Estamos llegando a unos extremos de incivilización altamente preocupantes, no sé si comparables a los del final del imperio romano, si bien es cierto que la romanización tenía tanta fuerza que fue capaz de transformar a los pueblos bárbaros en civilizados. Entonces la destrucción del imperio llegó desde fuera, aunque fue posible por la corrupción que había dentro entre las grandes familias que se disputaban el poder absoluto.
Ahora el peligro viene desde dentro. Surgen movimientos populistas, no siempre nacionalistas, que provocan convulsiones tan absurdas como las que se producen en Cataluña. El independentismo no es una ideología, un pensamiento filosófico y político, sino un invento sentimentaloide en torno al cual se unen derechistas (muchos de los cuales están vinculados a corrupciones de órdago a la grande) con republicanos de izquierda y con activistas callejeros de tipo anarquista. Todos subidos en el mismo carro. Todos dispuestos a romper España y Europa.
La civilización europea (cogollo de la civilización occidental, que comprende también a todos los países de América) no se entiende sin Grecia, Roma y el Cristianismo, por mucho que este último se les atragante a algunos intelectualoides de vía estrecha que quieren negar la evidencia del papel que la religión cristiana ha desempeñado en la construcción de la Europa que rigió los destinos mundiales durante siglos y que está llamada, creo yo, a ser una pieza fundamental en el devenir de los siglos futuros.
Precisamente ahora que la Unión Europea es una garantía de paz y de progreso para todos los países situados a la izquierda de Rusia, es cuando surgen movimientos ultraderechistas oanarcoindependentistas absurdamente interesados en romper el genial proyecto de una Unión Europea que ha dado resultados extraordinarios y que, con mejoras que se pueden y se deben introducir, tiene que perdurar indefinidamente.
Los populismos nacionalistas sólo son una maniobra contra la razón a través de la manipulación del lenguaje. Están empeñados en cargarse la civilización occidental y generalmente sólo esgrimen el argumento de la corrupción y de los privilegios de la casta política.
Los dirigentes de la Unión Europea (y hay que contar entre ellos a los eurodiputados) son unos ciudadanos privilegiados que gozan de unos sueldos y unos complementos que pueden calificarse de escandalosos sin temor a exagerar. Y desmesuradas son las prebendas de los congresistas y senadores de todos los países europeos, por no hablar de la proliferación de diputados regionales en los 17 territorios autonómicos de esta España a la que dicen servir con entusiasmo y de la que se sirven denodadamente.
No predican con el ejemplo ni derechistas, ni izquierdistas ni centristas. Es precisa una regeneración moral en todos los frentes, Son precisas muchas reformas y no sólo constitucionales. Pero es de necios y perversos querer acabar con la Unión Europea y, lo que es peor, con la civilización occidental.
Visitor Rating: 1 Stars
Visitor Rating: 2 Stars