Les confieso una cosa, ya casi estaba cerrando mi bloc de notas. Ya casi tenía decidido el titular de la crónica o comentario socio-deportivo de cada semana. En realidad esta crónica se iba a titular, EN EL FÚTBOL, DOS Y DOS NO SON CUATRO. Viene todo esto al caso, porque en el minuto 87 de partido, casi al final, el Hércules le iba ganando al líder Real Mallorca, por un tanto a cero. Había jugado bien, había hecho el mejor partido y más completo de la temporada, y había estrellado dos balones en la madera. Podríamos haber ganado hasta sobradamente.
Mi argumentación iba sobre como cuando pensábamos perder, habíamos ganado. Sobre como no son tantas las diferencias, cómo no es tan fiero el león como lo pintan, pese a que el Mallorca fuese el primero de la tabla destacado. Cuando de repente, cerca del tiempo reglamentario, va el árbitro del partido y nos amarga la fiesta, nos pita un penalti, más que dudoso, nada claro, que en cualquier otra circunstancia, habría obviado y no se habría atrevido. Algo que no pasaba del barullo, del estirón de camiseta, de la confusión final en una u otra área, al final del partido, el colegiado lo convirtió en penalti, favoreciendo y propiciando la suma de un punto para el conjunto balear, y la no suma de dos para nosotros. Quería yo en definitiva reflejar que a veces no son tantas las diferencias, y que algo más se puede hacer y que más arriba se podría estar con los mismos mimbres.
Hércules 1 – Real Mallorca 1
Mi titular y los hilvanes de mi crónica se fueron al traste. De una feliz victoria, la cosa quedó en un agridulce empate. Si para poco valían los tres puntos, para menos vale uno solo. Es una evidencia que el conjunto mallorquín no es primero de casualidad, es evidente y palmario que lleva en sus filas jugadores de gran calidad, que han militado en Primera y en Segunda División, es evidente que ahí sí se la han jugado a por todas, en pos del ascenso de categoría, pero no es menos cierto que ayer no hubo grandes diferencias, pese a lo bien plantado que estuvo el conjunto balear sobre el terreno de juego.
Y para terminar, una reflexión. En un campo de pueblo de veinte mil o treinta mil ciudadanos, con mil quinientas personas en las gradas, ¿se habría atrevido el arbitro a pitar ese penalti en contra del local, a dos minutos para el final? Y digo más, ¿se habría atrevido a pitarlo en una Ciudad Deportiva, de césped artificial, de alguno de esos equipos filiales, donde acuden a ver el partido en Segunda B, quinientos o setecientos aficionados?
Aquí todo es más fácil, con una legión de Policía Nacional velando por la seguridad, con otra legión de vigilantes de seguridad, con cámaras y con las ventajas y confort, en todos los sentidos que ofrece un estadio, que incluso acoge partidos internacionales. Yo con mi primo de Zumosol, también me he sentido siempre más tranquilo.
No es que yo lo esté alentando, ni mucho menos, pero ayer a la salida del Rico Pérez, por los aledaños, en esas escaleras a modo de atajo que van desde el propio campo hasta la Avenida de Alcoy, junto a la sede del Obispado, un aficionado indignado le decía a otro: «Esto en la década de los ochenta, hubiese supuesto una invasión de campo seguro»
Yo sin hacer comentario alguno, seguí mi camino. Simplemente pensé: QUÉ CÓMODO SE ARBITRA EN EL RICO PÉREZ.
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