Viendo en televisión la película La verdad sobre el caso Savolta me interesé por la época que reflejaba, la Barcelona de principios del siglo pasado y de la cual sólo tenía algunos conocimientos generales; días después pude ver otra película que abarcaba la época entre 1917 a 1923, La sombra de la ley, que hizo que siguiera en mi búsqueda.
Barcelona, ciudad sin ley. Al igual que Chicago en los años 20, con la Ley Seca, fue tomada por los gánsteres, la convulsa Barcelona del primer cuarto del siglo XX acabó resolviendo sus problemas laborales y sindicales entre algunos patronos de la alta burguesía y muchos obreros anarquistas (la mayoría de ellos no apoyaban los actos violentos), en ocasiones a tiros en garitos o en medio de las calles. Era la época del pistolerismo.
La forma de vestir, los coches que inundaban las calles, los espectáculos eran los mismos. En Chicago había contrabando de alcohol, pero en Barcelona, el alcohol y la droga eran permitidos. Eran los «felices años 20» y después de la Primera Guerra Mundial, España era productora de todo tipo de materiales para los países del eje y también para los aliados a los que vendía armas, ropa, alimentos… Hubo un gran crecimiento económico en Cataluña y el País Vasco. Debido a ese esplendor la gente de dinero vivía una vida de lujo demandando espectáculos selectos que no había ni en París ni Chicago. Fueron apareciendo nuevos teatros, cabarets… Y por contrapartida reivindicaciones obreras.
Tiempos convulsos que ya habían empezado a finales del siglo XIX, removieron la ciudad y abrieron caminos violentos en las calles de la que ya empezaba a ser un referente en un mundo moderno. Barcelona, a finales del primer cuarto del siglo pasado ya era una ciudad de unos 600.000 habitantes. Y supo sacar provecho de su neutralidad ante una Europa que estaba en guerra, la Primera Guerra Mundial, y la industria vivía una época de bonanza al poder abastecer a ambos bandos, con lo que las clases pudientes fueron prosperando aún más.
En ese tiempo las clases populares hicieron emerger una cultura, un nuevo ritmo urbano que hizo que la ciudad basculara del provincianismo al cosmopolitismo (El Periódico). Muchas de estas personas habían venido de otros lugares de España, como Andalucía (“La crisis de la minería y el retroceso en el sector de la uva de mesa llevó a que, ya en la temprana fecha de 1920, más de 40.000 almerienses se hubiesen visto obligados a emigrar, preferentemente con destino a Cataluña”, según el Centro de estudios andaluces). Aragoneses, valencianos, entre otros, también habían recalado en Barcelona en busca del desarrollo industrial. Era una ciudad abierta y algo laxa, por lo que fueron llegando, además, otras gentes, incluso de Europa, de más oscuras pretensiones.
Pero estas clases populares no participaban de los beneficios de la clase burguesa teniendo unos sueldos excesivamente bajos y una gran precariedad laboral. Esto hizo que los obreros empezaran a movilizarse.
En medio de un ambiente enrarecido por los constantes enfrentamientos entre los trabajadores y los empresarios debido a esa precariedad laboral, el mundo obrero catalán, influido por las ideas socialistas y sobre todo anarquistas (CNT, sindicato fundado en 1910), que ya en 1909, tuvieron su resonancia en la llamada Semana Trágica [levantamiento popular como protesta por el alistamiento de hombres para hacer frente a la insurrección de las tribus rifeñas en Marruecos, que fue reprimida, pero que aportó algo muy importante para toda revolución como era un mártir: Francisco Ferrer y Guardia (pedagogo anarquista y librepensador), así como la convicción de su poder movilizador].
Los partidarios anarquistas habían cogido las riendas de los movimientos obreros para impulsar mejoras, utilizando la huelga y los actos violentos, incluido el atentado en algunas ocasiones, todo ello como medidas de presión. Es en este clima en el que surge el pistolerismo, práctica utilizada principalmente por ciertos empresarios catalanes particularmente entre 1917 y 1923, denominado terrorismo blanco, y que consistía en contratar pistoleros para matar a destacados sindicalistas y trabajadores, y así frenar sus reivindicaciones, en algún caso acompañadas de violencia, el terrorismo anarco-sindicalista o acción directa, que a veces se utilizaba de forma indiscriminada como el atentado del Liceo de Barcelona en 1893, que dejó 20 muertos y más de una veintena de heridos durante el estreno de la ópera Guillermo Tell, el 7 de noviembre de 1893 (La Vanguardia).
