Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Palabreando

Aparkinando

Fotografía de Freepik.

No lo veo. He conducido moto toda mi vida adolescente. Me he caído infinidad de veces. Me han atropellado en la plaza de Pío XII a los 16 años. De hecho, las vallas antiguas dobladas que estuvieron hasta que convirtieron la plaza en ese no sé qué que es ahora que parece un tranco gigante o yo qué se, son gracias a mi suceso. Un Ford Fiesta se saltó el semáforo en rojo de Jaime Segarra pero yo estaba preocupado en llegar a clase a las 8 h. Llegué con el manillar doblado de mi Puch Condor III blanca y azul. Me han rozado coches en la cantera en plena niebla. Se me han incrustado avispas en la cara antes de ir a Viena (para los no leídos, en Viena tuve en mi viaje de novios ataque de avispas constantes). He llevado periódicos debajo de la ropa, en el pecho cuando hacía frío y lloraba pura escarcha mañanera (7.30 horas invierno), cuando te ibas desde la Playa de San Juan hasta el Miguel Hernández (aun no era obligatorio el casco que luego me robaron uno de cross que me molaba mucho, en el Montemar de Padre Esplá, mientras hacía judo con el grandísimo profesor don Jorge Vicuña). Pero nunca, nunca, nunca de los jamases he aparcado la moto quitándole un lugar a un coche. Jamás. Y si las motos pueden aparcar en aparcamientos de coches habiendo parking de motos, pues que los coches puedan hacer lo mismo. Dicho está.

Aparco todos los días en la playa, hay un lugar para aparcar las motos, habrá para más de una docena. Siempre están vacíos. Pero eso sí, la moto te la aparcan detrás y delante del coche. Tan pegada, pegada, que apenas puedes levantar el maletero, no digo ya para sacar el coche sin rozar, aunque parece que eso no importa mientras no la tires, que la lías. Que distancia de seguridad no sé si existe para estos casos, pero debería. Otras ocupando el espacio de un auto con lo difícil que se está poniendo aparcar en Alicante. ¡Un poquito de empatía por favor!

Los que hemos sido motoristas pensábamos en los automovilistas, ahora ya da igual. (Bueno, también es verdad que teníamos una educación que ahora ya ni existe y eso se refleja en todo). Queremos derechos, pero se nos olvidan los izquierdos. Patinetes para la tercera edad. Barcala, patinetes para la tercera edad. Y multas para las motos que no aparcan en su lugar, o que no se multe a los coches que hagan lo contrario cuando no haya sitio. O todos moros, o todos cristianos que se decía antes, aunque ahora tampoco sé muy bien si se puede decir porque como casi toda libertad de expresión empieza a estar prohibida en este país libre. Pues eso.

He ido en bici toda la vida. Mi BH azul que me regalaron en la comunión con pegatinas de marcas de moto brillantes, Honda, Kawasaki, Suzuki (las puse yo, que las compré en el quiosco Albatros de la Playa de San Juan que era la caña y tenía hasta figuras de Star Wars, que siempre caía alguna los domingos después de misa) y empuñadura de goma. Me ha durado años, me duró años. No era una bici como las de ahora. Antes eran bicis normales, tan sólo tenías que pedalear, subías y pedaleabas y, si ya tocabas el timbre. eras feliz. No había esas bicis de ahora con cien mil platos y marchas y hasta motor, por si me canso ya me llevas, que parece que ahora se han inventado más montañas que antes y antes las subías y punto, con tu cantimplora, mochila y bocadillo de pan Bimbo de Nocilla con papel Albal (a mí me gustaba la blanca, maldita intolerancia).

Fotografía de Freepik.

Bueno hoy, ahora, hay bicis que valen más que un coche. Tengo un conocido que ya le han robado dos de más seis mil euros cada una. A ver. Un millón de pesetas por peladear yo lo veo un tanto excesivo, me compro una moto. Dos millones por dos bicis, o eres Indurain, o Perico Delgado, o bueno, por algo más de trescientos euros, puedes encontrar algo chulo, que nos estamos viniendo arriba en casi todo. Más que nada por si te la vuelven a hurtar, que ya le han pillado el gusto. De todas maneras ahora sí que es verdad que hay que elegir entre bici o litro de aceite.

