En las viejas edades, el pueblo fervoroso abre los cimientos de sus templos, talla las piedras, levanta los muros, cierra los arcos, pinta las vidrieras, forja las rejas, estofa los retablos, palpita, vibra, gime en pía comunión con la obra magna.
Azorín: La voluntad; Prólogo
José Martínez Ruiz (Monóvar, 1873), adalid de la Generación del 98, es el prototipo del nuevo estilo que se veía venir para renovar la literatura española. Su primer libro es pura “novela lírica”, a la que los críticos celebraban porque así se daba voz a los ambientes, a las cosas, a los tiempos, a los ámbitos todos, añadiéndoles musicalidad, ritmo, estilo. El estudioso azoriniano Díez de Revenga habla de la capacidad que nuestro autor tiene para dejar de ser prosista a cada momento al dejar de serlo fugazmente y convertirse en poeta en prosa. Esa es su genialidad al mudar cada palabra o cualquier expresión en una extraordinaria tensión anímica, subjetiva, poética y sensible. Con este nuevo estilo, practicado con celo, constancia y escrupulosidad, se abren las puertas del siglo XX desde sus albores, pues es en 1902 cuando sale a la calle LA VOLUNTAD, primera novela de José Martínez Ruiz que describe con indudable respeto y fervor la ciudad de Yecla, donde nuestro escritor ha realizado sus estudios básicos.
A lo lejos, una campana toca lenta, pausada, melancólica. El cielo comienza a clarear indeciso. La niebla se extiende en larga pincelada blanca sobre el campo. Y en clamoroso concierto de voces agudas, graves, chirriantes, metálicas, confusas, imperceptibles, sonorosas, todos los gallos de la ciudad dormida cantan. En lo hondo el poblado se esfuma al pie del cerro en mancha incierta. Dos, cuatro, seis blancos vellones que brotan de la negrura, crecen, se ensanchan, se desparraman en cendales tenues. El carraspeo persistente de una tos rasga los aires; los golpes espaciados de una maza de esparto, resuenan lentos. Poco a poco la lechosa claror del horizonte se tiñe en verde pálido. El abigarrado montón de casas va de la obscuridad saliendo lentamente. Largas vetas blanquecinas, anchas, estrechas, rectas serpenteantes, se entrecruzan sobre el ancho manchón negruzco. Los gallos cantan pertinazmente; un perro ladra con largo y plañidero ladrido.
Azorín: LA VOLUNTAD; Primera parte
A estos poetas que escriben en prosa les ocurre que tienen que llevar de la mano, bien cogidos y bien escondidos, a sus personajes. Azorín se ganó, en concurso de méritos, su pase de personaje a figura, en muy poco tiempo, y puesto que no debió de ser difícil seguir charlando con él acerca de las cosas y los hechos que suceden en los pueblos, su autor siguió alimentándose de argumentos básicos al mantenerlo como contertulio habitual, con la ventaja de que todo lo que hablaran sería para enriquecimiento personal del intelectual “clan azoriniano”.
José Martínez Ruiz, Azorín para siempre jamás, es un escritor nacido en Monóvar en una casa sencilla de la calle que lleva su nombre, donde vivió con su familia, que se trasladó posteriormente (en 1876) a la calle Salamanca con mayor espacio (patio, planta baja y dos alturas), ya que eran varios hermanos y era casa con servicio. Los detalles pueden ser revividos y visitados en la Casa-Museo que lleva su nombre y está en la calle Salamanca, 6, guardando un fondo bibliográfico de 14.000 volúmenes, donde también se conservan la máquina de escribir y un buen fajo de fotos. Pero a Azorín volveremos a dedicarle otros recordatorios.
“La voluntad” tiene aún muchos huecos y recovecos de donde sacar más detalles. La voluntad (no nos olvidamos) es la gana que se tiene por hacer esto o aquello. Hablar de voluntad es hablar de libertad, del libre albedrío; del cielo limpio y el mirar lejano a campo abierto. No se puede olvidar que tener voluntad por algo es tener una predisposición por mejorar, por superarse, por alcanzar metas. ¡Lo hemos pensado y lo hemos hablado tantas veces!
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