Cuántas veces, refiriéndonos a cosas difíciles o imposibles de conseguir, decimos: «éste quiere la cuadratura del círculo».
Viene de antiguo. Es un problema geométrico que tuvo muy entretenidos a los antiguos griegos y ocupados al resto de los matemáticos hasta el siglo XIX. Se trataba de que, dado un círculo, había que obtener un cuadrado con la misma superficie. Cuestión trivial como es evidente, sería cosa de la enseñanza secundaria actual supongo, no sé si de primaria incluso. Claro que habría que suponer que nos acordamos de lo que estudiamos hace ya (al menos para mí) bastantes años. Y además ¿para qué sirve? Como si a los matemáticos les importara un rábano para qué sirven sus asuntos.
Pero no es ésa la cuestión. Los griegos ya conocían las fórmulas que resuelven el problema. La cuestión es que había que resolverlas utilizando «sólo» las herramientas del oficio de geómetra griego. Y las herramientas del oficio eran regla y compás, nada más. Pero no una regla graduada con sus milímetros y centímetros, no, no. Una regla que permita trazar líneas rectas, nada más.
Y con esas herramientas todos hemos hecho circunferencias, hemos sabido construir hexágonos inscritos en ella, acotar segmentos y algunas otras figuras. Los geómetras griegos hacían maravillas con sus herramientas y desarrollaron infinidad de teoremas y obtuvieron grandes resultados. Pero no la «cuadratura del círculo». Usando las «herramientas del oficio» no fueron capaces de obtener un círculo y un cuadrado de idéntica superficie.
Tuvo que llegar el gran Gauss «el príncipe de las matemáticas» para, ya entrado el siglo XIX como decía, zanjar definitivamente la cuestión. No en el sentido que hubieran querido los griegos pero las mates no entienden de gustos. Gauss demostró que no se puede conseguir. Para un matemático es asunto resuelto.
Otro asunto por resolver es la estacionalidad que sufren las zonas turísticas. Hervideros en verano y casi desiertos el resto del año. Vivimos en la costa y salvo en las grandes capitales del levante, se sufre este efecto.
Pero toda regla tiene su excepción y ésta también. Se llama Benidorm.
Benidorm es un caso único. Por motivos profesionales voy varias veces al mes durante todo el año y como observador externo que vive a más de 100 km de allí no puedo más que rendirme a aquellas gentes.
Benidorm ha conseguido segmentar y adaptar su oferta para mantenerse abierto todo el año. El resultado es que en cualquier estación hay oferta de todo. Los bazares, los restaurantes, los pubs, los espectáculos, los hoteles. Y el efecto se retroalimenta. Hay gente porque hay de todo y puede haber de todo porque hay gente. Un círculo virtuoso que los lugareños miman con esmero. Como miman sus playas que son de lo mejor que se puede ver, sabedores de que, junto con el clima y su oferta general fueron y son el origen y todavía buena parte del motor de su éxito. He hecho cola como peatón en los semáforos para poder cruzar una calle… «en febrero».
Y todo lo hicieron bien. Una apuesta por la edificación de altura que, desde fuera luce impresionante perfectamente reconocible desde kilómetros en la autopista y desde dentro no resulta en absoluto agobiante. Amplias avenidas y un centro que todavía respira un cierto ambiente del pueblo que una vez fue. Aún en verano se puede acceder y circular con relativa fluidez. No puedo decir lo mismo de muchos otros lugares, cercanos y no, también magníficos, tocados por la bendición de la naturaleza y de la geografía pero limitados en su crecimiento y atractivo por la enorme diferencia de oferta entre los meses estivales y el resto del año.
Y llega la pandemia… y se para el mundo. Y he podido ver cómo proyectos de hoteles y edificios de apartamentos en marcha han seguido su curso a expensas de los «riñones» (propios o a crédito, no lo sé pero supongo que de todo habrá) de sus propietarios y empresarios, casi siempre familias en el caso de los hoteles. Tengo bastante experiencia propia, los Fuster que les cogió en plena inversión, los Martínez Gallinar que llevaron aún más lejos la apuesta porque iniciaron una inversión descomunal de rehabilitación hotelera y puesta al día con su actividad totalmente en suspenso por ley. Y cosas similares podría decir de los Mayor, los Torrubia, los Devesa, los Hernández y tantos otros. Es admirable. Las torres de apartamentos siguen su curso, con las ventas al «ralentí» o paradas porque durante más de un año ni los clientes se podían desplazar. He vivido en primera persona como un edificio de 35 plantas de una empresa también alicantina (Aligrupo) ha empezado a levantarse con la actividad turística completamente paralizada y la población confinada. Y no he visto parar otras muchas construcciones que también resultarán emblemáticas y aumentarán el atractivo de la ciudad con una calidad arquitectónica que ya es seña de identidad. Los mejores estudios de arquitectura luchan por dejar su sello en Benidorm.
Cómo explicar que ante semejante situación los propietarios de los hoteles, los responsables de las promotoras y, en general, todo su entramado económico y social sigan adelante con sus proyectos, sus inversiones.
Porque saben que, cuando esta desgracia pase, que pasará, serán los primeros en resurgir y además resurgirán con más fuerza y se están preparando para ello. Esa fuerza, esa fe les ha llevado a estar donde están. Ese saber hacer que logró romper la estacionalidad para un destino «de playa» cuando siempre se había dicho que era como «lograr la cuadratura del círculo».
El amigo Carl Friedrich Gauss nos demostró que no era posible pero no me resisto a acabar con otro símil geométrico, éste autóctono y popular.
Las gentes de Benidorm no cuadraron los círculos pero sí que tienen los «güevos cuadraos».
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