Jesús de María, Cordero Santo, pues miro vuestra sangre, mirad mi llanto. ¿Cómo estáis de esta suerte, decid, Cordero casto, pues, naciendo tan limpio, de sangre estáis manchado? La piel divina os quitan las sacrílegas manos, no digo de los hombres, pues fueron mis pecados. (…) ¡Ay, si los clavos vuestros llegaran a mí tanto que clavaran al vuestro mi corazón ingrato! ¡Ay, si vuestra corona, al menos por un rato, pasara a mi cabeza y os diera algún descanso! (Lope de Vega)

La ciudad está como vacía. La gente está concentrada en donde se producen unos discursos y se leen unas sentencias. Jesús de Nazaret llegó ya el pasado domingo y fue aclamado con vítores y agitación de palmas doradas. Pero, ¿acaso esa es su gloria? No, como ya predicó el monje de Jerusalén (san Andrés de Creta). No, la gloria es la subida a la cruz y es allí donde será exaltado. “Los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las profecías que se leen los sábados…”, (leemos en los Hechos de los Apóstoles, 13), “…pero las cumplieron al condenarlo. Aunque no encontraron nada que mereciera la muerte le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos”. ¡Cuántas cosas sucedieron en un apretado fin de semana; en una real Semana Santa!
Casi en las manos sosteniendo el brío, desprendido y yacente del cuerpo santo deshabitado está, ¡no alzad el llanto! Ya tiene luz la rosa y gozo el río. La muerte confió su señorío sobre la carne del Señor y, entre tanto, si es sombra sana su mortal quebranto, ya está el tiempo parado, Cristo mío; ya está el tiempo en el mar y está cumplida la noche en la mirada redentora que vio la luz mirando el firmamento. ¡Y volverá el pecado con la vida, Y clavada en la cruz está la Aurora ya inútil al abrazo y leve al viento! (Luis Rosales)

Este pueblo cristiano español vive muy apretujados los minutos y los lugares de las procesiones de una Semana Santa que tiene sentimiento y duende, vida y muerte que necesitan expansión y espacio, saboreando cada minuto y el perfume y la fragancia de cada planta que ahora no nos facilitan las prohibiciones sociales de la pandemia que vivimos, que tampoco facilita que se puedan ungir las llagas pasionales físicas o de un corazón arrepentido. Decía San Bernardo lo importante que era el aroma de una penitencia en compañía de un buen arrepentimiento.
Alma: parece que se desmorona la torre aquella de tan fuerte altura, pues tal es su congoja y su tristura que ya la Muerte de vencer blasona. Entre amar y morir se desazona queriendo y no queriendo, en guerra dura, beber y no beber esa amargura que el Hombre aparta y busca la Persona. Muerto parece el que te asusta vivo, porque tomes así mayor licencia. Como sufre… ¡estará tan compasivo! Como llora…, ¡tendrá tan dulce ciencia! Hora que está tan solo y pensativo en el instante de pedirle audiencia. (José María Pemán)
El Papa Francisco escribió que esto es clave de nuestra paciencia en el camino de la vida para superarnos.
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