Ignoran la historia sagrada y persiguen a la Iglesia Católica; manipulan la historia de España y presumen de ‘su’ memoria histórica y democrática.
¿Cómo pueden ser tan catetos el presidente del Gobierno y sus ministros sanchistas y comunistas? Observen que hablo de sanchismo y de comunismo para dejar bien claro que en España no gobierna el PSOE socialdemócrata que dejó atrás el marxismo ateo y dictatorial con Felipe González y Alfonso Guerra para reconvertirse en lo que son los partidos socialistas europeos, empezando por el de Alemania. Lo peor de la coalición de Sánchez es que el ‘guapo’ líder no ha sabido (o no ha querido o podido) democratizar a Unidas Podemos, sino que ha asumido (es evidente) la comunistización del Partido Socialista Obrero Español, error gravísimo que la formación política pagará severamente en las próximas elecciones.
El comunismo ateo no ha cesado de perseguir la religión católica desde que Lenin, Stalin y demás gerifaltes ateos masacraron a los fieles, sus iglesias y conventos en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El cristianismo ha vuelto a resurgir con enorme vitalidad en las distintas naciones que, con el yugo soviético, vieron casi aniquiladas sus perspectivas de futuro. El ateísmo comunista y socialista durante el trienio del Frente Popular en España (1936-1939) fue devastador. Y, pese a las barbaridades y atrocidades del comunismo donde quiera que haya gobernado, siguen los doctrinarios comunistas, hábilmente propalados, haciendo su labor anti-Dios y contra los valores tradicionales de Occidente, valores filosóficos y teológicos que levantaron hasta lo más alto las distintas culturas de los pueblos europeos, tan diferentes y a la vez tan entrelazadas por hilos sutiles de máximo nivel humano y espiritual.
Ignoran la historia sagrada y persiguen, sobre todo, a la Iglesia Católica. Igualmente ‘desconocen’ la historia de España y del resto del mundo, pero presumen de ‘su’ memoria histórica y democrática. Les importan un bledo la historia y la democracia. Lo mismo que a los separatistas catalanes, que escriben una historia inexistente, plagada de mentiras que solo se creen incautos y malvados secuaces, pero con la comprensión ‘magnánima’ del Gobierno sociocomunista encabezado por el tragaldabas de Pedro Sánchez, al que no le tiembla el pulso para hacer concesiones a los independentistas mientras éstos le gritan que no renuncian a la independencia.
Los grandes filósofos griegos: Sócrates, Platón y Aristóteles, pusieron el listón del pensamiento muy alto y llegaron a la conclusión de que la felicidad del hombre no estaba en poseer cosas, ni siquiera en poseer el poder sobre otros hombres, sino en conocerse a sí mismos y respetar la libertad de los otros. Sócrates, el primero en predicar la inmortalidad del alma, influyó en sus discípulos, sobre todo en Platón y, a través de Platón, en Aristóteles. Atisbaron un Ser Supremo eliminando pequeños dioses. Luego, sucesores suyos erigieron en el Areópago, no lejos del Partenón, un monumento “Al Dios desconocido’.
Cuando san Pablo recorría las ciudades del Imperio romano, que antes fue griego, se encontró en Atenas con este monumento y vio el cielo abierto para hablarles del Dios creador de todo lo que hay en los Cielos y en la Tierra; del Ser Supremo que se manifestó directamente a todos los humanos en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que murió en una cruz para redimir de sus pecados a todos los hombres, a todo el género humano sin discriminación entre judíos y gentiles; que todos habían pecado tras hacerlo Eva y Adán y se habían alejado del Creador. Los apóstoles y los demás discípulos de Jesús, siguiendo el mandato de éste, se pusieron como locos a dar a conocer al mundo al Padre que lo envió al mundo y al Espíritu Santo que hizo de unos pescadores iletrados unos predicadores convincentes. Miles y miles de paganos griegos, romanos, egipcios, cartagineses, sirios, partos, galos, germanos, hispanos… se iban convirtiendo a la religión que los historiadores romanos Tácito, Plinio el Joven y Flavio Josefo definían como una secta cuyo líder había sido crucificado en Jerusalén por el procurador de Judea Poncio Pilato.
Tras trescientos años de persecución y al precio de miles de mártires, la verdad de la vida, crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo se impuso en gran parte de las provincias del Imperio romano y de ella llegaron a formar parte, con el paso del tiempo, familias nobles e incluso los emperadores a partir de Constantino, si bien fue el hispano Teodosio el Grande quien proclamó (año 380) el cristianismo como religión oficial del imperio.
Toda Europa y gran parte de Asia y de África fueron cristianas durante siglos. El cristianismo asumió lo mejor de la cultura grecorromana y la fue enriqueciendo a la vez que la transmitía a las nuevas generaciones impregnada de los principios más genuinos del primigenio cristianismo, basado en el amor entre todos los hombres y en el disfrute de los bienes terrenales entre todos los ciudadanos.
Como en todas las cosas donde intervienen los hombres, dentro del cristianismo se han producido, a lo largo de los siglos, divisiones, luchas fratricidas y guerras de religión. Pero la necedad de muchos hombres, incluso religiosos ensoberbecidos de poder, llevó a que se mataran y dividieran. Pero el milagro del cristianismo permanece y continuará por los siglos de los siglos y las fuerzas del infierno satánico (se llame comunismo, liberalismo capitalista, islamismo o cualquier otro ismo inhumano) no prevalecerán contra él. Nada ni nadie puede acabar con Dios, que no ha cesado de hacer milagros y los sigue haciendo para que todos crean y hagan caso a sus mandamientos, el mejor camino hacia la paz, el hermanamiento y la felicidad.
Vivimos en un tiempo triste. Cada día hay más malvados que quieren acabar con Dios. Hay que rezar por ellos, sean de izquierdas, de derechas o mediopensionistas. Hay que persistir en pedir su conversión, sobre todo la de los gobernantes, a fin de que legislen en beneficio de todos los ciudadanos. Ya sé que esto es pedir un imposible, pero para Dios nada es imposible. Menos ideologías y más religión; menos enfrentamientos y más concordia; menos odio y más amor. Justo lo contrario de lo que está ocurriendo. Así nos va. Tampoco ignoro lo que arguyen algunos ateos (y no ateos): las religiones han originado muchas guerras y muchas muertes. No es cierto. La hicieron los hombres en nombre de la religión, como otros hacen la guerra en nombre de la paz. No falla la religión. Falla el hombre. Y el papa Francisco, ante los atentados islamistas ha sentenciado: defender que se puede matar en nombre de Dios es una blasfemia.
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Magnífico artículo de una profundidad y verdad clarificadora.