JOAQUÍN ÑECO
El aficionarse a leer pone en nuestras manos una serie de valores y conocimientos intelectuales, como el léxico, la forma de relatar, la interpretación de lo que se lee, el estilo del autor de la lectura al escribir, el conocimiento de escritores etc. que no sólo forman nuestro carácter, sino que lo impregna de cultura que no se puede aprender en las aulas de colegios o universidades. Y como dijo un gran filósofo: “Cultura es lo que queda después de olvidar lo aprendido”.
De estos recuerdos, quizás lo que más destacaría porque más ha influenciado sobre mi formación e incluso sobre mi carácter, es el relato sobre los tebeos.
El agua que tocamos en los ríos es la postrera
de las que se fueron y la primera de las que vendrán;
así el día presente.
Leonardo da Vinci
RECUERDOS II
La feria de Navidad. Sé que muchos lectores se preguntarán por qué incluyo en este apartado a la feria de Navidad, si todavía se sigue montando para esas fechas. Lo que voy a relatar, a mi modo de ver, no tiene ningún parecido con lo que fue aquella feria y con lo que es la actual. Lo primero que las diferencia es el lugar donde se monta actualmente. Esta feria ha sufrido varios cambios en su emplazamiento, a cada cual más alejado de nuestra ciudad, y de seguir así, es posible que el próximo esté más cerca de Madrid que de nuestra ciudad. Cualquier padre se lo piensa dos veces antes de llevar a sus hijos a esta feria y, en cambio, en mi época, era la visita obligada por Navidad; los padres nos llevaban para que nos gastásemos las “estrenás” que nos habían dado los familiares, en subir a las diferentes atracciones según nuestra edad.
Recuerdo que entre los años cuarenta y cincuenta, la feria estuvo primero en el paseo de Campoamor y después, creo recordar, que en una sola ocasión a modo experimental, en el paseo de Soto para volver nuevamente a Campoamor. En invierno, algunos feriantes, montaban sus atracciones frente al Postiguet, en lo que hoy conocemos como paseo de Gomis, para desmontarlas en primavera e iniciar su gira por las ciudades de España. Luego ha recorrido otros lugares pero ya no corresponden al período del tiempo que estamos recordando.
La feria se adaptaba a todas las edades. Los carruseles de caballitos (muchos niños conocían la feria con el nombre de los “caballitos”), los carruseles de la ola, los puestos donde vendían el algodón de azúcar…eran los adecuados para los más pequeños. Luego estaban las atracciones para jóvenes con el látigo que, cuando adquiría su máxima velocidad, parecíamos astronautas en pruebas de “G”. Los autos de choque eran los lugares para “ligar” con las chicas, de una manera, ahora lo pienso machista, porque en cuanto veíamos que los vehículos estaban ocupados por chicas, allí íbamos todos a chocar con ellas. Cuando terminaba la sesión, era raro que no entabláramos una conversación en la que nos recriminaban nuestro mal proceder pero que, en muchas ocasiones, servía para seguir acompañándolas por el resto de atracciones y continuar la charla de la que, en algunas ocasiones, hasta salía una cita para el domingo siguiente.
Las casetas de tiro con carabina de aire comprimido, eran el lugar adecuado para demostrar a nuestros amigos o a alguna “chavala” que nos acompañara, que teníamos más puntería que Búfalo Bill y “fardar” delante de ellos o ella. Al tren de la bruja, se subía para cogerle la escoba al personaje que la llevaba, dándonos escobazos con ella, y cambiando de lugar en el recorrido. Para los mayores y para los más mayores, estaban las tómbolas con sus charlatanes que llevaban colgados a la altura de su boca el micrófono y anunciaban los regalos que se iban a sortear y, los números o cartas que quedaban por vender para iniciar el sorteo, amén de dirigirse a los observadores que estaban próximos, para invitarles a que comprasen diciéndoles el importe. Famosas fueron las tómbolas de la no menos famosa muñeca “chochona”, la de los jamones, la de baterías de cocina etc.
Podría seguir escribiendo mucho más acerca de la feria, pero el espacio del que dispongo es limitado y por tanto debo dejarlo aquí, que sólo es una pequeña parte de los buenos momentos que todavía guardo en mi memoria. No quiero terminar este apartado sin decir que, aunque en la actualidad han aparecido los parques temáticos en sustitución de las ferias, todavía recuerdo con agrado el pasear arriba y abajo por Campoamor comiéndome un algodón de azúcar o unos churros, recién hechos, de los establecimientos que se dedicaban a elaborarlos.
El salón de billar Colón. Estaba situado en la calle Mayor en el lugar que hoy ocupa el edificio de la Seguridad Social. ¡Cuántas partidas de billar jugué con mis amigos en ese local! El salón tenía dos plantas con unas diez o doce mesas de las que la más cercana a la puerta de entrada, en la planta baja, se dedicaba a los “maestros”. Yo he visto, en una ocasión, a uno de estos maestro comenzar la partida y terminarla de una sola “atacada” en un juego de cien carambolas. Aquellas “hazañas” las contemplábamos los noveles en el piso superior, por la buena situación que se tenía al ver el juego a vista de pájaro, al estar la mesa en el piso de abajo.
