Palabras que están unidas a una misma figura del siglo XX podrían ser literato, poeta, ensayista, dramaturgo… Nos referimos a una figura literaria española que ha dejado huella indeleble en las letras hispanas. Podemos poner, sin temor a equivocarnos, el nombre de Antonio Machado.
Antonio Machado nacería el 26 de julio de 1875 en Sevilla, en una familia intelectual y culta que además de a Antonio nos regaló a su hermano y poeta, Manuel. Su educación laicista y liberal los tomó de la Institución Libre de Enseñanza, de cuando su familia se traslada a Madrid, en 1883, marcando el pensamiento y obra de Machado; aunque también hay que decir que no fue un gran estudiante pero sí en un gran lector autodidacta.
Machado fue miembro de la logia masónica Mantua en Madrid, siguiendo los pasos de su padre y su abuelo, aunque yo diría que con poca relevancia, ya que lo que verdaderamente le marcaría sería el amor, la pérdida y el compromiso con sus ideales y su sensibilidad humana. En esta etapa Machado publicó su primer libro de poemas, Soledades (1902), que sería revisado y ampliado en 1907 bajo el título Soledades, galerías y otros poemas.
Un viaje y estancia de trabajo como traductor en París en 1899 le permitió conocer a escritores y artistas como Oscar Wilde y Paul Verlaine y ampliar sus horizontes culturales y literarios, lo que luego produciría que fuera en 1907 profesor de francés en Soria. Y será allí en Soria donde encuentra a su musa, Leonor Izquierdo, de 13 años que, dos años más tarde, se convertiría en su esposa y que apenas tres años después, tras cierta felicidad efímera, fallece de tuberculosis en 1912, marcando toda la vida y obra de Machado, dándole esa característica de profundidad y melancolía, y que le hizo caer en una profunda depresión manifestada en los versos de Campos de Castilla (1912), donde podéis leer poemas como A un olmo seco o La tierra de Alvargonzález.
Los años de matrimonio con Leonor en Soria fueron descritos por Machado como los más felices de su vida. Después de esto y a pesar de pasar largas temporadas en Francia, Machado llegó a expresar una «gran aversión a todo lo francés», posiblemente debido a que su esposa Leonor había contraído la fatídica enfermedad allí, cuya misma enfermedad también fue la causa de la muerte de su admirado padre, Antonio Machado Álvarez, conocido por su seudónimo, Demófilo. Por su parte, Antonio utilizó el seudónimo Abel Martín para algunos de sus escritos filosóficos, así como el de Guiomar para su relación platónica con Pilar de Valderrama.
Machado fue elegido miembro de la Real Academia Española, pero nunca llegó a tomar posesión de su sillón. Gran defensor de la educación ya que creía que era esencial para el progreso de la sociedad. Fue un gran admirador de la obra de Rubén Darío y el más joven representante de la Generación del 98, amigo de Miguel de Unamuno y de Pío Baroja, algo que a día de hoy resulta irrepetible.
Comprometido con la República desde 1927, en 1939 se exilia a Francia con su familia, pero no resistió el duro viaje y el 22 de febrero fallece en Collioure, tres días después de haber cruzado la frontera, y que es lugar de peregrinación para sus admiradores. En el bolsillo de su abrigo, se encontró un papel con sus últimos versos escritos: “Estos días azules y este sol de la infancia…”.
Su obra, cargada de profundidad y belleza, sigue siendo estudiada y admirada en todo el mundo. En mi ciudad natal, Madrid, conocí a un nieto del dueño del Café Comercial y juntos nos sentamos en la mesa del rincón de homenaje a Machado, llamado El Rincón de Antonio, con dos chocolates con churros.
Os invito a que escuchéis a otro maestro como es Serrat en Cantares, que está basada en versos de Machado en una constante búsqueda de la verdad.
Coincide tu excelente artículo con otro de Pedro J. Bernabéu. Dos machadianos, como yo, que tengo a don Antonio como uno de los más grandes poetas de la historia. Un abrazo.