El patinete es como el móvil en mi juventud. No existía. Bueno existía el skate (monopatín) que tenías que empujar tú con el otro pie como quien saca agua de un pozo pero sin carril ni audífonos, ni empanaos que pasan de todo y se cruzan les dé igual que pases tú, una mujer mayor, que el pato Lucas. Que sí, que veías las pelis de los ochenta y Regreso al futuro y luego te subías tú y lo que pasa. Me ve mi padre o mi madre tirarme encima de una barandilla con el monopatín y se acabó el monopatín. Bueno, la leche que me habría dado habría sido suficiente para quitarme las ganas, pero ya te digo yo que no. Que hay que tener equilibrio y estilo sí, que uno no lo tiene, pues no. Para eso uno es un seta, que se decía cuando iba al “insti”.

Y por cierto, de setas hablamos, que están ahora en la tesitura de qué hacer con las setas de la calle San Francisco, antigua calle Sagasta para los más de mucho antes, de si quitarlas, de si dejarlas, o de qué sé yo. A ver, esa calle ha sido algo mítico. Yo la conocí con el Bar Australia cuando en la plaza de Balmis estaban Los Jamones, 4-70, Queché, Me da igual, Sausalito, Cha Cha, La Bocatería, entre otros muchos, normalmente casi todos con los baños estropeados o fuera de servicio que siempre ha sido una frase que me ha llamado la atención: “un baño fuera de servicio”, pues eso, pura contradicción. La vieja (se le llamaba así de modo cariñoso) adonde se iba a comprar triángulos de chocolate, o cañas de crema, o lo que fuera, porque el rollo de salir era otro al de ahora, que a las diez a casa, y se disfrutaba del mismo modo que si te quedabas, ya con los años, hasta las cinco que no era el tiempo. Era la sensación de la diversión con los amigos, no el aguante que parece que, si hoy, ahora, no terminas pelando la luna para convertirla en el sol del amanecer, como que no has cumplido con el día de marcha.

Foto de archivo de la calle de las Setas (Fuente: Wikimedia).

Pero a lo que íbamos, hay que dejar las setas, sí o sí, a los niños y niñas les encanta y ya solamente por eso, por ese motivo, es suficiente excusa. Una ciudad que hace que sus niñas y niños disfruten de una calle curiosa, diferente, turística, incomparable, ya es motivo de felicidad, sí, de felicidad, que parece que ahora todo es rollo serio y los niños y niñas disfrutan en esa calle que, entonces, tenía Postres Ricardo, Miriam Discos con su dependienta Camelia, Fotos Cine Discos Huesca (ahí trabajó mi madre, que es de donde saco toda esta información) que comenzó siendo una droguería, Joyería Simón, Sastrería Daniel, Papelería Ibáñez, Panificadora Magno, droguería Padilla, charcutería Zaplana, Tejidos Heredia, Modas Paniagua, un estanco, un horno y así podría tirar de historia de una ciudad que es lo más de lo más a pesar de que, ¡vaya!, han plantado en la Explanada, aunque le han cambiado el nombre por algo rollo paseo de los Mártires que no explican porqué, pero yo sí lo sé que no voy a entrar en eso, para todos la Explanada de Alicante, pues que han plantado unas palmeras que dan pena, dicen los expertos que luego darán felicidad cuando se asienten y florezcan, claro igualito a las melias que sesgaron de la avenida de la Constitución para llevarlas a morir al PAU 5, al cementerio de las melias que, según un supuesto informe, nunca habrían sobrevivido al ser arrancadas pero había que mal acabar la calle del antiguo Cine Ideal donde todo lo antiguo parece estar muerto, menos las cafeterías que le dan vida a un asfalto nuevo pero que parece desgastado de hace años.

En fin, lo dicho al principio, que si no multan a las motos que ocupan lugares de coches, que no multen a coches ocupando lugares de motos.

Que ustedes lo lean, lo pasen y lo paseen bien.

Bruno Francés Giménez

Escritor de serie B.

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