Profesora en el Conservatorio Profesional de Danza de Alicante. Filóloga. Escritora de En… (2015), de Cuatro por cuatro (2020) y de algunos relatos publicados aquí y allá. Y maravillosa persona.
—¿Cuál es su función y cuál no?
—Mi función como docente es enseñar la danza clásica con todos los valores que ello implica como son el respeto a la danza, el compromiso, la técnica, la disciplina, el rigor, la expresión de los sentimientos, la belleza…
—¿El baile es, de algún modo, una labor social? ¿Lo implica todo si la gente lo necesita?
—El baile es social y cultural y puede, sí, contribuir a desarrollar múltiples aspectos necesarios para una sociedad “sana”, como pueden ser la expresión de los sentimientos, la escucha del otro, la simbiosis con la música, la creatividad, la tolerancia o la empatía, por ejemplo. Desde hace unos años se trabaja la danza como terapia. ¿Sabías que los corazones de las personas que bailan juntas pueden llegar a acompasarse? ¿No es esto maravilloso: poder sentir al otro y unirse por un momento en esta época de tanto ruido e intolerancia? En cuanto a si me implico, sí, me implico mucho con los alumnos, trabajo con niños pero sobre todo con adolescentes, una etapa complicada que necesita de mucha comprensión y tacto pero también de normas que respetar y ciertos límites que establecer.
—¿Un puesto de prestigio como el suyo de profesora implicaría una factura de prestigio?
—Soy una profesora de danza clásica. No tengo mal sueldo, aunque tampoco es extraordinario. En todo caso, estimo que los docentes deberían ser considerados por la sociedad con algo más de prestigio, no solo en el sueldo, sino en cuanto a respeto hacia las personas que formamos a los futuros ciudadanos. Hay un menosprecio generalizado que no entiendo muy bien de dónde viene y que está dañando sobremanera la educación de nuestros niños y jóvenes.
—¿Cómo se llega a usted siendo una persona normal?
—Se llega igual que con todo el mundo: con buenas palabras, una sonrisa y ganas de establecer comunicación y compartir ideas. En cuanto a los medios: mail, teléfono o paloma mensajera, ¡qué importa eso!
—¿Vale la pena perder en casos que se pudo ganar?
—A veces estas disquisiciones las resuelve el tiempo; en ocasiones, en medio de esos “casos” no somos capaces de ver con la perspectiva suficiente.
—¿Qué le hace levantarse por la mañana? ¿Y todo lo contrario?
—Al trabajar de tardes (casi siempre) el tiempo lo distribuyo de manera distinta; pero madrugo igual para aprovechar el día y realizar las tareas que todos los mortales tienen. Hago deporte, estudio inglés o preparo clases; en otras etapas escribo también. Me pongo objetivos que me alienten; pero, como todo el mundo, a veces me cuesta, y es ahí donde tiro de la disciplina. Eso sí, el domingo me permito quedarme un poco más en la cama. En todo caso intento descansar bastante, el sueño es necesario para seguir en la brecha.
—¿Para qué sirve un conservatorio con tantas academias de baile que hay por la ciudad?
—Para dar una enseñanza reglada enfocada en la profesionalización, también para ofrecer a todos los alumnos una enseñanza de calidad sin importar la procedencia o el estrato social, pues al ser pública existe la posibilidad de solicitar beca.
—¿Son menos profesionales por no tener un título oficial?
—La profesionalidad no la da el título, sino el rigor de la enseñanza y también el tiempo que se le dedica a este arte que tiene un componente físico equiparable a cualquier deporte de élite. No es comparable trabajar todos los días tres o cuatro horas que hacerlo dos días en semana una hora y media. La enseñanza en una academia puede ser, también, de calidad.
—¿El baile cambia como una moda?
—El baile cambia sí, pero en danza clásica, que es mi especialidad no es solo una cuestión de tendencia (que también), sino de ideas, conceptos, de cuerpos y de técnica. Los cuerpos no son iguales a los de principios del siglo XX (podemos verlo también en el deporte), las sensibilidades también han cambiado y el público es muy distinto. Se intenta, eso sí, conservar el repertorio (los ballets antiguos), que es el legado cultural de este arte pero se innova mucho incluso en la danza clásica.
—¿Flashdance, Noches de sol, Dirty Dancing, Staying Alive, Las zapatillas rojas, Cisne Negro, Cantando bajo la lluvia...? Si tuviera que elegir alguna, cuál y por qué.
—Elegiría Cantando bajo la lluvia, porque es una película en la que los números de danza son estupendos, el guion está bien construido y tiene un soporte real en la historia (y es la película que vi en mi niñez muchas veces con emoción). Sin embargo, hay muchas más que se quedan en el tintero, por sus coreografías, en esta enumeración como películas de Fred Astaire o las maravillosas escenas de Bob Fosse.
—¿Es más estricta de profesora o de público cuando se trata de la danza o del baile en general?