La crisis social estaba enfrentando a un movimiento obrero, dividido entre socialistas y anarquistas, que utilizaban tanto métodos pacíficos (huelgas) como violentos, como ya hemos mencionado, y una patronal que utilizaba todo tipo de tácticas (desde los esquiroles al pistolerismo). Dicha práctica causó la muerte de 400 personas: 50 patronos, 170 sindicalistas, 80 obreros y 30 policías del sindicato libre.
El poder de la CNT en los centros de trabajo fue en aumento, lo que dio lugar a numerosos conflictos laborales por las reivindicaciones de mejoras por parte de los obreros (habría que señalar que la mayor parte de los miembros de este sindicato anarquista reprobaba los actos violentos, pero había grupos que sí los ejercían).
Un suceso destacable de este periodo fue el éxito de la CNT en la huelga de La Canadiense (1919), que consiguió que España se convirtiera en el primer país en promulgar la jornada de ocho horas, entre otros (Cataluña contemporánea, II, 1900-1939. Estudios de Historia Contemporánea, Albert Balcells, Siglo XXI editores).
Ante estas circunstancias y el creciente clima de crispación y violencia, los empresarios respondieron imponiendo cierres patronales y despidiendo a numerosos trabajadores por sus actividades, condenándolos al hambre y la pobreza. La Federación Patronal también creó los llamados sindicatos «libres» o amarillos, dirigidos por ellos con el fin de intentar dividir al movimiento obrero. Los empresarios y sus pistoleros contaron con el apoyo del gobierno, que protegió el terrorismo empresarial mientras perseguía a los anarquistas con la promulgación de la célebre «Ley de Fugas«, que autorizaba a la policía a disparar a los reos que “huyeran” de prisión. («»La Llei de fugues» (1921)». Base documental d’Història Contemporània de Catalunya). Éste era el clima que se respiraba en Barcelona y en el que se produjo la huelga más masiva de la ciudad.
Repercusión de la huelga de La Canadiense
Conocida mundialmente por constituir uno de los mayores éxitos sindicales.
La Barcelona Traction, Light and Power Company Limited, fue fundada en 1911 por el ingeniero canadiense Fred Stark Pearson, en Toronto. En diciembre creó Riegos y Fuerzas del Ebro en Barcelona, y era conocida como La Canadiense. Se dedicaba a la producción eléctrica y su distribución en el área metropolitana, para proveer electricidad al alumbrado público, suministro doméstico y a los tranvías y ferrocarriles.
Todo comenzó con el despido de ocho trabajadores oficinistas por el director general, el inglés Fraser Lawton. En solidaridad, 117 trabajadores de facturación pidieron su readmisión y se pusieron en huelga.
El gobernador Gonzáles Rothwos les prometió que se arreglaría todo, pero al volver al trabajo, el comisario Francisco Martorell les comunicó que estaban despedidos. A raíz de esto otros departamentos de la empresa se declararon en huelga. La CNT había tomado el control del conflicto promoviendo boicots y la insumisión civil. El sindicato intentó negociar, pero Lawton contestó anunciando que quien no se presentase a trabajar en 24 horas estaba despedido. La CNT respondió cesando la lectura de contadores y la presentación de recibos, lo que dejó a la Canadiense sin ingresos. Como no se llegó a un acuerdo, Barcelona se quedó sin luz. Se fueron sumando otros sectores: textil, ferroviario, servicio de aguas, gas y artes gráficas. Lo que comenzó como un conflicto de empresa, se convirtió en huelga general. La vida en la ciudad quedó suspendida. Durante 44 días un 70% de la industria quedó paralizada en Barcelona. Más de 3.000 trabajadores presos en el castillo de Montjuich e infinidad de manifestaciones. Se militarizó Barcelona, se decretó el toque de queda pasadas las 23 horas y se puso a patrullar las calles a casi 10.000 hombres armados −el somatén−. Fue la huelga más multitudinaria de la historia de la ciudad.
El 9 de marzo, tras muchas dificultades, el Gobierno consiguió publicar el bando del capitán general Milans del Bosch, de movilización de todos los obreros de las empresas en huelga. Este bando dictaba una pena de cuatro años de cárcel para aquellos que no se presentasen en sus zonas de reclutamiento. Sin embargo, la mayor parte de los trabajadores no se presentó y muchos fueron encarcelados en el castillo de Montjuich, donde llegaron a internarse casi tres mil presos (Barcells).
El apoyo popular a la huelga de La Canadiense fue creciendo cada vez más, lo que obligó a la empresa a buscar un acuerdo con el sindicato, que sería difícil, ya que las posturas se encontraban muy alejadas. Pese a todo, la presión que suponía el corte de la electricidad por parte de una de las empresas más importantes en el suministro, hacía necesaria una rápida solución del conflicto. El número de huelguistas ascendió hasta más de 100.000, lo que suponía un duro golpe a la economía catalana y nacional.
