Aunque seguramente usted ya lo sepa, se lo vamos a recordar: Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, también conocidos por sus siglas (ODS) y su logotipo (una ruleta de 17 colores), son la parte discursiva de la AGENDA 2030, que actualmente está presente en gran parte de la comunicación institucional y corporativa, y que es el discurso de ida y vuelta de líderes políticos y autoridades tanto en el ámbito nacional como internacional. Su logotipo multicolor se muestra actualmente en todas partes y puede verse (a modo de insignias) en las solapas de jefes de estado, ministros y ejecutivos. Su identificación más llamativa está en los 17 iconos de colores que vienen a identificar la gran marca general, que es el modo de estar presentes en actos del máximo nivel, y pese a que nos han pillado con algunos agujeros en los que los intereses “interesados” (la guerra que aún no ha concluido, principalmente); o sea, que esto no era tan fácil como se pensaba. Pero, a la vez, era ya muy importante y urgente que esta ceremonia de apertura tuviera aprobación y pudiera difundirse a todo el mundo, espaldarazo que se dio el 25 de septiembre de 2015: “Transformar nuestro mundo, desde la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”. Esto tuvo anteriormente otras iniciales: Objetivos de Desarrollo del Milenio —ODM—, que eran ocho propósitos de desarrollo humano fijados en el año 2000 también por Naciones Unidas y que, tras una evaluación de su progreso en el 2015 fueron revisados y ampliados.
La Agenda 2030 tiene cinco partes: preámbulo, declaración, Objetivos de Desarrollo sostenible (17 objetivos), las metas (169), los medios de implementación y alianza mundial y por último la sección de seguimiento y examen. Ahí es nada. En el preámbulo se explican los fines, qué se pretende para cuatro vértices clave sobre los que se traza la Agenda: las personas, el planeta, la prosperidad y la paz, y qué concepto se tiene de éstos. Por otro lado, en la declaración se describe la visión del futuro deseable, los principios que informan el documento, cómo se ve el mundo actual y sus problemas, o sea, se ofrece un diagnóstico, por así llamarlo. Y todo esto es clave.
¿Quién no querría acabar con la pobreza, poner fin al hambre, facilitar el acceso al agua para todos o promover sociedades pacíficas, entre otros objetivos? La historia de la humanidad es un constante buscar soluciones a problemas humanos, y no desde arriba y de un modo unificado. ¿Es posible una guía global? ¿Bajo qué parámetros? Y sobre todo, ¿es deseable, factible? ¿Se trata de un modo de gobierno global? Son muchos los interrogantes.
El marco no es nada inocente: si se acepta sin poner en duda nada, pensando que los objetivos, en este caso, son buenos, se acepta así un estado de la cuestión que marca luego unas acciones determinadas. El mismo marco que ofrece, lo es también en cuanto a los temas que quedan silenciados, lo cual es otro modo de manipular la realidad. De este modo, el hecho del envejecimiento de la población, la bajísima fecundidad que no garantiza ni el reemplazo generacional en gran parte del globo, y que supone serios problemas sociales ya a medio plazo, es algo que no aparece en el documento: Eso ni siquiera existe. Así, el marco, como ocurre con muchos documentos de Naciones Unidas, y otras iniciativas legislativas en diversos países, no parece que se pueda asumir. Es clave lo que la Unión Europea haga con la Agenda 2030. España, como miembro de la Unión, está obligada a seguir reglamentos y decisiones que tienen carácter vinculante. Y esto es lo que la Agenda 2030 está implicando en el caso de España y Europa ya que ambas son sus entusiastas seguidoras. Se dice que se notan ya las consecuencias en el ámbito de la energía y los alimentos. Y es que la Agenda 2030 nos está invitando a todos a participar. Se cree así en una mayor democracia y en poder legislar entre todos los objetivos que afectan a todos los países de una manera convencida e incluso entusiasta.
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