De tontos no tienen nada, pero de taimados y hasta perversos (que Dios me perdone si me equivoco) los obispos catalanes lo tienen todo. Hablan en clave pero se les entiende muy bien. Dicen claroscuramente que están con los detenidos y encarcelados (y fugados) por delinquir y ruega a la Justicia (aunque no la nombra para nada) que tenga misericordia con los reclusos independentistas. Defienden la democracia, pero no la que se fundamenta en las leyes y menos en la más importante de todas, la Constitución. Apelan al diálogo, pero en el mismo tono que lo hacen las independentistas: diálogo para exigir el monólogo del derecho a decidir.
Los obispos catalanes se meten en camisas de once varas, se sumergen claramente en política y se olvidan del mensaje claro de Jesús: “Mi reino no es de este mundo”; “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Relacionan su mensaje con la Cuaresma, que es como relacionar el culo con las témporas. ¿Qué tendrá que ver la Cuaresma con Puigdemont ‘el fugado impenitente’, o con Junqueras o ‘los Jordis’? La Cuaresma es tiempo de penitencia y los que han pecado contra España, de la que forma parte Cataluña, tienen que confesar su pecado, arrepentirse y cumplir la penitencia.
Para los obispos catalanes no es que no haya una Iglesia universal; es que ni siquiera entienden una iglesia catalana para todos los catalanes sino una religión católica para los catalanes independentistas y una de segunda clase para “els altres catalans”. Piden a la Justicia y al Estado que “reflexionen” y dejen de perseguir a unas pobres criaturas que no han cometido ningún pecado, porque como dice otro malvado hombre religioso, Hilari Raguer, en sintonía con los benedictinos de Monserrat, “el independentismo no es pecado”. No será pecado, ni falta que hace, pero es traición a la patria de todos los españoles.
Y se atreve a decir que el Papa Francisco hasta habría apoyado el independentismo catalán cuando, hace algún tiempo, entrevistado por La Vanguardia, dijo: “La secesión de una nación sin un antecedente de unión forzosa hay que tomarla con muchas pinzas”. El Papa daba a entender que la unión de Cataluña con el resto de España nunca fue forzosa. Pero el bueno (digo el malo, pésimo) de Raguer deduce que las palabras de Francisco “no suponen una condena del independentismo catalán, antes bien lo abonan, pues nuestro caso es precisamente el de una unidad impuesta por la fuerza desde 1714 y a lo largo de tres siglos hasta el presente con ininterrumpidos movimientos de protesta y sus mártires”.
Mentira como la copa de un pino, que vienen repitiendo los independentistas a sabiendas de que septiembre de 1714 fue el final de la Guerra de Sucesión (no de Secesión) tras la muerte sin heredero de Carlos II. El Reino de Aragón (al que pertenecían Cataluña y Valencia) proclamó rey al archiduque Carlos de Habsburgo, pero como rey para toda España. Lo dejó escrito el conseller en cap Casanova, proclamándose catalán y español, pese a que le siguen poniendo flores unos necios separatistas en contra de la historia y de la cruda verdad que se niegan a asumir. Además de burdos independentistas son unos consumados mentirosos. ¿Y los obispos? De ellos vamos a escribir más otro día.
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