La tómbola benéfica. Se montaba en primavera antes de las hogueras. El primer lugar donde se emplazó fue en la Explanada, y allí estuvo algunos años, para pasar después a la entrada del Postiguet (cuando quitaron el abrevadero de caballerías) en donde actualmente está el kiosco de venta de prensa. La tómbola era atendida por señoritas de la buena sociedad alicantina que vendían los sobrecitos con los puntos que permitían, cuando se acumulaban los suficientes, acceder a los premios que estaban expuestos en las estanterías. Recuerdo que un año de la década de los cincuenta, invitaron a la actriz Carmen Sevilla para que vendiera los sobrecitos y muchísimos alicantinos, entre los que me contaba, acudimos para verla movidos por esa curiosidad de conocer una persona famosa, como era ella, en aquellos años.
Los tebeos. ¡Cuánto que hicieron por los niños de entonces los tebeos!. No sólo sirvieron para que nos distrajesen, sino que también sirvieron para habituarnos a la lectura, y hoy, somos muchos los que agradecemos que formasen parte de nuestra vida.
Entre los tebeos de aquella época, recuerdo con cierta nostalgia, el “Guerrero del Antifaz”, caballero valeroso en continua lucha con los moros y sobre todo con su acérrimo enemigo Ali Kan. Enamorado de forma platónica y casta de Dª Ana María, personaje que apenas aparecía en los relatos, vivía su amor entre combates, ayudado muchas veces por su leal e incondicional escudero Fernando.
Otro de mis preferidos era “Roberto Alcázar y Pedrín”, un detective con su ayudante, que resolvían todos los casos, deteniendo a los malos a mamporros, sin disparar un solo tiro.
“Diego Valor”, nació a partir de una radionovela y su enemigo, el Mekong, emperador de los habitantes del planeta en el que aterriza el protagonista, por avería de su nave, se enfrentaban a él a bordo de sillas voladoras. Era la versión española del personaje americano Flash Gordon que también se publicó en castellano en nuestro país.
De tema bélico (acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial) se publicó la colección de “Hazañas Bélicas” que tuvo una importante acogida entre el público infantil y no tan infantil. Hoy es motivo de coleccionismo y se pagan, por algunos ejemplares, cantidades verdaderamente altas.
“El Capitán Trueno” se publicó más tarde. Con sus compañeros, el tragón Goliath y Crispín, vivían sus aventuras por todo el mundo acompañados por su enamorada Sigrid, princesa vikinga de Thule.
También de la época fueron: “Purk, el hombre de piedra” y “El Cachorro”.
Para hacernos reír con sus historietas, se publicaban el T.B.O. (dio el nombre al resto de las publicaciones), “Pulgarcito” y el “Jaimito”. Del T.B.O. recuerdo por lo ingeniosos, que no realizables, los inventos del profesor Franz de Copenhague. Del Pulgarcito recuerdo, por el hambre que todos pasamos en esa época, a Carpanta con su obsesión por encontrar comida; también a las Hermanas Gilda que traían a mi memoria, a dos “fifitas” reales que se comportaban como ellas y por último al Reportero Tribulete que en todas partes se mete.
Más tarde, en 1961, apareció una publicación llamada el “Tío Vivo” que, en su contraportada, se publicaba la historieta “13 Rue del Percebe” con guión y dibujos de Ibáñez. Trataba de lo que les ocurría a los diversos vecinos que ocupaban una finca ubicada en esa calle y con el correr de los tiempos, han aparecido en televisión dos series, ambas muy parecidas, “Aquí no hay quién viva” y “La que se avecina” con la idea de lo que sucedía en esta historieta, salvando las distancias. Esto me confirma que las buenas ideas no mueren y siempre se recuperan. Y para reafirmar esta opinión, se pueden poner también como ejemplos, los “comics” americanos con los que posteriormente se han hecho películas, como Superman, La Sombra, Batman, Nick Carter etc.
Para las niñas, también habían una serie de tebeos que, en honor de la verdad, tengo que decir que alguno leí y que me parecieron ya, en aquel entonces, almibarados, discriminatorios para el género femenino y ahora transcurrido el tiempo, pienso que lo que se quería era adoctrinar a las futuras mujeres sólo como madres y esposas. En todos ellos aparecían, o bien el muchacho ideal con el que se casaba siempre al final de la narración la protagonista, o el príncipe que se casaba con la princesita. Me afirman en esta creencia los títulos que aparecieron en esta época como la Colección Tulipán, la Colección Princesita, Carmencita, la Serie Celia, la Colección Alicia, la Colección Tres Hadas, Azucena etc.
Fueron tiempos que recordaré siempre con agrado, porque me iniciaron en una de mis aficiones: la lectura.
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