—Creo que de público: ya no me contento con ver cualquier cosa, sencillamente no la disfruto. Creo que el conocimiento aporta esa lucidez algo triste en ocasiones. Eso sí, cuando lo que veo es bueno no solo me emociono a nivel sensorial, sino intelectual; y no hay mayor goce que esta combinación. Soy también exigente como profesora pero entiendo que no todos los alumnos tienen las mismas capacidades ni los mismos anhelos de ser profesionales. A pesar de ello intento que todos los alumnos den la mejor versión de sí mismos.
—¿Hay resaca (de trabajo) de vez en cuando?
—Es una profesión en la que una se implica mucho; en general, la resaca viene casi siempre de la cantidad de burocracia a seguir (el papeleo ingente) y la saturación a nivel emocional que causa llevar a un grupo de adolescentes.
—Opción B, en caso de que la cosa no salga bien, plan de escape a nivel personal.
—A nivel laboral no contemplo cambiar de trabajo; se pueden presentar opciones a nivel de jerarquía o responsabilidad pero, de momento, no está en mi hoja de ruta pues me sigue gustando dar clases. Tengo vías de escape, sí, varias, que me mantienen activa y con ganas de aprender, que me parece lo más excitante que pueda tener una persona: el hambre de conocimiento.
—¿Qué estación del año suele ser todo el año en su trabajo?
—En danza trabajamos en espiral, es decir, es un trabajo que se alimenta sobre el trabajo previo y no se pueden saltar etapas, así que es bastante exigente durante todo el curso. Hacia finales de mayo es cuando se concentra mucha actividad pero hay funciones o actividades complementarias durante todo el curso académico.
—¿El corazón, dónde late con más fuerza en el día a día?
—A veces, la mirada y la sonrisa de un alumno que acaba de comprender una corrección o que ha sido capaz de realizar un movimiento con el que lleva peleando un tiempo es suficiente. Otras, un buen párrafo leído, un gesto de cariño inesperado, una palabra amable de un desconocido. No es tan frecuente todo esto que enumero.
—Las redes sociales, ¿enganchan a todos los estratos sociales? ¿Son necesarias para darse a conocer? ¿Es necesario ser influencer a día de hoy? ¿Valgo lo mismo sin móvil?
—Las redes sociales enganchan a todos por igual. Aportan conocimiento a quien de verdad tiene interés pero también es cierto que la cantidad de información es tan grande que gestionarla sin perderse por el camino se hace complicado. Para darse a conocer, desde luego que son necesarias; creo que ya es impensable otro modo. El tiempo que gastamos en ellas y la energía que dejamos es crucial para no engancharse. A veces veo a familias o parejas sentadas en los restaurantes abducidas por los teléfonos, sin hablarse, y esta imagen me produce una gran tristeza. Sobre la repercusión de los influencers habría mucho que decir, en general, nada bueno: transmiten una imagen de la vida totalmente irreal y artificial que no aporta más que superficialidad y confusión. Y sí, valemos lo mismo sin móvil, aunque a día de hoy parezca impensable tener valor sin estar pegado a un dispositivo.
—Sueño de la infancia.
—Ser bailarina, arqueóloga o escritora.
—Objeto perdido que nunca se recuperó.
—Unas gafas; supongo que muchos más, pero ahora no me acuerdo.
—Persona especial que lo cambió todo.
—Durante una vida muchas personas te ayudan a cambiar, tanto por buenas experiencias como por malas; es imposible centrarse en alguien en concreto, no en mi caso.
—¿Qué dice el espejo al mirarse cada día?
—Habrá que preguntarle a él, yo me digo algunas cosas pero prefiero mantenerlas en secreto. La relación de los bailarines y el espejo es una cuestión que daría para muchas páginas.
—La mejor frase para un legado.
—No la tengo; habrá que buscarla entre los eruditos.
—¿Por qué cerrar la puerta y dejarlo todo?
—Depende de la situación. En general cuando una, como persona, se da cuenta de que no es feliz, de que no vale la pena el sufrimiento o la tristeza, de que corre peligro su integridad, su vida. Hay que ser muy valiente para dejarlo todo aunque, a veces, es necesario.
—Una última cosa, ¿qué le parece la idea de que Barcala (alcalde de Alicante) pudiera dar patinetes para la tercera edad?
—Creo que Alicante, antes que entregar patinetes, necesita cambios a nivel más profundo. Me gustaría que se luchara por convertir Alicante en una ciudad amable para los ciudadanos que la habitan, con espacios verdes, transitables, libres de contaminación acústica o polución y limpia; potenciar la cultura, el deporte (todo) y la educación; convertir Alicante en una ciudad modelo de integración de nacionalidades y culturas, en una ciudad que conserva las tradiciones pero mira, siempre, hacia el desarrollo y el futuro.
El futuro comienza con el presente y el pasado es otra historia. En fin, que ustedes lo lean, lo pasen y lo paseen bien.
Te estás ganando el carnet de periodista. Y pienso que Noelia Vicente Selfa brilla a una gran altura, casi como la estrella de Belén. ‘Feliz Navidad!