto con propiedades que lo distinguen en olor y sabor. La agricultura en masa, diseñada con prisas para atender la demanda y el modelo social urbano, plantea un sistema de producción que no deja madurar al fruto, con la pérdida de esas propiedades, aunque los nutrientes esenciales son los mismos «.
En cualquier caso, la diferencia económica entre unos productos y otros es notable: la cesta de la compra se incrementa en algunos productos hasta en un 50%, lo que en teoría podría redundar en la decisión de compra. No obstante, este tipo de productos año tras años gana adeptos y la cultura “Bio” ha llegado para quedarse, como así revela el hecho de que las grandes cadenas de alimentación como Carrefour, Lidl, Aldi o Consum hayan incorporado secciones específicas de este tipo de productos, o debidamente etiquetados se destaque su presencia en los stands, desde un tomate hasta un detergente. Según señala el último informe del sector de la consultora Ecological Bio correspondiente a 2018, el gasto anual en España de productos «Bio» fue de 36,33€ de media por persona, lo que nos sitúa en el puesto 18 del ránking mundial, alejados de los 274€ de media que gastan los suizos, primeros de la clasificación. En opinión de Roche, «la cuestión es si la sociedad está dispuesta a pagar ese precio de diferencia en pro de un modelo de producción que redunde en un producto de más calidad. Ello pasa por educar en el origen, enseñar a la población cómo se obtienen los alimentos y a leer las etiquetas de la composición de los mismos».
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