A mediados de junio de 1925, a punto de comenzar aquel cálido verano, la alcaldía recordaba a los alicantinos la prohibición de encender hogueras en la calle para celebrar la nit del foc, la de San Juan. El alcalde, general Julio Suarez Llanos, recordaba a la ciudadanía que las multas podrían alcanzar hasta 75 pesetas. Los humos que generaban las hogueras sin control eran muy molestos y las quejas vecinales daban pie a su prohibición por la autoridad. Sin resaca de fiestas fogueriles, los habitantes de la terreta andaban ya disfrutando de la playa del Postiguet y sus balnearios. La Explanada era paso obligado para acceder a la playa, discurriendo el personal frente a los antiguos mercados municipales, que ahora albergaban la recién estrenada Casa Carbonell.
La mañana del viernes 26 de junio de aquel 1925 se presentaba como cualquier otra, soleada y con la tranquila monotonía del ajetreo diario en el puerto y los cafetines del paseo de los Mártires. Poco antes de las diez de la mañana el rugido de unos motores hizo levantar la vista hacia el cielo a los transeúntes; se trataba de uno de los aviones correo que cubría la línea Alicante-Argel, pura rutina. Los alicantinos ya se habían acostumbrado a ellos y su amerizaje en el puerto era todo un espectáculo.
En esta ocasión el hidroavión procedente de Argelia era el correo número 53 de las líneas Latécoère, un aparato marca Liore con motor Renault de 400 caballos. Llegó al cielo alicantino desde el horizonte del mar, realizó un círculo sobre la lámina de agua para perfilar trayectoria y se internó hacia los primeros edificios de la fachada marítima en dirección al Benacantil para encarar bien el amerizaje. Tras realizar el giro correspondiente el aparato enfiló hacia el puerto en claro descenso, tanto que al pasar junto a la torre de la Casa Carbonell que recae a la plaza del Mar (entonces plaza de Dicenta) el ala derecha del hidroavión se enganchó con el pararrayos que coronaba el edificio. La sacudida propició que parte del fuselaje se desgajara del aparato, cayendo en la parte opuesta de la azotea junto al propio pararrayos y la cúpula que lo sustentaba. El ruido fue enorme, se acababa de romper la tranquila monotonía de aquella veraniega mañana. El avión quedó sin gobierno yéndose al suelo con estrépito descomunal, llevándose por delante los cables del tranvía y tendido eléctrico, partiendo un banco de la Explanada, una palmera e incendiando otra. Finalmente se estrelló en llamas a la altura de la otra esquina de la Casa Carbonell, en la actual zona de terrazas que entonces se llamaba carretera de la Explanada. Había sido un visto y no visto, sucedió en escasos segundos y tuvo una enorme repercusión en la ciudad. La aviación comercial era algo reciente y llamativo, pero -desde luego- aún lo era más que un avión se estrellara en pleno centro de la ciudad al chocar con un edificio recién inaugurado y hoy emblemático de Alicante. Tanta fue la repercusión que hasta mereció la portada del diario ABC.

Las tiradas vespertinas de la prensa alicantina recogían el suceso el mismo día en sus ediciones de las cinco de la tarde.


A bordo iban dos tripulantes y varias palomas mensajeras. El piloto era Jean Louis Mingat, de 28 años natural de Anguleme, experto en numerosas travesías desde Orán y Argel, que había participado en la inauguración de este servicio de correo aéreo. Cayó al suelo con el aparato pereciendo carbonizado entre los restos. El telegrafista Joseph Salvadou, de 25 años natural de Perpignan, salió despedido del avión estrellándose contra el suelo. Trasladado a la Casa de Socorro ingresó ya cadáver, el reloj que llevaba en el bolsillo continuaba funcionando tras el terrible impacto. Los restos del hidroavión quedaron calcinados, así como dos palmeras próximas. Los bomberos apagaron ambos fuegos, la fuerza pública acordonó la zona. El servicio de tranvías quedó suspendido hasta el día siguiente. Por lo que respecta a las palomas mensajeras, que iban a bordo para ser utilizadas en caso de avería o accidente menor, perecieron todas excepto tres que pudieron escapar volando en el último segundo. Entre los transeúntes hubo un herido de cierta consideración aunque sin gravedad, se trataba del comerciante Abelardo Chápuli Galán, con oficina recién estrenada en la flamante Casa Carbonell, al que cayó en la cabeza uno de los cables desprendidos en el accidente.

En días posteriores los análisis de los técnicos determinaron como causa más probable del accidente un «bache» de aire. Diario de Alicante lo explicaba así a sus lectores:
«Un avión en vuelo se estabiliza atemperándose a la densidad del aire. Pero sucede frecuentemente que una racha de viento, una capa de aire menos denso, le hace realizar un descenso brusco hasta que logra adaptarse a la nueva densidad. A esto lo llaman los aviadores coger un bache».
Los técnicos concluyeron que al llegar el aparato hasta la ladera del Benacantil el calor era más intenso por el efecto mampara del monte, produciendo ese bache que hizo descender bruscamente al aparato hasta tropezar con el pararrayos de la Casa Carbonell. La tranquila mañana veraniega se había convertido en tragedia… y poco pasó para lo que podía haber sido, pues al resultar una hora relativamente temprana el tránsito aún no era abundante.
Durante días e incluso semanas el avión en llamas por la Explanada fue el comentario habitual en las tertulias alicantinas. El Diario de Alicante resumía el impacto y el hondo pesar que quedó en la población:
«El Progreso ha recibido la ofrenda de dos nuevas víctimas. Ese sacrificio ha llenado de dolor y espanto a la ciudad que ha dedicado lágrimas bien sinceras a las víctimas y rendido admiración cordial a estos héroes del dominio del aire que con su sangre generosa y con su audacia van escribiendo las gestas de esa conquista de la civilización que eleva a los hombres a la altura de los dioses acercándolos al cielo».
Era una calurosa mañana del verano del 25. Sucedió en Alicante.

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