El estreno de Electra de Benito Pérez Galdós en el Teatro Español de Madrid el 30 de enero de 1901 fue un acontecimiento de excitación colectiva, seguido por un acalorado debate en prensa entre el liberalismo anticlerical y el conservadurismo clerical. No faltó en esta convulsión periodística la concurrencia de firmas jóvenes que quedarían incluidas posteriormente en la nómina de la Generación del 98. Ramiro de Maeztu, Pío Baroja y José Martínez Ruiz, que todavía no utilizaba el pseudónimo Azorín, participaron en el alboroto premeditado como provocadores que avivaron la polémica en torno a un tema de rabiosa actualidad que la obra parecía tocar: el caso de la joven y menor de edad Adelaida Ubao, inducida por un jesuita, el padre Cermeño, a ingresar en la Orden de la Esclavas del Corazón de Jesús sin el consentimiento de su familia, escapándose de casa por la noche.
La madre de Adelaida y su hermano no pudieron contar con el apoyo de las autoridades para reclamar el regreso de la novicia, y plantearon un pleito que tuvo que resolver el Tribunal Supremo. Nicolás Salmerón, abogado de la familia, intentó demostrar en su defensa que el jesuita había sembrado la discordia entre la familia y la Iglesia. Y utilizó como prueba dos cartas de Adelaida al padre Cermeño en las que la joven le confesaba estar enamorada y reconocía dudas sobre su vocación religiosa.
Cuando se estrenó Electra, que planteaba un argumento similar sobre el escenario –una protagonista con dieciocho años en tiempos en que la mayoría de edad era a los veinticinco, enamorada del joven Máximo y víctima de la interposición del beato Pantoja, quien separa a los jóvenes mediante un engaño y provoca que ella ingrese en un convento–, el caso de Adelaida Ubao estaba en el ambiente. Dividía a clericales y anticlericales a la espera del fallo del Tribunal Supremo que acabó dando la razón a los familiares, ordenando la devolución de la menor. Ante el revuelo generado, incluso el abogado contrario, que no fue otro que el político Antonio Maura, invitado curiosamente por el propio Galdós al estreno de Electra, al que acudió, se reconocería aliviado por el fin del pleito que, como reveló, aceptó “por delicadeza y por noción del deber”.
Electra fue por tanto muy celebrada por los liberales. Pío Baroja reveló en sus memorias que el propio Galdós y Ramiro de Maeztu prepararon el estreno, distribuyendo por la sala a sus amigos estratégicamente. Baroja conocía personalmente a Galdós porque se lo había presentado precisamente Maeztu con estas palabras: “Éste es Pío Baroja, hombre atravesado, que habla mal de todo el mundo y también de usted, don Benito”.
Baroja y Martínez Ruiz se sentaron juntos, y Maeztu les dijo que iba a ver la obra desde el “paraíso”, la zona de las butacas más altas del Teatro. Según Baroja, en el momento final en el que aparece un fantasma su compañero le agarró del brazo conmovido. Pero un poco antes, en una de las escenas más tensas de la pieza, oyeron a Maeztu gritar desde el paraíso “¡Abajo los jesuitas!”, provocando estremecimiento en el público y abandono de algunos espectadores de los palcos. Al terminar la representación se reclamó la presencia del autor y, acabada la función, espectadores liberales acompañaron a hombros a Galdós hasta su casa.
El diario republicano El País dedicó una amplia información al acontecimiento teatral. Un artículo de Baroja, otro de Maeztu y las declaraciones de otros escritores, entre ellos Martínez Ruiz, abrieron el frente anticlerical contra la prensa conservadora, que atacaba a Galdós.
El investigador estadounidense Inman Fox exhumó alguno de estos artículos, especialmente el de Baroja. En algunas de sus líneas era sobradamente entusiasta. “Electra es grande, de lo más grande que se ha hecho en el teatro”, sentenciaba. “Como obra de arte es una maravilla, como obra social es un ariete”, añadía, no sin subrayar que Galdós había auscultado el corazón de la España dolorida y triste que deseaba salir de su letargo sin poder. El efecto de la pieza teatral lo ponderaba con admiración: “Ha señalado el mal, ha iniciado el remedio”. Y una conclusión contundente la introducía también en su texto: “La obra de Galdós en un país como el nuestro, que no es más que un feudo del Papa, en donde el catolicismo absurdamente dogmático ha devorado todo: arte y ciencia, filosofía y moral, en un país borrado del mapa […]; la obra de Galdós es una esperanza de Purificación”.
Maeztu, por su parte, iba más allá y llamaba a la acción al comentar el ensayo general, conjurando a la juventud a agruparse “en derredor del hombre que todo lo tenía y todo lo ha arriesgado por una idea, que es vuestra idea”.
Entretanto Martínez Ruiz, tras contemplar Electra como “símbolo de la España rediviva y moderna”, sostenía un entusiasmo elevado: “Saludemos la nueva religión: Galdós es su profeta”. Pero unos días después se desdecía en Madrid Cómico de sus primeras opiniones, sintiéndose defraudado por el éxito de la obra. “Desconsuela y anodada –apuntaba en esta ocasión– porque ha removido y hecho pintorescamente visible toda la frivolidad de nuestra liberalesca y huera burguesía”.
Este cambio de valoración no se lo perdonó Maeztu, que ante semejante repliegue de velas contestó sin compasión en el mismo periódico, recordando el inmediato pasado anarquista de su amigo y calificándole de desagradecido con quienes le habían apoyado. Maeztu insinuaba, con crueldad intencionada, que hasta era probable que estuviese redactando el folleto que preparaban los jesuitas contra la familia Ubao.
Avivada por la polémica, la obra Electra fue sin duda uno de los grandes éxitos de Galdós por la repercusión de su estreno, pero también por otras evidencias como su centenar de representaciones seguidas en Madrid, ochenta de ellas en el Teatro Español, prolongándose su vida escénica entonces con una gira por provincias. Algunas representaciones eran acompañadas a menudo con manifestaciones políticas, y hasta en ciertos recintos se cantaba el liberal Himno de Riego. Las primeras ediciones del texto, que comenzaron a distribuirse apenas tres semanas después de su estreno, se agotaban además con celeridad.
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