Para el 13 de marzo el Gobierno buscaba el camino de la negociación, pues le preocupaba que la huelga se extendiera a otras zonas de influencia cenetista como Valencia, Zaragoza o Andalucía y la amenaza de la Unión General de Trabajadores (UGT) de solidarizarse. Durante el 15 y el 16 de marzo se realizaron varias reuniones entre el comité sindical, las autoridades civiles y la empresa, que tuvieron lugar en la sede del Instituto de Reformas Sociales, donde se llegó al acuerdo del final del conflicto, libertad para todo preso social que no estuviera sometido a proceso, readmisión de todo huelguista sin represalias, aumento general y proporcional de los salarios de los obreros de La Canadiense, jornada máxima de ocho horas y el pago de la mitad del mes que duró el conflicto. Para que este acuerdo se pudiese llevar a cabo se tendría que contar con el consentimiento de los trabajadores, para ello se convocó un mitin en la plaza de toros de Las Arenas al que asistieron alrededor de 25.000 obreros. El 19 de marzo, tras la intervención de Salvador Seguí en el mitin, se aceptó finalizar la huelga (Barcells, El sindicalismo en Barcelona 1916-1923). Hasta que el 12 de abril se dio por concluida de manera definitiva con la liberación de los presos.
Como consecuencia se creó la Federación Patronal Catalana, en manos de los patronos más «intransigentes» y «combativos», que se organizó para hacer frente al nuevo sindicalismo [más radical] que mantuvo estas huelgas (Barcells). Entre las medidas que se usaron contra los sindicatos destacan el cierre patronal, las listas negras o los despidos masivos (Meaker). Esta situación llevó a que los grupos de acción anarquista, nutridos de numerosos trabajadores despedidos e insertos en listas negras, empezaran a tomar fuerza (Meaker) y fueran desplazando a los cuadros más moderados de los puestos de dirección del sindicato. Por otro lado, cambió el gobierno de Romanones, más abierto a la negociación, por el de Maura, inclinado por la vía represiva (Marinello Bonnefoy). La patronal endureció sus posiciones y todo ello impulsó que el pistolerismo renaciese en Barcelona y se instalase en los próximos años en la ciudad de manera endémica (Marinello Bonnefoy).
Los años convulsos entre 1917 y 1923 de lujos, empresarios honestos y empresarios explotadores apoyados por pistoleros, obreros que reivindicaban mejoras para ellos y sus familias y obreros violentos que también usaban las pistolas y los atentados, y grupos de policías corruptos como Bravo Portillo enfrentados al cuerpo de policía hicieron de Barcelona una ciudad muy semejante a la Chicago de las películas.
La conocida como la época del pistolerismo acabó con el golpe de estado del capitán general de Cataluña Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, y la proclamación de la dictadura en el país, apoyada por la gran burguesía catalana y por los terratenientes andaluces, aparte del ejército que se sentía fortalecido por la guerra del Rif (ver Cien años del Desastre de Annual (1921-2021) de Ramón Palmeral en Hoja del Lunes de 19/07/2021).
La esencia de lo bueno y de lo malo que fuimos queda destilada en nosotros como personas, como sociedad, como pueblo… y la Historia traza su camino.
Comenta el filósofo Julián Marías en su introducción a La rebelión de las masas de Ortega y Gasset (Espasa-Calpe, S.A.) haciendo referencia a las palabras de este último: […Ortega recuerda la aparición, con el sindicalismo y el fascismo, de un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón. La consecuencia de esto es la violencia ─que parece «el tema de nuestro tiempo», del nuestro de ahora─]. Y estas palabras también pueden ser vigentes hoy cuando vemos tantos actos de violencia en las calles, enfrentamientos por no respetar las normas de convivencia, entre grupos encontrados, retos masivos con agresiones a la autoridad, violencia machista, ajustes de cuentas…
Barcelona fue Chicago. Fue el centro neurálgico de un polvorín que tarde o temprano tenía que estallar en pequeñas y grandes explosiones y que dejó huella en la Historia resonando a nivel internacional.
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Juan muy buen artículo sobre los convulsos años veinte. Gracias por citarme sobre lo del desatre de Annual. Un abrazo Ramón
Gracias a ti, Ramón. Tu gran trabajo sobre Annual clarifica unos hechos de la época que tuvieron su repercusión en aquella Barcelona. Otro abrazo.
Un artículo muy interesante que te ayuda a conocer la historia y como esta se va repitiendo si no aprendemos de los errores.
Así es Pilar. Muchas gracias.
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